Alonso Fernández de Lugo, conquistador de La Palma y Tenerife

 

Mediante el documento que se puede ver en la imagen de abajo, conservado en el Archivo General de Simancas y datado el 8 de junio de 1492, los Reyes Católicos concedían a Alonso Fernández de Lugo un permiso real para conquistar una tierra insular en la costa atlántica africana especificando que «después que se gane se ha de llamar 'La Isla de San Miguel de la Palma'».

Alonso Fernández de Lugo, natural de Sanlúcar de Barrameda aunque de familia paterna gallega, era un segundón que ya había participado en la expedición real que conquistó Gran Canaria entre 1478 y 1483, apoyando al gobernador Pedro de Algaba -cuñado suyo- en la pacificación de la disputa que surgió entre los mandos españoles tras la campaña y que se saldó con la detención de uno de los capitanes, Juan Rejón. Sin embargo, éste logró escapar y terminar imponiéndose, ordenando la ejecución de Algaba y el destierro de Fernández de Lugo a El Hierro en 1480. 

 

Las capitulaciones entre Fernández de Lugo y la Corona (Archivo General de Simancas)
 

Todo se solucionaría con la llegada de otro gobernante, Pedro de Vera, que le permitió operar en Gran Canaria con Hernán Peraza el Joven, concluyendo así la ocupación de la isla. Lugo recibió una encomienda azucarera en el norte insular, en Agaete (cuya torre había defendido durante cuatro años peleando casi a diario y recibiendo varias heridas), de la que vivió con su mujer y sus dos hijos junto con los beneficios obtenidos en esporádicas incursiones en Tenerife.

La encomienda era una institución que empezó a usarse en sustitución de otra de origen medieval, el repartimiento, por el cual se distribuían las casas y tierras de las poblaciones conquistadas entre los soldados; un sistema de repoblación nacido de la Reconquista que saltó al archipiélago canario y luego a América. La encomienda completó ese concepto introduciendo una novedad: al beneficiario, el encomendero, que la recibía por los servicios prestados a la Corona en la toma del lugar, se le encomendaban los nativos del lugar para que trabajasen para él a cambio de protección y evangelización; el matiz estaba en que ese trabajo equivalía al pago de un tributo y que la encomienda pasaba de padres a hijos de facto, como una heredad que en realidad no era puesto que seguía siendo de realengo.

 

El Adelantado y los guanches, obra de Manuel González Méndez (Koppchen en Wikimedia Commons)

En 1491, habiendo enviudado, Fernández de Lugo marchó a Castilla y obtuvo el permiso para apoderarse de lo que hoy es la isla de La Palma con la condición de hacerlo en un año y correr con los gastos; a cambio, los monarcas le cederían el quinto real de bienes, ganado y esclavos que obtuviera en la campaña, más los de las cabalgadas que hiciera en Tenerife y Berbería (las cabalgadas eran rápidas razias en territorio enemigo en busca de beneficio económico inmediato). 

Así, formó una terna con la ayuda financiera de dos socios italianos, el florentino Joanotto Berardi y el genovés Francisco de Riberol, dedicados al comercio de orchilla (Roccella canariensis, un líquen usado como colorante para obtener púrpura) y esclavos en Sevilla. Berardi, que dos años después financiaría una de las naves del segundo viaje de Colón, fue quien recibió el primer envió de esclavos de éste, cuya venta anularon los Reyes Católicos, quedando endeudado.

 

Un ejemplar de orchilla, Rocella canariensis (Flechtenbilder en Wikimedia Commons)

Los conquistadores reunieron un ejército de novecientos hombres -castellanos más aborígenes canarios y gomeros- y desembarcaron en Tazacorte en septiembre de 1492, adueñándose del territorio a base de pactos y negociaciones con los benahoritas (los nativos palmeros), gracias a la labor previa del juez pesquisidor y el obispo de Gran Canaria, que habían prometido igualdad jurídica y respeto a la autoridad local de los caciques.

También fue importante la labor de traductora de una aborigen benahorita capturada tiempo atrás, Gazmira (renombrada Francisca de Gazmira o Francisca Palmesa tras su bautizo), que jugó un papel precursor al de la célebre Malinche mexicana convenciendo a muchos cantones para aceptar de buen grado la presencia castellana. Por eso, a pesar de que antes ya había fracasado un intento de conquista a cargo de Guillén Peraza, en esta ocasión apenas se encontró más oposición que una escaramuza en el cantón de Tigalate y, eso sí, la feroz resistencia de Tanausú, jefe del de Aceró, quien se hizo fuerte en su territorio aprovechando la abrupta orografía. 

Cantones de La Palma en el momento de la conquista (Benahoare en Enciclopedia Guanche)
 

Hoy, esa zona coincide con la Caldera de Taburiente, un colosal cráter volcánico de ocho kilómetros de diámetro por uno y medio de profundidad, originado no por una erupción explosiva sino por deslizamiento de tierras, surcado por barrancos y tapizado por bosques de pinos. Tanausú logró resistir hasta que Fernández de Lugo, acuciado por el tiempo (si no tomaba la isla antes de fin de año perdía una bonificación de setecientos mil maravedíes), le tendió una trampa: le convocó a negociar en los Los Llanos de Aridane y cuando el otro se presentó aprovechó para atacarlo en terreno favorable, derrotarlo y apresarlo. Su destino era ser enviado cautivo a Castilla pero prefirió dejarse morir de hambre. 

De esa forma, La Palma quedó pacificada en la primavera de 1493, aunque entonces empezaron ciertas irregularidades para compensar la escasez de beneficios: centenar y medio de palmeros aliados fueron vendidos como esclavos con el pretexto de que "... intentaban asaltar el Real". Fernández de Lugo renunció a su merced real para ello, pero sus socios reclamaron su parte a la Corona y se procedió a la venta en diversos mercados. Francisca de Gazmira alertó a los reyes de la ilegalidad y y éstos ordenaron su liberación; eso sí, tardó en hacerse efectiva su repatriación, hasta 1516, a causa de la burocracia.

Menceyatos de Tenerife en el momento de la conquista (MartesB en Wikimedia Commons)
 

El victorioso Fernández de Lugo también capitularía con los Reyes Católicos la conquista de Tenerife, para lo cual vendió parte de sus propiedades y volvió a asociarse con mercaderes (tres genoveses y un mallorquín), armando un ejército de efectivos castellanos y guanches aliados (las campañas canarias constituyeron un perfecto modelo para lo que luego se haría en el Nuevo Mundo, aprovechando las enemistades entre aborígenes). El plazo para la campaña era de diez meses, pero esta vez las cosas resultaron más difíciles y tuvo que afrontar la resistencia de Benitomo (Bencomo), el mencey de Taoro, que a pesar de su inferioridad tecnológica (las armas nativas se limitaban a  piedras y lanzas de madera con punta endurecida por fuego) supo tender una magistral celada y le infligió una contundente derrota en el Barranco de Acentejo. 

Él fue uno de los pocos supervivientes; se cuenta que logró escapar tras intercambiar su vestimenta con la de un auxiliar nativo, aunque con la boca malherida al recibir una pedrada, tal cual le había pasado a Pedro Fernández Cabrón en San Bartolomé (Gran Canaria) en 1479. Tuvo, pues, que retirarse; pero regresó al año siguiente con refuerzos facilitados por el duque de Medina Sidonia, veteranos de Granada al mando de Bartolomé de Estopiñán, para lo cual no dudó en vender su ingenio de Agaete y endeudarse.  


La batalla de Acentejo, por Gumersindo Robayna (Wikimedia Commons)

En total, el ejército, que se embarcó en una treintena de naves, sumaba unos mil quinientos infantes y un centenar de jinetes, cifra considerable si se compara con las de Cortés o Pizarro, por ejemplo. Finalmente se impusieron en los Llanos de Aguere y en el Acentejo (otra vez, pero ahora con victoria), suicidándose el mencey. Empezaba 1496 y Fernández de Lugo quedó dueño absoluto de la isla, puesto que los reyes añadieron algunas adendas a las capitulaciones firmadas en Zaragoza y no sólo fue nombrado gobernador de La Palma y Tenerife, sino que también se le otorgó el poder hacer repartimientos. 

Eso sí, su actuación fue sometida a juicio en 1497, como resultado del cual se le ordenó poner en libertad a muchos indígenas aliados que había vuelto a esclavizar indebidamente para conseguir el dinero que necesitaba. Gracias a ello pudieron regresar a su tierra algunos menceyes a los que se rebautizó con nombres hispanos, como Fernando de Arriaga o Diego de Adeje; otros no tuvieron tanta suerte -es un decir porque a su vuelta ya no tenían el distinguido trato anterior-, como aquel que fue regalado al embajador veneciano y nunca retornó de la península italiana.

 

Alonso Fernández de Lugo, por Manuel González Méndez (Wikimedia Commons)

Fernández de Lugo podía haberse retirado a disfrutar de los beneficios de cargo y tierras -que a partir de ahí procuró hacer extensivos a sus veteranos, a los colonos y hasta a los aborígenes, aunque a éstos con altibajos-, así como de su nuevo matrimonio con Beatriz de Bobadilla, la poderosa señora de La Gomera y El Hierro, cuya hija también se casó con el primogénito de él, lo que le llevó a disputas testamentarias por la herencia de los Peraza en Fuerteventura y Lanzarote. Sin embargo, como ocurría en la época con los triunfadores no pocas veces, tanto en España como en las Indias, no quiso conformarse y en 1501 se embarcó en lo que fue una desafortunada expedición a Berbería, de la que esperaba ser nombrado capitán general y obtener una rica renta anual a cambio de construir tres fuertes. De aquella aventura salió vivo por poco, perdiendo en ella a dos sobrinos, y al final los reyes decidieron no insistir en ese objetivo para no enemistarse con Portugal. 

Como compensación, en 1502  recibió el título de Adelantado de las Islas Canarias. Un adelantado era un alto dignatario que realizaba una empresa por mandato real, ejerciendo el mando en una jurisdicción en nombre de la Corona. Pero en este caso se trató de un título vacuo, meramente honorífico, que se sumó a las restricciones de poder que el beneficiario empezó a sufrir por las quejas contra su actuación en los juicios de residencia que se abrieron. El último no llegó a concluirse porque Fernández de Lugo murió durante la causa; fue en San Cristóbal de la Laguna en 1525, según algunas fuentes envenenado por sus hijos para heredar el título de Adelantado.

 

BIBLIOGRAFÍA:

-ABREU GALINDO, Juan de: Historia de la conquista de las siete islas de Gran Canaria

-MARIN DE CUBAS, Tomás: Historia de las siete islas de Canaria.

-MORALES PADRÓN, Francisco: Canarias: crónicas de su conquista

-RUMEU DE ARMAS, Antonio: La conquista de Tenerife (1494-1496).

-RUMEU DE ARMAS, Antonio: Alonso de Lugo en la Corte de los Reyes Católicos (1496-1497).

-CONCEPCIÓN, José Luis: Los guanches que sobrevivieron y su descendencia.

-GARRIDO ABOLAFIA, Manuel: Los esclavos bautizados en Santa Cruz de La Palma (1564-1600).

-AZNAR VALLEJO, Eduardo: Alonso Fernández de Lugo (en Diccionario Biográfico de la RAH, Real Academia de la Historia). 


Imagen de cabecera: Rendición de los menceyes ante Fernández de Lugo, por Carlos de Acosta

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