¿Asesinó Hernán Cortés a su esposa, Catalina Suárez?

 

 

Uno de los capítulos más oscuros de la vida del famoso conquistador de México es la muerte de Catalina Suárez, su esposa, el 1 de noviembre de 1522. Oscuro por dos motivos: la posible responsabilidad de Cortés en el óbito y la absoluta falta de certezas al respecto, dado que no se hizo autopsia del cadáver y las circunstancias resultan sospechosas, llevando a plantear la posibilidad de un uxoricidio pero incomprobable.

De Catalina Suárez Marcayda, que a menudo aparece también como Xuárez  y Juárez, apenas hay referencias documentales salvo las del propio Cortés en sus cartas de relación a Carlos V o las de algunos cronistas (que, de todas formas, tampoco le prestaron demasiada atención), más la documentación del Archivo de Indias sobre una probanza de méritos de su sobrino (porque aspiraba a un cargo) y un expediente presentado por otro descendiente para conseguir permiso para viajar a las Indias. En una carta, Cortés dejó de ella esta interesante descripción: "No industriosa ni diligente para entender en su hacienda ni granjearla ni multiplicarla en casa ni fuera de ella, antes era mujer muy delicada y enferma".

 

Nicolás de Ovando en una pintura anónima (Wikimedia Commons)

Se ignora dónde y cuándo nació -aunque su familia procedía de Granada-, por lo que su entrada en la historia se produce cuando su hermano Juan Suárez de Peralta llegó a Santo Domingo, probablemente en el viaje de Nicolás de Ovando, pasando luego a Cuba. En 1511, habiendo asentado su posición social gracias a un repartimento, se trajo a su madre, María Ana de Marcayda y sus hermanas, Catalina, Mercedes y Leonor (no se sabe con exactitud cuántas eran). Catalina soñaba con convertirse en una gran señora, pero llegaba como doncella al servicio de María de Cuéllar, la prometida del gobernador Diego de Velázquez de Cuéllar. En Cuba conoció en Cuba al mejor amigo de su hermano Juan, un tal Hernán Cortés, con quien compartía una pequeña encomienda. 

Además de secretario del gobernador, Cortés era un incorregible mujeriego, como demuestra el famoso incidente en España: una noche galanteaba a una dama casada encaramado al balcón de su casa cuando la estructura cedió y se vino abajo. Cortés tuvo que huir de la ira del marido pero en la caída se lesionó una pierna que, combinada con unas cuartanas (así se llamaba a la malaria entonces), le impidió realizar su plan de tomar un barco que había de llevarle a las guerras de Italia; cuando sanó estás habían terminado, caprichos del destino, y sólo le quedó la opción de ir a las Indias).

Retrato anónimo de Diego Velázquez de Cuéllar (Wikimedia Commons)
 

El caso es que Cortés le hizo a Catalina promesas de matrimonio de las que después se echó atrás y ella le denunció al gobernador, que mantenía una relación amorosa con su hermana mayor, Elena Suárez. Cortés fue encarcelado, se escapó rocambolescamente... Al final se casaron en 1514 y eso hizo que Velázquez pensara en él cuando buscaba infructuosamente a alguien dispuesto a capitanear y costear una nueva expedición al continente, siguiendo los pasos de la anterior de Grijalba. Cortés dejó a su socio -y ahora cuñado- la administración de sus bienes, que debía vender para saldar las deudas contraídas. Así lo hizo y, con el dinero obtenido, Juan financió un barco para ir en su ayuda, sumándose a la flota de Narváez.

En el verano de 1522, terminada la conquista del imperio mexica, Catalina viajó desde Veracruz a Coyoacán llamada por su marido; la acompañaban sus hermanos (Juan había viajado a Cuba con esa misión, tras participar en el asalto final a Tenochtitlán) y una corte de sirvientes. Entró en la ciudad a hombros del guardaespaldas de Cortés, un estrambótico honor que Francisco de Orduña, el capitán encargado de escoltarla durante el camino hasta allí, consideró inadecuado; después hubo banquetes y juegos de cañas. Su llegada, sin embargo, era una molestia porque el conquistador tenía varias amantes, tanto castellanas como indias (más de cuarenta según Vázquez de Tapia), empezando por doña Marina, la célebre Malinche, que acababa de darle a su hijo Martín

Entrada de Cortés en Tenochtitlán, por Augusto Ferrer-Dalmau. La Malinche está al lado del capitán español (Wikimedia Commons)
 

Lógicamente, y pese a gozar Catalina de la consideración de primera dama legítima, haciendo vida conyugal normal con su marido, tal como reveló la camarera Ana Rodríguez, los celos desataron la tensión entre ambos en apenas tres meses y eclosionó la noche de Todos los Santos, durante una fiesta en la que Cortés le dijo una impertinencia a su esposa. Según contó Isidro Moreno, ayudante del mayordomo, ella entabló una discusión con un capitán artillero llamado Solís Casquete, al que recriminaba que emplease indios de su propiedad: "Vos, Solís, no queréis sino ocupar a mis indios en otras cosas de las que yo les mando, y no se face lo que yo quiero". Él respondió señalando a Cortés: "Yo, señora, no los ocupo. Allí está vuestra merced que los manda y ocupa". Ella insistió: "Vos os prometo que antes de muchos días haré de manera que no tenga nadie que entender con lo mío". Era una advertencia de que intervendría su marido, pero entonces éste terció: "Con lo vuestro, señora, yo no quiero nada"

Resulta obvio que no era más que una broma, pero llevaban ya unas cuantas discusiones y Catalina, ofendida al ver que su esposo no la apoyaba en la reclamación y la desairaba dejando patente su humilde orígen, marchó a sus aposentos; él se quedó un rato charlando y luego también se retiró, encontrándola rezando y llorando en la capilla privada. Trató de consolarla, pero ella le rechazó diciendo "Estoy por dejarme morir". ¿Era consciente de que peligraba su posición social, pues su marido, conquistador de un imperio, aspiraría ahora a un matrimonio de alcurnia? Las doncellas la ayudaron a desnudarse para dormir; una de ellas, la citada Ana Rodríguez, dijo luego que la vio "demudada la color" al salir de su oratorio y, al preguntarle, ella contestó "Dios me lleve de este mundo".  Luego quedó acostada en su cama.

 

Fray Bartolomé de Olmedo en una pintura de Juan y Miguel González, 1698 (Wikimedia Commons)

Un par de horas más tarde, a medianoche, el conquistador llamó a gritos a una joven criada india que velaba en la puerta para que hiciera ir a las españolas porque su mujer parecía muerta. Acudieron presurosas las mujeres, llegando también Isidro Moreno y el mayordomo Diego de Soto, que mandó avisar al padre fray Bartolomé de Olmedo para tranquilizar a un nervioso Cortés que no paraba de golpear las paredes. Asimismo se dio aviso al hermano de Catalina, pero recomendándole no ir insinuando que podría haber sido él quien desencadenó el funesto suceso, al haber hablado anteriormente con su hermana de las infidelidades de su marido. 

El cadáver tenía el rostro amoratado y la cama estaba orinada. Desoyendo los consejos de fray Olmedo, que instaba a que un médico certificase la muerte, Cortés mandó amortajar el cadáver al ama de llaves María de Vera y a continuación meter a su esposa en un ataúd, clavetearlo y enterrarlo; apenas pasaron tres horas en total, de manera que fueron pocos los que vieron el cuerpo. Entonces no era obligatorio hacer autopsias, lo que no fue óbice para que enseguida empezasen a circular rumores sobre que Cortés la había estrangulado en un arrebato de furia por los continuos reproches de ella, estableciéndose una comparación con el conde de Alarcos del romancero popular castellano, si bien la cosa no pasaba de ese tono anecdótico: meras habladurías sin mayor recorrido.

 

Ilustración de Paoul Steffensen para una novela (Wikimedia Commons)

El tema no se retomó hasta años más tarde, en el preceptivo juicio de residencia que se practicaba a todos los grandes funcionarios de la Corona. Hubo muchas declaraciones en contra del conquistador (entre ellas la de Jerónimo de Aguilar, aquel sacerdote al que había rescatado en Cozumel), pues tras la conquista se había hecho un montón de enemigos: los soldados estaban descontentos con el escaso botín obtenido -acusaban a su jefe de usar la excusa de apartar el quinto real en su beneficio y de tener un cuño falso para marcar el oro que los indios le llevarían a escondidas-, los capitanes por el desigual reparto de cargos, los criminales por los castigos... Todos los disconformes, en suma, aprovecharon la ocasión. 

Curiosamente, los testimonios de los sirvientes resulatan diferentes según el sexo. Los de las mujeres son acusatorios hacia Cortés, mientras que los de los hombres no. La camarera, que fue la primera en entrar, vio a su señora echada sobre un brazo de su esposo, quien la llamaba "pensando que estaba amortecida porque varias veces se solía amortecer" y pensó que la habían matado, pues además vio cuentas de oro del collar en el suelo y moratones en el cuello de Catalina. Violante Rodríguez y María de Vera corroboraron lo de las marcas; sin embargo, Juana López, doncella de confianza, negó que las hubiera. 

Pintura de Caravaggio (Wikimedia Commons)
 

María Hernández, amiga de la difunta que afirmó que ésta le había confesado la mala relación entre los dos cónyuges, fue la que dejó la descripción más gráfica del estado de Catalina en su declaración, realizada en compañía de una compañera a la que se conocía con el apodo de la Gallarda (por estar casada con uno de los conquistadores, apellidado Gallardo): 

"... los ojos abiertos e tiesos e salidos de fuera, como persona que estaba ahogada e tenía los labios gruesos e negros e tenía así mismo dos espumarajos en la boca, uno de cada lado, e una gota de sangre en la toca, encima de la frente e un raguño entre las cejas, todo lo cual pareció a este testigo e a la dicha Gallarda que era señal de ser ahogada la dicha doña Catalina e no ser muerta de su muerte, e así se dijo públicamente que el dicho don Fernando Cortés había muerto a la dicha doña Catalina Xuárez, su mujer, por casar con otra mujer de más estado".

Otra ilustración de Paoul Steffensen (Wikimedia Commons)
 

Sin embargo, nadie oyó ningún ruido de lucha: ni la camarera, que dormía pared con pared, ni los guardias, que estaban en el cuarto del otro lado. Y hubo testimonios en sentido contrario. Por ejemplo el de Juana López, una joven criada de trece años que acompañaba a Catalina desde que llegó a México y que aseguró que a ella y a las demás las llamaron urgentemente para atender a su señora porque ésta se encontraba mal y cuando llegaron ya había muerto. 

También hubo, decíamos, versiones de los sirvientes masculinos. Isidro Moreno fue el único en referir el incidente ocurrido durante la cena, aunque aseguró que, por lo demás, "vivían en haz y en paz". El historiador Juan Miralles sugiere que quizá las sirvientas interpretaron erróneamente lo que vieron: que la mojadura de la cama pudo ser por la relajación de esfínteres post mortem, ya que las víctimas de estrangulamiento no se orinan, de igual modo que el ennegrecimiento labial tampoco tiene que ver con ese tipo de muerte; en cambio, los ojos salidos sí son un signo de asfixia.

Otra cosa que se recriminó a Cortés fue que no mostrase la aflicción que cabía esperar, aunque hubo quienes dieron fe de su pena y hasta especificaron que estaba muy afectado y lloraba cuando recordaba a su mujer, necesitando de la atención de fray Bartolomé de Olmedo. Así lo confirmaron Isidro Moreno, Alonso de Villanueva y Francisco Terrazas. De hecho, vistió luto hasta 1529 (año en que se casó en segundas nupcias con Juana de Arellano y Zúñiga), instauró un memorial anual por su difunta esposa en la capilla del Hospital de la Concepción y bautizó a tres de sus hijas con el nombre de Catalina.

 

Hospital de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno (Diego Delso en Wikimedia Commons)

Tampoco faltaron testigos a favor del viudo; no sólo Juan Suárez, el hermano de la difunta, que creyó la versión de su cuñado -del que ya vimos que era amigo desde hacía mucho y siguió siéndolo, haciendo juntos las campañas de Michoacán, Jalisco, Pánuco y Oaxaca, recibiendo la encomienda de Tamaluzapa y el mando de una expedición-, sino otros que corroboraron que Catalina sufría ciertos ataques desde que vivía en Cuba y que su deterioro físico resultaba patente a simple vista, cada vez peor. 

De hecho, fueron muchos los que usaron el adjetivo "delicada" para referirse a la salud de la infortunada esposa, que a menudo debía guardar cama. Juan de Salcedo dijo que "era muy enferma del mal de madre y que muchas veces se amortecía y caía en el suelo como muerta", algo que él mismo había visto en persona. Se llamaba mal de madre a una enfermedad de la matriz, seguramente dismenorrea, que provocaba doloras contracciones internas en el abdomen inferior (se pensaba que el útero tenía movilidad por el interior del organismo) y que también era conocida como pasión histérica en la literatura de  la época (lo sufre la prostituta Areúsa en La Celestina, por ejemplo), debido a que otro síntoma habitual eran fuertes convulsiones. 

Frontispicio de una edición de La Celestina de 1514 (Wikimedia Commons)
 

Lo cierto es que no se sabe exactamente de qué padecía Catalina. Salvador de Madariaga daba la razón a Bernal Díaz del Castillo, quien sugería asma, aunque no parece el caso o, al menos, no sólo. El sobrino de Catalina, Juan Suárez de Peralta, afirmó que su tía sufría una afección del corazón, por lo que la hipótesis más aceptada es que seguramente tenía una cardiopatía congénita -que se agravaría con los dos mil doscientos cuarenta metros de altitud a la que está el valle de México- y quizá se combinase con epilepsia y/o asma. Resulta significativo que sus dos hermanas, Leonor y Francisca, murieran jóvenes con los mismos síntomas que ella. 

Varios testimonios más dejaron claro que Catalina estaba constantemente enferma ya en Cuba y que, en una ocasión, el propio Cortés había tenido que reanimarla a la desesperada arrojándole encima un cubo de agua (él mismo explicó que las magulladuras que mostraba el cuerpo de su mujer la noche fatal se debían a un desesperado intento de revivirla en un nuevo síncope). La última y más grave de esas indisposiciones tuvo lugar dos semanas antes, mientras visitaba la granja que tenía en Coyoacán Juan Garrido, el conquistador negro libre famoso por haber sido el introductor del trigo en México. 

Auxiliar negro del séquito de Cortés, posiblemente Juan Garrido, representado en el Códice Durán (Wikimedia Commons)
 

La mayoría de biógrafos e historiadores consideran que un personaje hábil y calculador como había demostrado ser Cortés no habría asesinado a su mujer de una forma tan burda, teniendo recursos para hacerlo más sibilinamente y sin levantar sospechas, por lo que hubiera terminado por contenerse incluso en un posible arrebato de cólera. Para Hugh Thomas la hipótesis más probable es que el mal avenido matrimonio se enzarzase en una nueva discusión en el dormitorio y que él, en un gesto de ira, la agarrara por el cuello, pues consta que hizo lo mismo con un espía de Narváez antes de la batalla de Cempoala en 1520. Eso debió provocar un síncope en Catalina que derivó en su muerte, mientras su marido intentaba recuperarla sacudiéndola con fuerza, lo que explicaría la rotura del collar, las marcas del cuello y una gota de sangre en la toca. Al fracasar se percató de que podían considerarle culpable y procuró abreviar todo el proceso funerario, sin demasiado éxito como se ve. 

Por su parte, Esteban Mira Caballos opina que nadie cuestionó nunca de forma fehaciente la versión del conquistador -ni siquiera gente tan hostil a Cortés como Bartolomé de Las Casas o el mismísimo Pánfilo de Narváez, que no perdía ocasión de arremeter contra él- y que hubo que esperar siete años para que Juan de Burgos hiciera en la Real Audiencia una acusación de asesinato, en el contexto de la instrucción del juicio de residencia, aprovechando los testimonios en su contra de los compañeros de armas decepcionados; los mismos que, un año más tarde de la muerte de Catalina, acusaron a su antiguo jefe de envenenar también al conquistador Francisco de Garay, cuando éste falleció tras acudir a entrevistarse con él para negociar los derechos de colonización de Río de las Palmas, en el noreste mexicano (la auténtica causa del óbito fue una pulmonía).

Nuño Beltrán de Guzmán, inductor del juicio contra Cortés, representado en el Códice Telleriano Remensis (Wikimedia Commons)
 

La iniciativa de hacer una acusación de uxoricidio partió de la madre de Catalina, que delegó los trámites en su hijo Juan al ser analfabeta; no obstante, ambos retiraron pronto la demanda y adujeron que les había inducido con engaños el presidente de la Audiencia, el tristemente célebre Nuño de Guzmán, conquistador de Nueva Galicia (el noroeste del actual México), luego destituido y encarcelado por sus brutales métodos y que había tenido un enfrentamiento con Cortés. 

Parece ser que fue Gonzalo de Salazar el que se empeñó en abrir un proceso por lo de Catalina, pero lo hizo de forma tan burdamente parcial que fray Juan de Zumárraga, futuro primer obispo de México, escribió una carta al emperador denunciando que el interfecto estaba usando a un clérigo franciscano como testaferro para sobornar testigos, por encargo de los oidores Matienzo y Delgadillo. Después, la suegra siguió pleiteando contra Cortés, pero ya no acusándole de homicidio sino sólo para reclamar los bienes gananciales. 

Estatua en memoria de Juan de Zumárraga (Michel Rudoy en Wikimedia Commons)
 

Mira Caballos va un poco más allá y atribuye el eco alcanzado por ese espinoso asunto a una parte aviesa de historiografía decimonónica, que buscaba fomentar el nacionalismo mexicano tras la independencia primero y el primer cuarto del siglo XX después, cuando algunos periódicos de tendencia antihispanista no se conformaban con inculpar a Cortés de la muerte de Catalina sino que además le adjudicaban una actitud jactanciosa y cínica, en artículos anónimos de títulos tan expresivos -y repetitivos- como Crímenes célebres. Hernán Cortés asesina a su esposa (publicado en El Chisme) o Crímenes célebres. Hernán Cortés mata a su esposa (publicado en El Popular)

Fuera como fuese, la acusación judicial contra Cortés quedó inconclusa por su propio fallecimiento en diciembre de 1547 y, al parecer, años más tarde sus descendientes seguían pagando a la familia Suárez los citados gananciales, para lo que habían alcanzado un acuerdo.

La mayor parte de las pruebas y testimonios sobre el caso están recogidas en el expediente del juicio de residencia conservado en el Archivo General de Indias, aunque las declaraciones de la servidumbre se encuentran en la Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento, conquista y organización de las posesiones españolas en América y Oceanía.

 

BIBLIOGRAFÍA:

-MIRALLES, Juan: Hernán Cortés. Inventor de México.

-THOMAS, Hugh: La conquista de México.

-MIRA CABALLOS, Esteban: Hernán Cortés. Una biografía para el siglo XXI

-ILARREGUI, Gladys: Las mujeres de la conquista antes y después de Cortés.

-MADARIAGA, Salvador de: Hernán Cortés.

-PEREYRA, Carlos: Hernán Cortés.

-GUTIÉRREZ CONTRERAS, Francisco: Hernán Cortés.

-PALACIOS, Juan: Prueba histórica de la inocencia de Hernando Cortés en la muerte de su esposa.

-TORO CASTRO, Alfonso: Un crimen de Hernán Cortés: la muerte de doña Catalina Xuárez Marcaida (estudio histórico y médico legal). 

-FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, Íñigo: De la gesta heroica a los "chispazos" de humor. Representaciones de Hernán Cortés en la prensa de la Ciudad de México (1900-1910). 

-KRIZ. Kurt: Mal de madre: la patología tras el nombre.

-ZAPATERO MOLINUEVO, Ane: "No sé si lo nombre": unas notas en torno a la presencia del mal de madre en los textos teatrales del siglo XVII".

 

Imagen de cabecera: pintura de Enrico Pollastrini (Wikimedia Commons).

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