Las enfermedades en América antes, durante y después de la conquista
"Saludables vivían. No habia enfermedad, no había dolor de huesos, no había fiebre para ellos, no había viruelas, no había ardor de pecho, no había dolor de vientre, no había consunción. Rectamente erguido iba su cuerpo entonces".
Así describe el Chilam Balam el idílico estado de salud del mundo maya antes de que irrumpieran en él los dzules, es decir, los extranjeros que luego serían conocidos más concretamente como kastelan (castellanos, españoles). Los mismos que, sin saberlo, no llegaron solos sino junto a unos inadvertidos polizones, invisibles a los ojos pero tan mortíferos que alteraron completamente la vida y provocaron una tragedia en todo el continente.
La traumática ruptura de esquemas que supuso la sustitución de sus dioses por otro único, tan diferente, así como la imposición de fuertes tributos y el cambio de las estructuras políticas, sociales y económicas, casi palideció al lado de aquella especie de maldición que mataba a hijos, padres y hermanos, a amigos y vecinos, a caciques y campesinos e incluso a los propios forasteros, de forma implacable y sin hacer distinciones, como una inexorable maldición. Una nueva, terrible y duradera realidad que asoló el Nuevo Mundo durante siglos.
Y eso que cuando se hizo el Chilam Balam ya había pasado lo peor. Las diversas versiones que se conservan de esa obra, un conjunto de libros que narran la historia y costumbres de los pueblos mayas en su propia lengua, son posteriores a la conquista, del siglo XVI en adelante (los anteriores se han perdido), y denotan la influencia de los misioneros; pero para entonces la fase más importante del desplome demográfico a causa de las epidemias ya había quedado atrás y empezaba una lenta recuperación, si bien todavía faltaban episodios periódicos de nuevos brotes que se volvieron endémicos, acompañando todo el devenir de los virreinatos hasta las independencias decimonónicas y más allá.
Copia del Chilam Balam conservada en el Museo Nacional de Antropología de México (Carlos Reusser Monsalvez en Wikimedia Commons) |
Enfermedades prehispanas
En realidad, la cita inicial del Chilam Balam es hiperbólica. Por supuesto que había enfermedades antes de que Cristóbal Colón desembarcase en las Antillas en octubre de 1492 y algunas podían resultar mortales, especialmente combinadas con otras o ayudadas por las condiciones derivadas de guerras, hambrunas y desastres naturales. Eso sí, la distribución no era total ni uniforme y a menudo dependía de la zona. Por ejemplo, la fiebre maculosa se daba especialmente en Norteamérica, mientras que la bartolenosis sólo existía en Sudamérica.
Los diversos tipos de análisis (químico-moleculares, radiológicos, paleohistológicos) practicados a restos momificados en múltiples lugares, desde Chile a EEUU, desde Perú a México..., revelan la presencia de tuberculosis y la citada bartolenosis (enfermedad de Carrión, también conocida como verruga peruana o fiebre de La Oroya), ambas provocadas por bacterias. Igualmente, eran comunes el mal de Chagas y la leishmaniasis, que tenían su origen en protozoos contagiados a través de la picadura de insectos hematófagos. Otra, la leptospirosis (ictericia de Weil), no solía ser mortal por sí misma pero sí en segunda instancia, al derivar en anemia, hemorragias y meningitis.
La lista de microorganismos malignos prehispanos continúa: la disentería bacilar estaba causada por una enterobacteria que vivía en el agua y las fiebres ricketsiales por una rickettsia (bacteria) que transmitían los artrópodos (garrapatas, piojos, pulgas...) al picar, dando ambas lugar a un tipo de tifus distinto al europeo. Cabe decir al respecto que la cerámica mochica muestra representaciones de piojos y éstos eran comunes entre los humanos precolombinos, muchos de cuyos pueblos los usaban como comida igual que en otros, como el mexica, su recolección se imponía como castigo.
Carámica mochica representando al brujo Mollep cubierto de piojos (Manuel Cotrina Muñoz en Chepén Cultural) |
Asimismo estaba presente la salmonella, una bacteria que provoca la enfermedad diarreica homónima y no faltaban otros patógenos bacteriales como estafilococos y estreptococos, causantes de neumonía, meningitis y endocarditis. Los análisis a momias también han permitido identificar treponemas (bacterias helicoidales tipo espiroqueta) que originan treponematosis como el pian, la pinta o la sífilis (luego veremos más respecto a esta última).
Bacterias Salmonella Typhymurium (en rojo) atacando células humanas (Wikimedia Commons) |
Como se puede ver, la mayor parte de los cuadros citados tiene un elemento en común: el predominio de enfermedades bacterianas y, por contra, la escasez de las virológicas; de estas últimas hay pocos ejemplos, entre ellos la poliomelitis, el herpes y algunos tipos de hepatitis. Y es que los virus fueron los verdaderos intrusos asesinos, puesto que incorporaron al Nuevo Mundo un abanico de insospechados padecimientos que, a la postre, jugaron un papel importante en la conquista, aún cuando de un tiempo a esta parte se ponga en tela de juicio el alcance real o exacto de su protagonismo en el desplome de la población americana.
En ese sentido, ni quienes echan la culpa de la catástrofe demográfica a los gérmenes ni quienes acusan a los españoles de un exterminio tienen razón exclusiva; el efecto de las epidemias fue devastador, sin duda, pero influyeron también la guerra, la esclavización inicial, el trabajo forzado, el derrumbe conceptual del mundo indígena, etc. Todo ello en una combinación letal de factores, como solía -y suele- ocurrir en todo el mundo; ahí tenemos el ejemplo reseñado por el cronista mestizo Felipe Guamán Poma de Ayala, que atribuyó la conquista de Chile por los incas a "los estragos de la plaga, que duró diez años", añadiendo que "la enfermedad y el hambre, más que las armas, llevó a la caída de los chilenos". Ahora bien, lo que nos ocupa aquí es el primero de esos factores, el microscópico.
Médicos tratando a sifilíticos en 1498, en una obra de Bartholomaüs Steber (Wikimedia Commons) |
Entre las enfermedades virológicas que arribaron a a las Indias podemos citar la viruela, el sarampión, la gripe, la varicela, la rabia, la fiebre amarilla, la parotiditis (paperas) e incluso el simple catarro. Otras tenían origen bacteriano, caso del tifus (otro tipo de fiebre ricketsiana), la lepra, la peste neumónica, la peste bubónica, la tos ferina y la difteria. Y algunas eran provocadas por terceras causas, como la malaria (por un bacilo tipo protista); la anquilostomiasis, la oncocercosis y la filariasis (por nemátodos); y la esquistomiasis o bilharziasis (por gusanos que atraviesan la piel).
Todas viajaron a través del Atlántico en naos y carabelas desde Europa o, en algunos de los casos nombrados, desde África, a lo largo de diversas épocas (el cólera no llegó hasta el siglo XIX, procedente del sudeste asiático). En realidad no se trató de algo único; los contactos interculturales suelen llevar incluidos esos efectos secundarios que, en el caso americano, supusieron la terrible tragedia de que los indígenas prehispanos carecieran de desarrollo inmunitario natural para que sus organismos afrontaran el nuevo panorama. Ello se debía al aislamiento continental milenario, la ausencia de ganado -vector de propagación, pero también de inmunización- y a la uniformidad genética que había en toda América, que evitó a los virus tener que adaptarse a huéspedes diferentes.
Como decía antes, hubo dos excepciones con origen en aquel puente intercontinental que supuso el Estrecho de Bering en tiempos prehistóricos. Resulta paradójico que la primera flota, la de las famosas tres naves de Colón, no introdujera ninguna enfermedad a pesar de lo penoso del viaje, según se deduce de la relación del Almirante, y por contra, siguiendo los escritos por Fernández de Oviedo y Las Casas, algunos marineros regresaran infectados de sífilis, que luego se difundiría durante el asedio de Nápoles.
Treponema pallidum, bacteria causante de la sífilis (Wikimedia Commons) |
Se han encontrado restos de esa enfermedad anteriores a 1492 a ambos lados del Atlántico. Los análisis practicados a más de medio millar de esqueletos precolombinos revelan
lesiones sifilíticas; en cambio, los realizados a restos europeos -en
mucha menor cantidad- son muy discutidos, tanto en síntomas (que pueden
confundirse con los de la lepra) como en cronología. Es posible que la
respuesta sea la llamada teoría unitaria, según la cual la bacteria
causante, Treponema pallidum, pasó a América en el Pleistoceno,
durante la emigración de los primeros humanos, diversificándose a
continuación en las diversas manifestaciones de treponematosis de cada continente.
Un médico del siglo XVI, Nicolás Monardes, dejó testimonio del contagio de sífilis por Europa a través del ámbito militar, aunque inicialmente en España se pensó que procedía de un campamento del ejército de Francisco I y por eso se lo llamó morbo gálico o mal francés (siguiendo ese recelo clásico, en Francia lo bautizaron mal napolitano y en Alemania sarna española o sudor inglés), aunque en otras fuentes se referían a él como bubas o... sarampión de las Indias. Fue un célebre cirujano y escritor de Verona, Girolamo Fracastoro, el que en 1531 le puso el nombre de sífilis, en su poema Syphilis sive morbus gallicus, derivado del de su protagonista, Syphilus.
Francisco Roldán, alcaide y justicia mayor de La Isabela, tuvo que
enfrentarse a amenazas como una rebelión nativa y la hambruna que causó
la destrucción de la cosecha por fuertes lluvias, lo que coincidió con
tener a un treinta por ciento de los colonos gravemente afectados por un
mal que probablemente era sífilis. No hay seguridad sobre cómo se produjo el masivo contagio; pudieron transmitirla mujeres
portadoras llegadas desde Castilla o, más probablemente, las indias que
mantenían relaciones con ellos.
Girolamo Fracastoro advierte contra la tentación al pastor Syphilus y al cazador Ilceus, so pena de contraer la sífilis. Grabado de Jan Sadeler, 1588-1595 (Wellcome Collection en Wikimedia Commons) |
Es imposible saberlo con exactitud y, en cualquier caso, era cuestión de tiempo que se hiciera común entre las huestes de conquista de todo el continente. Por ejemplo, en el otro extremo de América, Diego de Almagro también la padecía, según se deduce de los síntomas descritos. Bien es cierto que, a menudo, éstos pueden confundirse con los de otras afecciones, algo que es una constante para casi todas las epidemias de esos siglos y dificulta su identificación con certeza.
Colón y los virus
Por tanto, la verdadera entrada de agentes patógenos exteriores tuvo lugar durante la segunda expedición de Colón, que además resultaba más propicia para ello porque llevaba millar y medio de hombres pero también ganado, un vector de contagio importante. En concreto, aparte de caballos y mulas iban cerdos que, según el cronista del viaje, Miguel de Cuneo, se reprodujeron con rapidez. Esos animales enfermaron durante el viaje y contagiaron a los equinos, que a su vez lo hicieron a los españoles (incluyendo al propio Colón) y éstos, tras desembarcar, a los indígenas.
El traslado desde el fuerte Navidad a La Isabela empeoró las cosas; cuenta Las Casas que "comenzó la gente tan de golpe a caer enferma, y por el poco refrigerio que había para los enfermos, a morir también muchos dellos, que apenas quedaba hombre de los hidalgos y plebeyos, por muy robusto que fuese, que de calenturas terribles enfermo no cayese". Pese al esfuerzo del doctor Diego Álvarez Chanca, la mortalidad se disparó "porque de muertos o enfermos pocos escapaban". ¿Qué causaba aquel apocalíptico estado?
Mapa de La Española, obra de Giovanni Battista Ramusio en 1606 (Wikimedia Commons) |
Colón acredita que en 1493, durante los preparativos para el viaje en Cádiz, había viruela en la ciudad. Es más, cuenta que se detuvo en Samaná para desembarcar a varios de los indios intérpretes que llevaba de vuelta a América porque estaban enfermos; otros indios fallecieron en plena travesía, pero inevitablemente habían contagiado ya a más expedicionarios y la enfermedad alcanzó a los taínos locales al llegar las naves a su destino. Es probable que los ropajes y otros regalos que se hicieron en el intercambio habitual, también estuvieran infectados. El resultado fue una mortalidad enorme, pues, aunque no hay datos sobre la población taína, se puede imaginar el desastre viendo que fallecieron cinco de los siete intérpretes o comparando el elevado número de muertos -casi la mitad- entre los quinientos cincuenta esclavos que Colón enviaría después a los reyes.
Pero no fue sólo la viruela la que causó estragos. Los españoles se contagiaron de disentería y entre eso y la enemistad abierta ya de los taínos, que destruían las posibles fuentes de alimento para provocarles hambre, pasaron muy malos momentos. No mucho mejores fueron los sufridos por los propios indios, ya que también ellos empezaron a enfermar; de viruela, pero también de gripe porcina y, posiblemente, tifus (que se había vuelto endémico entre los soldados tras la campaña de Granada). Así, perdieron la vida más de la mitad de los colonos y una cantidad indeterminada de taínos, calculada en torno a dos tercios por Pedro Mártir de Anglería.
En el tercer periplo colombino, en 1496, la flota tocó tierra en La Española pero se fue pronto porque, en palabras del almirante, "la isla es enfermíssima". Estaba bajo la reseñada autoridad de Francisco Roldán, aunque a la sífilis se sumaban varias epidemias no especificadas. Y todo se multiplicó durante los años siguientes, en paralelo a la multitud de expediciones que fueron visitando el Nuevo Mundo en distintos puntos y dejando patógenos insospechadamente. Algo inevitable en ese contexto de efervescencia descubridora y falta de conocimientos para limitar los contagios, más allá de las recurrentes cuarentenas que en realidad soló servían para la peste.
Ciclo biológico de la malaria o paludismo (Bbkkk en Wikimedia Commons) |
En ese cambio de siglo del XV al XVI, la terminología habitual habla de calenturas y letargo, vocablos que no aclaran gran cosa. Las Casas refiere calenturas entre 1502 y 1503, coincidiendo con la ambiciosa empresa colonizadora de Nicolás de Ovando y el cuarto viaje de Colón, quien, por cierto, ya sufría fiebres de manera contínua; se cree que era malaria, aunque no murió de eso sino de un fallo cardíaco causado por artritis reactiva (síndrome de Reiter, que Las Casas tomó por gota).
De hecho, muchos de sus marineros padecían también malaria, que estaba bastante extendida por Europa al menos desde el siglo XV. Ellos habrían podido extenderla por los territorios que pisaron (Panamá, Venezuela y Jamaica), si no lo habían hecho ya antes otras tripulaciones como las de Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe, Alonso Vélez de Mendoza o Rodrigo de Bastidas, que visitaban esas latitudes en busca de oro, perlas y esclavos.
Hay que señalar que la malaria es transmitida por el mosquito anofeles, que no había en América pero sí otras variedades que eran vectores virológicos de otro tipo, caso de Culex pipiens y Culex quinquefasciatus, por ejemplo, que al tener alimentación hematófaga transmitían a los humanos encefalomielitis y filariasis. Los españoles refieren la existencia de nubes de mosquitos contra las que, cuenta Miguel de Cuneo, "no encontramos mejor remedio que estar en el agua".
Culex pipiens, más conocido como mosquito común o trompetero (Alvesgaspar en Wikimedia Commons) |
Las epidemias
En 1507, tras unos años de sequías y malas cosechas, asoló España la llamada gran peste, cuyas víctimas se contaron por cientos de miles. Como cabe deducir, se transmitió a La Española por vía marítima (cuarenta y cinco barcos viajaron allí ese año), siendo entonces cuando se inició de verdad el declive demográfico. Sobre el Nuevo Mundo se abatió la sombra de la muerte en forma de una sucesión de epidemias seguidas, a menudo varias a la vez, que se estructuran en tres grandes series: 1520, 1545 y 1576.
Juan Bautista de Pomar, un historiador novohispano mestizo (era nieto del tlatoani de Texcoco, Nezahualcóyotl), considera que la peor fue la primera; Diego Muñoz Camargo (otro mestizo, en su caso tlaxcalteca) concuerda con él pero añade también la segunda, pues dice que de la tercera "escapó mucha [gente] con los remedios que les hazían los españoles y los religiosos". En el Códice Florentino se puede ver a cinco nativos enfermos de aquella viruela primigenia; es la ilustración que encabeza este artículo.
En 1520, La Española había sufrido epidemias de viruela, modorra (gripe o quizá encefalitis letárgica) y romadizo (catarro fuerte) que prologaban la extinción taína. Terminando el primer cuarto del siglo XVI, la población caribeña se encontraba tan mermada que ya no bastaba con esclavizar indios de otras islas para conseguir mano de obra y se había hecho inevitable introducir esclavos negros. Las expediciones para capturar a los primeros, junto con las de comercio y las de explotación de recursos naturales (sobre todo perlas), ayudaron a difundir los patógenos, mientras que la llegada de los africanos supuso la aportación de nuevos tipos de enfermedades.
Etnias caribeñas a la llegada de los españoles (Yavidaxiu en Wikimedia Commons) |
En ese sentido cabe añadir, como curiosidad, que seguramente fue entonces también cuando los virus entraron en la parte continental de América del Norte, en las expediciones que hicieron a la Florida Ponce de León en 1513 y Álvarez de Pineda en 1519, la de Hernández de Córdoba a Yucatán en 1517 y la de Lucas Vázquez de Ayllón a Carolina del Sur en 1526 (incluso intentó fundar una colonia en Cape Fear). Asimismo, la modorra llegó al istmo de Panamá en 1513 de la mano de Núñez de Balboa y al Darién al año siguiente con Pedrarias de Ávila. Frente a lo que sueles creerse, como se ve, los españoles no se libraron de sufrir cuantiosas bajas en aquella explosión virológica.
La viruela como factor de derrota de los mexicas
Los códices Boturini, Tlotzin, Aubin, En Cruz y Mexicanus, los Anales de Tlaxcala y el Mapa Quinatzin nos indican que, antes de la conquista española, los mexicas ya habían sufrido una docena de
períodos en los que se sucedieron los tres elementos concatenados que se repiten históricamente: desastre natural-hambruna-enfermedades. La cronología abarca desde el siglo XIII hasta finales del XV, aunque el historiador novohispano Fernando Alva Ixtlilxóchitl da una primera fecha más temprana, la plaga de tuzas -roedores- del año 958 d.C.
Cosechas arrasadas por plagas de gorgojos, roedores y langostas o sequías que agostaban los campos, condenaron al hambre a la población y, consecuentemente, originaron problemas de salud más graves de lo habitual. Por razones obvias, sobre todo la inconcreción de las fuentes originales, resulta imposible identificar en qué males de salud devinieron, pues la expresión habitual para referirse a ellos era génerica, cocoliztli, y los síntomas reseñados tan vagos y ambiguos como fuego (¿fiebre?), rajas en la piel, catarro pestilencial y similares. Algunos expertos se han aventurado a corresponderlos con tifus epidémico (difícil de saber porque no deja marcas físicas), influenza (gripe) o resfriado (que habría sido causado por un invierno gélido).
Tejido orgánico con virus variólicos (corpúsculos negros) causantes de la viruela (Wikimedia commons) |
Ahora bien, ninguno de esos sucesos dejó un recuerdo tan marcado en la memoria colectiva como el que habría de llegar en la tercera década del siglo XVI. 1519 es el año en que se identificó la primera pandemia de viruela en el Nuevo Mundo. La población caribeña ya había descendido mucho, pero dos frailes jerónimos, Luis de Figueroa y Alonso de Santo Domingo, escribieron a Carlos I desde La Española informándole del peligro que corría la extracción de oro porque un brote iniciado en otoño de 1518 había matado a un tercio de la población aborigen. Pocos días después sería el tesorero real, Andrés de Haro, el que informase de que el mal había llegado a Puerto Rico.
Las Casas confirmó la situación al año siguiente, explicando que parte del desastre se debía a la política de reasentamiento aplicada por el oidor Rodrigo de Figueroa para facilitar la evangelización y el acceso a mano de obra. La dura represión de una rebelión, no se sabe si provocada por ello o por la violación de la esposa de un cacique, terminó de hundir demográficamente a los nativos. Pero los españoles también sufrían el mal, especialmente los recién llegados, aunque con menos mortalidad; de hecho, en Europa fallecieron de viruela personajes como los príncipes Diego Félix de Austria (hijo de Felipe II) y Baltasar Carlos (hijo de Felipe IV), ambos herederos al trono español; Luis I (rey de España); María II (reina de Inglaterra, Escocia e irlanda); Guillermo II de Orange-Nassau (estatúder de las Provincias Unidas); Catalina de Médici (gobernadora de Siena); Enriqueta de Francia (hija de Luis XV); Ulrica Leonor (reina de Suecia), etc.
Desde La Española, la viruela saltó al continente en la expedición que Pánfilo de Narváez dirigió para apresar a Hernán Cortés. Arribó a Cozumel y de allí pasó a Cempoala, donde se desembarcó el 4 de marzo de 1520 produciendo al poco un brote, como informó Vázquez de Ayllón. Segun los cronistas españoles (Bernal Díaz del Castillo, López de Gómara y Fray Toribio de Benavente), de los que se harían eco otras fuentes posteriores, el primer portador del virus fue un esclavo negro llamado Francisco Eguía, que infectó a varios indios cubanos que iban en la expedición; otras fuentes no lo mencionan y esos indios ya serían portadores antes de zarpar.
La caída de Tenochtitlán en una pintura anónima del siglo XVII (Wikimedia Commons) |
Cuando Cortés derrotó a Narváez e incorporó a sus hombres a sus tropas para volver a Tenochtitlán, llevaba sin saberlo un segundo ejército microscópico. Según testimonios indígenas, la epidemia se empezó a extender en septiembre, cuando los españoles ya habían sido expulsados y estaban en Tlaxcala preparando su contraataque (un cacique aliado tlaxcalteca, Maxixcatzin, también murió por esa causa). Huitza huatl es el nombre que los mexicas dieron a la plaga, aunque en los Anales de Tecamachalco la llaman huey zahuatl y en el Códice Aubin y los Anales de Cuauhtitlán se refieren a ella como totomonaliztli.
La medicina autóctona, acostumbrada a tratar las fiebres con una combinación de baños de vapor y baños fríos, se vio impotente para afrontar aquel novedoso mal que se incubaba en poco más de una semana y cubría la piel de pústulas antes de matar al paciente o provocar su ceguera; en el mejor de los casos, dejarle la cara llena de cicatrices. No se ha podido establecer el nivel de mortalidad que hubo ("murieron infinitos", escribió Gómara), pero cuando cayó Tenochtitlán, cuenta Sahagún, "las calles estaban llenas de hombres muertos y enfermos, que los nuestros no pisaban otra cosa si no eran cuerpos". Entre las primeras víctimas estuvo Cuitláhuac, elegido Huey Tlatoani en sustitución de Moctezuma y que únicamente pudo gobernar tres meses.
El sarampión
La conquista continuaba y con ella la difusión de la epidemia. No se sabe en qué fecha llegó el virus Variola al Yucatán, datándose entre 1519 y 1521. El problema está en que los síntomas de la viruela y el sarampión -causado por el género Morbillivirus-, son parecidos y no está claro si la fuente principal (Memorial de Sololá, también conocido como Anales de los Cakchiquels, que encima es tardío, de finales del siglo XVI) describe una u otra enfermedad; a menudo, además, solían solaparse entre sí y con terceras afecciones, como la gripe. De hecho, la primera epidemia de sarampión se desató a partir de 1530.
Dibujo mexicano del siglo XVI represenando a un enfermo de sarampión (Wikimedia Commons) |
Probablemente procedía de esclavos embarcados en Sevilla, aunque es imposible saber si se contagiaron en la ciudad o llevaban el virus ya desde África. Decía antes que la caída de población indígena en América había obligado a sustituirla por ese tipo de mano de obra, que además se consideraba que tenía mayor resistencia física al trabajo. El sarampión tenía un índice de supervivencia bastante alto en los continentes africano y europeo, pero en América resultó devastador, situándose entre un veinticinco y un treinta por ciento de fallecimientos. Según el antropólogo Henry F. Dobyns, en 1529 mató a dos tercios de los indios que quedaban en Cuba.
Cuenta Toribio de Benavente que en México lo introdujo, en 1531, un español infectado. Allí lo llamaban zahuatlepiton y afectaba especialmente a los niños, si bien no resultó tan mortal como la viruela. La expedición de Diego de Guzmán a Nueva Galicia lo propagó por la costa occidental mexicana, provocando cerca de ciento treinta mil muertes, aunque en parte debidas a males asociados como disentería y fiebre tifoidea. Alvarado también notificó su incidencia en Guatemala y lo mismo en otras urbes centroamericanas, todo lo cual disminuyó drásticamente el número de trabajadores y generó la demanda de esclavos.
En el mismo año en que el sarampión llegaba a México, se produjeron en Nicaragua dos brotes de peste, tanto bubónica como neumónica. Afectaron a dos tercios de la población nativa en forma de landres, nombre que se daba entonces a los dolores ventrales que causaba. Ese panorama se agravó poco después, en 1532, con la entrada del sarampión allí y en Honduras. Según Dobyns, la viruela también viajó hacia el norte, llegando a Florida y avanzando hacia el interior. Por el otro lado, Panamá tampoco escapó, sufriendo dos oleadas; no sólo eso sino que se convirtió en un foco irradiador hacia el sur.
Exploraciones españolas en el Darién y el Reino de Tierra Firme: Alonso de Ojeda (rojo); Núñez de Balboa (gris); Pedrarias Dávila (morado); Andagoya, Almagro y Pizarron (granate); Pedro de Heredia (azul); Sebastián de Belalcázar y sus ayudantes (los dos verdes claro); Jiménez de Quesada (verdde oscuro); y Federmann (rosa)/Dr. Brains en Wikimedia Commons |
A pesar de que era un lugar poco saludable de por sí (calor, humedad, pantanos, lluvias torrenciales, mosquitos), los españoles lo exploraron desde 1501 y fundaron el Reino de Tierra Firme, dividido en Castilla del Oro y Nueva Andalucía, con capital en Santa María La Antigua del Darién primero y Ciudad de Panamá después. Desde ellas se organizaban expediciones hacia Centroamérica y Sudamérica, difundiendo los nuevos males que ya las asolaban; es el caso de la verruga peruana, que producía llagas y hemorragias, y sufrieron las huestes de Nicolás Federmann en Venezuela y Francisco Pizarro en Ecuador.
Hasta hace poco se pensaba que Huayna Cápac, undécimo gobernante del Tahuantisuyo (el imperio andino de los incas), había muerto de viruela en 1527. Si fue así, la epidemia probablemente entró en su territorio durante la segunda expedición de Pizarro, cuando Pedro de Candía visitó al Sapa Inca el año anterior; al menos según el relato del anteriormente mencionado Guamán Poma de Ayala, quien daba por hecho esa causa del óbito (y añadía la de su esposa): "Y murió en la ciudad de Tumi de pistelencia de saranpión, birgoelas".
La crisis sucesoria devino en guerra civil, facilitando la conquista española, pero los embalsamadores del cadáver se habrían contagiado a su vez y difundido la epidemia durante el traslado del cuerpo desde Quito hasta Cuzco. Ahora bien, ¿por qué hablar en condicional? Porque la ausencia de señales de esa enfermedad en la momia parece descartarlo y actualmente cobra fuerza la teoría alternativa de un asesinato por envenenamiento.
Traslado a Cuzco de las momias de Hayna Cápac, Raua Occlo y Ninan Cuyuchic, en la obra de Felipe Guámán Poma de Ayala (Cervantes Virtual) |
El temible huey cocoliztli
La despoblación americana alcanzó su cénit en 1542, pero la situación aún no había terminado. A la mortífera tríada inicial gripe-viruela-sarampión se fueron sumando otros males. Uno de los más graves azotó México a partir de 1545, fecha que hizo suponer que llegó en la expedición de Fray Bartolomé de las Casas (que regresaba a América para asumir el cargo de obispo de Chiapas) porque también Castilla sufrió una grave epidemia esos años, sin estar claro si se trató de la misma o sólo parecida.
Durante la travesía ya hubo bastantes muertos y la cosa empeoró al desembarcar en Campeche, donde los mosquitos no sólo desesperaban a todos con sus picaduras (el Diario del viaje a Chiapas, que escribió Fray Tomás de la Torre, refleja que algunos compañeros se protegían usando una máscara de cuero) sino que fueron responsables de numerosos y fuertes dolores de tripas que, a menudo, impedían mantenerse en pie. Pero lo realmente malo llevaba un nuevo nombre: cocoliztli o huey cocoliztli (enfermedad y gran enfermedad respectivamente).
Los síntomas eran fiebre; dolor de cabeza y abdominal; convulsiones; hemorragias oculares, nasales, bucales y anales; disentería; apostemas tras las orejas... Como el tifus provocaba efectos similares, durante mucho tiempo se consideró que ése era el mal, en alguna de sus variantes, mientras que otros pensaban que pudo ser peste neumónica. Un estudio de 2018, realizado sobre veinticuatro cuerpos exhumados en Oaxaca, se inclina por la salmonella enterica; pero, como siempre, no hay forma de saberlo con certeza y quizá hubo una combinación de afecciones, pues actualmente, los expertos se decantan más bien por una fiebre hemorrágica del tipo Arenavirus transmitida por roedores (que se multiplicaron de forma extraordinaria precisamente en 1545 y 1576 por la alternancia de sequías y lluvias registrada en ellos).
El colapso demográfico de México segúin Rodolfo Acuña Soto, David W. Stahle, Malcolm K. Cleaveland y Matthew D. Therrel en su obra Megadrought and megadeath in 16th century Mexico |
En cualquier caso, los tratamientos aplicados no sirvieron y el óbito llegaba a los cinco o seis días, de modo que el índice de mortalidad fue muy elevado, tanto entre indígenas como entre españoles, aunque con mayor incidencia en los primeros: se calcula que, en los tres años que duró, la epidemia mató entre cinco y quince millones de personas. Toribio de Benavente dejó escrito que en Tlaxcala fallecía un millar diario y Sahagún -que también enfermó- aseguró que en Tlatelolco fueron enterrados unos diez mil.
Lamentablemente, el cocoliztli parece que regresó a México en 1576, extendiéndose a Sonora y Guatemala en pocas semanas y cobrándose otros dos millones de vidas; la mitad de la población, según se deduce de los censos realizados a finales de esa década. El virrey, Enríquez de Almansa, adoptó una serie de medidas, la mayoría de poca o nula eficacia, y no se volvió a la normalidad hasta el verano de 1578.
La tercera oleada
Entretanto, en 1546 Pedro de la Gasca era enviado al Perú para sofocar la rebelión de encomenderos que lideraba Gonzalo Pizarro, el hermano del conquistador. La Gasca enfermó durante la preceptiva escala en La Gomera, pero la llegada al temible Panamá resultó aún peor: Juan Cristóbal Galvete de Estrella describía un asolador el panorama diciendo que "de cien hombres que vengan, si están en ellos un mes, no se librarán veinte de la enfermedad y que no muera la mayor parte de los que cayeron enfermos".
"Año de 1544 y de mil y quinientos y quarenta y cinco uvo una gran mortandad entre los indios". Códice Telleriano-Remensis (viseminariodeescriturasvirreinales.com) |
Otras epidemias, presuntamente de peste neumónica o tifus, asolaron esos años Cuzco y el resto del virreinato, extendiéndose a la región de los quimbayás colombianos, que padecieron una gran mortandad. Una vez más, se solaparon con otras afecciones como la verruga peruana. Curiosamente, esos años se había enviado ganado a Perú que también contagió sus males al autóctono (sobre todo a llamas y alpacas), acabando con dos terceras partes de él. Y en 1549, el religioso Luis Cáncer de Barbastro lideró una expedición a la Florida que le supuso morir a manos de los indios calusas, vengándose póstumamente al dejarles el tifus. Diez años más tarde arribaría otra, al mando de Tristán de Luna y Arellano, que introduciría la gripe.
Entre 1556 y 1560 la gripe hizo estragos en Europa, matando a una de cada cinco personas. Alcanzó España en 1557 y, lógicamente, atravesó el Atlántico año y medio después, entrando en América por Guatemala. Dada la variedad de síntomas descritos (hemorragia nasal, fiebre) y que las crónicas españolas sólo hablan de "pestilencia", debió combinarse con otras enfermedades como la difteria. Duró hasta 1564 y, paralelamente, también se extendió por México, donde no fue tan terrible como las epidemias anteriores.
En cambio, la región andina vivió un período de descanso hasta que en 1558 rebrotó la viruela, introducida esta vez por los esclavos de La Española que importó el obispo de Bogotá; encima coincidió con la gripe. Se registraron cuarenta mil fallecimientos, que tuvieron eco en otros lugares como Quito o la región norte (Colombia y Venezuela), donde hubo una mortalidad del treinta y nueve por ciento en apenas nueve meses. Por esos mismos años, la viruela llegó al Río de la Plata cobrándose cien mil vidas y al Brasil, territorio portugués que en 1561 vio cómo se le sumaba una epidemia de peste originada en Lisboa.
Bacterias Rickettsia rickettsii (en rojo) atacando células hemolinfáticas (Wikimedia Commons) |
Las sucesivas oleadas epidémicas no sólo mataron a mucha gente en Centroamérica, desde México hacia el sur; también debilitaron a los supervivientes y arruinaron las cosechas, faltas de mano de obra. Para entenderlo mejor, hay que saber que se producían brotes importantes cada uno o dos años -más otros menores- y que a veces una región se libraba de una enfermedad, pero era pasto de otra. Algunas siempre estaban más o menos presentes, como el tifus, que los españoles llamaban tabardillo, los mexicas matlazahuatl y otros indios mesoamericanos eztli toyacacpa ("nos sangra la nariz"). Según escribió el arzobispo de México al Rey en 1583, mató a la mitad de la población.
Pero había más. La omnipresente viruela, el sarampión, el cadarro (catarro), las bubas (sífilis)... a veces se cebaban con una franja de edad y respetaban a otras, como hicieron las fiebres guatemaltecas de 1588 con la infancia frente a la ancianidad o el romadizo (resfriado) nicaragüense con los españoles frente a los indígenas. Otras veces remitían un tiempo para retornar con fuerza, como pasó en los Andes: tras la tranquilidad en la década de los setenta, que permitió dar por terminado el proceso de conquista, el virrey Francisco de Toledo creó un sistema de utópicas reducciones (reconcentración de indios dispersos en comunidades para facilitar su evangelización, vigilancia y gravación de impuestos) que, sin querer, favoreció el contagio de esos rebrotes.
En efecto, en 1585 se produjo una nueva ola pandémica de lo que unos llamaron peste universal (viruela y sarampión) y otros identificaron con tabardillo y paperas, matando a tres mil personas en Lima y con especial incidencia en los niños. Cuando parecía remitir, se agravó con gripe y terminó con el veinte por ciento de los vecinos. Duró hasta 1589 pero saltó a Quito, con cuatro mil muertos en tres meses, siguiendo su siniestra ruta hacia Colombia; sin embargo, allí había ya otro foco de difusión -o quizá el original-, Cartagena de Indias.
La flota de Drake fondeada en Santo Domingo; mapa del cartógrafo Baptista Boazio (Wikimedia Commons) |
Posiblemente esa epidemia llegó a Sudamérica a través de la ciudad cartagenera porque durante seis semanas había estado ocupada por el inglés Francis Drake. Sus marineros se contagiaron de fiebres en Cabo Verde y las transmitieron a los vecinos de Cartagena de Indias, antes de irse y repetir jugada en San Agustín de la Florida (y, de allí, pasó a las Carolinas). El virrey, peruano Fernando de Torres, informó a Felipe II de las medidas que tuvo que adoptar, caso de sangrías (que los indígenas también practicaban, si bien no en los brazos sino en el tronco o incluso la cabeza), consumo de determinados productos y quema de ropa de los enfermos; dieron un aceptable resultado, aunque el mal no remitió hasta 1589.
Norteamérica
En Norteamérica, ese final se hizo esperar más: al período 1613-1617, según los misioneros franciscanos en Florida. No se sabe qué enfermedad fue la responsable allí y suele apuntarse la peste bubónica porque los indios hopi sufrieron una epidemia de ella esos años (aunque lo más probable es que se tratara de varias), pero acabó con la vida de la mitad de la población y todavía hubo un epílogo con sarampión y viruela entre los indios pueblo antes de alcanzarse la mitad del siglo XVII.
Precisamente en la primera década de ese siglo, ingleses, franceses y holandeses conseguían empezar por fin a establecer colonias estables, expandiendo las mismas enfermedades entre las tribus de esas regiones (iroqueses, hurones, sénecas...) hasta encadenar una serie de veinticuatro epidemias a lo largo de la centuria; los propios colonos sufrieron una alta mortalidad. Pero la de los indígenas fue mayor y se explicó-justificó por el deseo divino de dar un nuevo propietario a aquellas tierras.
Grabado anónimo de Fort Pitt, situado en la confluencia de los ríos Allegheny y Monongahela, en 1759 (Wikimedia Commons) |
Y si no bastaba la intermediación de Dios, el Hombre mostraba su peor cara, aunque un siglo más tarde y en otro ámbito, el anglosajón. En 1763, durante la Rebelión del Pontiac, el coronel Henry Bouquet propuso a su superior, Jeffrey Amherst, dar mantas infectadas de viruela a los delaware que asediaban Fort Pitt; ese mismo infausto año, el capitán Simeon Ecuyler escribía en su diario que esa infame medida se había llevado a la práctica; asimismo, un libro de registro de la compañía Levi, Trent and Company incluía una factura a la Corona con el importe del material enviado para sustituir a las mantas y pañuelos infectados que se regalaron a los indios siguiendo instrucciones del general Thomas Gage.
Los historiadores de la medicina dudan que aquellas acciones fueran realmente eficaces en su siniestro objetivo, fundamentalmente por ser innecesarias. La viruela se transmite sobre todo por vía respiratoria, contagiando con gran rapidez; si había enfermos en los fuertes, más temprano que tarde se desataban las epidemias y, dado que los indios entraban para comerciar, serían víctimas fáciles sin que fuera menester el reparto de objetos infectados. La extensa difusión de esa enfermedad entre las tribus de las praderas estadounidenses en el siglo siguiente, igual que antes en la América española, sería una prueba de ello.
En resumen, las estimaciones sobre la incidencia del choque virológico en la población americana post-conquista, en combinación con las acciones bélicas, la explotación laboral y la famosa "desgana vital" reseñada por no pocas fuentes (que redujo de forma importante la tasa de natalidad), apuntan a una catástrofe demográfica, quizá la peor de la historia si se tiene en cuenta el número dado por Las Casas de cuarenta millones de nativos muertos. Suele considerarse exagerado, pero aún siendo una cifra bastante más modesta y creíble la de veinticinco millones que dan autores actuales, resulta superior a la de los fallecidos en Europa por la peste negra, por ejemplo. Eso lleva a la cuestión de cuántos habitantes precolombinos había.
Principales epidemias en América entre 1519 y 1650, según Noble David Cook (La conquista biológica. Las enfermedades del Nuevo Mundo) |
Es difícil llegar a una conclusión con certeza debido a las acusadas diferencias en las estimaciones realizadas. Excluyendo cifras extremas, como los apenas ocho millones y medio de Alfred Kroeber y los trescientos millones de Riccioli, los mínimos suponen unos trece o quince millones (Ángel Rosenblat, James Steward) por unos máximos que se sitúan en los noventa o ciento cincuenta (Henry F. Dobyns, Woodrow Borah); entre unos y otros hay una amplia y dispar gama de propuestas, como los cuarenta o cincuenta millones de Karl Theodore Sapper y Paul Rivet, por ejemplo y entre varios investigadores más.
Por eso resulta más útil hablar de porcentajes, siendo cierto que también así hay discrepancias y si los más moderados hablan de un descenso a secas, en torno a un veinticinco por ciento, en el otro extremo se alcanzaría la categoría de catástrofe con un noventa o noventa y seis por ciento. No obstante, hay muchas diferencias regionales porque en la costa, donde hubo puntos en los que apenas quedó un cinco por ciento de la población original, fue superior que en las zonas del interior, especialmente las montañosas: las Antillas, por poner el caso más trágico, se despoblaron en sólo una generación.
La gran ironía es que la causa fue la solución: el mestizaje de los indígenas con los españoles favoreció la adaptación biológica paulatina y permitió la recuperación demográfica a partir de la segunda mitad del siglo XVII.
BIBLIOGRAFÍA:
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-MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Mª del Carmen y SOBALER SECO, Mª de los Ángeles: El Imperio Hispánico.
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Imagen de cabecera: enfermos de viruela durante el asedio de Tenochtitlán, representados en el Códice Florentino.
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