Marineros ingleses e Inquisición española: una difícil relación


Ya hemos hablado aquí del Tratado de Londres, el acuerdo de paz que firmaron en 1605 Felipe III de España y Jacobo I de Inglaterra para poner fin a la guerra que sus respectivos países mantenían desde hacía décadas dejándolos exhaustos material, humana y económicamente. En general, las condiciones pactadas resultaron favorables a España -lo que provocó polémica en la sociedad inglesa- pero, aún así, Madrid tuvo que ceder en algunas cuestiones y una de las más singulares fue incluir una cláusula que estipulaba que la Inquisición dejaría de perseguir por sistema a los súbditos del otro país.

Hasta entonces eran susceptibles de apresamiento y proceso por su mera nacionalidad, que los hacía sospechosos de practicar el anglicanismo, el cual tenía la consideración de herético. La eclosión del protestantismo, después de que Lutero publicase sus famosas noventa y cinco tesis en 1517, había llevado a que seis años más tarde se desatase una recelosa campaña de persecución en suelo español contra los libros prohibidos y la propaganda impresa en ese sentido. Todos los barcos que arribaban a puertos hispanos eran registrados por agentes inquisitoriales, mientras que los corsarios y piratas ingleses capturados (en el siglo XVI los españoles no hacían distinción entre uno y otro tipo) estaban abocados a un negro destino por partida doble: por enemigos y por herejes.

Reunión de las delegaciones hispano-flamenca e inglesa en Somerset House para negociar el Tratado de Londres, por Pantoja de la Cruz (Wikimedia Commons)
 
Hay numerosos ejemplos registrados, siendo el primero que figura documentalmente un inglés de origen flamenco llamado John Tack, quemado en Bilbao en 1539. Desde entonces, y hasta 1560, otros nueve extranjeros fueron reconciliados por los inquisidores en las zonas costeras. Pero la cosa no se detuvo. En el auto de fe celebrado en Sevilla en 1560 murieron en la hoguera los marineros ingleses William Brook y Nicholas Burton, mientras que en otro que tuvo tuvo lugar en la misma ciudad en 1579 consta que uno de los reos era un artillero de esa nacionalidad, si bien no fue relajado; ese honor le correspondió a un protestante flamenco. 

Eran los años como inquisidor general de Fernando de Valdés y Salas, quien se fijó el objetivo de arrancar de raíz los primeros brotes de lo que definió rotundamente como "estos errores y herejías de Lutero y su ralea", desatándose un rosario de detenciones y autos de fe a lo largo de dos décadas. No obstante, el protestantismo nunca llegó a ser una amenaza real en España y, salvo casos contados, los verdaderamente afectados fueron los extranjeros, fundamentalmente comerciantes y marinos como vemos, aunque los residentes en general solían acabar investigados. 

Fernando de Valdés y Salas en una pintura de José Ramón Zaragoza (Gaudeo Ars)

Desde los años sesenta en adelante se continuo esa tónica. Los cincuenta y un luteranos quemados en persona o efigie en Barcelona entre 1552 y 1578 eran todos foráneos y algo parecido pasó en Valencia entre 1554 y 1598, mientras que en Calahorra, entre 1540 y 1599, se procesó a sesenta y ocho sospechosos, de los que el ochenta y dos por ciento no eran españoles. La cosa no difería mucho en la Corona de Aragón y Navarra, donde en los últimos cuarenta años del siglo XVI la Inquisición ejecutó a unos ochenta franceses, quemó en efigie a otro centenar y mandó a galeras a aproximadamente trescientos ochenta.

Es muy curioso lo ocurrido en 1589, pocos días después del ataque de la conocida como Contraarmada a la localidad viguesa de Bouzas, cuando fue capturado Aurelio Sapa. Este noble italiano no sólo había participado en el asalto sino que pronunció un discurso a los vecinos, reunidos ad hoc en la iglesia, animándolos a convertirse a la nueva fe. Entre otras cosas, les dijo que las imágenes que adoraban eran palos y piedras, que las hostias no tenían "gusto de sangre ni pan ni carne" y comparó la humildad de San Pedro con la soberbia del Papa. 

Los ingleses Henry Norreys y Francis Drake atacando Vigo en 1589 (Concello de Vigo)

Sapa hablaba español y, de hecho, había formado parte de la Armada Invencible, aunque luego tuvo que huir del país por su implicación en un homicidio. Para la Inquisición, que se ocupó de él por aquel estridente sermón de Galicia, se trataba de un apóstata y le acusó de "corsario, pirata, renegado, homicida y desertor"; él aseguró que los ingleses le habían obligado y le creyeron a medias: la condena fue a seis años de galeras.
 
Los casos más célebres tuvieron lugar en el Nuevo Mundo porque aquel era el lugar propicio para hacer prisioneros, dados los ataques de los buques de Su Graciosa Majestad: fueron los juicios celebrados en 1567 en Ciudad de México contra varios de los setenta y siete marineros del célebre John Hawkins apresados (uno, George Ribley, fue quemado por "hereje luterano, revocante, ficto y simulado confitente", aunque antes de prender la pira le dieron garrote vil por arrepentirse; los otros, condenados a azotes y galeras); el que se desarrolló en Lima en 1573 contra algunos hombres de John Oxenham (uno de los capitanes de Francis Drake) y el de la misma ciudad de 1580 contra el propio Oxenham y los pocos supervivientes de un raid por la costa panameña (terminaron ejecutados); el auto de fe de 1592, otra vez en la ciudad limeña, durante el que fueron relajados en la hoguera tres ingleses, uno de ellos vivo, más un cuarto que aceptó convertirse al catolicismo e ingresar en un convento...

John Oxenham  visto por el artista NC Wyeth (Pinterest)

El destino de este último fue el mismo que sufrió Richard Hawkins (hijo del famoso John, capitán también de Drake y llamado por los españoles Ricardo Achines), después de que en 1594 fuera derrotado: aunque se había rendido con la condición de no ser entregado a la Inquisición, su captor, Beltrán de Castro, incumplió la promesa y para salvar la vida aceptó ser recluido en un cenobio para aprender los fundamentos de la fe católica. Tres años más tarde le enviaron a España y fue puesto en libertad en 1602, retomando su antiguo credo y siendo nombrado caballero primero y vicealmirante después. Peor lo pasaron trece de sus marineros, a los que se reconcilió en un auto de fe porque se descubrió que eran católicos convertidos al anglicanismo. 

A partir del Tratado de Londres cambió el panorama y el Santo Oficio sólo podría intervenir contra los ingleses si éstos hacían alarde de su religión, no per se. Eso, en principio, parecía poner fin a los problemas de los marineros; pero la realidad sería un poco distinta, pues los  británicos demostraron una capacidad de armar líos en los puertos equiparable a la de sus descendientes en las localidades turísticas, a menudo con alcohol de por medio en ambos casos. Así, en 1607 dos marinos borrachos fueron procesados y condenados a penas menores por responder a un ciudadano, que les reprochaba no arrodillarse ni quitarse el sombrero al paso de la procesión del Corpus Christi, que "adorar a eso es adorar a un burro bujarrón" (el tratado les obligaba a mostrar los mismos signos de respeto que los demás o irse a otra calle). 

Retrato anónimo de Richard Hawkins (Wikimedia Commons)

También a principios del siglo XVII hubo un episodio parecido en Mallorca, pero más estentóreo: un marinero llamado Thomas Widil (sic) empezó a insultar a los vecinos utilizando una personal versión de la lengua italiana. Gritaba "¡Españoli, cani sensa Fede!" (¡Españoles, perros sin fe!) y acompañaba los exabruptos bajándose los pantalones mientras se señalaba el trasero diciendo "¡Aquí la vostra croce!" (¡Aquí está vuestra cruz!). La Suprema tomó cartas en el asunto y en el consiguiente juicio él adujo que se le había malinterpretado, que la mejor religión era la católica y que deseaba quedarse en España renunciando al anglicanismo. Eso no le libró de recibir doscientos azotes, ver confiscados sus bienes y tener que salir en procesión atado y amordazado, además de probar su sinceridad pasando dos años recluido en un monasterio aprendiendo la doctrina.

En suma, el cambio en la coyuntura internacional y la nueva realidad política obligó a poner límite a la discriminación de tintes xenófobos que había caracterizado el siglo XVI describiendo a las naciones extranjeras como "tierras de herejes". Los ingleses seguían teniendo esa condición, pero ya no corrían peligro de acabar en la hoguera si observaban una mínima prudencia; para algunos, como vimos, era demasiado pedir.

BIBLIOGRAFÍA:
-KAMEN, Henry: La Inquisición española.
-ESLAVA GALÁN, Juan: Historias de la Inquisición.
-CONTRERAS, Jaime: El Santo Oficio de la Inquisición en Galicia.
-DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Actas de la Inquisición de Sevilla. Siglo XVII.
-DE ITA RUBIO, Lourdes: Extranjería, protestantismo e Inquisición. Presencia inglesa y francesa durante el establecimiento formal de la Inquisición en Nueva España.
-MEDINA TORIBIO, José: La Inquisición de Lima.
-ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN: Corsarios ingleses y franceses en la Inquisición de Nueva España. Siglo XVI.

Imagen cabecera: Grabado coloreado de un auto de fe de 1692

Comentarios

  1. Sería interesante, en virtud a este tratado, conocer el destino de los católicos dentro de los dominios del rey inglés para ver si hubo buena fe por parte de sus súbditos y demás autoridades. Un articulo breve, sucinto y lleno de información útil.

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