El desastre de la Gran Armada ante los portugueses en Guinea


Hernando del Pulgar fue secretario del rey Enrique IV, cargo al que sumó el de consejero de estado cuando la hermana del monarca, Isabel, le sucedió en el trono. Después se le designó embajador en Roma y París, antes de retirarse de la corte en 1479 para, dos años más tarde, ser nombrado cronista real. Fruto de ese última ocupación fue su obra Chronica de los muy altos y esclarecidos Reyes Cahtólicos don Fernando y Doña Ysabel, un relato excepcional sobre aquel reinado para el que, obviamente, contó con información de primera mano. Es Del Pulgar quien reseña la organización en 1478, por orden del rey Fernando, de la llamada Gran Armada, que debía acompañar a la que se dirigía a la conquista de Gran Canaria para, una vez en el archipiélago, continuar rumbo sudeste, hacia la costa atlántica africana, con la misión de atacar intereses portugueses.

Los Reyes Católicos en retratos anónimos datados en torno a 1520 (1-Wikimedia Commons y 2-Wikimedia Commons)

El contexto era la Guerra de Sucesión que se desató por la Corona de Castilla entre Isabel y su presunta hermana, Juana la Beltraneja, la primera contando con la ayuda de la Corona de Aragón y la segunda con la de Portugal. En aquellos momentos, la marcha de la contienda no era favorable y las incursiones lusas por el Guadiana y el litoral andaluz debilitaban la economía local, por lo que se construyeron cuatro galeras para frenarlas, puestas a las órdenes de Álvaro de la Nava. 

Asimismo Alfonso de Palencia fletó dos carabelas en Huelva que envió al golfo de Guinea, capturando ciento veinte azanegas (indígenas de piel menos oscura) que se vendieron como esclavos. El éxito de la expedición llevó a repetir en 1476 con tres barcos, cuyo botín humano superó al anterior: ciento cuarenta azanegas de sangre noble, incluido su propio monarca. La reina Isabel ordenó la liberación de éste, pero el mandato real no incluía a sus compañeros de cautiverio.


El castillo portugués de San Jorge, en Mina (Ghana), plasmado en el Civitates Orbis Terrarum (Wikimedia Commons)

El caso es que las hostilidades se extendieron abiertamente al medio marítimo y de forma más amplia, pues se consideró estratégicamente interesante tratar de arrebatar al enemigo sus principales fuentes de ingresos, que eran el oro y los esclavos que Portugal conseguía en Guinea. Consciente de ese peligro, el rey Juan II envió a Guinea una flota de veinte carabelas al mando de Fernao Gomes da Mina, un explorador al que se había concedido el monopolio del comercio en el golfo guineano. De hecho, su segundo apellido fue una merced real en referencia a Mina del Oro (situada en la actual Ghana), la ciudad donde había establecido su base, presidida por el Castelo de Sao Jorge; era el principal mercado de oro, por lo que no extraña que el escudo de armas de este personaje consistiera en tres cabezas de negros con collares y pendientes áureos. 


Escudo de armas de Fernao Gomes (Reddit)
Gomes no pudo impedir que una fuerza castellana compuesta por tres naos vascongadas y nueve carabelas andaluzas (que Alfonso de Palencia sube a un total de veinticinco unidades), dirigidas por Carlos de Valera y Andrés Sonier, saqueara las islas de Porto Santo (en Madeira) y San Antonio de Noli (Cabo Verde) antes de seguir sus correrías por África, capturando dos naves cargadas con medio millar de esclavos... que resultaron ser del marqués de Cádiz y hubo que devolverle los barcos y el cargamento. Como la isla caboverdiana era del duque de Medina Sidonia, el negocio fue ruinoso. Pero estaba claro que los Reyes Católicos habían puesto sus ojos en los negocios africanos de Portugal.

Los enfrentamientos navales continuaron, unas veces favorables y otras no. Y siguieron las expediciones a Guinea con una que zarpó en 1477 y de la que apenas se sabe nada, salvo que dos de los barcos eran una nao y una carabela llamadas Salazar y Santa María Magdalena respectivamente. 

Ahora bien, el plan más ambicioso fue al año siguiente, el que decíamos al comienzo: la doble misión canario-africana. Según Del Pulgar, componían aquella flota treinta y cinco carabelas, aunque parece que incluye en el cómputo a las que se detuvieron en el archipiélago canario porque otro autor, el ya citado Alfonso de Palencia (un humanista que había sido secretario de cartas latinas de Enrique IV y a quien la reina Isabel nombró cronista oficial en 1475), dice en su Gesta Hispaniensia ex annalibus diebus colligentis que el número de naves ascendía a once, siendo las otras veinticinco las destinadas a Gran Canaria.

La confusión de los datos no se limita a los efectivos sino también a los jefes. Si los de la armada canaria están claros, Juan Rejón y Juan Bermúdez, sobre los de la otra hay dudas. Según Del Pulgar, al frente de esa expedición estaba el burgalés Pedro de Covides; sin embargo, Alfonso de Palencia, reseña que el mando recayó en el capitán de las galeras del Estrecho, el barcelonés Juanoto Buscá (Joanot Boscán o mosén Ihon Boscán, como figura documentalmente), lo que quizá sea más fiable habida cuenta que el episodio se conoce hoy por su relato. Probablemente Del Pulgar mezclase a Pedro de Covides con Juan Covides, encargado del flete de las armadas.

Nombramiento de Ihon boscán como capitán mayor. 6 de febrero de 1478 (FC. Archivo Medina Sidonia)

El Archivo de la Casa de Medina Sidonia proporciona información sobre los preparativos, de cuya intendencia se ocupó personalmente la reina Isabel: cerró al público los hornos de la torre de Jerez y los Reales Alcázares sevillanos con el objetivo de que fabricaran en exclusiva "para las armadas" el habitual bizcocho que comían los marineros, para lo cual autorizó al alcaide a requisar el grano que hiciera falta, contratar el personal que precisara y alquilar depósitos ad hoc.

Las instrucciones reales incluían algún detalle curioso, como la obligación de respetar aquellos barcos portugueses que transportasen el quinto real y el hecho de que cuatro carabelas, bajo el mando directo de Boscán y supervisión del secretario real Berenguer Granell y el comerciante florentino Francesco Buonaguisi, fueron embargadas y fletadas por la corona para rescatar (comerciar) en su exclusivo beneficio, aparte del quinto del resto; lo demás se repartiría entre los numerosos cortesanos que tomaron parte en la financiación y para garantizar las cuentas cada barco llevaría a bordo dos escribanos (notarios). Otro detalle peculiar fue la obligación impuesta a capitanes, armadores, maestres y oficiales de jurar no adelantar a la nave capitana o separarse de ella (salvo por fuerza mayor), so pena de muerte.


Instrucciones para que la Armada fuese al Río de los Esclavos, dando prioridad en los rescates a las naves reales. 20 de abril de 1478 (FC. Archivo Medina Sidonia)

Precisamente con los armadores hubo un problema, ya que la reticencia de éstos a involucrarse en la empresa hizo que apenas hubiera y fue necesario atraerlos con ofertas: libertad de comercio en los mares de Castilla, llevar criados y "paniaguados" para hacer más cómodo el viaje, quedar exentos de embargos por deudas y recibir la garantía de un seguro. Ahora bien, había condiciones: no podían embarcar gentes de reinos enemigos, debían depositar fianzas con avalistas... 

Por si todo esto no fuese bastante y a alguien le entrase la tentación de navegar a África por su cuenta, la reina prohibió los barcos "sueltos". Y, en efecto, no lo fue, por lo que hubo que recurrir a embargos de naves, negados por los cronistas pero reflejados en la documentación. El mercader burgalés Francisco de Ávila, harto de padecer eso, terminó marchando a Bretaña y naturalizándose bretón, lo que le envolvió en pleitos que acabaron con la expropiación de lo que había dejado en España.


Recreación de Sanlúcar en la época, por Arturo Redondo (Arturo Redondo Dibujos)

Las dos armadas zarparon del puerto de Sanlúcar en abril de 1478 y, tras recorrer el río de Sevilla (como se conocía al Guadalquivir en ese tramo hasta el mar), continuaron costeando Mauritania hasta alcanzar Fuerteventura, donde las autoridades locales debían proveer de hombres y bestias para recoger en Mina de Oro la mayor cantidad posible de múrex (el molusco del que se obtenía el apreciado tinte púrpura); los vecinos también tenían que vender los múrices que tuvieran a los oficiales de la reina y además "a precio acomodado" fijado por la propia corona. Era un producto destinado a a servir como moneda de cambio en África, junto con lo mismo que luego se usaría en América con los indios: bisutería, espejos, tejidos... 

Luego, la flota de Juan Rejón partió de nuevo, dispersándose por las vecinas Gran Canaria y Lanzarote para capturar esclavos aborígenes y orchillas (un líquen abundante en el archipiélago que también se empleaba para hacer púrpura), mientras el grueso de la Gran Armada ponía proa al Río de los Esclavos. Éste lugar, que debía su nombre a razones obvias, sería conocido posteriormente, en los siglos XVII y XVIII, como la Costa de los Esclavos; allí se ubicaba Mina del Oro (actual Elmina, cerca de Acra, la capital ganesa).


Conchas de múrex (Wikimedia Commons)

Entonces llegó un mensaje urgente del rey Fernando: los espías de Juan II de Portugal habían informado a su señor del plan y éste había organizado una gran flota, mandada por Jorge Correa, para hacerles frente. Eran una veintena de naves y más de millar y medio de soldados que además pactaron una alianza con los aborígenes canarios; una superioridad enorme sobre los tres centenares de castellanos que había para defender la isla. Sin embargo, el mal tiempo les impidió desembarcar y tuvieron que conformarse con ir apresando los barcos dispersos por el archipiélago. 

Ahora bien, la mala suerte meteorológica terminó por tornarse providencialmente benigna porque entre los buques capturados había varios cargados con víveres, lo que les permitió cambiar de planes sobre la marcha: si al principio no podían perseguir a la Gran Armada hasta Guinea por no disponer de barcos de aprovisionamiento, ahora contaban con ellos y partieron en su busca.

Mina en un mapa del siglo XV (Wikimedia commons)
Entretanto, los castellanos estaban comerciando en Mina desde hacía un mes, habiendo reunido ya una cantidad de oro que cuadruplicaba lo invertido. Boscá quería regresar pero Granell estaba interesado en llenar las bodegas también con esclavos, un tipo de mercancía que dejaba gran beneficio. Ello obligaba a enviar barcos "a las costas del otro lado de Etiopía" para capturarlos o comprarlos, lo que inevitablemente supondría quedarse al menos cuatro semanas más. 

Un grave error, como no tardaron en comprobar, ya que prolongar la estancia significaba dos cosas: por un lado, que el grueso de la fuerza tuviera que acampar en tierra, lo que lo expuso a las enfermedades tropicales; por otro, facilitar a los portugueses que les encontrasen. Bien es cierto que no sabían de la advertencia del rey Fernando.

Y, en efecto, habían pasado un par de meses cuando aparecieron en el horizonte las velas con la inconfundible cruz de la Orden de Cristo: once naves que, en una hábil maniobra, se desplegaron bloqueando el Estrecho de Tres Puntas y cerraron así la salida a las castellanas, capturadas una tras otra cuando intentaban forzar el bloqueo. 

De todas formas, éstas apenas podían oponer resistencia por encontrarse cubiertas con lienzos para protegerlas del duro clima africano, con sus bodegas llenas y sin apenas hombres para manejarlas por estar la mayoría enfermos en tierra ("o habían perecido (...) o se habían convertido en gente inútil"). El comandante portugués se apuntó una fácil victoria en la que capturó todas las naves, siendo la única que combatió -poco- la Candona; después apresó también las dos que retornaban cargadas de esclavos. Todo ello sin una sola baja.

Alfonso V de Portugal (Wikimedia Commons)
Se ignora la fecha exacta de la batalla, calculándose en el mes de julio. A continuación, Correa emprendió la vuelta a Lisboa con aquel fabuloso botín, no sin antes tomar dos curiosas medidas de precaución: una, que los suyos no navegaran juntos para evitar perder lo ganado si se topaban con otra flota castellana mayor; y dos, dejar que los marineros vascos se fueran en dos carabelas, ya que al parecer Portugal tenía firmado un convenio con ellos. 

Las naves lusas fueron arribando a la capital sin problemas y los capitanes castellanos fueron encerrados en prisión (cosa llamativa: los marineros, en cambio, recibieron buen trato). El quinto real entregado a la corona, que Alfonso V había recuperado de manos de su hijo tras una estancia en Francia, sirvió para dar nuevo impulso a la guerra sucesoria de Castilla.

Sin embargo, al final no pudo imponerse y la acometida sobre Extremadura fue desbaratada en la batalla de Albuera por el maestre de Santiago, que hizo prisioneros suficientes para proceder a un intercambio, trayendo de vuelta a aquellos cautivos. Porque el 4 de septiembre de 1479 se acabó la guerra oficialmente. La batalla de Guinea había sido decisiva para ello, pero los Reyes Católicos obviaron toda referencia, hasta el punto de que ni siquiera solicitaron la recuperación de los barcos perdidos. Ninguno de los que habían invertido en aquella aventura recuperaron su dinero. 


Registro del Tratado de Alcaçovas (Wikimedia Commons)
Eso sí, Fernando exigió que la Corona recibiera el quinto de las licencias que se operaron con posterioridad (o sea, antes de firmarse la paz, por eso quizá se ocultó la noticia de la derrota) y fomentó el corso contra naves musulmanas, tratando de compensar las pérdidas. El problema era que, al quedarse sin licencias para el atractivo mercado africano, muchos marinos andaluces optaron también por convertirse en corsarios; entre ellos algunos que luego tendrían protagonismo en la expedición de Cristóbal Colón, como los Pinzón o Américo Vespucio.

El famoso Tratado de Alcaçovas supuso la renuncia de Alfonso V y Juana la Beltraneja al trono que retenía Isabel, pero en casi todos los demás aspectos fue favorable a Portugal, pues puso fin a las aspiraciones africanas de Castilla y Aragón -salvo en las Canarias, donde no había oro ni negros que esclavizar- y admitió el derecho de la corona portuguesa a cobrar el quinto real en puertos castellanos, además del pago de una cuantiosa indemnización que se llevó a cabo en forma de dote por el enlace matrimonial pactado entre la infanta Isabel y el príncipe Alfonso. 

BIBLIOGRAFÍA: 

-DEL PULGAR, Hernando: Chronica de los muy altos y esclarecidos Reyes Cahtólicos don Fernando y Doña Ysabel.
-De PALENCIA, Alfonso: Gesta Hispaniensia ex annalibus diebus colligentis.
-DE PINA, Rui: Chronica de-el Rei don Affonso V
-SUÁREZ, Luis: Isabel I, reina.
-CANALES, Carlos y DEL REY, Miguel: Esclavos.
-ÁLVAREZ DE TOLEDO, Luisa isabel: La Gran Armada (en África vs. América-FC Archivo Medina Sidonia).

Imagen de cabecera: pintura del Museo Marítimo de San Diego (Pinterest)

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