A partir del siglo XVI empezaron a surgir en Europa lo que se conocía genéricamente como cuartos de maravillas (los italianos los llamaban studioli y los germanos wunderkammern), en los que sus propietarios acumulaban colecciones de rarezas, tanto naturales como artísticas, a menudo traídas de tierras lejanas y exóticas, pues al fin y al cabo se contextualizaba en la llamada Era de los descubrimientos.
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Otras dos hijas, Enriqueta (Wikimedia Commons) y Antonieta, esta última retratada por la pintora boloñesa Lavinia Fontana (Wikimedia Commons)
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Obviamente, estaban vinculados a clases acomodadas, ya fueran de la nobleza o la burguesía, que eran las que tenían acceso a ese tipo de piezas. Éstas podían ser de muchos tipos, resultando especialmente curiosas las ingenuamente imposibles, como sangre de dragón y animales míticos que en realidad corresponderían a fósiles o anomalías de la naturaleza, pero que contituyeron un comienzo arcaico de ciencias más o menos novedosas como la biología o la geología. Otras cosas incluidas en el concepto eran objetos etnográficos, minerales vistosos, huevos de avestruz, autómatas, inventos variados...
De hecho, los cuartos de maravillas renacentistas, nacidos en un contexto tan propicio como fue la śintesis del descubrimiento del
Nuevo Mundo con el renovado interés por las ruinas de la Antiguedad Clásica, constituyeron el precedente de los posteriores gabinetes de curiosidades típicos del siglo XVIII, el de la Ilustración, que supondrían un intento de ordenar los hallazgos científicos y el origen de los fondos de los museos tal como los conocemos.
Entre los cuartos de maravillas más famosos se cuentan los de los reyes franceses Carlos V, Francisco I y Enrique IV; el duque de Berry; Federico da Montefeltro; Francisco I de Médici; la duquesa Isabel de Este; el elector de Sajonia Augusto el Fuerte; el baronet británico Hans Sloane y un sinfín de personalidades más desde la Baja Edad Media hasta finales de la Moderna. Varias de ellas eran Habsburgo, como los emperadores Federico III y su hijo Maximiliano I; también el biznieto de éste, el archiduque Fernando II de Austria.
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El archiduque Fernando II de Austria retratado por Justus Sustermans (Wikimedia Commons)
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El archiduque, hermano del emperador Maximiliano
II y, por tanto, primo de Felipe II de España, creó en su
castillo de Ambras
(Innsbruck) la llamada
Kunst und Wunderkammer (Cámara de Arte y Maravillas), que fue engrosando a
lo largo de los años con multitud de piezas extrañas y estrambóticas. Es la única estancia de ese tipo que se conserva en su lugar original, que además fue creado específicamente con ese fin, de ahí que el castillo en cuestión, antiguo pabellón de caza del citado Maximiliano I (Fernando II lo reformó para darle el aspecto actual), sea considerado el primer museo propiamente dicho de la Historia.
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La Armería Pequeña. En la vitrina del fondo se ve una armadura japonesa (Wikimedia Commons)
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Hay varias armerías reunidas en la
Heldenrüstkammer (Cámara de los Héroes), repletas de armaduras medievales y modernas de parada y guerra, así como un espectacular
Spanischer Saal (Salón Español) renacentista que alberga los retratos de cuerpo entero de los veintisiete príncipes del Tirol. Pero sobre todo hay que destacar la mencionada
Cámara de Artes y Maravillas (o Curiosidades), ubicada en el
Unterschloss ("Castillo Inferior"), construido
ex profeso, donde se expone la singular y variopinta colección de
artificialia, naturalia, scientifica, exotica y
mirabilia que representan el interés enciclopédico del Renacimiento tardío.
La colección de Fernando II incluía piezas tan curiosas como las pinturas insólitas que vemos en las imágenes adjuntas: un discapacitado plasmado por un artista anónimo, el retrato de Petrus Gonsalvus (o Pedró González, un guanche que, junto a toda su familia, padecía hipertricosis o síndrome del hombre lobo, enfermedad congénita que le cubría totalmente de pelo, cara incluida), el rostro de un soldado atravesado por una lanza (se cree que representa al noble húngaro Gregor Baci, que sobrevivió a tan tremendo lance) o el famoso retrato de
Vlad el Empalador. De la mayoría de las obras se desconoce el autor, aunque la que muestra al hombre más alto de su época, Giovanni Bona, la hizo Bartolomeo Bon.
También hay relojes, instrumentos musicales, herramientas de medición, autómatas, copas hechas con cuernos de rinoceronte, una escultura de la Muerte, una armadura de samurái con su katana, pinturas sobre seda, el único ejmeplar que se conserva de un piano de cristal, una sala de arqueología clásica, una crucifixión de coral, figuras talladas en materiales poco comunes como nácar, marfil, carey, etc. Durante mucho tiempo también se conservó allí el famoso penacho de Moctezuma (que según la tradición el
huey tlatoani de los mexicas habría regalado a
Hernán Cortés y que éste envió a Carlos I, quien se hallaba ausente de España y por eso la pieza no quedó en el país), pero actualmente se encuentra en el Palacio imperial de Hofburg, sede del Museo de Etnología de Viena.
Imagen de cabecera: Retrato anónimo de un discapacitado (siglo XVI).
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