Cómo se rescataban los cañones y tesoros de los barcos hundidos en la España de la Edad Moderna

 

En los siglos XVI y XVII, la fabricación de cañones resultaba lo suficientemente costosa y lenta como para que buena parte de la artillería de un ejército estuviera formada por piezas arrebatadas al enemigo, de ahí la costumbre de clavarlos, es decir, inutilizarlos metiéndoles un clavo en el oído de la mecha, cuando había que retirarse apuradamente. Por esa misma razón, compensaba rescatar no sólo los tesoros de los buques hundidos, que en el caso español fueron abundantes -quinientos diecinueve registrados- porque las rutas de la Carrera de Indias debían atravesar inevitablemente zonas de huracanes, sino también sus cañones.
 
Y por eso también fueron tempranos los esfuerzos para diseñar un sistema eficaz de rescate de pecios. Tanto que ya empezaron en la Antigüedad misma; a los relieves de guerreros asirios cruzando ríos por el método de nadar agarrados a odres, que mantenían inflados soplando, se pueden sumar los buceadores que al parecer destinó Alejandro Magno para la conquista de Tiro o el uso de urinatores por los romanos, que Polibio reseña en sus Historias
 
 
Portada de la obra de Thomé Cano
 
La tendencia continuó en el Medievo, aunque en general eran misiones bélicas o de reparación del casco de la naves (algo que reglamentaría en 1611 el piloto de la Casa de Contratación Thomé Cano, en su Arte para fabricar, fortificar y aparejar naos de guerra y mercante, corroborado en 1633 en las Ordenanzas del buen gobierno de la Armada del Mar Océano). No sabemos si también tendrían como objetivo extraer cargamentos del fondo del mar; algo que aparece de forma fehaciente en el siglo XVI, con la creación de la Flota de corso y buceo, para afrontar el salvamento del contenido de las naos malogradas en las Indias.
 
Si en el Toledo de 1538, y ante miles de curiosos,  Carlos V asistió personalmente a una demostración de objetos hundidos con una campana construida ad hoc, al año siguiente se le presentó una versión mejorada del marino Blasco de Garay que hasta incluía una vela en el interior para iluminarse en la oscuridad submarina. El emperador no impulsó su uso, pero en 1551 el matemático Pedro Juan de Lastanosa publicó la obra Los veintiún libros de los ingenios y las máquinas, en la que proponía una especie de escafandra de cerámica con visor de cristal que se ajustaba al cuerpo humano mediante un armazón de madera; posteriormente amplió el sistema a un barril con ventanas, de modo que el cuerpo entero quedase dentro (incluso había un taburete para sentarse).
 
 
El invento de Pedro Juan de Lastanosa


En 1582, reinando ya Felipe II, el inventor José Bono recibió una patente real para recuperar cargamentos de las naves hundidas a condición de entregar una décima parte a la Corona. Para ello había ideado una campana similar a la de Lastanosa, con  la que hizo una demostración de viabilidad sacando a la superficie varias anclas del fondo del puerto de Lisboa. 
 
Las campanas de buceo se iban a hacer frecuentes a lo largo del siglo XVI, estando documentadas unas cuantas: la que usó Andreu Ximénez en 1654, por encargo de Don Juan de Austria, para recuperar el tesoro de las naves La Pelícana y La Anunciata, hundidas en el litoral de Cadaqués; la que José de Acevedo diseñó en 1684, que no salió adelante por la negativa de los duques de Marlborough y Albernando a asociarse para financiarla; o la que probó Valentín Noval en Santander con inestable resultado debido al peso de una hélice manual (!) con que la había dotado; una década más tarde, Antonio Verde aportó un ingenio para extraer los lingotes de plata del galeón La Viuda, hundido en Sanlúcar de Barrameda, aunque sólo se encontró el lastre del buque.

La campana de Andreu Ximénez
 
Jerónimo de Ayanz y Beaumont, que acreditó varios inventos tanto navales como de otros ámbitos, también diseñó una nave submarina a remo destinada a la pesca de perlas y rescate de pecios que, al parecer, no pasó de la fase teórica. Pero Ayanz fue un paso más allá, siguiendo los pasos siempre visionarios de Leonardo da Vinci, al presentar un traje submarino propiamente dicho. Tenía provisión de aire impulsado con fuelles a través de una doble manguera y un buzo lo vistió ante Felipe III en aguas del río Pisuerga a tres metros de profundidad durante una hora, hasta que el monarca mandó acabar, aunque Ayanz aseguraba que podía haber durado dos más. En este caso, el traje si trascendió y se utilizó en 1605 para la extracción de perlas en Isla Margarita; acababa de abrirse la puerta a una nueva época.
 
El equipo de buceo de Jerónimo de Ayanz
 
Aparece entonces Diego Ufano, un ingeniero militar natural de Yepes (Toledo) del que se desconoce su fecha de nacimiento y el lugar en que se formó. Veterano de Flandes, sirvió a las órdenes del general artillero -luego de caballería- Luis de Velasco, primero como gentilhombre (oficial de batería) en Nieuwpoort (en la actual Bélgica) y después ascendiendo a capitán y destinado al castillo de Amberes. Más tarde pasó al Milanesado, ya como teniente general de Artillería, y al acabar allí su servicio regresó a Flandes, quizá por razones familiares; probablemente tenía esposa autóctona, pues consta que solicitó una plaza para su hijo. 
 
Ufano es el autor de un exitoso Tratado de la Artillería y uso della platicado en las Guerras de Flandes, publicado en Bruselas entre 1612 y 1613, que dedicó al archiduque Alberto VII de Austria, soberano de los Países Bajos junto a su esposa (y prima) Isabel Clara Eugenia, la hija de Felipe II de España. Fue traducido al año siguiente al francés y al alemán, éxito que, dicen los expertos, se debió más a la cuidada edición del impresor flamenco Jan Mommaert que al texto en sí, en el que se han detectado más dos centenares de erratas, acaso por la labor de traducción. Otro artillero llamado Vicente de los Ríos lo calificó diciendo que "su estilo es grosero, y á veces fastidioso; pero las instrucciones son sólidas, como hijas de la consumada experiencia, y continuo trabajo de su Autor".
 
Frontispicio del libro de Diego Ufano
 
Lo que nos interesa aquí es que en esa obra, aparte del tema artillero, que se extiende a aspectos de pirotecnia y artificios de iluminación, explica también los curiosos ingenios bélicos que ideó, como un tren de puentes que servía para salvar los pantanos de Frisia y una barca de puente doble para cruzar ríos y escalar fosos. Y, asimismo, incluye la recuperación de navíos hundidos y la extracción de piezas del fondo del mar mediante buzos, como en la fascinante ilustración de cabecera, en la que se muestra un traje submarino de su invención. Confeccionado con piel de cabra, disponía de una capucha dotada de unas lentes de cuerno bien pulidas para facilitar la visión y un calzado con suelas de plomo. El aire para respirar entraba por una manguera que conectaba con la superficie, sobre  la que flotaba medianteodres hinchados, y empleaba un tornillo gigante para izar la carga, inspirado en uno que vio a unos genoveses mientras sacaban cañones hundidos en las Azores, según admitió él mismo.
 
El traje de inmersión de Ufano sirvió de modelo para el que cubriría ya completamente al usuario, según la descripción que hizo en 1623 el secretario real en el Consejo de Indias, Pedro de Ledesma, en una obra titulada Pesquería de perlas y salvamento de galeones hundidos en Indias. Se empleó en el rescate del cargamento de plata que llevaban los barcos de la Flota del Tesoro -incluyendo el famoso Nuestra Señora de Atocha- naufragados el año anterior en los cayos de Matacumbé y la Tortuga, a treinta leguas de la costa de La Habana. Ledesma dejó escrito que los buzos podían trabajar entre tres y cuatro horas a una profundidad de hasta veinticinco brazas (cuarenta y dos metros). 
 
Ilustraciones del manuscrito de Ledesma
 
Un documento del Archivo General de Indias datado en 1720 describe otro traje, esta vez ideado por Alejandro Durant, barón de Marzabrat. En una ilustración del ingenio titulada Maquina Hidroandrica o vestidura para cubrirse un hombre dentro del agua, muestra que estaba formado por un armazón interior de hierro forrado exteriormente y puede apreciarse que disponía de "dos tubos o cañones flexibles para la respiración" (uno de entrada de aire y otro de salida), con la novedad de que incorporaban fuelles. También tenía "anteojeras formadas de vidrios para la vista del buso", unos plomos en la cintura y un bordón "así como afirmarse como defenderse de las fieras marinas".
 
El traje inventado por Alejandro Durant
 
La creación de las primeras escuelas de buzos en 1787 (Ferrol, Cádiz y Cartagena) y el establecimiento del primer cuerpo específico en la Armada marcarían el inicio de una nueva etapa más científica, dejando atrás aquellos tiempos pioneros.

BIBLIOGRAFÍA:
-POLIBIO: Historias.
-UFANO, Diego: Tratado de la Artillería y uso della platicado en las Guerras de Flandes,
-DE LA FUENTE DE PABLO, Pablo: Sobre la edición del "Tratado de la Artillería y uso della platicado por el capitán Diego Ufano en las Guerras de Flandes" (1612-1613).
 -IVARS PERELLÓ, Juan y RODRÍGUEZ CUEVAS, Tomás: Historia del buceo. Su desarrollo en España.
-GONZÁLEZ CARRIÓN, José Antonio y TORRES LÓPEZ, Carmen: Fuentes documentales para la búsqueda de pecios. El manuscrito de Ledesma
-BADÍAS, Antonio: Conferencia de Antonio Badías sobre historia del buceo en España (en El Buzo, revista electrónica de la Asociación Española de Historia del Buceo, HDSES).

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