La asombrosa historia del primer submarino y su real pasajero

 

Es bastante común tender a simplificar los hechos históricos. En España, en el ámbito popular, se da por cierto que el submarino es un invento nacional, y se atribuye el mérito a Isaac Peral sin tener en cuenta que ese teniente de navío de la Armada no sacó su diseño de la nada, sino que culminó multitud de trabajos previos -entre ellos los de sus compatriotas, Narciso Monturiol y Cosme García- para conseguir, en todo caso, el primer submarino moderno (en el sentido de que era eléctrico). 

Lo cierto es que la idea de una nave que navegase bajo el agua había cobrado nuevos bríos desde el salto adelante que supuso la aparición de la caldera de vapor, rompiendo aquellos largos siglos de vela en los que la náutica apenas varió en su técnica, más allá de algunas pequeñas mejoras progresivas. Sin embargo, hacía mucho que se investigaba cómo conquistar el mundo submarino, toda vez que los muros del aéreo fueron abatidos en el XVIII por el globo aerostático. Así, retrocediendo en el tiempo, encontramos los submarinos del estadounidense H. L. Hunley (1863), del ecuatoriano José Raimundo Rodríguez Labandera (1837), del estadounidense Robert Fulton (1800), del también estadounidense David Bushnell (1775), del británico Nathaniel Symons (1747), del napolitano Giovanni Alfonso Borelli (1680) o del francés Martin Merssene (1636), entre otros.

 

Vista en corte del submarino Turtle, diseñado por David Bushnell en 1775 (u-boat.com)

Si dejamos al margen los trajes de inmersión o las campanas, que difícilmente se podrían considerar más que meritorios intentos pioneros y limitados al uso individual, el primer sumergible propiamente dicho, entendiendo por tal aquel que no se limita a descender bajo la superficie sino también a desplazarse de forma autónoma, lo encontramos en la Inglaterra del primer cuarto del siglo XVI. Concretamente en 1620, el mismo año en que llegaban a Plymouth los peregrinos del Mayflower y en que las crónicas registran una gran tormenta helada en el país que duró casi un par de semanas y llegó a congelar el Támesis.

Lo del río londinense es oportuno porque fue precisamente en sus aguas donde se llevó a cabo una insólita demostración ante el rey Jacobo I y un asombrado público compuesto por miles de curiosos. En realidad, para ser precisos, aquel fue el año en que se dio el primer paso para el espectáculo, que no se celebró ese sino cuatro después. El origen fue un diseño de nave submarina realizado en 1620 por Cornelis Drebbel, el mismo que en 1624 haría la mencionada exhibición en Londres. 

Retrato anónimo de Cornelius Drebbel (Wikimedia Commons)

Drebbel, neerlandés natural de Alkmaar, donde nació en 1572, era miembro de una familia anabaptista menonita que le proporcionó una esmerada educación en la Academia de Haarlem, en cuyas aulas impartían clases ilustres humanistas de la época como el grabador, artista y alquimista Hendrik Goltzius, el pintor y escritor Karel van Mandel y el inventor Cornelis Corneliszoon van Uitgeest. Todos ellos fueron profesores de Drebbel, quien al terminar sus estudios volvió a Alkmaar para establecerse como grabador, pintor y cartógrafo. Fruto de esta última actividad es un plano que hizo de su ciudad.

El problema fue que Sofía Jansdochter Goltzius, hermana pequeña de Hendrik y con la que él se casó en 1595, teniendo juntos seis hijos, aspiraba a un nivel de vida demasiado elevado para sus ganancias, por lo que Drebbel tuvo que dejar un poco de lado su oficio para dedicarse a algo más productivo: obtener patentes de inventos. Y así, a partir de 1598, fueron saliendo de su fértil imaginación, por citar sólo algunos ejemplos, una máquina de suministro de agua, un mecanismo de relojería perpetuum mobile (de movimiento continuo), un detonador que funcionaba con lágrimas holandesas (perlas de vidrio templado altamente explosivas), una incubadora de huevos con termostato de mercurio, una linterna mágica y una cámara oscura. Estas dos últimas fueron fruto de su interés por la óptica, a la que se aficionó en Middelburg -era un importante centro de fabricación de lentes- cuando acudió en 1600 para instalar una fuente.

Plano de la ciudad de Alkmaar realizado por Cornelius Drebbel en 1597 (Wikimedia Commons)

Aquella nueva actividad no sólo mejoró económicamente su situación sino que le confirió fama internacional, por eso cuatro años después fue invitado por el rey Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia. Le alojaron en el Eltham Palace de Greenwich con todos los suyos, ejerciendo de tutor del príncipe heredero Enrique, a la par que continuaba alumbrando ingenios de su invención, generalmente relacionados con su mecanismo de movimiento continuo o con lentes.

Su nombre empezó a oírse en todas las cortes europeas y en 1610 fue el emperador Rodolfo II, un entusiasta de la alquimia, el que se ofreció como mecenas. Drebbel se instaló en Praga, pero el emperador fue derrocado al año siguiente y le sucedió su hermano menor, el archiduque Matthias, que encarceló al inventor. No salió libre hasta la muerte de Rufolf, que acaeció en 1612, regresando a Londres... para encontrarse con que también el príncipe había fallecido. No obstante, permaneció junto a Jacobo I y empezó a trabajar en el asunto que abre este artículo para la Royal Navy.

 

Esquema del proyecto de nave submarina de William Bourne, tal como aparece en su libro de 1578 Inventions or devices (Wikimedia Commons)

Se trataba de una nave submarina a remos cuyo desarrollo, decíamos, inició en 1620 a partir de los estudios del matemático William Bourne, quien había sido artillero de la marina. Bourne publicó en 1578 una obra, titulada Inventions or devises. Very necessary for all generalles and captaines, as wel by sea as by land, que era un manual de instrucción para oficiales de marina y que tiene un hueco en la historia naval tanto por contener la descripción más antigua que se conoce de la corredera inglesa (que tenía forma de arco de medio punto frente a la española, con aspecto gótico, aunque ambas funcionaban del mismo modo), como por introducir una especie de semáforo para barcos mediante un código de colores y presentar un primigenio telescopio reflector.

Ahora bien, lo más destacado de ese libro es el proyecto de un vehículo submarino movido a remos, consistente en una estructura de madera recubierta de cuero engrasado -para impermeabilizarlo-, que jugaba con la posibilidad de hincharse y contraerse. Apenas se trataba de una idea esbozada en el plano teórico y acompañada de un dibujo, pero fue el punto de partida para Cornelius Drebbel, que concibió algo similar a un pequeño zepelín acuático y lo fue perfeccionando a lo largo de los años siguientes, haciendo dos prototipos más, progresivamente de mayor tamaño, hasta que en 1624 se decidió a hacer una prueba pública con el último.

 

Recreación de la prueba del submarino de Drebbel en el Támesis, en 1624 (imagen del Royal Submarine Museum, Gosport)-(Wikimedia Commons)

Fue en el Támesis, recordemos, ante el rey Jacobo I y miles de espectadores, donde aquel extraño ingenio de seis remos y doce remeros, con capacidad para un total dieciséis personas a bordo -respiraban gracias a unos tubos que llegaban hasta la superficie y flotaban con odres inflados-, se sumergió en las frías aguas del río y alcanzó una profundidad de unos cuatro o cinco metros, que mantuvo durante las tres horas que empleó en hacer el recorrido Westminster-Greenwich-Westminster. Quizá lo más sorprendente de todo fuera que el mismísimo monarca quiso probar la experiencia y se convirtió en el primer pasajero documentado de un viaje sumarino. 

O, al menos, eso es lo que cuentan las crónicas, cuya credibilidad absoluta es puesta en entredicho en nuestros tiempos al considerarlas algo exageradas -hay quien apunta que el pasajero no fue Jacobo I sino el duque de Buckingham-, admitiendo que la nave pudiera navegar a flor de agua. Si, en efecto, el ingenio de Drebbel no resultó tan deslumbrante como se ha dicho, ello explicaría por qué, a pesar de que posteriormente se hicieron más pruebas, aparentemente exitosas, el Almirantazgo no se mostrase tan entusiasmado como la Corona y el proyecto nunca trascendiera a aquel episodio (aunque siguió colaborando con la Royal Navy construyendo artefactos explosivos). En cualquier caso, suyo fue el primer submarino construido y probado, superando así la fase meramente teórica del reseñado Bourne.


Vista en corte de una reconstrucción artística del tercer submarino de Drebbel
 

Se ignora si Bourne influiría también en el español Jerónimo de Ayanz y Beaumont. En 1603, éste había obtenido de Felipe III el privilegio de invención (patente) de una nave destinada fundamentalmente a la extracción de tesoros de los pecios y recolección de perlas, con posibilidad de extender su uso a la guerra. Tres años más tarde desechó el uso militar para centrarse en el rescate, perfeccionando el diseño de lo que bautizó como barca submarina: también era de madera y cuero, estando dotada de ventanillas de cristal y unas aberturas con guantes para manipular las piezas en el exterior. Asimismo, podía sumergirse hasta una profundidad de veinte metros, impulsándose a remo y proporcionando oxígeno a sus ocupantes mediante unos tubos que flotaban en la superficie atados a unos pellejos inflados. 

Lamentablemente, no consta que llegara a construir un prototipo, como en cambio sí hizo con un traje de buzo que, al igual que Drebbel en Inglaterra, probó en el vallisoletano río Pisuerga ante el rey: un colaborador permaneció bajo el agua, a unos tres metros, recibiendo aire desde la superficie impulsado por fuelles a través de unos tubos flexibles hasta la escafandra. Aunque, en palabras del propio Ayanz, "podía estar debajo del agua todo el tiempo que pudiera sufrir y sustentar la frialdad de ella y el hambre", Felipe III se dio por satisfecho y ordenó poner fin al experimento al cabo de una hora. El traje submarino sí tuvo aplicación práctica, pues se sabe que en 1605 fue utilizado en Isla Margarita (actual Venezuela) para recoger perlas con privilegio de invención del Consejo de Indias.

 

Boceto de la barca submarina de Jerónimo de Ayanz

Volviendo a Drebbel, dado el desinterés mostrado por el Almirantazgo, retomó el trabajo que había compatibilizado con el desarrollo de su nave submarina aquellos años: la fabricación de microscopios, muy demandados entonces. Por otra parte, ejerció la docencia con Christiaan Huygens, hijo de un diplomático neerlandés destinado en Londres, que llegaría a ser un importante astrónomo (descubrió Titán, la luna más grande de Saturno), físico (explicó la naturaleza ondulatoria de la luz), matemático (perfeccionó la teoría de la probabilidad) e inventor (mejoró el telescopio y creó el reloj de péndulo moderno).

Aparte de todo lo descrito hasta ahora, Drebbel escribió un tratado de química, creó un tinte brillante escarlata, inventó el microscopio compuesto y se cree que era a él a quien se refería el sabio Robert Boyle (uno de los fundadores de la química moderna, co-formulador de la Ley de Boyle-Mariotte sobre la relación de volumen y presión de gases sometidos a temperatura constante) cuando dijo que un excelente matemático que había estado en el submarino londinense le contó que había desarrollado un proceso de obtención de oxígeno a partir de nitratos que denominaba Quintaesencia del aire, gracias a la cual pudieron respirar los tripulantes del submarino "... concibió que no es todo el cuerpo del aire sino cierta quintaesencia, o una parte espirituosa de él, es lo que sirve para respirar. Cuando de tanto en tanto se daba cuenta de que la parte más fina y pura del aire había sido consumida o congestionada por la respiración y vapores de los que estaban en su nave, abría un recipiente lleno de su licor y rápidamente le restauraba al aire tal proporción de partes vitales que lo tomaba nuevamente, y por un largo rato, apto para respirar"


El reloj con mecanismo perpetuum mobile fabricado por Drebbel en 1598 (Wikimedia Commons)

Pero nada de eso le sirvió para salvar los problemas financieros que sufría, por lo que aquel privilegiado cerebro tuvo que equilibrar su cuenta corriente con algo tan mundano como regentar una cervecería. Su último trabajo fue en 1633, el mismo año de su muerte, formando parte de un equipo que planificaba el drenaje de los pantanos que rodean Cambridge. Tampoco eso le salvó de la pobreza. ¿Le resarciría saber que se ha bautizado con su nombre un cráter lunar o quizá lo haría más el saber que se inmortalizó la historia de la prueba del submarino en una escena de la película Los cuatro mosqueteros?

BIBLIOGRAFÍA:

-GOLDSTONE, Lawrence: Going deep. John Philip Holland and the invention of the attack submarine

-TIERIE, Gerrit: Cornelis Drebbel.

-STELOFF, Rebecca: Submarines.

-KONSTAM, Angus: Naval miscellany.

-DOMÍNGUEZ-ALCAHUD MARTÍN PEÑA, Irene y TEMBOURY REDONDO, Miguel (coordinadores): Jerónimo de Ayanz y la invención de la máquina de vapor.

-GARCÍA TAPIA, Nicolás: Jerónimo de Ayanz y Beaumont (en RAH, Real Academia de la Historia)

-Wikipedia.


Imagen cabecera: Reconstrucción actual del submarino de Cornelius Drebbel (Adrian Tritschler en Wikimedia Commons)

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