El primer auto de fe en Nueva España (1574)

 


El Códice Aubin es una obra realizada en 1576 por tlacuilos, es decir, escribas indígenas (aunque con estilo europeizante y bajo la probable supervisión de fray Diego Durán), que narra la historia de los mexicas desde su marcha de Aztlán hasta la conquista española. En este folio 59 que vemos en la imagen se cuenta cómo fue el primer auto de fe de Nueva España el 28 de febrero de 1574, mostrando al inquisidor Pedro Moya de Contreras, varios penitentes con los elementos característicos -sambenito amarillo con cruces rojas para los reconciliados, negro con llamas rojas los relajados, más coroza, soga al cuello y velas verdes- y una insólita imagen de Jesús con las dos Marías.
 
Los franciscanos primero, por la bula Alias Fecisti, y el resto de las órdenes después, por la Exponi Nobi Fecisti, dictadas por el papa León X en 1521 y 1524 respectivamente, recibieron autorización para llevar a cabo acciones inquisitoriales en México, si bien éstas no eran oficiales ni necesariamente públicas, no estando tampoco revestidas de la solemnidad que requería un auto de fe canónico. Como inquisidores eventuales se sucedieron fray Martín de Valencia, fray Toribio Ortiz fray Domingo de Betanzos y fray Vicente de Santa María, que llevaron a cabo intervenciones por delitos sin demasiada importancia -blasfemias, sobre todo, aunque también algún que otro judaizante-, a menudo relacionadas con las enemistades que surgieron entre los dominicos y los soldados después del presunto intento de rebelión de Martín Cortés Zúñiga, el hijo de Hernán Cortés.

Auto de fe en el pueblo mexicano de San Bartolomé Otzolotepec. Cuadro anónimo de 1716 (Wikimedia Commons)
 
Más enjundia tuvieron las acometidas por los obispos Juan de Zumárraga, Tello de Sandoval y Alonso de Montúfar, bajo cuyos mandatos se realizaron algunas iniciativas célebres. Por ejemplo la quema de ídolos y códices que, imitando lo que hiciera el cardenal de Cisneros años antes en Granada con libros musulmanes, dirigió fray Diego de Landa en Maní (Yucatán) en 1562 tras descubrirse que muchos nativos continuaban practicando en secreto la antigua religión maya y las denuncias de secuestro de niños para sacrificarlos. Otro caso fue el proceso contra Carlos Ometochtzin, un noble de Texcoco, nieto del antiguo tlatoani Nezahualcoyótl, que acabó ejecutado por garrote en 1539 después de que su sobrino le denunciara por herejía, al seguir fiel a su fe precristiana.
 
Sin embargo, los cientos de actuaciones que Zumárraga impulsó como inquisidor apostólico -o sea, extraordinario- resultaron tan controvertidas que provocaron el desagrado de Carlos V y, posteriormente, la instauración oficial del tribunal en el virreinato. Inicialmente se usaron como sede unas casas ubicadas junto al convento de Santo Domingo; más tarde se trasladó al palacio que hoy es el Museo de Medicina de la Universidad. Para ese salto transatlántico, Felipe II promulgó la real cédula de 1569, cuyo objetivo era llevar la Inquisición a las Indias con el objetivo de que asumiera la responsabilidad en los casos relacionados con la fe, delimitando con exactitud las competencias en ese sentido. 
 
Diego de Landa en Maní, obra de Leonardo Paz
 
El paganismo fue excluido de su jurisdicción, lo que implicaba exención para los indígenas, salvo en los casos de idolatría, hechicería y similares. La preocupación principal de la Suprema en América fue otra, pues: evitar la penetración del protestantismo y el judaísmo, de ahí que en el primer auto de fe propiamente dicho los reos fueran veintiún luteranos -marineros ingleses capturados-, además de otras personas acusadas de bigamia, popligamia, nigromancia... Por ejemplo, había un hombre que llevaba cincuenta y dos años judaizando, una mujer a la que se denunció por hechicería al haber traido a su marido desde Guatemala cubriendo la distancia en imposibles dos días, etc. 
 
En total sumaban setenta y tres individuos (ochenta, dependiendo de la fuente), de los que tres fueron condenados a la hoguera. Aquel 28 de febrero, primer domingo de Cuaresma, empezó el auto de fe frente a la catedral. Presidió el acto el arzobispo inquisidor andaluz Pedro Moya de Contreras y a la mayoría de los reos se les condenó a penas menores: unos a sesenta a azotes y galeras, mientras que otros siete a ser recluidos temporalmente en convento como sirvientes. Únicamente fueron relajados, es decir, ejecutados -en este caso, ahorcados primero y quemados sus cuerpos- los británicos Pedro Momfrie, Cornelio el irlandés y George Ribley.
 
Retrato anónimo de Pedro Moya de Contreras (Wikimedia Commons)
 
Los primeros eran miembros de la expedición que los corsarios John Hawkins y su sobrino Francis Drake habían realizado a San Juan de Ulúa (Veracruz) el 23 de septiembre de 1568, con la finalidad de vender un cargamento de esclavos. La escuadra fue sorprendida por otra española organizada por el virrey Martín Enríquez de Almansa y capitaneada por Francisco de Luján. Los ingleses perdieron cuatro de sus barcos y parte del cargamento que habían acumulado (incluyendo los esclavos), pero además sufrieron medio millar de bajas y entre los prisioneros estaban los mencionados. El relato de los hechos que hizo el cronista Richard Hakluyt, junto con el que dejó uno de los marineros juzgados, llamado Miles Phillips -que pudo regresar a su país-, se considera uno de los gérmenes de la leyenda negra contra España.
 
Poco antes también había perecido en la hoguera el francés Martín Cornú, uno de los diez marineros franceses de la compañía de Pierre Chuetot que quedaron vivos cuando su jefe cayó derrotado en una incursión por el Yucatán en 1571. Otros cuatro fueron ahorcados y a los seis restantes se los destinó a servir en casas hasta que cuatro años después la Inquisición organizó el auto de fe que nos ocupa y reclamó a los cautivos, condenando a azotes y galeras a cuatro de ellos; el quinto, Guillaume Potier, logró escapar y no se supo más de él.

El auto de fe en el folio 59 del Códice Aubin (British Museum en Wikimedia Commons)
 
Junto con los demás reos, todos ataviados con los preceptivos sambenitos, soga al cuello y cirio apagado en las manos (símbolo de que no se habían reconciliado), los ingleses salieron en procesión desde la cárcel -allí desayunaron vino con rebanadas de pan frito en miel- hasta la plaza del mercado, junto a la catedral, donde estaba el tablado de las autoridades que presidían el acto, a saber, el virrey, los miembros de la Audiencia y los inquisidores (el citado Pedro Moya y Alonso Fernández de Bonilla), a los que acompañaban cientos de sacerdotes y público en general.
 
La ceremonia duró casi todo el día, desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, concluyendo con la ejecución de los mencionados en el quemadero, que estaba entre el desaparecido convento de San Diego y la actual iglesia de San Hipólito, junto a la Alameda Central.  A la jornada siguiente, les tocó penar a los sesenta destinados a azotes: se les aplicaron los latigazos -entre cien y trescientos- mientras eran paseados en monturas por las calles, desnudos de cintura para arriba, marchando precedidos de dos pregoneros. Al acabar los enviaron a España para cumplir la segunda parte de la pena en las galeras reales, entre cuatro y doce años. 
 
La Alameda Central vista desde la Torre Latinoamericana. Al fondo se aprecia la iglesia de San Hipólito (Luisalvaz en Wikimedia Commons)
 
No se sabe por qué sólo fue enjuiciada una parte de los ingleses apresados; únicamente que antes habían sido repartidos por Nueva España para servir en casas de españoles, con varios de los cuales establecieron amistad y algunos hasta llegaron a establecerse allí.
 
 
BIBLIOGRAFÍA:
-GONZÁLEZ OBREGÓN, Luis: México viejo y anecdótico.
-DE ITA RUBIO, Lourdes: Extranjería, protestantismo e Inquisición: presencia inglesa y francesa durante el establecimiento formal de la Inquisición en Nueva España.
-TORIBIO MEDINA, José: Historia del tribunal del Santo Oficio de la inquisición en México.
-SOBERANES FERNÁNDEZ, José Luis: La Inquisición en México durante el siglo XVI. 
-SÁNCHEZ TORRES, Lireida José: El suplicio como espectáculo en los autos generales de fe en la Inquisición novohispana, 1574-1659.
 

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