Fumies, los iconos religiosos que los japoneses obligaban a pisar a los cristianos para identificarlos durante su persecución

 

Quien haya visto Silencio, la película de Martin Scorsese, recordará que la manera que tienen los inquisidores japoneses de identificar a los ilegalizados kirishitan (cristianos católicos), como se llamaba a los practicantes de esa fe, es obligar a la gente a pisar imágenes religiosas de Cristo o la Virgen. A ese acto se lo designó con la expresión japonesa efumi o fumi-e, aunque el término ha pasado a la Historia más bien para designar a los iconos profanados. Fue algo que tuvo lugar durante las citadas persecuciones contra la difusión del cristianismo, desatadas por el shogunato Tokugawa a caballo entre el último cuarto del siglo XVI yel  primero del XVII. 

Fueron los comerciantes lusos los primeros en arribar al archipiélago nipón en 1543 y apenas seis años más tarde ya se les habían unido los bateren o misioneros. España envió desde Manila a las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos), mientras que de Portugal llegaron sobre todo jesuitas, si bien su figura m´ñas destacada fue el español San Francisco Javier. El éxito de éstos, que hábilmente convirtieron primero a los nobles para que sirvieran de ejemplo al resto del pueblo, terminó originando una tensa rivalidad con los otros por la hegemonía de la evangelización y fue necesaria la mediación del Papa.

La isla de Kyushu, con Nagasaki y la península de Shimabara, principal área de difusión del catolicismo en Japón (Wikimedia Commons)
 

También los protestantes intentaron asentarse en Japón. En concreto, ingleses y holandeses, pero los primeros abandonaron pronto al no conseguir sus comerciantes la rentabilidad que esperaban, mientras los segundos sí lograron echar raíces y, de hecho, influyeron en el shogunato contra el catolicismo, difundiendo que era una artera forma hispano-lusa para apoderarse del país (desde 1580 españoles y portugueses tenían el mismo rey, Felipe II, y poseían importantes territorios en Asia). A los holandeses se les permitió quedarse con la condición de someterse al fumi-e una vez al año, cosa que hicieron sobreponiendo sus interes comerciales a una fe que, aunque protestante, también era cristiana.

Así, el efervescente crecimiento católico en Japón se vio frenado entre el último cuarto del siglo XVI y el primero del XVII cuando el shogun Toyotomi Hideyoshi, que acababa de unificar el país, empezó a recibir inquietantes rumores acerca de las actividades de los extranjeros: conversión forzosa de plebeyos, participación en el negocio esclavista con algunos locales, planes para armar a los daimyos con pólvora y armas de fuego, prácticas ofensivas hacia el sintoísmo de los naturales...
 
Toyotomi Hideyoshi retratado por Kanō Mitsunobu (Wikimedia Commons)
 
Los forasteros se habían convertido en una cuña molesta, peligrosa y descontrolada que amenazaba con subvertir el orden, tanto en el plano material, haciendo de los campesinos un ejército cristiano (el ejemplo de sectas rebeldes, caso de la Ikko Ikki estaba muy presente), como en el espiritual, introduciendo una mentalidad e ideas ajenas a la tradición nipona. 
 
Consecuentemente, para proteger la cultura japonesa tradicional se promulgó en 1587 la bateren tsuihō rei, una orden por la que se expulsaba a los jesuitas, a los que pronto se fueron añadiendo las otras órdenes religiosas. Diez años más tarde después se produjo la célebre crucifixión y alanceamiento de veintiséis mártires: cuatro españoles, un novohispano, un indio y veinte japoneses; de estos últimos, tres eran menores de edad. 
 
Los mártires de Nagasaki en un grabado de 1597 del alemán Wolgang Kilian (Wikimedia Commons)
 
Pero el momento realmente duro lo protagonizaron los sucesores de Hideyoshi. Primero Tokugawa Ieyasu, su sucesor, al que los holandeses convencieron de que España planeaba la conquista del país; una carta del virrey de Nueva España solicitando construir un fuerte incrementó el recelo. Después su hijo, Tokugawa Hidetada, que en 1614 decretó la prohibición del cristianismo y la expulsión de sus practicantes -incluyendo los nipones-, junto con la obligatoriedad de registrarse en los templos declarando la filiación religiosa. 
 
La costumbre del fumi-e empezó hacia 1629. Para ello, los funcionarios exigían a los sospechosos a pisotear la ita-e (imagen religiosa) cuando empezaba el año nuevo. De esa manera, si no mostraban ese desprecio por el icono y lo que representaba, quedaba patente que eran cristianos, pasando a ser reos de muerte. Sólo podía evitar esa condición renegando de su credo; los que se ratificaban en él solían acabar torturados y ejecutados, siendo especialmente curioso el método empleado en la zona de Nagasaki: arrojarlos al cráter del volcán Unzen. Otros, miles, acabaron deportados a Macao y Filipinas
 
Ilustración japonesa anónima del siglo XIX mostrando un fumie -arriba a la derecha- y el acto de pisarlo (Wikimedia Commons)
 
Los que cedían y profanaban la imagen religiosa pisándola, solían quemar sus sandalias al regresar a casa, echando las cenizas a un vaso de agua y bebiéndolas como penitencia. Pero en secreto continuaban fieles a su fe, introduciendo algunos elementos ajenos para que no resultase evidente; por ejemplo, podían usar arroz en vez de pan en la comunión, o recurrían a imágenes de Kannon (la bodhisattva budista de la compasión) asimilándola a la virgen María. 
 
Del casi cuarto de millón de kirishitan que se calcula que había cuando empezó la persecución, se pasó a unos veinte mil al concluir ésta, como resultado del brutal exterminio con que se reprimió el intento de los cristianos nipones de ofrecer resistencia en la llamada Rebelión de Shimabara.Por supuesto, los supervivientes se mantuvieron clandestinos (kakure kirishitan, o sea, cristianos ocultos) hasta su legalización doscientos años después. Irónicamente, la falta de sacerdotes reforzó la discreción y la enseñanza de la doctrina en el ámbito íntimo, de generación en generación, asegurando la supervivencia de la fe.
 
Tres fumies de la época conservados en museos
 
La práctica del fumi-e siguió más o menos vigente hasta su abolición en 1805, aunque el cristianismo continuó proscrito hasta el gobierno Meiji, ya en la segunda mitad del siglo XIX. La mayoría de los fumies fueron destruidos cuando pasaron a ser innecesarios, pero su recuerdo se conserva en algunos museos y también, curiosamente, en algunas obras literarias dieciochescas como el Cándido de Voltaire o Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, lo que demuestra el eco que tuvo aquella represión en Europa. 
 
Como decía al comienzo, un cineasta tan católico como Martin Scorsese -estudió un año en un seminario- se interesó por el tema y adaptó a la gran pantalla la novela Silencio, del escritor japonés Shūsaku Endō, también católico. No sólo se ambienta en ese turbulento episodio; los personajes de los tres sacerdotes y sus penosas peripecias existieron realmente.
 
BIBLIOGRAFÍA:
-BOXER, Charles Ralph: The Christian Century in Japan, 1549-1650
-DOUGILL, John: In search of Japan's hidden christians. A story of supression, secrecy and survival.
-MOFFET, Samuel Hugh: A history of Christianty in Asia
-VOLTAIRE: Cándido.
-SWIFT, Jonathan: Los viajes de Gulliver.
 
Imagen de cabecera: acto del fumi-e en Japón dibujado por Philipp Franz von Siebold, un médico alemán que trabajaba en la factoría comercial holandesa de Dejima en el primer cuarto del siglo XIX (Wikimedia Commons)

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