La fatídica caravana al Oeste cuyos miembros recurrieron al canibalismo para sobrevivir

 


Aunque el Hombre haya ido dejando atrás su parte natural salvaje, si está sometido a circunstancias extremas suele dejar aflorar su instinto de supervivencia más básico y ante la perspectiva de perecer de hambre la desesperación puede romper uno de los tabúes más antiguos que caracterizan su especie, el canibalismo. El caso más conocido es el de los supervivientes del accidente aéreo de los Andes, pero ha habido otros a lo largo de la Historia, siendo especialmente estremecedor el de un grupo de colonos que quedaron atrapados por la nieve durante la emigración al Oeste americano; lo que hoy se recuerda como la Donner Party ("Expedición Donner").

El nombre se debe al guía de la caravana, George Donner, un terrateniente natural de Carolina del Norte que en 1845 vendió la granja que tenía en Illinois y, junto con su hermano pequeño Jacob y un amigo llamado James Frazier Reed, sus respectivas familias y los jornaleros que tenían a su cargo, partió hacia California con el propósito de empezar una nueva vida en lo que se presentaba entonces como una tierra de promisión junto con el Territorio de Oregón. Ambos lugares habían pertenecido a España, aunque Rusia, Gran Bretaña y EEUU también reivindicaban sus derechos basándose en las factoría comerciales peleteras que habían ido estableciendo, sobre todo en la costa. 

No se conserva ninguna foto de George Donner, pero dicen que su sobrino homónimo, al que vemos en la imagen, era su vivo retrato (Wikimedia Commons)
 

Oregón, que se extendía por medio millón de fértiles kilómetros cuadrados (lo formaban el actual estado homónimo más los de Washington e Idaho y partes de Montana y Wyoming), fue el primero en ser colonizado partir de 1843 bajo el impulso de la doctrina del Destino manifiesto, a la que dio forma el periodista John L. O'Sullivan, generando una ruta desde Missouri que al llegar a Fort Hall se escindía en dos: hacia el noroeste, el denominado Oregon Trail (Senda de Oregón),y hacia el suroeste el California Trail para alcanzar California, expoliada a México por el Tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848 (junto con Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma).

El viaje sumaba más de ocho mil kilómetros, ya que al final se subdividía en varios ramales, según el destino elegido, y atrajo a un cuarto de millón de colonos hasta que la construcción del ferrocarril en la década de los sesenta hizo innecesarias las caravanas. Entre los que lo intentaron estaban los Donner y compañía, cuyo primer paso fue el acostumbrado: el 12 de mayo salieron de Independence (Missouri) y una semana más tarde se unieron a una caravana de cincuenta carretas que había organizado William Huntington Russell, un ex-militar y profesor metido a empresario que posteriormente haría carrera política y fundaría la elitista sociedad universitaria Skull and Bones (de la que formarían parte personalidades como los dos presidentes Bush y que tiene fama -probablemente falsa- de ocultar los cráneos de Gerónimo y Pancho Villa).

Fotografía coloreada de William Huntington Russell (Alexanderbarbershop en Wikimedia Commons)

 

Donner, que era ya sexagenario, iba con su segunda esposa, Tamsen, sus tres hijas y otras dos de su matrimonio anterior. Su hermano Jacob, cuatro años más joven, llevaba a su mujer Elizabeth, sus cinco hijos y dos hijastros. Entre todos contrataron media docena de carreteros para atender las seis carretas que compraron. Nueve, si contamos las que añadió su amigo Reed, un inmigrante irlandés de cuarenta y cinco años cuya sangre azul hizo que quisiera asegurarse de que los suyos (su esposa Margaret, la madre de ésta, dos hijos, una hija y una hijastra) y viajasen con ciertas comodidades; contrató para ello a otros tres operarios, encargados de guiar un insólito carro principal de dos pisos dotado de estufa y literas.

Por delante, pensaban, tenían de cuatro a seis meses de marcha en la que tendrían que sortear infinidad de dificultades y peligros: encontrar pastos para los bueyes (pese a lo que muestra el cine, las carretas eran tiradas por bóvidos, más fuertes y baratos que los caballos, y aprovechables para labrar la tierra al llegar), atravesar pasos de montaña, llegar antes de que se echase encima el invierno, superar enfermedades, repeler ataques de bandidos e indios... La anciana suegra de Reed cayó a los pocos días, víctima de la tuberculosis; dejaron, pues, una tumba en el camino, una más de los cientos que jalonaron el California Trail, pero la primera mitad de la ruta fue razonablemente tranquila, sin mayores contratiempos. 

James F. Reed y su esposa Margaret (Wikimedia Commons)
 

La jornada empezaba antes del amanecer, desayunando, unciendo a cada wagon (los famosos Conestoga, cubiertos por una lona blanca impermeable) entre cuatro y seis bueyes, y preparándolo todo para iniciar el camino. Éste solía hacerse a pie al lado de los carros o en éstos quien no pudiera mantener el ritmo -lento, tres o cuatro kilómetros diarios-, salvo aquellos que tuvieran caballo. A mediodía se paraba para comer - a veces no, se hacía en marcha- y el jefe de la caravana procedía a impartir justicia, ya que los roces y delitos resultaban inevitables en tantos meses de convivencia y con gentes muy distintas. 

Por la noche se colocaban los carros formando un círculo o varios cuando eran muchos, como en este caso, ya que sumaban ochenta y siete vehículos; cada familia llevaba unos cuantos -los Reed, por ejemplo, nueve-. Se trataba de una medida más contra bandoleros que contra los indios, pues las tribus todavía no estaban enemistadas con los blancos en esos años. La pernocta era el momento de hacer reparaciones, descansar, contarse historias alrededor de la hoguera y salir de caza en busca de carne fresca.

Una caravana en el descanso nocturno. Pintura del artista William Ahrendt

 

El camino común del Oregón Trail y el California Trail seguía el río Platte hasta Wyoming, donde sustituía un cauce fluvial por otro, el Sweetwater, referencia para llegar al South Pass, la divisoria continental de América. Entonces se tomaba un nuevo río, el Snake, para alcanzar Fort Hall, puesto militar y comercial de la Hudson Bay Company que aprovisionaba las caravanas para hacer la segunda mitad del recorrido. 

Los que iban a California tenían varias opciones a partir de entonces: el Carson Trail hacia lo que hoy es Sacramento, el Beckwourth Trail hacia Marysville o el Applegate-Lassen Cutoff (que, a su vez se escindía después en Applegate Trail, Lassen Cutoff y Siskiyou Trail), nombres todos ellos derivados de sus pioneros.

La ruta hacia California con el Atajo de Hastings (Kmusser en Wikimedia Commons)

Sin embargo, aquella caravana no llegó a Fort Hall; o no toda. La mayor parte continuó en esa dirección, pero el grupo que formaban los Donner y los Reed giró hacia el sudoeste con la idea de acortar el camino, ya que las lluvias y consiguientes crecidas fluviales habían enfangado el suelo, atascando las ruedas de las carretas y haciéndoles perder una semana. En ese sentido conviene aclarar que, pese a la imagen clásica cinematográfica, las caravanas podían extender muchos kilómetros, con tanta distancia entre carretas que se perdían de vista entre sí. 

Ante la posibilidad de que aquellas contrariedades continuasen y el retraso se incrementara, los integrantes del pequeño grupo rezagado eligieron jefe a George Donner y decidieron alterar el rumbo previsto para tomar una ruta alternativa denominada Hastings Cutoff o Atajo de Hastings. Su nombre se debía a Lansford Hastings, un abogado natural de Ohio que sustituyó los libros de leyes por la aventura, participando en el expolio de California a México y dedicándose a la exploración de dicho territorio.

Lansford W. Hastings (Wikimedia Commons)
 

Fruto de su experiencia fue la publicación de una especie de guía titulada The emigrant's guide to Oregon and California, en la que animaba a los estadounidenses a establecerse en aquel nuevo territorio y describía un nuevo itinerario  "más directo" atravesando la cordillera Wasacht y bordeando el Gran Lago Salado por su parte meridional, para luego dejar atrás el Desierto de Salt Lake, pasar los Montes Ruby y enlazar otra vez con el California Trail en el río Humboldt antes de afrontar lo más difícil: cruzar Sierra Nevada hasta Fort Sutter. 

De ahí en adelante, lo que quedaba hasta San Francisco sería casi un paseo. El problema era que, cuando escribió el texto, Hastings todavía no había hecho personalmente el camino y, por tanto, desconocía qué dificultades podrían encontrar en la práctica los lectores a los que convenciera. Y lo malo fue que convenció a bastantes, entre ellos los protagonistas de esta historia. En 1846 organizó una pequeña caravana de cuarenta carretas desde Blacks Fork, enviando jinetes para anunciar a todos los colonos que podían unírsele en Fort Bridger.

La caravana organizada por Hastings en una ilustración sobre esta historia de 1914 (Wikimedia Commons)

Los que lideraba Donner optaron por hacerlo, pero el retraso reseñado lo impidió y su grupo llegó a Fort Bridger una semana tarde, el 28 de julio. Se suponía que el atajo ahorraba medio millar de kilómetros y era relativamente fácil, sin peligro, permitiendo completar el viaje en sólo siete semanas. Así lo aseguraba el encargado del almacén que daba nombre al sitio, un montañés llamado Jim Bridger que evidentemente defendía su negocio... a costa de poner en peligro a aquella gente, pues no les mostró unas cartas de advertencia remitidas por un periodista que conocía la cordillera Wasacht y la consideraba un serio obstáculo para los carros. Después de un par de días de descanso y reparaciones, el grupo de Donner reemprendió la marcha acompañado de otra familia más, la McCutcheon.

Así, mientras Hastings completaba su atajo disfrutando de un clima templado y sin agobios de tiempo, sorteando los obstáculos con relativa facilidad (el desierto, que no se extendía más de ciento treinta kilómetros y las montañas Ruby, que rodeó), a la caravana Donner le resultó muy complejo atravesar la cordillera Wasacht por Weber Canyon, un cañón de sesenta y cuatro kilómetros que requirió ir desbrozando senderos en sus laderas para los carros y bloquear las ruedas de éstos para evitar que rodasen cuesta abajo. 

Vista aérea de la cordillera Wasacht. Se ven el lago Utah y, más lejos, el Gran Lago Salado, la caravana pasó entre ambos (Dicklyon en Wikimedia Commons)

 

Fue un camino difícil en el que apenas avanzaban dos kilómetros y medio diarios, mientras el grupo se ampliaba al ser alcanzado por otra familia más, la Graves, sumando la caravana un total de ochenta y siete personas y veintitrés carros aproximadamente -no se sabe el número con certeza-; a cambio, sufrieron una muerte por tisis. Tardaron casi cuatro semanas en dejar atrás las montañas, lo que hizo que empezaran a escasear las provisiones entre los peor equipados. 

Ni siquiera tenían clara la dirección a seguir, que debían deducir por notas que Hastings les dejaba clavadas en los troncos de los árboles, pero, por fin, el 25 de agosto superaron el paisaje montañoso para entrar en otro completamente diferente: el Gran Desierto del Lago Salado, que se llama así porque en realidad es un lecho lacustre seco cubierto de evaporita, una roca sedimentaria formada por cristales de sal.

Vista del Gran Desierto Salado desde una colina (Jrmichae en Wikimedia Commons)
 

Aquellos diez mil kilómetros cuadrados empezaron mal, con la muerte de uno de los colonos y el hallazgo de una carta de Hastings advirtiéndoles de que durante algunos días no iban a encontrar agua ni pastos para los animales. Y así fue. Irónicamente, el calor hacía que la humedad subyacente aflorase y convirtiese el terreno en una especie de cenagal que, una vez más, atascaba los carros.

Fue necesario enviar dos voluntarios por delante para recabar ayuda de Fort Sutter (todavía no existía Salt Lake City), mientras el resto afrontaba como podía la penosa marcha bajo el sol implacable y angustiado por la sed. Tardaron un mes en salir de aquel infierno, perdiendo treinta y dos bueyes y varias carretas. Lo bueno, en principio, era que allí se terminaba el Atajo Hastings y, rodeando los Montes Ruby, podrían reincorporarse al California Trail. Lo malo, que aún faltaba un millar de kilómetros.

Una caravana atravesando el Gran Desierto Salado. Obra conservada en el California Trail Interpretative Center de Elko, Nevada (Wikimedia Commons)

 

Es decir, no sólo no habían ahorrado tiempo escogiendo esa ruta sino todo lo contrario. Y los contratiempos continuaban, en parte debido a que la mayoría eran de clase acomodada y carecían de los conocimientos y experiencia adecuados. Así, permitieron que unos indios payutes se les uniesen unas jornadas... y al final se fueran robándoles varios caballos y bueyes. La tensión empezó a aflorar y, el 5 de octubre, un choque entre dos carretas llevó a una discusión entre sus conductores en la que el dueño de una, el citado James F. Reed, apuñaló al de la otra. 

Como jefe, correspondía a George Donner impartir justicia, pero no estaba (iba una jornada por delante) y como nadie quería tomar la decisión de un ahorcamiento, resolvieron desterrar a Reed. Al parecer el otro le había golpeado primero, pero Reed era muy impopular por su carácter y cierta soberbia clasista, así que se le considero agresor y tuvo que dejar la caravana; se le envió a Fort Sutter en busca de suministros.

 

The Oregon Trail. Pintura de Jim Carson

Porque aunque el río Humboldt les proporcionaba agua, empezaban a escasear las provisiones y los animales se mostraban cada vez más débiles a causa de la fatiga y la insuficiencia de pastos, por lo que Donner ordenó aligerar los vehículos marchando a pie. El problema era que no todos estaban en condiciones de soportar el esfuerzo y un anciano belga desapareció, después de que nadie quisiera subirlo a su vehículo ni salir luego en su busca. 

Además, los payutes reanudaron el robo de bueyes, aprovechando que en los descansos éstos se diseminaban en busca de hierba; de ese modo la caravana perdió casi un centenar, con lo que ello repercutía a la hora de tirar de los carros. De hecho, algunos tuvieron que abandonarse y sus ocupantes seguir a la caravana con los que pudieran cargar por sí mismos; se había acabado la solidaridad y cada uno pensaba sólo en los suyos. 


 

La llegada al río Truckee el 16 de octubre supuso un alivio, pues era una región fértil que permitió al ganado recobrarse. Como uno de aquellos voluntarios regresó con algunos víveres e informó de que su compañero primero y Reed después habían logrado alcanzar también Fort Sutter, hubiera sido un lugar ideal para descansar. Sin embargo ése era un lujo que ya no podían permitirse, dado que con el tiempo perdido se les echaba encima el otoño y todavía tenían que atravesar la temible Sierra Nevada, cuyo nombre ya indica el infierno de frío y nieve en que se convertía con meteorología adversa.

Un accidente mortal con un arma de fuego acabo con la vida de otro expedicionario y aunque estaban en la segunda mitad de octubre y no se esperaba mal tiempo hasta un mes más tarde, durante el funeral empezó a caer una nevada que confirmaba los peores presagios; no podían esperar más o el paso de montaña, el Truckee Pass, que estaba a dos mil cien metros de altitud, terminaría siendo impracticable. 

 

La llegada a las cabañas del lago Truckee. Pintura de Elin Thomas

Así iniciaron el episodio más dramático de todo el viaje. La orografía de Sierra Nevada resultó ser aún más complicada que la de la cordillera Wasach y la caravana fue estirándose tanto que acabó por disgregarse en pequeños grupos. Algunos carros iniciaron la subida pero, incapaces de superar los tres metros de nieve que ya se había acumulado, todos tuvieron que tirar la toalla y retroceder hasta el Truckee, acampando unos en las inmediaciones del lago homónimo para invernar; unos kilómetros más atrás, en Alder Creek, lo hizo el subgrupo de veintidós personas de los Donner, que se habían rezagado al romperse el eje de uno de sus vehículos. 

Para ello aprovecharon una precaria cabaña de troncos dejada por una caravana anterior, construyeron un par más -usando la lona de los wagons como techo- y levantaron frágiles tiendas de campaña. Esos improvisados refugios apenas podían contener la copiosa nevada de una pertinaz tormenta, que duró nada menos que ocho días y les hizo agotar las provisiones que habían recibido. Eso les obligó a recurrir a la caza y la pesca, escasas por la adversa meteorología y por la poca destreza de los colonos para ello. Los bueyes que iban muriendo de frío y hambre rindieron un último servicio como comida, pero aunque se conservaba su carne bajo la nieve, los que habían perdido los suyos debían pagar a los demás para poder consumirla.

Los campamentos ubicados en el lago Truckee y Alder Creek (Wikimedia Commons)

 

Se hacía evidente la necesidad de ir en busca de ayuda; sin embargo, los intentos de algunos grupos de cruzar las montañas de forma ligera, a caballo, fracasaron. Poco a poco se fue acabando también la carne de buey y, al igual que contó Pigafetta en su relación de la travesía del Pacífico por Magallanes, tuvieron que masticar cuero que complementaban con una sopa que preparaban con los huesos; cuando había suerte, atrapaban a los incautos ratones que se metían en las cabañas buscando calor. Es posible que alguno recordase el tremendo final de una caravana guiada por el famoso montañés Joseph  Lafayette Meek en 1845, que por seguir también un atajo en Columbia perdió dos meses y ello desembocó en la muerte por inanición de setenta y cinco personas.

Efectivamente, como saciada ya con los animales, la muerte pasó a abatir su negra sombra sobre los humanos. Varios fallecieron y George Donner sintió que él no tardaría en seguirles, puesto que se había hecho un profundo corte en un brazo reparando el carro y apareció la temida gangrena. Entretanto, el instinto de supervivencia hizo desaparecer cualquier atisbo de humanidad: uno de los difuntos reconoció antes del óbito que había asesinado a otro para robarle la ración; una familia se llevó las pieles de buey de otra que no había podido pagarlas... 

 

El Truckee Pass en la actualidad, rebautizado Donner Pass. Al fondo se ve el lago homónimo, donde acamparon algunos colonos (Joe Parks en Wikimedia Commons)

 

La funesta lista continuó creciendo y un grupo decidió que era preferible caer intentando forzar el paso montañoso para alcanzar Fort Sutter que esperar allí un final inexorable, así que recopilaron raquetas, armas, mantas y hachas, y el 15 de diciembre emprendieron el camino a pie con alimentos para seis días. Eran diecisiete, cuatro hombres -más dos guías indios-, nueve mujeres y sus hijos mayores; dos de éstos tuvieron que volver al poco, pero el resto siguió adelante. Como cabía esperar, tampoco pudieron superar la barrera de nieve. Ateridos por el frío, enfermos, afectados de fotoqueratitis (quemaduras solares en los ojos) y sin fuerzas en cuanto agotaron sus escasas raciones, entendieron que era el final.

Entonces alguien sugirió que uno muriese para que el resto se alimentase con su carne. Obviamente, no hubo acuerdo sobre la forma de ponerlo en práctica: un duelo, proponía éste; un sorteo, replicaba aquélla. Se optó por seguir hasta que se produjera una muerte de forma natural y no fue necesario esperar mucho para tener no uno sino dos cadáveres; tres, cuando otro enloqueció y se quitó la ropa para correr, muriendo de congelación; cuatro, al perder la vida un niño de diez años; cinco, cuando le siguió su hermana al poco. 

Uno de los trágicos momentos del intento de forzar el Truckee Pass, obra del artista Andy Thomas

Los demás aprovecharon la carne procurando no comer la de sus familiares, excepto dos que prefirieron aguantar el hambre, aunque ocasionalmente cedieron. Cuando de nuevo se terminó el alimento, otros dos planearon asesinar a los indios, cuyas vidas no recibían la misma consideración que las de los blancos. William H. Eddy, les advirtió y pudieron escapar. De todos modos ya no hacían falta, puesto que una defunción más redujo la partida a siete miembros. Entre eso y que un disparo afortunado permitió cazar un venado, los restantes resistieron unas días más -y ya iban veinticinco desde que dejaron el campamento-, pero otra vez agotaron las reservas.

Estaban en el límite cuando encontraron a los dos indios, exhaustos y agonizantes por el frío y la desnutrición. Es posible que éstos, cuyos nombres eran Luis y Salvador (profesaban la fe cristiana, pues procedían de una misión católica), en sus últimos momentos confundieran la silueta de alguno de aquellos hombres con la tétrica figura del Wendigo, del que sin duda habrían oído hablar aunque fueran de otra tribu: un espíritu maligno de la mitología algonquina que poseía el cuerpo de un hombre para cometer actos considerados tabú, entre ellos el canibalismo, de manera que servía como una especie de exorcismo para evitarlos en la sociedad. 

Una representación artística del Wendigo (Frank Victoria Art Blog)
 

El caso es que los blancos mataron y engulleron a los nativos, siguiendo adelante; ironía sangrante, también fueron indígenas, los de un poblado miwok que hallaron más adelante, quienes les salvaron compartiendo con ellos frutos secos y bayas. Los miwok ayudaron a uno de ellos a cruzar las montañas y llegar a un rancho. Allí se organizó un grupo de rescate que el 17 de enero, más de un mes después, pudo salvar a los seis que quedaban. 

Ahora bien, todavía faltaba acudir en ayuda de la caravana, algo en lo que estaba inmerso Reed desde que llegó a Fort Sutter. Había reunido una docena de jinetes que con el doble de caballos, debía transportar una primera tanda de provisiones a Bear Valley, al oeste de Sierra Nevada, donde calculaba que estarían. Se llevó una desagradable sorpresa al descubrir que no era así y que seguían al otro lado, por lo que habría que atravesar la cordillera en sentido contrario. Como no iban preparados para ello, regresaron al fuerte y Reed trató desesperadamente de organizar una partida en condiciones.

John Charles Frémont (Wikimedia Commons)
 

No fue fácil. La prioridad del coronel al mando (el famoso, John Charles Frémont, un aventurero y explorador que había recorrido el Missouri y abierto la Ruta de Oregón junto al no menos célebre Kit Carson) era asegurar la usurpación de California a México, país con el que EEUU estaba ya en guerra abierta, y no fue muy receptivo a las agobiantes solicitudes de Reed debido a que necesitaba todos los hombres y caballos. Así que el colono tuvo que esperar hasta  febrero, cuando se difundió la noticia del canibalismo de los que habían llegado al rancho y se hizo una colecta que permitió sufragar dos expediciones de rescate. 

La primera partió del rancho el día 5  y con un durísimo esfuerzo alcanzó el lago el día 18. Resultó difícil vislumbrar las cabañas porque estaban cubiertas casi completamente por la nieve , pero el olor de la muerte flotaba por doquier: el siniestro panorama mostraba cadáveres a medio enterrar y miembros humanos cortados para consumir. Habían fallecido trece personas, sirviendo de alimento a las aún vivas, y otras muchas perdido la razón. Todas estaban en tan mal estado físico y mental que únicamente veintitrés fueron escogidas para ser trasladados a Fort Sutter, dejando a los treinta y tres restantes en espera de un segundo viaje.

Grabado decimonónico mostrando la desolación del campamento
 

Por el camino se cruzaron con la segunda expedición, que había salido del fuerte el 7 de febrero. La dirigía Reed, que así se reunió con su familia tras cinco meses separados. Él continuó hacia Alder Creek, donde estaban los Donner, a donde llegó el 1 de marzo, descubriendo que también allí habían recurrido a la antropofagia. Pero tampoco aquí iban a poder viajar todos; únicamente diecisiete.

Entre los que no podían moverse figuraba George, al que la gangrena había consumido el brazo. El 3 de marzo Reed se llevó a los familiares de su amigo, pero dos de los hijos resultaron estar demasiado débiles y tuvieron que dar la vuelta, donde algunos que se quedaron no querían acogerlos al ser más bocas que alimentar.  La deshumanización alcanzaba su máxima expresión.

Dos de las hijas supervivientes de los Donner, Eliza y Georgia, con Marie Brunner, que las adoptó (Wikimedia Commons)
 

Los que continuaron lo pasaron peor porque se levantó una fuerte ventisca que duró un par de días y les obligó a detenerse; acamparon en un depósito de comida que Reed había dejado previsoramente por el camino... lamentablemente olisqueado y devorado por alimañas. Cuatro días sin nada que llevarse a la boca les hizo consumir el cuero de la ropa (cordones, flecos) y dos niños más murieron, entre ellos otro hijo de Jacob Donner; su hermana Mary perdió los pies al quemársele en una hoguera sin que se enterase, ya que la congelación le impidió percatarse del dolor. El lugar pasó a ser conocido como Starved Camp ("Campamento hambriento").  

Dos familias estaban tan agotadas que prefirieron quedarse a morir allí mismo y, cuando la ventisca amainó un poco, los otros partieron sin ellas. Los que quedaban se salvaron gracias a un tercer grupo de exploradores que, formado por mountain men y encabezado por William Eddy, salió a su encuentro y dio con ellos el 12 de marzo. Los cuerpos de los niños y el de una mujer había sido aprovechados como carne. La mitad del equipo los condujo a Bear Valley, donde falleció un nieto de Donner de un atracón incontinente. Eddy siguió adelante, hacia Alder Creek, llegando dos días más tarde.

William H. Eddy (Wikimedia Commons)
 

Antes pasó por el lago Truckee, donde, para su consternación descubrió que su familia había muerto y sido comida. Luego continuó en busca de los Donner. No había fallecido nadie, pero muchos estaban psicológicamente rotos al haber tenido que recurrir al canibalismo una vez más; entre los restos desmembrados de varios individuos estaban los de Jacob, el hermano de George. Éste aún resistía pero agonizando por la infección, que le llegaba ya a la altura del hombro; por otra parte, casi todos sufrían hipotermia y problemas oculares a causa de la nieve.

Recogió a las tres hijas de Donner y otros tres niños, y emprendió el camino de Fort Sutter. Los rescatadores de Eddy se llevaron a quince menores y tres adultos; los demás deberían esperar a otro equipo que estaba en camino, ayudados por tres de los montañeses que fueron dejados ex profeso... dos de los cuales, viendo el siniestro panorama, se pusieron de acuerdo para irse. Tamsen, la esposa de George, decidió quedarse junto a su incapacitado esposo a sabiendas de que no había esperanzas para él -y de esa forma tampoco para ella-, pero sobornó a los montañeses para que se llevasen a sus tres hijas y aceptaron, aunque las abandonaron en el campamento del lago.

Lewis Keseberg (Wikimedia Commons)

El 17 de abril, cuando llegó un nuevo grupo de rescate sólo con la idea de recuperar las pertenencias de los supervivientes, ya que no se pensaba que todavía hubiera nadie con vida, se encontró que allí estaba aún Louis Keseberg, el hombre que se había comido a los hijos de Eddy, del que sospecharon que había matado a otras personas con ese mismo fin; de hecho, en su poder tenía dinero y joyas de los fallecidos, si bien él aseguró que se lo había dado Tamsen para que lo ingresara, en caso de lograr salvarse, a nombre de sus hijas.

Eddy no se vengó de él, como había prometido. Pero Keseberg pasaría el resto de su vida viviendo aislado en las montañas como un apestado, al correrse la voz de que también había asesinado a Tamsen Donner y hasta tuvo que acudir a los tribunales para denunciar las amenazas de muerte que recibía por lo que él consideraba difamaciones. Lo cierto es que hay cierta confusión en los datos porque otros miembros de la caravana no hablaron mal de él, por lo que quizá no fue más que alguien usado para expiar el vergonzante cargo de conciencia general.

 

Memorial erigido en recuerdo de la Expedición Donner. el pedestal tiene la misma altura altura que la alcanzada entonces por la nieve (Seano 1 en Wikimedia Commons)
 

George, que como se esperaba expiró en Alder Creek, fue enterrado in situ y hoy varios sitios del entorno como el lago y el paso de montaña llevan su apellido. Como decía, según algunas fuentes Tamsen le siguió unos días después. Su amigo Reed persistiría en la búsqueda de fortuna y fue uno de los que se sumaron a la famosa fiebre del oro californiana, sin demasiada suerte; vivió hasta 1874. Eddy volvió a casarse otras dos veces y tuvo nuevos hijos, pero murió relativamente pronto, en 1859. 

De los ochenta y siete integrantes de la caravana únicamente quedaron cuarenta y ocho, siendo dos tercios de ellos mujeres y niños; de hecho la más longeva fue Isabelle Breen, que entonces tenía un año de edad y aguantaría hasta bien entrado el siglo XX, falleciendo en 1935. Ni ella ni los demás imaginaban que pasarían a la historia; mucho menos que su tragedia se recordaría en libros, cómics, una banda de música, algunas películas y hasta juegos de mesa.


BIBLIOGRAFÍA:

-POOR DONNER HOUGHTON, Eliza: The expedition of the Donner Party and its tragic fate.

-MCNEESE, Tim: The Donner Party. A doomed journey.

-MCGLASHAN, C.F: History of the Donner Party. A tragedy of the Sierra.

-WEISER, Kathy: The tragic story of the Donner Party (en Legends of America).

-DOVAL, Gregorio: Breve historia de la Conquista del Oeste.

 -Oregon National Historic Trail (National Park Service).

-California National Historic Trail (National Park Service). 


Imagen de cabecera: Donner Pass, October 1846 (pintura de Jim Carson).


Comentarios

Entradas populares de este blog

Letra y firma de la reina Isabel de Castilla

Firma de Solimán el Magnífico

Los Reyes Católicos ordenan quemar todos los libros musulmanes (1501)