Los juegos de cañas en la España Moderna

 

 

Correr cañas era una especie de juego o deporte cuya práctica fue muy frecuente entre los siglos XV y XVIII, bien en explanadas, bien en plazas de pueblos y ciudades debidamente dispuestas para ello, aunque en realidad se trataba de una actividad que se remontaba bastante atrás en el tiempo.

Heredado de los musulmanes, que a su vez se inspiraron en la hippika gymnasia romana, el juego de cañas fue rápidamente adoptado en los reinos cristianos medievales, convirtiéndose en la Baja Edad Media en uno de los practicados por excelencia junto a bohordos -cañas cortas con un contrapeso- y tablados (consistentes en lanzas jabalinas contra una pared de madera levantada ex profeso). 

Juego de cañas en la Plaza Mayor de Valladolid celebrado en 1506, durante el viaje de Felipe el Hermoso a Castilla. Obra de Jacob van Laethem (Wikimedia Commons)
 

Se sabe que los hubo en el León del año 1144, para celebrar la boda de doña Urraca con García de Navarra; asimismo, aparecen reseñados en las crónicas de Juan II y Enrique IV, ambas del siglo XIV, y en una carta del rey nazarí Muhammed VIII de Granada a Alfonso V de Aragón en la que dice regalarsele equipación para un juego de cañas, entre otros documentos.

De hecho, algunos de esos eventos alcanzaron renombre. Fue el caso del disputado ante la Alhambra en 1494 entre un centenar de caballeros o el que se celebró en en honor de los Reyes Católicos. Fernando, por cierto, organizó uno muy especial en 1487, al conquistar Málaga: para vengar el atentado contra su esposa por parte de un morabito exaltado (que fue descuartizado y sus trozos lanzados sobre las murallas con una catapulta), condenó a los cristianos convertidos al Islam que había apresado a morir sirviendo de blancos vivos en un juego de cañas con armas reales.


El juego de cañas ante las murallas de Málaga, 1487 (ilustración de Angus McBride)

Ahora bien ¿En que consistía correr cañas? En un ejercicio a caballo en el que se simulaba un combate: los participantes, repartidos en dos grupos enfrentados, se lanzaban al galope por turnos y en pequeñas cuadrillas, partiendo de sus respectivos extremos. En el último momento, mediante un impulsor, lanzaban contra el adversario unas cañas (de ahí su nombre) como si se tratase de jabalinas o incluso dardos, deteniendo a la vez con sus adargas (que eran más grandes de lo norma, de ocho tercias de largo según Tapia y Salcedo) las enviadas contra ellos, para luego retirarse en semicírculo, de manera similar a la táctica de la caracola que usaban los herreruelos montados en batalla.

Pese a que sus practicantes procedían casi siempre de la nobleza, se convirtió en un espectáculo muy popular, como el taurino, que por entonces también era practicado por las clases altas exclusivamente. Tanto que fueron muchos los autores que escribieron sobre él y otros juegos de la época; entre ellos, militares pero también religiosos, un indicativo de la perspectiva moral que se proyectaba en sus obras: el capellán de Felipe II Sebastián de Covarrubias (que en su Tesoro de la lengua castellana llama juego troyano a correr cañas), el jesuita Juan de Mariana (Historia de España. Tratado contra los juegos públicos), el franciscano Diego de Arce (Miscelánea), el caballero de Santiago Gregorio de Tapia y Salcedo (Exercicios de la Gineta), etc.

En 1558, el humanista fray Francisco de Alcocer escribió un Tratado del Juego en el que explicaba las normas que regulaban éste entretenimiento, entre otros más como correr de sortija, estafermo, esgremir, passa passa, maesecoral (éste y el anterior, juegos de manos), bolteo, los toros o incluso mascaradas y danza. Publicado impreso en Salamanca, se adjunta la portada a continuación. Por otra parte, el poeta y dramaturgo pacense Diego Sánchez de Badajoz incluso compuso una Farsa del juego de cañas en 1545.

 

Portada del Tratado del Iuego (Repositorio BDE)

En la imagen de más abajo vemos el dibujo de un juego de cañas que, procedente de una escribanía, se conserva en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. En él se refleja el carácter caballeresco de la actividad, bastante parecida a las justas y torneos medievales, no sólo a través de los contendientes sino también de las damas que lo contemplan como espectadoras desde un estrado, presumiblemente de la corte. 

La figura en primer plano representaría a un padrino (árbitro) y los peculiares sombreros de copa alta y ala estrecha que llevan los jinetes son los llamados capeletes albaneses, que se pusieron de moda en este tipo de juegos sustituyendo a los anteriores tocados a la morisca por influencia de las tropas del Emperador. Fue poco antes de subir éste al trono castellano cuando tal tipo de ejercicios, antaño practicados sólo por adiestramiento bélico, arraigaron como actividades lúdicas; pero siempre con un objetivo moral de fondo, que era servir como vía de perfeccionamiento de las cualidades humanas, ya que practicarlas por mera diversión se consideraba frívolo.

Por esa razón también eran casi exclusivas de las clases acomodadas, al fin y al cabo las que montaban a caballo. Había otros juegos que sí superaban esa diferenciación social, caso de la pelota, las actividades cinegéticas, los bolos y, sobre todo, los de azar. Estos últimos, especialmente los dados y los naipes, estaban mal vistos por la Iglesia y las autoridades debido a que la pasión que generaban solía acabar en pendencias, distraía del deber (incluyendo ir a misa) y además las apuestas suponían la ruina para muchos jugadores. Sin embargo, resultó imposible impedirlos porque se jugaban en todas partes y ámbitos por parte de todos los estratos de la sociedad, de ahí el fracaso continuo de las ordenanzas emitidas al respecto.

 

Imagen: Archivo de la Real Chancillería de Valladolid en PARES

 

Como contraposición, los juegos de cañas transcurrían dentro del orden previsto, sometidos a un estricto reglamento. Su cada vez mayor implantación a lo largo del siglo XVI supuso la progresiva desaparición de los citados torneos, ya que éstos resultaban menos seguros y tendieron a quedarse obsoletos ante el progresivo aligeramiento de la caballería y los cambios tácticos que eso implicaba: ya no había cargas frontales lanza en ristre y la monta se hacía a la jineta, con las piernas dobladas y los estribos altos, permitiendo al jinete dirigir al caballo de forma más libre. A Quevedo no parecía gustarle esa técnica, según se desprende de unos versos suyos:  

Gineta y cañas son contagio moro;

restitúyanse cañas y torneos

y hagan paces las capas con el toro.

La alusión xenófoba tampoco era exclusiva del ilustre e incorregible escritor. En su obra Diálogos de contención entre la milicia y la ciencia, publicada en Valladolid en 1614, Francisco Núñez de Velasco decía que "... y tan inútil como es un juego de cañas, invención de aquellos bárbaros Mahometanos, que sólo por ser suya la devrían los Cavalleros Católicos aborrecer..."

Juego de cañas ilustrando Las parejas, un manuscrito dieciochesco del editor Domenico de Rossi (Real Biblioteca. Patrimonio Nacional)

En la segunda mitad de la centuria hubo cierto declinar, pero se recuperaron en el XVII y correr cañas se hizo especialmente popular en España, donde consta documentalmente que el rey Felipe IV, un auténtico entusiasta, no tuvo bastante con verlos desde su balcón de la Casa de la Panadería y llegó a participar personalmente en alguno, formando pareja con el conde-duque de Olivares o con el caballerizo mayor, en unos actos en los que se había hecho habitual que uno de los equipos vistiera a la manera morisca (los juegos de cañas con disfraces se denominaba mascaradas). Se hizo famoso el disputado en la Plaza Mayor de Madrid -debidamente entablada- durante la visita del príncipe de Gales, completando un programa que incluía alancear toros, danza y teatro.

Para entonces, ese entretenimiento había evolucionado, pasando a convertirse en una espectáculo hípico en el que los jinetes no se limitaban a mostrar sus habilidades con las cañas sino también su habilidad en la monta, haciendo a sus monturas practicar cabriolas al ritmo musical de una pequeña orquesta. La propia entrada a la plaza se hacía con una demostración de destrezas ecuestres que se remataba con una galopada de todos los caballeros lanza en mano. Al final del evento, se soltaba un toro y el que lo deseaba tomaba rejones.

 

Fiesta real en la Plaza Mayor. Pintura de Juan de la Corte mostrando los juegos ecuestres celebrados en 1623 con motivo de la visita del Príncipe de Gales para casarse con la infanta María de Austria (Museo de Historia de Madrid)

 

Asimismo, correr cañas se había diversificado y, por ejemplo, en el Carnaval de 1637 se corrieron alcancías, modalidad en la que los caballeros no lanzaban cañas sino huevos, defendiéndose con rodelas de madera, y en marzo del mismo año dos compañías de jinetes de Andalucía efectuaron una fiesta de sortija (ensartar con una lanza a pleno galope un aro colgante) y estafermo (golpear con la lanza sobre el escudo de un muñeco que, si el jinete no era lo suficientemente rápido, giraba y le sacudía en la espalda con un saco de arena). Otra variante, en este caso improvisada y bastarda, se producía cuando la rivalidad degeneraba en enfrentamiento y el dicho "las cañas de vuelven lanzas" se hacía realidad.

Aunque los juegos de cañas llegaron al siglo XVIII, ése fue su final; no tanto por el desinterés que mostraron los Borbones como por el hecho de pertenecer ya a a otra época.


BIBLIOGRAFÍA:

-ALCOCER, Francisco de: Tratado del juego.

-AGUILAR, Pedro: Tractado de caballería a la gineta.

-CABALLERO RUTSCHI, Rodrigo: PHEJD. El juego de cañas.

-DELEITO Y PIÑUELA, José: El Rey se divierte.

-DELEITO Y PIÑUELA, José: También se divierte el pueblo. Recuerdos de hace tres siglos.

-HERNÁNDEZ VÁZQUEZ, Manuel: El juego de cañas en la España medieval y moderna.

-TAPIA Y SALCEDO, Gregorio: Exercicios de la gineta.

-LÓPEZ DE PRADO ORTIZ ARCE, Ignacio: Consideraciones pedagógicas sobre la obra "El tratado del juego" de Fray Franciso de Alcocer.

-VVAA: Del torneo medieval al juego de cañas


Imagen de cabecera: Juego de cañas en la Plaza Mayor de Madrid, por Juan de la Corte (Wikimedia Commons)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Letra y firma de la reina Isabel de Castilla

Firma de Solimán el Magnífico

Los Reyes Católicos ordenan quemar todos los libros musulmanes (1501)