Kambula, la batalla que inclinó la Guerra Zulú hacia el lado británico

 

«¡No huyas, Johnny, queremos hablar contigo!». Como grito de guerra puede resultarnos divertido, pero a quiénes les tocó oirlo no les hizo la más mínima gracia, puesto que les iba la vida en ello y lo sabían porque cerca de mil trescientos compañeros suyos habían sido aniquilados dos meses antes por los mismos que ahora proferían la peculiar exhortación. Esa masacre tuvo lugar el 22 de enero de 1879 en un lugar de Sudáfrica llamado Isandlwana, una colina cuyo nombre hacía referencia al estómago de una vaca en la lengua local porque tiene esa caprichosa forma. Ahora, los vencedores de la batalla querían obtener un nuevo triunfo a medio centenar de kilómetros, en Kambula.

Hablamos de la Guerra Anglo-Zulú, que a la mayoría de los lectores les sonará gracias, sobre todo al cine: el director Cy Enfield la dio a conocer en 1964, de la mano de Michael Caine y la vibrante música de John Barry  al plasmar en la película Zulú la batalla de Rork'es Drift, una victoria británica agónica ocurrida el mismo día que el referido desastre de Isandlwana, cuyo centenario se recordó a su vez con la película Amanecer zulú, protagonizada por Burt Lancaster y Peter O'Toole. Pero aquella contienda tuvo más enfrentamientos, como los de Inyezane (o Nyezane), Gingindlovu, Eshowe y Ulundi, por citar sólo los más importantes. Tampoco hay que olvidar la muerte del hijo de Napoleón III, que se había empeñado en sumarse a la campaña y los zulúes le sorprendieron en una emboscada durante una patrulla. 

La batalla de Isandlwana (pintura de Jason Askew)

La guerra fue iniciada unilateralmente por el Alto Comisionado para el África Austral, Sir Henry Bartle Frere, que buscaba eliminar los dos principales obstáculos para el pleno dominio británico del estremo meridional africano: la República del Transvaal de los bóer y Zululandia, el Reino Zulú. De la primera, presumiblemente más fuerte, pensaba ocuparse más adelante; de momento resultaba más fácil quitarse de en medio a los zuĺúes, odiados por todos sus vecinos desde los tiempos del rey Shaka debido a su creciente expansionismo. Para ello, aprovechó un incidente menor como casus belli: una vulneración de la frontera por parte de unos guerreros que perseguían a rivales de otro clan.

Sir Henry envió al monarca zulú, Cetshwayo kaMpande, un ultimátum redactado deliberadamente en términos inaceptables y encargó a Frederic Thesiger, Lord Chelmsford, la consiguiente invasión. Cetshwayo trató de impedir la guerra y se mostró dispuesto a negociar, pero el plan era seguir adelante y ambos bandos quedaron abocados al inevitable enfrentamiento, pese a que al gobierno de Londres no le hacía gracia una movilización en ese momento. Como es sabido, los zulúes se impusieron contra pronóstico en Isandlwana gracias a que lograron caer por sorpresa sobre el campamento enemigo y llegar al cuerpo a cuerpo, pero fueron vencidos en otros choques importantes, en los que las ametralladoras Gatling los mantuvieron a distancia.

El rey Cethswayo, vestido a la moda occidental, en el castillo de El Cabo al término de la guerra. La acompaña, de uniforme, Lord Chelmsford  

 

Las noticias de lo ocurrido en Isandlwana desataron el pánico entre los colonos, que dejaron sus granjas para refugiarse en ciudades debidamente fortificadas, aunque nunca llegaron a ser atacadas. También los militares tomaron precauciones. El coronel Charles Pearson, por ejemplo, convirtió la aldea de Eshowe -una iglesia, una escuela  y la casa del misionero- en un fortín inexpugnable que convenció a los zulúes de la inutilidad de atacarlo, limitándose a ponerle sitio, quizá enterados del fracaso de sus camaradas en Rorke's Drift. Las escasas bajas sufridas por los británicos se debieron, en su mayor parte, a las enfermedades.

Al mismo tiempo, una de las cuatro columnas en las que Lord Chelmsford había dividido sus fuerzas -debían converger hacia Ulundi, la capital zulú-, la que estaba dirigida por el coronel Henry Evelyn Wood, veterano de Crimea, del Motín de la India y de la guerra Ashanti, se hallaba acampada en Fort Thinta. Wood decidió trasladar su campamento a Kambula, desde donde sus tres mil hombres hostigaron a los grupos de enemigos con los que se topaban en sus patrullas, si bien los zulúes estuvieron a punto de exterminar todo un convoy de abastecimiento que sufrió casi ochenta bajas.

El coronel Henry Evelyn Wood en 1879 (Wikimedia Commons)
 

Lord Chelmsford dirigió su columna hacia Esshowe para liberar a las tropas de Pearson, que estaban ya al límite al escasearles los víveres, pero como tardaría en llegar y temía retrasarse más si el adversario le salía al paso, ordenó a sus subordinados que llevaran a cabo ataques de diversión Varios realizaron rápidas incursiones en poblados, pero fue Wood quien concibió el plan más ambicioso, consistente en desalojar a las tribus zulúes abaqulosi y mblini de las montañas donde se iban a reunir -así informaron los espías- para luego marchar juntas contra Kambula. 

Dicha reunión se haría en Hlobane, una elevación de 1.623 metros de altitud y acceso difícil al tener su cima rodeada de paredes muy escarpadas. Así que, la noche del 27 de marzo, Wood envió dos grupos armados que debían ascenderla respectivamente por oeste y este para hacer una tenaza sobre el enemigo. Uno, formado por 640 hombres de la Infantería Montada Imperial y la Caballería Nativa de Natal, lo mandaba el teniente coronel John Cecil Russell; el otro, de irregulares a caballo, el también teniente coronel Redvers Buller. No se llevaban bien, lo que tendría consecuencias posteriormente. 

John Cecil Russell (Wikimedia Commons) y Redvers Buller (Wikimedia Commons)
 

Russell subió por el vecino monte Ntendeka, pero al alcanzar el collado que lo unía a Hlobane, bautizado luego muy adecuadamente como Paso del Diablo, lo consideró intransitable para los caballos, así que envió al teniente Edward Browne a pie con un puñado de soldados para avisar a Buller. Éste sí había coronado la cima, desalojando al millar de zulúes que encontró allí y arrebatándoles una gran manada de vacas que empezó a guiar hacia el oeste, hacia el collado, para unirse a Russell, quien entretanto también estaba incautando ganado (era lo acostumbrado para privar de recursos al enemigo).

Entretanto, Wood avistó un impi (masa de guerreros, aunque a menudo se usa el término como sinónimo de ibutho o regimiento zulú) que había salido de Ulundi y por la dirección que llevaba podía sorprender a ambos, así que les envió un aviso para que se retirasen. Russell, que también vio el impi, obedeció sin esperar a Buller. Éste se quedó solo y poco después empezó a recibir ataques de los abaQulusi, enardecidos por la llegada de aquellos refuerzos. Los británicos tuvieron que escapar en desbandada ladera abajo, acosados y dejando tras de sí un trágico rastro de un centenar de soldados muertos, otro de auxiliares nativos y 15 oficiales; el propio Buller se salvó por muy poco, llevando a lomos de su caballo a otro soldado que había perdido su montura.

En el Paso del Diablo, durante la huida de Hlobane, Buller rescató al capitán Cecil D'Arcy, que había perdido su caballo. Por ello se le concedería la Cruz Victoria (cuadro de Jason Askew conservado en Downes House)

Otra visión de ese episodio, en este caso de R. S. Collins 
 

En Hlobane los zulúes, que como casi todos los pueblos indígenas no tomaban prisioneros porque mantenerlos era un desperdicio de recursos, hicieron una excepción y capturaron vivo a Ernest Grandier, un emigrante francés natural de Burdeos que se había alistado en la Caballería Fronteriza de Weatherley. En medio del caos quedó aislado de sus compañeros y los zulúes le descubrieron escondido tras unas rocas, llevándolo a Ulundi ante el rey Cetshwayo; viendo que no resultaba de utilidad para obtener información porque era un simple soldado, el monarca mandó liberarlo en gesto de buena voluntad (él dio una versión distinta -y poco creíble-, en la que se habría evadido heroicamente).

Como decía, la derrota británica resultó doblemente amarga. Primero por los dos inesperados reveses sufridos en apenas un par de meses; y, segundo, porque el teniente Browne, que fue quien tuvo que cubrir con su pequeño destacamento la desesperada huida de Buller, acusó a Russell de cobardía por dejarles abandonados. Russell, del que se dice que sufría depresión debido a que una parte de sus hombres habían caído en Isandlwana, asumió su responsabilidad y acabó relegado a retaguardia mientras los otros recibían la Cruz Victoria.

La huida de Hlobane (M Design)
 

En el otro bando, Cetshwayo se aprestó para continuar la guerra, en vista de que los británicos hacían oídos sordos a sus propuestas de paz. Sin embargo, pese al entusiasta triunfalismo que manifestaba su gente tras imponerse en Isandlwana y Hlobane -batallas en las que habían conseguido numerosos fusiles con los que creían equilibrar las fuerzas con el enemigo-, el rey era plenamente consciente de su inferioridad y dictó órdenes prohibiendo que se realizaran ataques contra posiciones fortificadas del enemigo, procurando en cambio atraerlo a campo abierto.

A la hora de la verdad no le obedecieron y lo iban a pagar con sangre en Ngaba ka Hawana, que es como los zulúes llamaban la sierra de Kambula, donde Wood había establecido su campamento sobre un promontorio. Estaba formado por un laager (círculo de carros, en este caso atados con cadenas) para la tropa rodeado por una zanja y otro para el ganado rodeado de una valla de piedra, este último unido mediante una empalizada a un bastión con parapeto de tierra y piedras situado en un nivel más elevado. Lo defendían 2.086 hombres de infantería a los que se sumaron diversas unidades de caballería -incluyendo los 60 que escaparon vivos de Isandlwana y los 99 de Hlobane- más dos centenares de auxiliares nativos.

La batalla de Kambula (M Design)
 

El impi, formado por nueve amabutho (regimientos) repartidos en cinco columnas, se presentó hacioa las diez y media del día 29 de marzo y Wood ordenó zafarrancho de combate, colocando sus seis cañones, situando cajas de munición cerca de los soldados para no repetir uno de los errores de Isandlwana y permitiendo comer a la tropa. Los zulúes adoptaron su habitual formación en forma de cuernos de vaca, con la que cada cuerno rodeaba un flanco del enemigo dejándolo embolsado a merced de la testuz y dejando el lomo como reserva. Sin embargo cuando los cuernos atacaron a media mañana lo hicieron descoordinados, quizá por el ansia de lograr la gloria antes que los demás, y eso facilitó la defensa británica.

Percatándose de ello, Wood mandó a Buller hacer una salida rápida con sus jinetes, aquellos que habían sobrevivido a Hlobane, contra el cuerno derecho: se acercaron galopando a la masa de guerreros, hicieron una descarga de fusilería y se retiraron. Como había previsto el coronel, aquello espoleó al impi, que al grito de «¡Usuthu!» (la facción leal a Cetshwayo) se lanzó a la carga confiando en su invulnerabilidad a las balas que habían predicho los brujos. Los de Buller tirotearon varias veces más a medida que regresaban a sus líneas mientras sus perseguidores les decían con sorna la reseñada frase «¡No huyas, Johnny, queremos hablar contigo!», añadiéndole otra igual de burlona y amenazadora: «¡Somos los chicos de Isandlwana!».

Impi zulú con sus amabutho (regimientos) en formación (Angus McBride)
 
El impi al ataque (Peter Dennis)

Tronó entonces la artillería disgregando la masa de guerreros. Aunque algunos consiguieron llegar hasta los carros -siendo reducidos a bayonetazos cuando intentaban entrar arrastrándose por debajo de las ruedas-, la mayoría se echó cuerpo a tierra, protegiéndose ingenua e inútilmente de las balas tras los numerosos hormigueros que había en la zona. La testuz intervino en su ayuda, pero los cañones rociaron a sus integrantes de metralla y los fusiles Martini-Henry, cuyo calibre 45 hacía saltar hacia atrás a quien alcanzaba, terminaron de diezmar las filas atacantes cuando habían conseguido acercarse a menos de 300 metros. 

No había transcurrido una hora de batalla y el terreno ya estaba sembrado de cadáveres. El cuerno derecho tuvo que retroceder, pero el izquierdo ascendió por la cuesta que había entre los dos extremos del campamento y, pese a las terribles descargas de los fusileros, algunos guerreros con armas de fuego lograron apostarse en el vertedero, un montículo de estiércol tapizado de hierba desde el que empezaron a batir las posiciones británicas apoyados por otros tiradores desde el barranco. Los soldados se vieron obligados a dar unos pasos atrás para protegerse y eso enardeció más a los zulúes, que creyeron ver una inminente victoria.

Redvers Buller en la batalla de Kambula (Peter Dennis)
 

Un grupo saltó el redil del ganado, poniendo en fuga a sus trece defensores tras un caótico cuerpo a cuerpo entre las reses. Luego otra oleada de miles de atacantes del cuerno derecho avanzó hacia ese punto, que constituía una grave amenaza porque estaba a sólo 46 metros del campamento y encima las tropas de Wood no podían cubrir bien la zona a causa de la irregularidad del terreno. Para solucionar la comprometida situación, el coronel, que tomó parte activa en la lucha abatiendo con una carabina a varios indunas (jefes), ordenó a dos compañías de infantes ligeros del comandante Robert Hackett que hicieran una salida y expulsaran al enemigo del corral. La operación se llevó a cabo con gran eficacia, cargando a bayoneta y disparando escalonadamente. 

No obstante, quedaron expuestos al fuego cruzado de los tiradores zulúes, por lo que otra compañía más tuvo que salir y echarlos, también con las bayonetas... para, a su vez, ser todos tiroteados desde el promontorio de estiércol; el propio Hackett resultó herido en la cabeza -una bala se la atravesó de sien a sien-, quedando ciego para siempre, pero además perdió 44 hombres. A Wood no le quedó más remedio que mandarles volver mientras Buller ordenaba a los suyos disparar a bulto contra el estiércol, ya que las balas podían atravesarlo y alcanzar a los que se ocultaban detrás; al día siguiente se encontrarían allí 62 zulúes muertos.

Robert Hackett
 

Echando el resto, la testuz del impi cargó de nuevo contra la zona intermedia del campamento, pero los cañones, con la espoleta baja, los rechazaron. Aunque volvieron a intentarlo una y otra vez, cada carga terminaba en matanza y, pese a que los cuernos también se sumaron a aquella tentativa agónica, el cansancio de correr cuesta arriba -habían marchado durante tres días y estaban sin comer desde que salieron de Ulundi, por lo que estaba estimuladois únicamente por el dagga -cannabis- que fumaron al llegar a Kambula- y las ráfagas mortales de fusilería fueron apagando sus ánimos poco a poco. Agotados física y anímicamente, a las cinco y media de la tarde renunciaron definitivamente y comenzaron a retirarse en orden, llevándose a sus heridos. 

Wood envió entonces a la caballería en su persecución. Eran seis centenares de jinetes; entre ellos los irregulares de Buller, que encontraron así la ocasión de vengar su humillante derrota del día anterior en Hlobane. No hubo piedad y los oficiales, instando a sus hombres a recordar a los camaradas fallecidos, dieron orden de no hacer prisioneros. Los zulúes huyeron en desbandada y fueron cazados, tanto si se resistían como si trataban de esconderse, siendo rematados también los heridos: unos a tiros, otros a culatazos o incluso con sus propias iklwas o azagayas (según se decía, debido a que los soldados tenían el dedo índice en carne viva de tanto apretar el gatillo); algunos se suicidaron y los hubo que simplemente se dejaron matar. 

La sangrienta persecución final a los zulúes en fuga (colección de Rai England)
 

Aquella orgía de sangre, que provocó aceradas críticas en Inglaterra, se prolongó hasta que anocheció y empezó a llover. Los supervivientes se refugiaron en las montañas Zungwini,a once kilómetros, y aunque su jefe,  Mnyamana Kanggengelele, les exhortó a reunirse en Ulundi, muchos optaron por irse a su casa porque les parecía evidente que no obtendrían más triunfos. Dejaban atrás casi 800 muertos y había un enorme número de heridos, parte de los cuales falleció en los días siguientes incrementando la cifra total a dos o tres millares. Los británicos sufrieron una treintena de bajas mortales y algo más de medio centenar de heridos (sin contar los de Hlobane). 

Cuatro jornadas más tarde, la batalla de Gingindlovu se cobraría otros mil zulúes muertos y el 4 de juio, en la de Ulundi, que fue la que puso fin a la guerra porque Cethswayo cayó prisionero, millar y medio más. Las lúgubres palabras que pronunció el rey cuando le informaron de las bajas sufridas en Isandlwana, a pesar de la victoria, se podrían aplicar también a Kambula: «Se ha clavado una azagaya en el vientre de la nación zulú; no hay suficientes lágrimas para llorar a los difuntos».

 

BIBLIOGRAFÍA:

-ROCA GONZáLEZ, Carlos: Zulú. La batalla de Isandlwana

-ROCA GONZÁLEZ, Carlos: Isandlwana. Amarga victoria zulú.

-KNIGHT, Ian y CASTLE, Ian: Guerra Zulú de 1879. El crepúsculo de una nación de guerreros. 

-LABAND, John y THOMPSON, Paul: The illustrated guide to the Anglo-Zulu War.

-GREAVES, Adrian: Forgotten battles of the Zulu War.

-RHYS JONES, Richard: Battle of Khambula (en Historic UK).

-YOUNG, John: Anglo-Zulu War: battle of Khambula (en Historynet).

-Wikipedia

 

Imagen de cabecera: La batalla de Kambula en un grabado de Melton Prior para The Illustrated London News, basado en un dibujo de Charles Robinson (Wikimedia Commons).

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Orden de pago a la princesa Zoraida, viuda de Muley Hacén y dama de compañía de Isabel la Católica

Inicio y evolución de la esclavitud indígena en la América española

Alonso de Ojeda, el primer descubridor y conquistador español