Christman Genipperteinga, el asesino en serie del siglo XVI con récord de víctimas

 

Caspar Herber fue un editor alemán de Cochem (una ciudad de Renania-Palatinado situada en el valle del Mosela) del que únicamente ha sobrevivido una publicación: Erschröckliche newe zeytung von einem mörder Christman genandt, welcher ist gericht worden zu Bergkessel den 17. juny diß 1581 jars, que se traduce como "Nuevas y horripilantes noticias sobre un asesino llamado Christman, que fue juzgado en Bergkessel el 17 de junio de 1581". El original, del mismo año que indica el título, se conserva en la Biblioteca Estatal de Baviera, aunque tuvo numerosas reimpresiones anónimas, a menudo con errores en nombres, lugares y fechas pero intentando imitar incluso la decoración impresa del trabajo de Herber.

Como indica su epígrafe, cuenta la historia del que podría ser el asesino en serie más prolífico que se conoce, con un número de víctimas que, de ser cierto, superaría en varios cientos los de los más conocidos: ni Harold Shipman ni Luis Alfredo Garavito se acercaron siquiera a las novecientas sesenta y cuatro vidas que habría arrebatado Christman Genipperteinga a lo largo de trece años del siglo XVI, entre 1569 y 1581. Suponiendo que haya existido realmente, claro, puesto que ya entonces circulaban no pocas leyendas folklóricas sobre criminales que constituían algo así como la crónica negra de la época y que presentaban bastantes similitudes entre sí. En cualquier caso, los pasquines que contaron sus siniestras andanzas, basándose todos en la edición del citado Herber, deformaron considerablemente los hechos.

Portada de la obra editada por Caspar Herber (MDZ)

La figura del asesino en serie, entendiendo por tal aquel que mata a más de tres personas en un corto período de tiempo, suele relacionarse con la sociedad contemporánea y muy especialmente -aunque no siempre- con la frecuente despersonalización vinculada al ámbito urbano. No abundan las referencias a criminales de este tipo antes del siglo XIX y las que hay suelen ser de personajes ya sobradamente conocidos como Elizabeth Bathory o Gilles de Rais. Pero eso no quiere decir que no hubiera otros casos; más de los que se cree, y resulta que el siglo XVI nos dejó al clan del escocés Alexander Sawney Bean, célebre por el millar de víctimas asesinadas, torturadas y devoradas; al alsaciano Peter Nirsch (o Niers), que superó las quinientas, una veintena de las cuales eran mujeres embarazadas; y a Christman Genipperteinga, que competería con los anteriores por ostentar el tétrico récord histórico... y también en su discutida existencia real.

Como explicaba antes, no hay fuentes documentales históricas que avalen su existencia salvo la citada de Caspar Herber, por lo que cualquier reseña biográfica se remite a ésta y es la que nos informa de que Genipperteinga nació en una fecha incierta -anterior a 1569- en Kerpen, una ciudad alemana (del actual estado de Renania del Norte-Westfalia) cercana a Colonia que por entonces formaba parte de los Países Bajos españoles pertenecientes a los Habsburgo. No hay datos sobre su familia ni de su infancia, siendo el primero el hecho de que vivía en Fraßberg, un lugar indeterminado que se describe como montañoso y boscoso (por lo visto a pocos kilómetros de la que hoy es la ciudad de Bernkastel-Kues, en el estado de Renania-Palatinado, al sur del anterior), entre cuyas características estaba la de poseer un sistema de grutas naturales que la gente utilizaba como viviendas; Genipperteinga sería uno de esos peculiares vecinos.

Ubicación de Bernkastel-Kues en el estado de Renania-Palatinado, Alemania (Wikimedia Commons)

La frondosidad del paisaje y su ubicación alta constituían una buena atalaya para observar los caminos que enlazaban las localidades de Metz, Tréveris, Thionville y Luxemburgo, por lo que no es de extrañar que los mercaderes y viajeros en general que recorrían esas rutas fueran asaltados con cierta frecuencia. El panfleto de Herber cuenta que Genipperteinga lideraba una banda de ladrones que robaban y asesinaban a esos incautos, aunque él solía matar a sus compinches para quedarse con todo el botín -arrojaba sus cuerpos a las simas de las cuevas-, de manera que la cuadrilla se renovaba periódicamente.

En eso se diferenciaba de otros bandoleros coetáneos, que solían cambiar de guarida y llevaban vidas itinerantes para esquivar a la justicia. En cambio, nunca se le relacionó con la magia negra ni con el diablo -recurso habitual entonces para explicar comportamientos aberrantes como los de ese tipo de asesinos-, como sí pasó con el mencionado Niers; tampoco se le atribuyeron prácticas caníbales, como las de Sawney Bean. La razón está en que llevaba un diario en el que anotaba cada una de sus fechorías y en él no hacía referencia alguna a nada de ello. Por contra, sí detallaba robos, asaltos, asesinatos, secuestros y violaciones. 

 

Swaney Bean en un grabado coloreado del siglo XVIII (Wikimedia Commons)

Y es que, respecto a lo último y al igual que tantos criminales de su estilo, sí cedió al impulso sexual raptando a la joven hija de un tonelero de Boppard, a la que consetrvó viva como pareja forzada y no violaba periódicamente. Los niños nacidos de los consiguientes embarazos no tenían ninguna oportunidad y terminaban mal, muertos inmediatamente a manos de su padre; fueron seis, al parecer, y eĺ colgaba sus cadáveres para que los meciera el viento mientras canturreaba: "Bailad, querodos hijitos, bailad; vuestro padre, Genipperteinga, también baila para vosotros".

Ese detalle musical probablemente sea un adorno literario para hacer el relato más tremendo. En cualquier caso, aquella situación pudo prolongarse a lo largo de siete años por varias causas. En primer lugar, el turbulento contexto político de la época, en el que los rebeldes neerlandeses ocuparon Kerpen y otros lugares de la zona en 1578, siendo recuperado por los españoles en enero de 1579; la Guerra de los Ochenta Años, empezada en 1568 y que no terminaría hasta 1648, provocó miles de muertos y un puñado más o menos no era algo que levantase alarma social. Además, había que contar con el aislamiento de la cueva y que su dueño encadenaba a su pareja cuando salía para que no escapase. 

La Guerra de los Ochenta Años en 1579 (Wikimedia Commons)
 

Fue un rastro de insólita humanidad en su retorcida mente lo que supuso el principio del fin de aquella sanguinaria carrera. La mujer le suplicó a su captor que necesitaba tener contacto con el mundo para no enloquecer y él accedió, permiténdole acompañarle en una visita a Bernkastel-Kues bajo juramento de no revelar su secreto. Una vez allí, ella no pudo reprimir la emoción al ver a los niños jugando por las calles y cayó de rodillas rompiendo a llorar, lo que llamó la atención de los transeúntes. Al resisitirse a hablar la llevaron ante el alcalde, quien le explicó que las Sagradas Escrituras excusaban romper un juramento en caso de vida o muerte. Entonces contó su dura experiencia y así se desveló el misterio sobre los misteriosos crímenes que asolaban la región desde hacía tanto tiempo. 

Se formó una partida de treinta hombres a los que ella guiaría hasta la gruta disimuladamente, dejando tras de sí un reguero de guisantes para indicar el camino de forma que su secuestrador no sospechase. Seguramente la idea le sonará a más de un lector porque los hermanos Grimm la recogieron para su cuento La novia del bandolero, publicado en 1815. 

Portada de Walter Crane para una edición de La novia del bandolero de 1882 (Wikimedia Commons)
 

Y, así, el 27 de mayo de 1581 fue apresado por sorpresa. La retahíla de insultos, imprecaciones y amenazas que soltó resultó inútil; los guardias se lo llevaron preso junto con el fabuloso botín que hallaron escondido, que incluía monedas, armas, paños, armaduras, carne seca, vino y muchos objetos más con un valor total estimado en setenta mil florines. También encontraron el diario, que era una prueba irrefutable de sus delitos aunque Genipperteinga los reconoció desde el primer momento. Cabe señalar, como curiosidad, que según su testimonio aspiraba a matar un millar de personas, tras lo cual se retiraría satisfecho.

No eran tiempos para componendas ni estudios mentales; juzgado y declarado culpable, se le condenó a muerte. En los países norte y centroeuropeos los reos responsables de crímenes especialmente graves se ejecutaban mediante la rueda, un método de probable origen franco que provocaba un óbito lento y doloroso: como indica su nombre, el penado era tumbado sobre una gran rueda de carro colocada horizontalmente (podía ser también un banco o un saltire, es decir, una cruz de San Andrés), con las extremidades (manos y pies) atadas por debajo hacia atrás, y el verdugo procedía a romperle los huesos con una barra de hierro o similar. A continuación, la rueda se levantaba y se dejaba en vertical, de modo que el infortunado apenas podía respirar al tener quebradas las costillas, tal como pasaba en la crucifixión.

Dibujo de Jacques Callor mostrando una ejecución de 1730 en la rueda (Wikimedia Commons)

La agonía podía durar horas o incluso días, pero Genipperteinga resistió nada menos que nueve terribles jornadas porque se puso especial cuidado en no provocarle derrames internos que acabasen con su sufrimiento demasiado pronto; dice el pasquín que hasta se le suministraron "bebidas fuertes" para reanimarle de vez en cuando. De lo que no informa es de qué se hizo con sus restos mortales, si bien era habitual dejarlos pudrirse in situ, tanto para que sirvieran de ejemplo a los transeúntes como porque se pensaba que eso impedía su posible resurrección en el Juicio Final.

Y poco más se puede añadir. La historicidad de Christman Genipperteinga sigue en tela de juicio hoy. Aquellas publicaciones volanderas trataban de saciar a un público ya sediento de sensacionalismo, multiplicado por el hecho de que la imprenta era especialmente fuerte en Renania-Palatinado (porque Gutemberg la había inventado allí, en la vecina Maguncia, poco más de un siglo antes) y recurrir a crímenes horripilantes era lo más fácil. Por eso abundaron los pasquines sobre multitud de criminales (Lippold, Danniel, Görtemicheel, Schwarzer Friedrich, Henning, Klemens, Vieting, Papedöne...), todos con modus operandi y otros detalles muy parecidos: ladrones, asesinos y secuestradores de doncellas, asesinato de los recién nacidos de éstas, guisantes para marcar el camino, etc. 

Así, Andreas Hondorff publicó en 1587 una reseña del caso en su obra Calendarium sanctorum et historiarium que se basa en la de Caspar Herber. También Joachim von Wedel incluyó una breve nota en su Hausbuch des Herrn Joachim von Wedel auf Krempzow Schloß und Blumberg Erbgesessen que detallaba -al igual que luego repetiría Christoff Gnippentennig- el número de víctimas contando aparte a sus seis bebés. En 1601, Johann Becherer aportó la novedad de que Genipperteinga devoró los corazones de sus hijos, algo que en 1707 se extendió a todas las víctimas. En una continuación de la Schwytz Chronik, de Johannes Stumpf, se amplió el tiempo de actividad del asesino de trece a treinta años. 

Ilustración anónima de un libro miniado francés mostrando una imprenta del siglo XVI (Wikimedia Commons)
 

El abanico de variantes y versiones continuó incrementándose con el paso del tiempo, cada uno introduciendo novedades y detalles como el nombre de la chica, el hedor que emanaba la cueva por los restos humanos que había en ella, la curiosidad de que dicha gruta hubiera sido excavada por enanos, etc. Resulta especialmente poético el relato sobre la doncella Dorothea Teichner, secuestrada por Genipperteinga e incapaz de entender, en su inocencia cómo pretendía él que fuera su esposa si no había ningún sacerdote cerca. Dorothea llora desconsoladamente cuando oye el chocar de huesos de los esqueletos colgados de los niños y él se ríe diciéndole: "De qué te quejas? Nuestros hijos están bailando y jugando, así que deja de llorar". Cuando el verdugo quiebra los miembros del asesino en la rueda, se burla a su vez:  "De qué te quejas? Tus huesos están bailando y jugando, así que deja de llorar".

Por supuesto, no es imposible que los crímenes de Genipperteinga fueran auténticos; otra cosa son los detalles del relato, de los que no hay forma de saber si obedecen a la realidad o son fruto de la imaginación del editor, de forma parecida al reseñado caso de Peter Niers (de quien se dijo que había sido su maestro) o el de Simeon Fleischer (un hombre natural de Fulda, ciudad de Hesse, que se casó treinta y un veces, asesinado a diecinueve de sus esposas para quedarse con sus, por otra parte, escasos bienes), ambos ejecutados en el mismo año que él y cuyas andanzas, junto con las otros, guardan considerable -y sospechosa- similitud.

BIBLIOGRAFÍA:

-HERBER, Caspar: Erschröckliche newe zeytung von einem mörder Christman genandt, welcher ist gericht worden zu Bergkessel den 17. juny diß 1581 jars.

-SCHANZ, Jul: Die schönsten deutschen Sagen, Volksmärchen u. Legenden in Poesie und Prosa.

-SUEIRO, Daniel: La pena de muerte.

-WILTENBURG, Joy: Crime and culture in early Modern Germany.

-BOONE, Brian: The people you meet in Hell. A troubling almanac of the very worst humans in History.

 

Imagen de cabecera: xilografía coloreada anónima de 1581 narrando el caso de Christman Genipperteinga. Se le ve durmiendo en la cueva, mientras la joven secuestrada le despioja y los guardias se disponen a detenerle. En la parte izquierda aparece recibiendo una bebida para restablecerse durante su ejecución en la rueda y, al fondo, lo cadáveres de los niños cuelgan mecido por el viento (Wikimedia Commons).

Comentarios

Entradas populares de este blog

Firma de Solimán el Magnífico

Los Reyes Católicos ordenan quemar todos los libros musulmanes (1501)

Inicio y evolución de la esclavitud indígena en la América española