Notas de abandono infantil en la España Moderna y Contemporánea

 

Durante los siglos XVI-XIX fue muy frecuente el abandono de niños y recién nacidos como alternativa al infanticidio (práctica ésta que estuvo bastante más extendida de lo que generalmente se cree, hasta bien entrado el siglo XIX). A esos niños, cuyo número total se calcula en torno a medio millón, se les llamaba expósitos por quedar expuestos e indefensos, aunque popularmente había otras denominaciones, como incluseros (en referencia a la inclusa u orfanato), echadillos y enechados (ambas por razones obvias).
 
Los más afortunados podían adscribirse en el primer grupo, aunque eso era algo relativo porque el índice de mortandad en las inclusas resultaba muy grande a causa de la masificación y los malos cuidados que se dispensaban en comida, ropa y trato (se les obligaba a trabajar). Cabe añadir que las inclusas no se generalizaron hasta finales del siglo XVIII.
 
Claro que la estrella de los otros podía ser peor, al ser dejados en cualquier sitio, unas veces de tránsito frecuente pero otras solitario, con el peligro que ello conllevaba para el destino de la criatura. De hecho, había lugares especialmente utilizados, como las puertas o altares de las iglesias, los corrales, etc A veces hasta se dejaban colgados por la ropa en lo brazos de los cruceros, argollas para las caballerías, aldabas y similares, quizá para mantenerlos a salvo de alimañas.
 
 
Las razones de estos abandonos, realizados en las primeras horas tras el parto y normalmente de noche o madrugada para evitar ser vistos, eran fundamentalmente económica, sobre todo cuando había orfandad de por medio, si bien no faltaban causas relacionadas con relaciones consideradas ilícitas que comprometían aquel concepto tan arraigado de la honra, ya se tratase de una experiencia prematrimonial, adulterio o violación. 
 
Cuando los niños eran encontrados se daba parte a la justicia para enviarlos a los orfanatos o a colegios parroquiales, donde ocasionalmente podían ser adoptados, aunque la mayoría no tenían tanta suerte. Si se localizaba a los padres, además de tener que abonar los gastos de manutención ocasionados, debían hacerse cargo de sus hijos otra vez (y no faltaban quienes volvían a abandonarlos).
 
Un detalle curioso es que solían dejarse notas entre las ropas del bebé, diciendo su nombre -en caso de tenerlo, claro-, y si estaba bautizado (algo frecuente porque se solía hacer nada más nacer por si el niño moría, en una época en al que la tasa de mortalidad infantil era enorme; en el siglo XIX se situaba en el veinticinco por ciento) y crismado (crismar era ungir con óleos consagrados, siendo un equivalente del bautismo y de la confirmación). 
 
 
No proporcionaban mucha más información salvo casos concretos, como el del primer documento adjunto, donde se lee: "este niño se llama Juan. está bautiçado i no crismado. aganlo bien con el que es hijo de guenos padres i la mucha necesidad i rriesgo en que se allan les obliga a açer este arrojo. que Dios se les pagara". Más insólito -y divertido- resulta el segundo, que dice: "Estoy bautizado y no crismado Francisco me llamo, dadme la teta y verás cómo mamo"

Imagen de cabecera: sala del torno de la inclusa de Madrid en 1861, por Francisco Ortego (Wikimedia Commons).
 

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