Fray Álvaro de Benavente, autor de gramáticas china y filipina en el siglo XVII

 


Álvaro de Benavente Pineda, nacido en Salamanca en 1647, ingresó en la orden de los agustinos a los dieciséis años de edad y estudió Derecho Canónico y Civil antes de ser enviado como misionero a Filipinas en 1667. Embarcó en la nao Nuestra Señora del Buen Socorro y los funcionarios de la Casa de Contratación dejaron esta descripción de su aspecto: “De buen cuerpo, blanco, cabello rubio liso”.
 
En el archipiélago le destinaron a la provincia de Pampanga, en el centro de Luzón, donde se había establecido la orden. Allí se dedicó, aparte de sus funciones religiosas, a estudiar a fondo la lengua local hasta alcanzar un conocimiento tan profundo de ella que publicó una obra titulada Arte y vocabulario pampango.
 
Tres años más tarde, acompañado de Juan Nicolás de Ribera, pasó a China para fundar una misión y durante sus seis años allí también se interesó por el idioma, lo que le permitiría escribir nuevos libros sobre historia y lengua del país, entre ellos Historia natural de China, traducida al español del idioma sínico y Vocabulario del idioma chino; también alguno de otros temas, como Sobre los impedimentos dirimentes e impeditentes del matrimonio (escrito en chino).

 
Posteriormente viajó a Roma, donde le nombraron vicario apostólico general de Kiang y obispo de Ascalón, para regresar a Manila en 1690. Estuvo nueve años moviéndose entre Filipinas y China y en este último país participó en las controversias de los ritos budistas, en las que apoyó -aunque en tono conciliatorio- al Papa en su enfrentamiento con la posición de los jesuitas (porque permitían a los chinos cristianos seguir celebrando ritos tradicionales budistas y confucianistas, considerados supersticiosos por la Iglesia, para atraer también a la fe cristiana a las clases altas).
 
Clemente XI condenó definitivamente esos ritos en 1704 y con ello provocaría que el emperador Kangxi prohibiera el cristianismo en 1724. Para entonces Álvaro de Benavente ya había fallecido; fue en Macao en 1709. No tuvo tiempo de leer la carta de agradecimiento a su labor que le envió Felipe V: “La especial estimación y gratitud con que me deja el amor y zelo con que atendéis al servicio de Dios y mío en la continuación de esas conversiones, encargándoos (como lo hago) alentéis a los misioneros de ellas”.

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