Petición de ayuda de una condesa maltratada por su marido (1751)

 


El 9 de febrero de 1751, reinando en España Fernando VI y unos meses antes de que Diderot y D'Alembert publicasen en Francia el primer tomo de su Encyclopédie, se recibió en la corte madrileña una dramática carta remitida por la V condesa de Luque. María Vicenta Egas-Venegas de Córdoba, que tal era su nombre, solicitaba en ella amparo, recordando un memorial enviado previamente ("el 5 del mes pasado") al marqués de la Ensenada, en el que relataba sus circunstancias y su "más ynfeliz estado que es decible", debido a los malos tratos recibidos de su marido.

Era éste Cristóbal Rafael Fernández de Córdoba y Ordóñez, IV marqués de Algarinejo, IX marqués de Cardeñosa y XVI señor de Zuheros, quien según la condesa estaba provisto de "extraordinario, adusto y protervo genio" y que la tenía "en una deplorable consternación desde la hedad de doze años que tenia quando nos casamos". Esa boda tuvo lugar el 9 de octubre de 1731 y ocho años siguiente ella dio a luz un hijo, único a la postre: Francisco de Paula, que sería el heredero de los títulos de sus padres.

El terrible carácter que su esposo mostraba la llevó a refugiarse en un convento de su Granada natal, tras haber solicitado el divorcio. Ahora pedía que se la trasladara a otro cenobio de Madrid, porque en ése la rodeaban los fieles a Cristóbal. De hecho, tuvo que hacer llegar el memorial reseñado recurriendo a su apoderado y criado mayor, Joseph del Castillo, de plena confianza y que lo hizo disfrazado, para evitar llamar la atención de alguno de los contactos que allí tenía su cónyuge y a los que acusaba de ser la causa de que no se la atendiera en ningún tribunal.

Presa del miedo y desesperada, contaba la "rigurosa, cruel muerte civil que se me está dando en este convento". Y todo esto teniendo un título y recursos para mantenerse, pues era titular de dos mayorazgos (aparte de su condado, también era la VI marquesa de Valenzuela), al margen del que poseía su marido; "mios propios" subrayaba en la misiva, ya que rentaba ciento sesenta mil ducados. "No pretendo livertad, ni la quiero", añadía en una estremecedora frase.

La reclusión en el convento era un castigo por su intento de divorciarse, pese a sus "justos motivos", y la estancia le estaba pasando factura a su salud. Por eso le suplicaba al marqués de Cogolludo, Pedro de Alcántara Fernández de Córdoba, a la sazón adelantado mayor de Andalucía y gentilhombre de cámara: "...hago patente al rey y notorio al mundo mi inocente padecer, como también los malos e indecibles tratamientos que he sufrido de mi marido"

El conflicto conyugal redundó en perjuicio para ambos a la larga, puesto que en 1782 solicitaron la Grandeza de España pero por separado y a los dos se les denegó, seguramente por esa causa.

El documento se conserva en el Archivo Histórico Nacional.

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