Queja por el matrimonio de una esclava mulata en Bornos (Cádiz)

 


Uno de los protocolos notariales más antiguos que se conservan en el Archivo Histórico Provincial de Cádiz contiene este maltrecho documento, con el que los xilófagos se dieron un festín. Es un acta datada en 1554 y correspondiente a la localidad gaditana de Bornos, en la que se da testimonio de la queja del dueño de una esclava mulata debido al matrimonio contraído por ésta.

El propietario, llamado Lorenzo de Figueroa, denuncia que un tal Juan de San Martín, hijo de Balthasar de San Martín, se ha casado "por palabras con una esclava suya e de su servicio color mulata, que se dize Madalena". Figueroa pide "recresersele daño en quanto al derecho de servidumbre que tiene contra la dicha Madalena, su esclava..." Además protesta e impugna ese enlace basándose en que Magdalena no tiene derecho, "subjeta a su servicio como lo esta y fuese captiva como lo es..."

La esclavitud en la España peninsular revestía características diferentes a la que había en América. Era una inversión a pequeña escala para respaldar un negocio y/o hacer determinados trabajos, empleándose sobre todo en tareas domésticas: criados, recaderos, cocineras, amas de cría, etc. En las casas pudientes constituían una muestra de opulencia y exotismo, aunque en algunos sitios concretos había muchos ciudadanos más modestos (médicos, artesanos, sacerdotes...) que poseían algún esclavo, caso de Sevilla.

El trato que se les dispensaba dependía del carácter del dueño pero, en esencia, la vida común del esclavo era similar a la del criado libre, si bien tenía menos libertad de movimientos, no podía reunirse con otros en lugares públicos y sólo podía llevar armas cuando acompañaba a su amo. Éste debía bautizarlo y apadrinar a sus hijos y, así, los esclavos de segunda generación solían ser cristianos convencidos y se incorporaban plenamente a la Iglesia (hasta tenían parroquias y cofradías propias).
 
Aunque algunos amos lo hacían, marcar a los esclavos no era habitual en la España peninsular, salvo en casos de fuga o desobediencia; entonces se les imprímía a fuego una S en la mejilla, o bien otras marcas (una flor de lis, la cruz de San Andrés, el nombre del dueño, una estrella...). Por contra, la manumisión resultaba frecuente, especialmente en los testamentos o cuando los esclavos envejecían (a partir de los cuarenta años, más o menos).
 
La mayor población esclava de Europa occidental se congregaba en dos ciudades: Sevilla y Lisboa. La mayoría eran moros, prisioneros de guerra de las guerras mediterráneas contra turcos y berberiscos; también había moriscos capturados en los levantamientos granadinos, más una pequeña cantidad de indios americanos y canarios apresados por rebeldía.
 
El caso de los negros resulta más complejo porque no se sabe con exactitud en qué momento se empezaron a traer a la península, pero a finales del siglo XIV había muchos en Sevilla, introducidos por mercaderes dedicados a ese comercio. Poco después fueron armadores andaluces, algunos procedentes de la nobleza, los que iniciaron incursiones en la costa africana haciendo la competencia a los portugueses hasta que en 1479 se reconoció el monopolio luso. Para el siglo XVIII ya apenas quedaba rastro de esa institución en la Península.
 

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