El trágico naufragio del HMS Royal George y el extravagante uso que se dio a su maderamen
Los
pecios ejercen una gran fascinación sobre el ser humano. Unas veces por
el hecho de saber que esos restos, que ahora reposan plácidamente en
ese silencioso mundo submarino, se movieron antaño por la superficie
transportando la civilización de un sitio a otro -también la muerte y al
destrucción en caso de tratarse de un buque de guerra- y otras por
haber arrastrado al fondo ricos cargamentos. En este segundo caso casi
siempre se intenta rescatar dicho contenido y, pese a lo que se pudiera
creer, no se trata de algo reciente, pues la recuperación de mercancías y
otros materiales se practica desde muchos siglos atrás..
Pero
no sólo se extraen tesoros. Los cañones, por ejemplo, tenían un gran
valor porque dada su simpleza técnica podían reutilizarse, de ahí que
constituyeran las piezas más buscadas, al margen de metales preciosos,
gemas y similares. Lo que ya resulta sorprendente es descubrir que el
propio maderamen del barco pudiera convertirse en objeto de deseo y, en
ese sentido, el HMS Royal George de la Royal Navy constituye un episodio inaudito.
Era un navío de línea de primera clase que en el momento de su botadura, el 18 de febrero de 1756, estaba considerado el mayor del mundo. El español Santísima Trinidad lo superaría luego en tamaño ampliamente pero eso sería en 1769; hasta entonces, el Royal George lideraba
la clasificación con sus 54,3 metros de eslora, 15,8 de manga, 2.079,8
toneladas y un centenar de piezas de artillería. Entró en servicio como
buque insignia durante la Guerra de los Siete Años, contienda en la que
Gran Bretaña y sus aliados, Prusia y Hanóver, se enfrentaban a una
coalición formada por Francia, Rusia, Austria, Sajonia, Suecia y España
por el control de Silesia, la India y, sobre todo, América del Norte.
El
navío tuvo varios capitanes y sirvió a las órdenes de unos cuantos
almirantes, tomando parte en batallas como las de la Bahía de Quiberon y
el Cabo San Vicente, además de romper el bloqueo de Gibraltar y
participar en 1780 en la captura del convoy de la Real Compañía
Guipuzcoana de Caracas que mandaba Juan Agustín de Yardi. En su
currículum figuraban el hundimiento del francés Superbe y el ataque al también galo Royal Soleil, que escapó por poco.
Tras
forrarse su casco con planchas de cobre empezaron los preparativos para
una nueva singladura, de nuevo hacia Gibraltar con la flota del
almirante Richard Howe. Fondeado en la rada de Spithead (en el Estrecho
de Solent, a la salida de Portsmouth), tras estibar víveres y
suministros toda la tripulación permanecía a bordo (salvo un
destacamento de setenta marines) para evitar deserciones pero recibiendo
la visita de unos trescientas esposas y sesenta hijos de marineros, lo
que hacía que el número de personas en el barco superase el millar. Se
cree que ésa fue la causa de la tragedia que iba a ocurrir.
Porque
a primera hora de la mañana del 29 de agosto de 1782, cuando se escoró
la nave para proceder a limpiarle el casco, aquella indebida masa humana
la desequilibró haciendo que se inclinase demasiado. Eso rompió las
sujeciones de varios cañones, que rodaron por las cubiertas hacia la
amura contraria, al igual que pasó con varios barriles de ron que se
estaban cargando.
El carpintero se percató del peligro
y advirtió al teniente que dirigía la maniobra para que ordenara
enderezar el buque pero, incomprensiblemente, éste mandó continuar.
Cuando el capitán se dio cuenta de la situación ya era tarde: el agua
entraba a raudales por las portas de las cubiertas inferiores añadiendo
aún más peso al interior y el HMS Royal George volcó por babor, arrastrando entre sus mástiles a la barcaza desde la que se subía el ron. La situación se volvió paroxística,
con las víctimas tratando de ponerse a salvo a la desesperada por la
arboladura o saliendo a través de las portas del otro costado.
De
toda la gente que había a bordo únicamente se salvaron doscientas
cincuenta y cinco individuos, siendo once de ellos mujeres y uno un niño
y llenándose el litoral de cadáveres ahogados durante los días
siguientes. La investigación oficial exculpó a oficiales y marineros,
poniendo el acento sobre el mal estado del maderamen, que habría cedido a
la presión. Ahora el problema estaba en el pecio, que constituía un
peligro para la navegación al hallarse a la entrada del puerto a poca
profundidad (veinte metros). De hecho, los mástiles sobresalían por encima del agua.
Hubo planes para reflotar al HMS Royal George
pero no se concretaron así que, como explicaba antes, enseguida se
empezaron a recuperar cañones, extrayéndose quince ese mismo año
mediante una campana de buceo. Las limitaciones del sistema impidieron
rescatar más hasta 1834, cuando se utilizó otra campana que permitía
trabajar mucho más tiempo gracias a que incorporaba una bomba de aire.
Así, durante dos años salieron a la superficie veintiocho cañones
más de distintos calibres; el resto se consideraron irrecuperables al
haber quedado enterrados en el fondo y con los restos del casco encima.
Curiosamente, durante el proceso se descubrieron los restos del Mary Rose a aproximadamente un kilómetro de distancia.
En
1839 se dinamitó el pecio para facilitar la dispersión y consiguiente
rescate de piezas con buzos. Eso permitió sacar una treintena más de
cañones pero también oras cosas, como instrumental de cirugía,
prendas de seda y cuero, etc. Al año siguiente se llevó a cabo otra
voladura que terminó por destrozar lo que quedaba del casco y sacar a la
superficie numerosos pedazos de madera. A priori carecían de
interés pero resultó todo lo contrario y, si el bronce fundido de
algunos cañones había servido para hacer los adornos de la Columna de
Nelson en Trafalgar Square, a esos fragmentos del casco y la quilla se
les encontró una insólita utilidad.
Libro y caja de rapé hechos con madera del pecio. |
Y
es que algunos ingleses ricos encontraron apetecible aprovechar dicha
madera para objetos personales, en una especie de moda efímera que
combinaba lo extravagante con lo morboso: el mercado se llenó de
tapas de libros, cofres, cajitas de rapé... Ahora bien, los casos más
asombrosos fueron los de John Thurston, un fabricante de mesas de billar
que consideró original hacer una con restos del HMS Royal George, conservada en la Burghley House, y George
Wombell, famoso propietario de una casa de fieras en Londres, que dio
una vuelta de tuerca al asunto encargando su ataúd. Hay gente para todo.
BIBLIOGRAFÍA:
-RUBINSTEIN, Hillary L: Catastrophe at Spithead. The sinking of the Royal George.
-THORN, Benjamin (comp.): An account of the "Royal George" sunk at Spithead-August 29, 1782. With the particulars relative to her sinking.
-ADKINS, Roy & Lesley: Jack Tar. Life in Nelson's Navy.
-Wikipedia.
Imagen cabecera: Loss of the Royal George (John Christian Schetky)
Imagen cabecera: Loss of the Royal George (John Christian Schetky)
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