Ulrika Eleonora Stålhammar, la mujer que entró en el ejército sueco y se casó haciéndose pasar por hombre

 


El retrato de abajo, pintado por David Klöcker Ehrenstrahl en 1692, representa a Per Jönsson Stålhammar, teniente coronel de Suecia, hecho cuando ya estaba retirado del servicio. Fue el padre de Ulrika Eleonora Stålhammar, una mujer que sirvió en el ejército haciéndose pasar por hombre, en lo que se podría considerar la versión sueca de una española que hizo otro tanto un siglo antes, Catalina de Arauso, la famosa Monja Alférez.

Jönsson, que era de origen muy humilde, hijo de un simple pastor, se inició en la vida militar muy joven y desde abajo, como trossdräng, es decir, empleado en los bagajes y trenes de suministros que acompañaban a la tropa en sus desplazamientos y campañas. Su bautizo de fuego fue en la guerra contra Polonia, que terminó en 1629, y tres años más tarde conseguía ingresar un regimiento de caballería, adoptando el apodo de Hammar, derivado de la palabra hammare (martillo); quizá por eso aparece en el cuadro portando un "pico de cuervo", un tipo de martillo de guerra. A medida que fue participando en más contiendas ascendió en el escalafón y posteriormente, cuando le distinguieron con el nombramiento de caballero, cambió su mote por otro: Stålhammar (del término stal, que significa acero).

Per Jönsson Stålhammar retratado por
David Klöcker Ehrenstrahl en 1692 (Wikimedia Commons)
 
Antes de alcanzar esa posición social se había casado dos veces. La primera, en 1644, con Susana Witte, hija del capitán Caspar Witte, el oficial que le había apadrinado al comienzo de su vida militar; pero el matrimonio duró poco porque ella falleció al año siguiente. Las segundas nupcias tuvieron lugar en 1647, con Anna Brita Lood. Fruto de esa unión nacieron nada menos que ocho hijos, de los que seis eran chicas: Elisabet Katharina, Ulrika Eleonora, Brita Cristina, María Sofía, Gustaviana Margareta y Anna Brita.

La madre murió en 1699 y el padre, que se retiró tres años después, la siguió en 1711, lo que dejó a las chicas en una apurada situación, ya que la familia se quedó sin ingresos, endeudada y con la casa hipotecada. Algo que las obligó a concertar matrimonios ventajosos con esposos que eran de menor condición pero que contaban con medios. De ese modo, todas se casaron con rapidez en un plazo de cuatro años, excepto Ulrika, que no sólo se mostró reticente al ver lo desafortunados que resultaron aquellos enlaces sino que desde pequeña aspiraba a otra cosa, más allá de aquel estrecho corsé que la sociedad de la época destinaba a las mujeres.
 
Catalina de Erauso, la Monja Alférez, en un retrato datado en torno a 1626 y atribuido a Juan van der Hamen (Wikimedia Commons
 
Por eso en 1713 se vistió con ropa de su malogrado progenitor, tomó un caballo y abandonó el hogar, temiendo que a ella le esperase un destino similar al de sus hermenas, puesto que, efectivamente, ya se le estaba buscando marido. Según explicaría más tarde, no se sentía incómoda en aquel nuevo papel, ya que siempre se había mostrado muy diestra en la caza y la equitación, actividades fundamentalmente masculinas, no habiendo aprendido ninguna de las habilidades domésticas propias de su sexo; hasta el punto era así, añadía, que todos lamentaban que hubiera nacido mujer y no hombre. 
 
Dicho y hecho, se hizo pasar por un varón adoptando el nombre de Vilhelm Edstedt y viajó a la ciudad con la idea de alistarse en el ejército, siguiendo los pasos de su progenitor. No era tarea fácil y tuvo que esperar casi un año y medio, tiempo durante el cual trabajó de taffeltäckare (empleo consistente en arreglar la mesa para los banquetes) para el gobernador de Turku (ciudad finlandesa que los suecos llaman Åbo) y de criado en casa de un militar, entre otros oficios. Finalmente, en el otoño de 1715, merced a las cartas de recomendación de sus anteriores empleadores y del párroco de su localidad natal, consiguió su objetivo e ingresó en un regimiento de artillería.
 
El castillo de Kalmar (Joonasl en Wikimedia Commons)
 
Fue destinada a la tranquila guarnición de Kalmar, algo que le evitó participar en la Gran Guerra del Norte, el conflicto que desde 1700 y hasta 1721 enfrentó a la Rusia de Pedro I el Grande y sus aliados (entre ellos Gran Bretaña, Dinamarca-Noruega, Prusia y Polonia-Lituania) con la coalición que lideraba la Suecia de Carlos XII (que incluía al Imperio Otomano, la República Holandesa y Gran Bretaña, cuando ésta cambió de bando). O sea, Ulrika no llegó nunca a empuñar las armas, más allá del adiestramiento y la vida cotidiana de un cuartel. En eso se diferenció de Catalina de Erauso, quien no sólo acostumbraba a meterse en duelos y pendencias sino que viajó a América y estuvo varios años combatiendo a los temibles araucanos.
 
Pese a no intervenir en contiendas, Ulrika debió ser lo suficientemente eficiente como para ser ascendida a cabo. Su secreto permanecía a salvo porque no vivía con el resto de la tropa sino en una habitación de alquiler, algo poco usual entre los soldados por el gasto que suponía, pero no entre la oficialidad. De todos modos, borró cualquier posible sospecha en 1716, al tomar esposa: María Lönnman, una sirvienta. No mantuvieron relaciones sexuales porque ésta era reticente, al sufrir el trauma de haber sido violada tiempo atrás; pensaba que Vilhelm, que tampoco parecía especialmente interesado, era impotente. Un par de semanas después de la boda, Ulrika le reveló su verdadera identidad, pero a María no le importó y continuaron su convivencia conyugal casta. 
 
La Gran Guerra del Norte: en verde oscuro, ganancias rusas; en verde oliva, ganancias danesas; en rosa oscuro, ganancias de Hanóver; y en azul, ganancias prusianas (Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons)
 
En cambio, quien sí se escandalizó fue su hermana mayor, Elisabet Katharina, que había conseguido localizarla a pesar de su nueva identidad y en 1724 le escribió conminándola a regresar. Ulrika demoró cuanto pudo su retorno, dada su relación contractual con el ejército, pero dos años más tarde tuvo que hacerlo. Sofía Drake, una terrateniente danesa viuda de su tío paterno, aceptó acoger a María en su hacienda mientras Ulrika se instalaba en otra granja, aunque se las permitía verse de vez en cuando. Sin embargo, empezaron a correr rumores y, dado que vestirse con ropas del otro sexo era un delito grave, al suponer un indicio de sodomía y una burla al matrimonio -ofensa al orden divino-, Ulrika redactó una confesión a las autoridades, disculpándose y usando como atenuante sus diez años al servicio del rey de Suecia. 
 
No se trataba de un argumento nuevo, pues era el mismo que tiempo atrás había esgrimido otra mujer que vivió una experiencia similar, Anna Jöransdotter, una ladrona finlandesa (por entonces Finlandia formaba parte de Suecia) que, huyendo de la justicia disfrazada de hombre, fue reclutada a la fuerza por el ejército sueco bajo el nombre de Johan Haritu, luchó en la Gran Guerra del Norte y hasta se casó con la hija de un alférez. Anna fue descubierta cuando un soldado quiso ayudar a acostarse al que pensaba que sólo era un camarada borracho. Su alegato patriótico en el consiguiente juicio no le sirvió o, al menos, no del todo: aunque se le reconoció su valor como combatiente y evitó la pena de muerte al no probarse que hubiera mantenido relaciones con su esposa, fue condenada a prisión y trabajos forzados.
 
Sofía Drake de Torp y Hamra, en un retrato anónimo (Wikimedia Commons)
 
Ulrika también tuvo que comparecer ante un tribunal, ya que ni su caso ni el de Anna Jöransdotter eran únicos; empezaban a menudear las historias de mujeres que se hacían pasar por hombres, caso de Margareta Elisabet Roos, Karin Johansdotter, Gustafva Juliana Cederstöm o Lisbetha Olsdotter, aunque otras muchas se consideran meras leyendas. Las autoridades no estaban dispuestas a dejar que aquella sociedad dominada por un rígido luteranismo se desmandara y por eso abundaron los procesos. 
 
En realidad, no era algo exclusivo de Escandinavia, pues aparte del citado caso español de Catalina de Erauso, y por reseñar sólo algunos ejemplos más de la Edad Moderna, la francesa Geneviève Prémoy fue nombrada caballero por Luis XIV, la inglesa Ann Mills estuvo en un regimiento de dragones en 1740 y se sabe que docenas de mujeres británicas se hacían pasar por marineros en la Royal Navy (la más célebre fue Hannah Snell Summs, que asumió la identidad de James Gray para ingresar en los Royal Marines en 1747). O sea, había cierta -y exagerada- obsesión con el asunto, quiza porque se recordaba el caso de la mismísima reina Cristina, que mucho antes de su abdicación en 1654 tuvo como presunta amante a su prima Ebba Sparre, alias la belle comtesse.  
 
La reina Cristina de Suecia a caballo, obra de Sébastien Bourdon (Wikimedia Commons)
 
Los jueces ordenaron hacerle a Ulrika un examen médico que confirmó su sexo femenino, aunque con la particularidad de carecer prácticamente de pechos. Eso le granjeó cierta simpatía popular, ya que recordaba a Blenda, una skjaldmö (guerrera) que, según la mitología escandinava, lideró la resistencia contra los invasores daneses y era natural de Smatland, la misma tierra natal de ella. Ulrika y su esposa juraron no haber mantenido relaciones físicas en favor de un amor espiritual, para lo que contaron con el testimonio favorable de varios testigos (entre ellos Sofía Drake, que ejerció cuanta influencia podía alguien de su noble condición); todo ello despertó magnanimidad en el tribunal, que las absolvió de la acusación de sodomía, como se aludía entonces a la homosexualidad.
 
María, por tanto, sólo recibió como castigo catorce días de cárcel por encubrimiento; Ulrika, en cambio, sí fue considerada culpable de simular ser un hombre y contraer matrimonio con alguien del mismo sexo, delitos que normalmente la hubieran llevado al cadalso pero que en esta ocasión se zanjaron con un mes de prisión y destierro. Además, el rey Federico I (sucesor de su padre Carlos XII) redujo un poco sus sentencias. Tras cumplir sus penas, la primera se quedó en casa de Sofía Drake, que la contrató como ama de llaves, mientras que Ulrika se instaló en Hultsjö con una pariente suya, viuda de un militar. Ambas mantuvieron correspondencia hasta sus fallecimientos, en 1761 y 1733 respectivamente. 
 
El rey Federico I de Suecia, pintado por Georg Engelhard Schröder (Wikimedia Commons)

Nunca pudieron imaginar que tres siglos más tarde su experiencia sería normalidad, como tampoco que se convertirían en protagonistas de una novela y dos obras teatrales.
 
Imagen de cabecera: artilleros suecos del reinado de Carlos XII (Mark Grives)


BIBLIOGRAFÍA:
-ÓSTERBERG, Eva: Friendship and love, ethics and politics. Studies in Mediaeval and early Modern History.
-HAGGERTY, George E: Gay histories and cultures. The encyclopedia of lesbian and gay histories and cultures (Vol. II).
-SNODGRASS, Mary Ellen: World clothing and fashion. An encyclopedia of history, culture and social influence
-FUR,Gunlög: Ulrika Eleonora Stålhammar (en Riksarkivet, Archivo Nacional Sueco).
-ALQUIMST, J.E: Giftermål mellan kvinnor (en svjt.se).

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