Solicitud de permiso de un presbítero al cardenal para poder usar peluca en misa


Vicente Martín Cacho, en nombre de Don Mariano de la Rúa, presbítero salmista de la Iglesia Primada de Toledo, solicita permiso al cardenal Francisco de Lorenzana "para poder usar Pelo Fingido o Peluca (...) en la Celebracion del Santo Sacrificio de la Misa, el Coro y las demás funciones eclesiásticas".

El uso de pelucas en la Edad Moderna, iniciado en la segunda mitad del siglo XVII pero que tuvo su apogeo en el XVIII, fue mucho más que una simple moda. Empezó como una imitación de la larga cabellera que lucían los hombres desde aproximadamente 1620 y se convirtió en un aditamento para resaltar el estatus social. 


Aunque dicho uso fue bastante generalizado, la calidad de su confección marcaba las diferencias: las mejores eran las que estaban hechas de cabello humano, mientras que las otras empleaban pelo de caballo o cabra; las primeras, por supuesto, resultaban mucho más caras y, por tanto, sólo al alcance de la gente acomodada.

En el siglo XVIII se les añadió un elemento extra, el empolvado, que era de color blanco por estar hecho de almidón molido y perfumado. Las mujeres dejaron de usar pelucas tras la Revolución Francesa, sustituyéndola por peinados que las imitaban -incluyendo empolvarlos-, algo que en el último cuarto de la centuria empezaron a hacer también los hombres pero fundamentalmente los jóvenes, quedando las pelucas auténticas para los ancianos y muy conservadores.

Detalle de La familia de Felipe V (Louis Michel van Loo)

Ya hacía tiempo que el tamaño de las pelucas se iba reduciendo, quedando las últimas muy distintas de aquellas primeras tan exuberantes que Carlos II introdujo en la Inglaterra de la Restauración y Luis XIII en la corte francesa. Al entrar en el XIX, decíamos, los postizos capilares quedaron obsoletos y únicamente se mantuvieron como preservación de la tradición en determinados contextos, como el judicial o el ceremonial.

Prueba de ese carácter elitista que fueron adquiriendo las pelucas es el documento adjunto que está en la cabecera del artículo y le da título. Datado en 1790 y conservado en el Archivo Diocesano de Toledo, en el texto el autor solicita licencia para poder llevar peluca con "urgencia y necesidad" debido a su condición de cirujano titulado

Como se puede ver, los sacerdotes, presbíteros y diáconos no se sustraían a la moda de la época y también las usaban. Con restricciones, eso sí, y una de ellas era durante el oficio religioso... salvo que se concediera la dispensa correspondiente (de ahí la petición al cardenal). Así lo explica el Diccionario de Derecho Canónico publicado por el abad Isidro de la Pastora y Nieto en 1847, del que se adjunta una página.

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