Narración de la batalla de Bagradas por Flaubert en su novela "Salambó"



Tras el éxito alcanzado con "Madame Bovary", en 1862 Gustave Flaubert escribió "Salambó" siguiendo las "Historias" de Polibio y documentándose concienzudamente, hasta el punto de que, sumando la minuciosa ambientación a su brillante prosa, logró que esta obra esté considerada uno de los mejores modelos de novela histórica. Cuenta la historia de un mercenario que, prendado de Salambó, sacerdotisa de Tanit e hija de Amílcar Barca, decide conseguir su favor robando el velo sagrado que cubre la estatua de la diosa. La acción transcurre tras la Primera Guerra Púnica, cuando Cartago no puede pagar al ejército de mercenarios que contrató para combatir a Roma y éste se vuelve contra la ciudad. Para hacerle frente se hace regresar de Sicilia a Amílcar, el cual, pese a que el enemigo le doblaba en número, conduce magistralmente a su ejército a través de un río para evitar los pasos de montaña custodiados por el enemigo y aparece frente a su campamento por sorpresa. Éste es el relato de la batalla que dejó Flaubert, sintetizado por razones de espacio.

Pero el ejército cartaginés, compuesto de once mil trescientos noventa y seis hombres, parecía ser inferior a este número, pues formaba un largo cuadrado estrecho en los flancos, muy apretado en sí mismo.


Mercenarios ibéricos, galos y africanos
(Johnny Shumate)
[Los bárbaros] Se desplegaron en una gran línea recta, que desbordaba las alas del ejército púnico, a fin de envolverlo por completo. Pero cuando estuvieron a trescientos pasos de distancia, los elefantes, en vez de avanzar, retrocedieron; los clinábaros, dando media vuelta, los siguieron; aumentó la sorpresa de los mercenarios al ver que todos los demás hacían lo mismo ¡Los cartagineses tenían miedo, huían! 
(...)
Cayó una lluvia de jabalinas, dardos y bolas de hondas. Los elefantes, con la grupa acribillada a flechazos, galoparon más aprisa; una densa polvareda los envolvía y como sombras en una nube se disiparon.
Sin embargo, al fondo se oía un gran ruido de pasos, dominado por el son agudo de las trompetas, que tocaban con furia. Aquel espacio que los bárbaros tenían ante sí, lleno de torbellinos y de tumulto, atraía como un abismo: algunos se lanzaron a él. Aparecieron cohortes de infantería y jinetes al galope con peones a la grupa.

En efecto, Amílcar había ordenado a la falange que rompiera sus secciones y que los elefantes, la tropa ligera y la caballería pasaran por aquellos espacios para ir a cubrir rápidamente los flancos. Había calculado tan bien la distancia de los bárbaros que en el momento que éstos llegaban contra él todo el ejército cartaginés formaba una gran línea recta. 

En el centro se erizaba la falange formada por syntagmas o cuadrados, formados por dieciséis hombres a cada lado. Los jefes de todas las filas aparecían entre largos hierros agudos que sobresalían desigualmente, pues las seis primeras filas atravesaban sus sarissas cogiéndolas por el medio, y las diez filas restantes las apoyaban sobre el hombro de sus compañeros, pasando por delante de ellos, Las viseras de los cascos ocultaban a medias las caras; las cnemides de bronce cubrían todas las piernas derechas; grandes escudos cilíndricos llegaban hasta las rodillas, y esta horrible masa cuadrangular se movía como un solo bloque, viva como un animal fantástico y con la regularidad de una máquina. Dos cohortes de elefantes la flanqueaban de una manera regular, y con bruscas contracciones hacían caer la lluvia de flechas clavadas en su piel negra. Los indios, agazapados entre los montones de blancas plumas de avestruz, los retenían con el mango de su arpón, en tanto que en las torres de los soldados, ocultos hasta los hombros, agitaban, en el borde de grandes arcos tendidos, varas de hierro con estopas encendidas. A la derecha y a la izquierda de los elefantes maniobraban los honderos, con una honda ceñida a la cintura, otra a la cabeza y una tercera en la mano derecha. Luego los clinabaros, acompañado cada uno por un negro, tendían sus lanzas entre las orejas de sus caballos, revestidos de oro como ellos. A continuación se espaciaban los soldados armados ligeramente con escudos de piel de lince, por delante de los cuales sobresalían las puntas de jabalinas que sostenían en su mano izquierda; y los tarentinos, conduciendo dos caballos juntos, formaban los dos extremos de esta muralla de soldados.(...)


Falange cartaginesa entrenada por Jantipo (Steve Noon)

El ejército de los bárbaros, por el contrario, no había podido mantener su alineación. En la longitud exorbitante de su frente se habían producido ondulaciones, vacíos y jadeaban todos, sofocados por la carrera.

La falange avanzó pesadamente, enfilando todas sus sarissas; bajo este peso enorme, la línea de los mercenarios, harto endeble, cedió enseguida por el centro.

Entonces las alas cartaginesas se desplegaron para envolverlos; los elefantes las seguían. Con sus lanzas oblicuamente tendidas, la falange dividió a los bárbaros; sus dos enormes mitades se agitaron; las alas, a tiro de honda y de flecha, los empujaban con los falangistas. Para librarse de éstos, la caballería era impotente, desfallecía, salvo doscientos númidas que acometieron contra el escuadrón derecho de los clinabaros. Todos los demás estaban cercados, no podían salir de aquellas líneas (...)

Golpeaban sobre el asta de las sarissas, pero la caballería, por detrás, estorbaba su ataque y la falange, apoyada por los elefantes, se cerraba y se alargaba, evolucionaba presentando un cuadrado, un cono, un rombo, un trapecio, una pirámide (...) Los bárbaros se encontraron estrujados contra la falange. Era imposible avanzar; aquello parecía un océano en el que bullían garzotas rojas con caparazones de bronce, al tiempo que los relucientes escudos ondulaban como espuma de plata (...)

Dominando la voz de los capitanes, el toque de los clarines y el retemblar de las liras, las bolas de plomo y de arcilla que silbaban al cruzar el aire hacían saltar las espadas de las manos y los sesos de los cráneos. Los heridos, resguardándose con un solo brazo bajo sus escudos, sostenían la espada apoyando el puño contra el suelo mientras que otros, encharcados en sangre, se revolvían para morder los talones de los enemigos. La multitud era tan compacta, el polvo tan denso y el tumulto tan grande que era imposible ver nada (...)


Dos honderos baleares y un caetratus ibero (Angus McBride)-Pinterest

Pero de pronto estalló un grito espantoso, un rugido de dolor y de cólera: eran los setenta y dos elefantes que, formados en dos filas, avanzaban sobre los bárbaros, pues Amílcar había esperado a que los mercenarios se amontonaran en un solo lugar para echárselos encima. Los indios los habían aguijoneado tan vigorosamente que la sangre corría por sus enormes orejas. Las trompas, embadurnadas de minio, se erguían en el aire como rojas serpientes; sus pechos estaban armados con un venablo, sus lomos provistos de una coraza y sus colmillos prolongados por cuchillas de hierro encorvadas como sables, y para enfurecerlos más los habían embriagado con una mezcla de pimienta, vino puro e incienso. Sacudían sus collares de cascabeles, gritaban, y los elefantarcas bajaban la cabeza ante la lluvia de faláricas que empezaba a caer desde lo alto de las torres (...)

Los bárbaros procuraban vaciarles los ojos o desjarretarlos; otros, metiéndose bajo los vientres, les hundían la espada hasta la empuñadura y morían aplastados; los más intrépidos se aferraban a sus correas y, bajo las llamas, bajo las piedras y bajo las flechas no dejaban de cortar cueros, y la torre de mimbre se derrumbaba como una torre de piedra. Catorce de los que estaban en el extremo del ala derecha, enfurecidos por sus heridas, retrocedieron a la segunda línea; los indios cogieron su mazo de madera y su escoplo y, aplicándolo sobre la nuca, descargaron un golpe terrible con todas sus fuerzas (...)


Carga de los elefantes en Bagradas (Giuseppe Rava)

Los bárbaros cedían; unos hoplitas griegos arrojaron sus armas y el espanto se apoderó de los demás (...) Entonces todos huyeron por las alas y corrieron hacia Útica. 
Los clinabaros, cuyos caballos no podían más, no intentaron detenerlos. Los ligures, extenuados de sed, clamaban que los llevasen al río. Pero los cartagineses, situados en el centro de los syntagmas y que habían sufrido menos, ardían en deseos ante aquella venganza que se les escapaba de las manos; ya se lanzaban en persecución de los bárbaros cuando apareció Amílcar (...)

La falange exterminó a placer al resto de los bárbaros. Cuando les alcanzaban las espadas tendían el cuello cerrando los ojos. Otros se defendieron denodadamente; se los abatió desde lejos, a pedradas, como a perros rabiosos. Amílcar había encargado que se hicieran prisioneros pero los cartagineses obedecieron a regañadientes, tal era el placer que sentían hundiendo sus espadas en el cuerpo de los bárbaros (...) Conseguían cogerlos por los cabellos, los sostenían así su buen rato y luego los derribaban de un hachazo.


Esquema animado de las maniobras durante desarrollo de la batalla. En rojo, el ejército cartaginés (Chabacano en Wikimedia Commons)

Cayó la noche. Cartagineses y bárbaros habían desaparecido. Loe elefantes que se habían escapado erraban a la deriva, perfilándose en el horizonte sus torres encendidas. Éstas ardían en las tinieblas, acá y allá como faros medio pedidos en la bruma; y no se advertía en la llanura más movimiento que la ondulación del río, engrosado por los cadáveres que arrastraba al mar.


Se calcula que las pérdidas de los mercenarios rondaron los seis mil muertos y dos mil prisioneros, lo que significa nada menos que un tercio de sus fuerzas. Con su brillante maniobra táctica, Amílcar consiguió una gran victoria que supuso el primer paso en la campaña contra los mercenarios y la eliminación de la amenaza que suponían para Cartago. Fue la llamada Batalla del Macar, también conocida como del Bagradas, en alusión al río vadeado, disputada en una fecha incierta, entre los años 240 y 239 a.C. "Salambó", por cierto, fue otro gran éxito de Flaubert.

Imagen cabecera: Un elefante cartaginés, un hondero, un jinete númida y otro mercenario en Bagradas (Giuseppe Rava)

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