Carta de Elcano a Carlos V solicitando capitanear una nueva expedición a las Molucas
¿Qué
impulsaba a los conquistadores, exploradores y navegantes españoles
del siglo XVI? ¿Por qué tantos y tan diferentes hombres se lanzaban a una de las aventuras más memorables de la Historia a pesar de que -aún cuando lo que trasciende suele ser sobre todo el nombre del triunfador- la mayoría terminaban enfermos, tullidos y miserables, cuando no en prisión o muertos? ¿Cuál era el misterio que les llevaba a atravesar océanos y selvas, enfrentarse a enemigos muy superiores en número y desafiar lo que hoy llamaríamos su umbral de confort?
Evidentemente, cada cual tenía sus razones y circunstancias. Unos de movían por afán de riqueza y, en ese sentido, está claro que el Nuevo Mundo era una tierra de promisión, especialmente después de que Cortés enviase a Europa aquellos fabulosos tesoros conseguidos en un reino no menos fabuloso. Otros lo hacían por
alcanzar la fama y muchos por conseguir honor, siendo los primeros personajes ya acomodados pero faltos de ese plus y los segundos ansiosos de ese prestigio social que ya llevaba tiempo marcando la vida peninsular. Algunos lo harían por
una combinación de las tres cosas. Y luego estaban los que, habiendo
logrado todo ello, en lugar de disfrutar de su bien ganada posición
volvían a hacerse a la mar o a capitanear expediciones, a jugarse la vida sin ninguna
necesidad aparente.
Juan
Sebastián Elcano es uno de los mejores ejemplos del último caso. En 1522 terminó
la vuelta al mundo que había iniciado tres años antes a las órdenes del
trágicamente fallecido Magallanes. Lo hizo con éxito, regresando rico
gracias al cargamento de especias que traía (cuyo quinto real fue
cedido por Carlos V a los marineros) y siendo colmado de distinciones
por la corona, que le denegó algunos laureles como el ingreso en la Orden de Santiago y la
Capitanía Mayor de la Armada pero, a cambio, le otorgó una
sustanciosa renta anual de 500 ducados, además de concederle un
escudo con la famosa leyenda PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME.
Pues
bien, Elcano no se conformó con su triunfo y, a pesar de tener la vida resuelta y haberse
labrado un nombre que pasaría a la Historia, aún no habían
pasado dos meses cuando le escribió al emperador esta carta que vemos en la imagen adjunta, en la
que le solicitaba el nombramiento de capitán de la siguiente armada
que fuera al Maluco. Y efectivamente, aunque no obtuvo el mando, se incorporó así a
la expedición que dirigía Jofre García de Loaysa y que zarpó en
1525 hacia las Islas de las Especias. Él iba como lugarteniente y piloto mayor y, al igual que en su experiencia con Magallanes, se vio en la obligación de asumir de nuevo
el mando cuando Loaysa murió de escorbuto junto a una treintena de
tripulantes más.
Pero
esta vez fue por poco tiempo porque esa misma enfermedad acabó con
él pocos días después. Su cuerpo fue lanzado al mar en una
sencilla ceremonia y con él se hundió el secreto de su determinación y su ansia; quizá lo supieran Martín Pérez, Antón Martín y Ochoa Martín, tres de sus hermanos, que le acompañaban en ese viaje.
Imagen de cabecera: escudo de armas concedido a Juan Sebastián Elcano (Heralder en Wikimedia Commons)
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