Crónica de Hernando de Barrientos (III)
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Imagen: Margaret Duncan en Wikimedia Commons |
Pasaron las
jornadas en el camino, que deshicimos por otra ruta más al sur,
menos fragosa que el paso de los montes que había decidido Cortés,
a través de Malinalco, que es ciudad muy digna de ver pero donde no
fuimos recibidos, siendo costumbre entre los mexicas preparar en los
caminos unas tiendas de campaña con los bastimentos para los
guerreros y algunas mujeres de las de placer, para que les den
consuelo, por ser gente que considera (y haciendo bien) que los
soldados que marchan como a campaña no son buenos entre gente
desarmada y que siempre se producen pillajes y desmanes, aunque he de
decir que en este caso no estaba en nuestro ánimo hacerlo por estar
de viandas y de otras cosas muy bien servidos.
En esta ocasión
no quise yo yacer con esas mujeres públicas, temiendo como sucedía
en Cuba que las indias tuvieran sin saberlo el mal francés, del que
muchos hombres ha hecho ruina y terminan sin narices, contrahechos, y
con el seso ido antes de morir de horribles temblores y angustia. Y
aquestas tusonas de los mésicas son cosa de ver, porque van vestidas
con juipiles de vivos colores y las faldas de lo mismo, con flores,
mariposas y otras formas de geometría, y llevan en el pelo flores y
otros dijes y pasadores, a veces dándose color en la cara con sus
afeites y llevando el cuerpo labrado de tinta con sus formas y
geometrías. Y es cosa de ver como sin necesidad de hablar la parla
castellana aquestas mujeres se saben muy bien ofrecer a los
guerreros, pues se acercan a los hombres mirándoles muy de fijo y
acariciándoles el pecho, catándoles la cara y bajándoles la mano
del vientre para buscarles el viril miembro, mientras otras hacen
como que jadean y levantándose las faldas muestran su parte más
femenil, que de suerte algunas la llevan afeitada como si fueran
niñas, e otras tienen sus pelos ahí que en las indias algunas es
muy curioso porque es lacio, liso y algo denso que más parece un
gato acostado delante del fuego del hogar. Otras enseñaban sus
nalgas y se vencían hacia delante, de modo que también se les podía
ver lo femenil.
Y no pocos de los guerreros sucumbieron para tomarlas
allí mesmo con desenfreno, o en las tiendas, pero como quiere Dios
que se respete toda jerarquía el que primero jodió fue el caporal
Pizarro y los españoles que quisieron, que fueron todos menos
Heredia y el que esto escribe, especialmente el Chocarrero que
repitió con dos el muy bribón mientras se reía y las llamaba
perras, putas y otras malas palabras, que en él era lo acostumbrado.
E tras ellos los capitanes de los mésicas y los suyos, y algunos de
los de Texcala, que aún se reían de la travesura de yacer con putas
de sus enemigos, que se podía oír a algunos que les daban bofetadas
o alguna nalgada y ellas se revolvían como muy fieras, que aquella
noche no pude dormir mucho con tanto ruido de la humana natura, que
aquello más parecía mancebía que campamento o real. Mas el señor
Cacama y los postecas, incluido su mayoral, no tomaron a las mujeres
aquellas, unos por estarles vedados al no ser guerreros y maceguales
del común, e los otros por ser de noble condición y no quererse
rebajar a mujeres tan públicas.
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Una ahuaianime, prostituta nahua, representada en el Códice Florentino |
Al día siguiente
algunos remolonearon durante la marcha, estando como estaban cansados
de tan larga noche, pero el Águila de Sangre se puso al frente de la
comitiva y diciéndoles cosas para picarles en la honra, les hizo
avanzar las leguas que en cada jornada teníamos previstas, que eran
dependiendo de lo fragoso del terreno, de tres a cuatro cuando había
camino bueno de los que hacen para mercaderes, aunque no son más
anchos que para pasar dos hombres uno al lado del otro, pues ellos no
tienen carretas, ni mulas ni tiros con ruedas. Todo el porteo lo
hacían, como he dicho, aquestos tamemes del posteca, que eran gente
macehual y algunos esclavos de los que llevan collar de madera, que
cargan un costal grande llamado petate por estar hecho de esta fibra
como canasta de labriego, pero no la llevan asida solo a los hombros
y la espalda como los castellanos, si no que también se ponen una
banda en la frente de la fibra que llaman maguey o algún cuero
recio, y así caminan sin descanso y con buen ritmo con el cuerpo
vencido hacia adelante, que a los más viejos se les ve chepa de
tanto haberse gastado en este oficio tan ingrato como necesario, pues
aparte de los nuestros vimos tamemes sin cuento circulando por
aquellos caminos, llevando todo género de cosas a las villas y
ciudades.
E así pasamos
jornada tras jornada, con pocos descansos, recordando lo de los
cuarenta días que nos dijo Cortés, por diversas villas, caminos y
territorios del Muctezuma hasta llegar cerca de Cholula, a donde
torcimos al sur por insistencia del Cacama, que no quería pasar por
Texcala creyendo que le podían matar. Desta suerte llegamos a las
lindes de otro reino que según supimos no es patrimonio del
Muctezuma ni de los de Culúa, pero si amigo y aliado dellos, que
dice el de Teotitlán, muy poblado y con ciudades, siendo la
principal della del mismo nombre. Estos de Teotitlán no mandaban
tributo a Muctezuma, pero si le apoyaban en guerras si este lo
mandaba y ellos así lo decidían, con lo cual me iba pareciendo que
no era oro todo lo que relucía y que a pesar de lo que nos dijera
algún cacique totonaco, el señor de Temixtitán no lo era del mundo
entero y siquiera de tierras que no tenía a no muchas leguas de
distancia, como aquella o la de Texcala, de suerte que sus dominios
serpenteaban de modo extraño cubriendo más unas zonas de la tierra
y otras menos, con lo cual el boato del que se rodeaba el señor de
la ciudad del lago y su prepotencia se me comenzaban a hacer un poco
como embuste o propia de aquellos emperadores de la antigua Roma
cuando iba a caer la ciudad a los godos, que seguían envaneciéndose
de lo que eran pero ya se les veía el horizonte por donde podía
venir su ruina.
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Tamemes trabajando (Roy Andersen) |
Nos quedamos maravillados de la cantidad y género de cultivos que por esta parte tienen, así de algodón y maíz como de otras cosas como magueyes, cacahuetales, árboles del cacao y otros frutos muy extraños que tenían sabores tan raros que nuestros paladares quedaban a veces prendados dellos y otras nos hacían vomitar de lo desusado de su gusto, a lo cual los mésicas se reían mucho como si fuéramos como niños que no saben comer ni disfrutar los buenos sabores que la vida da.
Y por aquellos
montes también había caza, que no era poca, pues vimos a indios
flecheando venados de cola blanca, ciervos que dicen mazates y
pájaros muy cantores de pico curvo y plumas de mucho color que se
llaman tucanes. Y como Heredia sabía algo de plantas, dijo que allí
había muchas orquídeas, que son plantas de mucho olor y en Castilla
a veces se usan para perfumar las estancias. Más en aquella tierra
había también peligros, pues es territorio de jaguares y tigrillos,
que alguno dellos mató a uno de los postecas durante una noche
acampando al raso, y antes de que le dieran muerte a tiro de venablo
y lanzadas el hombre se nos fue entre alaridos porque le habían
desgarrado el cuello y la sangre le salía como el agua que brota de
la fuente, con lo que nada se pudo hacer por él. Así que lo
enterraron con poco boato al ser macehual, haciendo unos cánticos lo
envolvieron en la capa o mantilla que todos llevan para abrigarse e
ir arreglados como de domingo y lo enterraron con una rama porque en
su creencia al ser muerto por el jaguar, que era la encarnación de
grandes señores, dioses y gente valiente, su ánima había de ir al
cielo e no al infierno.
Finalmente, tras
quince jornadas de viaje, llegamos al territorio que llaman la
Chinantla, que está lo hondo de aquellos bosques y sierras, a través
del camino del río Papaloapan, que es el más caudaloso de la zona.
Y era cosa digna de ver como estaba el valle todo sembrado y con
pueblos, muy poblado a ambas márgenes del río, que a veces crecía
más y otras menos, con pequeños islotes en él e como al norte
confluía con otro río que se llama Tonto, y no lo digo a chanza. La
tierra baja es muy fértil y de ella se obtenía, según el señor
Cacama, una gran cantidad de productos y tributos de los que se pagan
al Muctezuma, que en esto lo señaló con un punto de orgullo. Y
nosotros mirábamos la frondosidad del bosque, que se nos asemejó a
las espesas maniguas que hay en la Isla Fernandina a las que
acostumbrados estábamos, y como había cultivos en el llano y el
sotomonte con sus pueblos todos muy poblados e con diversidad y
género de cultivos, y atrás los altos montes que me recordaron al
Bierzo, pero más poblados de bosques y donde vivían otras gentes
con cultivos no tan grandes y dedicados a flechear carne de caza y
sacar de la tierra el fruto de las minas, cosa que nos interesó
sobremanera.
Y en estas
llegamos poco después a la gran ciudad que hay en el valle que es
Tustepeque, que está partida en dos por el río y comunicada con
unas puentes de cuerda y tabla. A un lado, una grande comunidad do
vivían gentes sin cuento, que luego nos enteramos que había allá
seis mil hombres de guerra que también se dedicaban a cultivos y
granjerías, muchos dellos veteranos de otras guerras, que hacían la
guarnición del pueblo de la que se servía el Muctezuma para
afianzar su poder y cobrar los tributos una vez al año. Las casas
estaban bien labradas, aunque eran de carrizo, cañas y palmas de
techumbre, con pocas de piedra siendo las más principales, y de
estas las más de cal y canto o de piedras pequeñas como guijarros
que unían con su argamasa.
De lo mismo estaba
hecho el templo que dedicaban según supimos al dios de los viajeros
y comerciantes, que estaba pasado las puentes en unos altos en medio
del río como cerrillos, donde había unos muros de piedra para
guardarse de ataques, hechos de aquellos guijarros, y que llamamos en
adelante “el castillo”, aunque fuera su construcción más
notable el antedicho templo y las estancias de los que gobernaban la
ciudad, que eran un señor de la tierra y la villa y un representante
del Muctezuma que era como general de aquellas huestes y le decían
el señor Teutile.
Había en la villa
de Tustepeque mucho género de gentes diversas, algunos dellos
chinantecos con sus rasgos diferentes en la cara y los miembros,
comerciantes y gente de los zapotecos que se parecían algo más a
los mésicas en el peinado y otras cosas. E había como he dicho
muchos mésicas de varias ciudades y regiones de sus pueblos que iban
vestidos como ya sabíamos y con sus costumbres y casas, criando
guajolotes y algodón, del que la zona es muy rica. Todos ellos nos
miraron al pasar como cosa muy nueva, y aún algunos niños se
acercaban a tocarnos las carnes y las ropas como si no se lo
creyeran, e luego se reían fuerte hablando con sus amigos. A estos
estábamos muy acostumbrados, pero el Chocarrero se amostazó y
amenazó a algunos niños dándoles unas bofetadas, que en esto
salieron sus padres con armas en la mano y el gesto adusto, de lo que
nos dimos cuenta que no era gente dada a sufrir desafueros si no a
producirlos a otras gentes. Más como venía con nosotros un pipiltin
que son sus nobles, que era el señor Cacama, e guerreros de su
nación, no hicieron más que quedársenos mirando, a lo cual el
Chocarrero sonrió triunfante y Pizarro se limitó a callar, pues no
era hombre dado a compadecerse de los demás, dicen que como casi
todos los de esa familia.
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El príncipe Cacama, de Texcoco, saluda a los españoles haciendo una reverencia acorde a su rango |
Indicados por el
principal señor de la ciudad, que se decía Izcoal, nos aposentaron
en unas grandes casas que tenían preparadas para cuando de visita
venían guerreros del Muctezuma para refuerzo, y que comúnmente
usaban de almacenes para el maíz y otras cosas, que en dos días ya
lo habían despejado bien para podernos aposentar cómodamente.
Entretanto, fuimos a hablar con el general Teutile a su castillo,
pasando la puente sobre el río y las puertas del recinto, que
estaban muy bien defendidas. Nos fijamos en todo mucho, en los
cuarteles, las armerías, las casas y las almenas donde estaban los
arqueros y la gente con venablos, vigilando los cuatro costados y a
veces mirándonos extraño.
Formaron en el
patio algunos guerreros de la nación mésica al mando de uno de sus
capitanes, que era un guerrero jaguar que en mala hora conocimos, que
se llamaba Huacán y del que tendré ocasión de escribir largo.
Formaron pasillo y de entre él salió el general Teutile, no con
armadura la suya si no como noble pipiltin con sus galas para
mostrarse como hombre de paz, que se abrazó de los brazos con el
señor Cacama con grande contento y hablaron durante largo rato,
mientras los guerreros nos miraban y los de Texcala apretaban la
mandíbula sin saber si nos habían de matar a todos a flechazos y
echarnos al río, más eso no pasó si no lo que contaré más
adelante.
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
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