Crónica de Hernando de Barrientos (II)
En el primer capítulo vimos cómo el hidalgo astorgano Hernando de Barrientos viajaba al Nuevo Mundo, adquiría experiencia en combate con los indios y se enrolaba en la expedición de Hernán Cortés, emprendiendo junto a él la marcha hacia el imperio mexica. Liibrando por el camino enfrentamientos en Centla, Tlaxcala y Cholula, llegaron a la maravillosa Tenochtitlán, donde fueron recibidos por Moctezuma al que, dada su precaria situación, decidieron tomar como rehén.
CAPÍTULO II– De la reunión que hobimos en el palacio con Cortés y doña Marina,
de lo que nos mandó hacer y de cómo preparamos el viaje partiendo
de Temixtitán para deshacer camino
Unos días después
de que Cortés mandara quemar y se quemara al cacique que había
matado a Argüello y a los españoles de Escalante que habían salido a combatir
en Cempoal en un lugar que llaman Nautla, fui llamado por uno de los
mozos de espuela de Cortés para presentarme ante el que era nuestro
capitán general y mayor salvaguardia hasta entonces.
Estaba don
Hernando sentado en su silla de tijera frente a la mesa donde había
unas pinturas de los indios como mapas de unas provincias, e a su
lado de pie doña Marina la lengua con su gesto altivo y severo, que
era su mirada cosa de mucho tener en cuenta y su voz decidida tanto o
más que la de abadesa de Las Huelgas para con las novicias. Más no
estaban solos. Mirando por el pilar de la balconada hacia afuera
estaba don Pedro de Alvarado, que parecía muy pensativo, y allí
dentro de la sala habían no pocas personas, aunque todos cabíamos
sin embarazo. También estaba uno de los pilotos de la naves, aquel
que había mandado castigar Cortés en Cozumel, e otra gente suya, y
nuestro caporal Pizarro apartado al otro lado con Heredia, que me
saludó con un breve asentimiento, y junto a él y para mi sorpresa
dos hombres de los que uno menos esperarse pueda, que eran Cervantes
“el Chocarrero”, que hasta ese momento era tenido como persona
más dada a la chanza que a la valentía tomando las armas, y uno de
los Escalona, que decían el mozo, hasta entonces tambor pero que
ahora no lo llevaba y si la espada al cinto y un capacete muy
sencillo sin visera en la cabeza con el mirar muy decidido y
gallardo, aunque en su mocedad falto de barba porque era lampiño y
casi no le crecía más que una sombra fea bajo el bigote y se la
había de afeitar.
Finalmente,
entraron unas personas del país, uno de ellos uno de los principales
de la tierra con su capa bien labrada y el zarcillo del labio que es
cuadrado y grande que llaman bezote, de piedra azulada y tocado de
plumas, acompañado de uno de esos postecas que venía detrás más
cabizbajo. E alguien se movió saliendo de la balconada al lado de
Alvarado, que se había girado, no dándonos cuenta hasta entonces de
su presencia. Era un guerrero de Texcala de los principales dellos,
capitanes esforzados, que llevaba quitado el casco de madera pero con
el resto del gambesón de cuerpo entero que ellos llevan según su
rango y cofradía, siendo la suya la de los coyotes de color negro y
rojo, que es una de las más señaladas de la tierra de Texcala y
propia de gente de grandes hazañas. Y él, que era mayor que yo como
de diez años, con el mirar que tienen algunos hombres que parece que
tienen los ojos medio cerrados, se sentó en suelo en una de esas
banquetas pequeñas que los indios usan, con tal dignidad que parecía
si no el duque de Medina Sidonia o el arzobispo de Toledo más que un
soldado de su nación.
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Guerreros tlaxcaltecas (Angus McBride) |
“En efecto”,
repuso el capitán general, “Y según vuestro señor y soberano, es
el lugar destas tierras de donde se saca más oro y otros metales,
además siendo tierras muy buenas para la labor donde crecen todo
género de cosas. E por eso nosotros estamos interesados en ir allá
y amistar si hace falta con la gente de Chinantla, pues al no ser
mésicas podemos hacer intermediario para que estos vuelvan a pagar
tributo y se sometan a la voluntad de vuestro señor”. Esta
respuesta pareció agradar al principal, que sonrió despacio,
asintiendo lentamente. Luego preguntó qué se requería de él y por
qué le habían mandado llamar y don Hernando reclamó paciencia,
levantando la mano en señal de discreción.
“Estas son las
ordenes que habréis de cumplir y la manera en que habrá de hacerse,
pues lo he hablado con vuestro amo y señor y tengo su venia. El
piloto Gonzalo de Umbría con su gente, que saben bien de minas, irá
hacia el sur a Zacatula, donde dicen que las hay buenas, para catar
la tierra y ver si se puede sacar provecho della, a lo cual ha ir
debidamente escoltado y con porteadores para viajar a pie, que serán
proveídos por los mercaderes que a vuestro servicio están...” El
posteca se mesó la barbilla, algo preocupado, más no dijo nada.
“Entretanto, vos, mi querido primo -dijo al Pizarro- iréis con
estos soldados y el cacique a Tustepeque, y de allí pasaréis el río
que aquí veis a la banda de la tierra que se llama Chinantla, y en
ella cataréis asimismo si hay minas, oro en los ríos y que otro
género de riquezas se dan, para lo cual tenéis cuarenta días de
ida y vuelta nada más para informarme. Igualmente, se os proveerá
de porteadores...”
En este momento,
doña Marina la lengua interrumpió a Cortés con firmeza, hablando
en su castellano con aquel acento de la tierra tan melifluo y con
eses, sin importarle poder amostazar a Cortés, ya que entrambos
había una gran confianza y privanza, y de todos era sabido que desde
que Portocarrero dejara Tierra Firme él era en todo su señor y ella
su barragana e muchas cosas más, que bien le aconsejaba y sabía
traducir la lengua y costumbres de las diversas naciones que bien
conocía. Decían las lenguas que ella había sido hija de cacique,
aunque muy disminuida a la muerte de su padre terminando como esclava
de los de Tabasco, se notaba sin embargo en ella educación, porte y
dignidad de mujer de posición según se entiende en estas tierras.
“Os acompañará asimismo aqueste guerrero de Texcala que se dice
Cuauhetzli, el Águila de Sangre, que es hijo de uno de los caciques
del senado por la parte de Tepeticpac, que destacó en pasadas
guerras. Texcala es aliada de los chinantecas, así como de los
zapotecas e otros que van en contra del señor Motecu.. Muctezuma, en
guerras pasadas que por allá tuvieron y él estuvo al mando de los
guerreros que se mandaron para auxiliar. Conoce la lengua de la
tierra, que es muy diferente a la de los mésicas, y aún ha
aprendido algo de la vuestra, por lo que en traducir a aquellas
gentes os podrá ayudar. Con él un puñado de guerreros de Texcala,
por su insistencia, para protegeros, pues una vez pasado el río a la
Chinantla la gente de Muctezuma no os podrá guardar, pues tal es el
odio que les tienen que han jurado matarles si pasan a lo suyo con
armas y gentes de batallar”.
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Moctezuma en un grabado de 1892 (Wikimedia Commons) |
El guerrero de
Texcala estiró su brazo, que era fuerte y musculado como el de
alabardero de la guardia real y añadió. “Yo os acompaño para
proteger. No hay más que hablar”. Más cuando se tradujo al
nahual, la parla de los mésicas, el principal dellos que allí
estaba se amostazó mucho, pues una cosa era tener prisioneros a los
de Texcala en el palacio, que no podían salir como nosotros, y otra
viajar viéndose rodeados de aquellos de los que temía podían
cortarle el pescuezo al irse a dormir, cosa que hizo sonreír de puro
gozo a Alvarado y parpadear a Cortés, que añadió. “Nada os
impide, señor Cacama -que ansí se llamaba- llevar vuestra propia
escolta y guerreros de la nación mésica para escoltaros. Más no
podéis violentar durante el viaje y en forma alguna a aqueste hombre
ni a los pocos que le acompañarán de su nación, por que si somos
enterados de este extremo, mandaré a través de la justicia de
vuestro rey y señor que se os de caza allá donde queráis
esconderos, por faltar de aquesta manera a un juramento”, de lo que
él quedó informado pero no del todo conforme, aunque finalmente
inclinó el rostro en señal de acato antes de marcharse,
considerando que nada más debía escuchar o decírsele, como si lo
ocurrido allí dentro hubiera sido para él un desafuero. Y cuando él
se hubo ido, el Águila de Sangre sonrió con extremo contento y
placer.
“Partid pues sin
más demora, con las instrucciones que os he dado, y se os proveerá
de todo género necesario para el viaje, así como de papel y tinta
por si a través de carta queréis informarme, aunque esta
información se me habrá de dar a mi, no a la Villa Rica o a
cualquier otro capitán si este no va en mi nombre mandado a recoger
de vosotros noticias, pues tal es la codicia por el oro que no deseo
alentarla para que terminemos enfrentados los unos contra los otros
para ruina nuestra y contento de nuestros enemigos, que habéis de
tener en cuenta que no son pocos. Pues los mésicas, aunque ahora nos
hagan acato y nos respeten como a cosa nueva y amigos de su señor,
empiezan a querernos mal como siempre nos han querido desde que
llegamos a esta tierra, por lo que no os fiéis de persona alguna más
que de las vuestras y los que en este lugar en éste momento
estamos”. A lo cual el piloto y Pizarro asintieron como discretos y
leales, y al cabo la reunión se disolvió pues Cortés tenía otros
asuntos que tratar con el Muctezuma y algunos de sus principales.
Y ya en el patio
comenzamos a juntar gente aquel día, de la trajo el señor Cacama y
su posteca que supimos que se llamaba Monomatini, que en su lengua
significa “el que es humilde”, nombre que le venía muy ajustado,
pues temía al señor Cacama más que a vara verde, y de nosotros
recelaba no menos. Trajo muchos tamemes y alguna gente que servía al
Cacama, que eran guerreros de su gente o barrio, que se dicen
calpulis, uno de los cuales tenía banderola a la espalda como
oficial, pero el resto iban a cuerpo o con escaupil y rodela, siendo
no más de veinte. De los del oficial de Texcala, por su parte,
venían doce muy bien armados, siendo guerreros de calidad de los que
al menos han ido a la guerra una o dos veces, y de entre ellos tenía
un sargento con la bandera de la mariposa, más joven que él pero
duro en el mirar y con una cicatriz en la mejilla de un venablo de
los mésicas que le tiraron en una batalla. Los guerreros de Mésico
y de Tescala no se miraban con mucho amor, a lo cual resolvió
nuestro caporal Pizarro ponerse a mandar a todos como si fuera el
Gran Capitán en Chiriñola, de modo que tuvo a la gente aderezada y
preparada para el viaje a la mañana siguiente, haciendo acopio de
tortas y otros bastimentos para el largo viaje, aunque tuviéramos
venia del Muctezuma para pedir en sus predios, que eran muchos, que
se nos proveyera de lo necesario si así lo mandaba reclamar el señor
Cacama, al que llevaban en unas andas por las puentes de Temixtitán
unos criados suyos.
Iba Pizarro a pie,
pues caballos nunca sobraron, muy gallardo armado de un estoque de a
dos manos, armado de peto y espaldar con un casco, seguido de mi
persona que era el segundo mejor armado, Heredia a mi costado con la
escopeta al hombro mirando la laguna como quien se despide del Edén,
y detrás el mozo de los Escalona al que Cortés había dado un
escaupil bueno y una adarga para quitarse de daños, con la espada y
una daga de las de orejas como únicas armas, seguido del Chocarrero
que de vez en cuando porfiaba de su suerte, con su barba rala cortada
de un tajo por una pelea que hizo en Santiago de Cuba por naipes y
putas, que le cruzaba casi toda la cara y le daba todavía más cara
de catavinagres y malcontento. Y este iba armado con una espada vieja
de las de cruceta, una rodela, un escaupil y por casco nada más que
un gorro colchado muy colorido que le había regalado Velázquez, que
en Santiago lo había tenido mucho tiempo como quien tiene en la
corte a enano o bufón.
Abriendo la
marcha, los guerreros de Mésico con el señor Cacama, y por detrás
de nosotros los porteadores y la gente de Texcala, que aún hicieron
algo antes de marchar. En un recodo de la calzada, se paró su
capitán el Águila de Sangre, y sin empacho ni embarazo se separó
del resto de los de su tropa que se adelantaron, abriéndose el
mastata echó muy grande meada en el lago Tezcuco dando generosas
muestras de placer, lo que hizo girar la cabeza al señor Cacama y
decir algo en su parla nahual que no supimos por no haber lengua
entre nosotros en ese momento, pero que quedó claro que no era
amable ni de querencia.
Y de aquesta
manera a comienzos del año de nuestro señor de mil quinientos y
veinte salimos de la ciudad grande de Temixtitán de vuelta
deshaciendo el camino hacia partes desconocidas de aquella tierra,
que para nosotros eran todas, sin saber muy bien que iba a ser de
toda aquella empresa y si nos haría ricos y honrados o muertos y
tirados a un marjal.
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
Imagen de cabecera: Cortés y Malinche (Roberto Cueva del Río en Wikimedia Commons)
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