Crónica de Hernando de Barrientos (I)
Aunque las redes sociales tiendan a ser un pozo de estiércol bien profundo y hediondo, a veces se encuentra uno un diamante en medio de la inmundicia. No, no todo es negativo. Con suerte, buen ojo y una paciencia infinita, mientras se chapotea en el destritus es posible hallar un buen puñado de gente, como me ha pasado a mí. Es cuestión de tiempo y me place presentar aquí a David Nievas Muñoz, una de esas luminarias de la victoria -esto le encantará, seguro-.
Ahora trabaja como guía turístico pero es licenciado en Historia por la Universidad de Granada, máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Sólo le faltaría haber sido camarero para alcanzar el estatus de perfecto historiador español.
Mientras, es creador del grupo de Facebook "La Conquista de México", donde colaboro con él en la administración junto a otros compañeros tan sufridos como abnegados. Y ahí fue donde alumbró una pequeña maravilla que no me he podido resistir a pedirle que compartiera en este blog. Se trata de una pequeña ficción con base histórica, un relato autobiográfico de Hernando de Barrientos, uno de los hombres de Hernán Cortés, al que el famoso conquistador envió a ocupar la Chinantla (Oaxaca). En la práctica es una novela corta, magistralmente narrada por David imitando el lenguaje del siglo XVI, que iré publicando por entregas. Ésta es la primera y espero que la disfruten tanto como yo.
CAPÍTULO I-Donde se cuenta sobre mi persona y cómo llegué a las Indias e de ahí pasamos a la muy grande ciudad de Temixtlán.
In nomine Domine Dei, yo, Hernando de Barrientos, natural de Astorga, empiezo a
escribir aquesta relación aquejado como estoy de fiebres según las
están padeciendo los indios de aquesta región, mis amigos y
hermanos, a finales del año de nuestro señor de mil quinientos e
veintiuno, usando para ello los pocos papeles que me quedan y otros
ciertos que conseguimos de la gente que vino con Narváez gracias al
Chocarreco, del que ya tendré ocasión de hablar por lo menudo.
Muchas cosas
sucedieron y estas merecen ser contadas, en la banda norte de
Tustepeque en la tierra que dicen de Chinantla, y poco tiempo tengo
para dejarlas todas escritas por lo menudo, para que entienda su
majestad el rey don Carlos que por estas partes se la ha hecho gran
servicio, no como otros grandes capitanes que Cortés nombra en sus
escritos y despacha en relación desde Veracruz hasta la corte
vuestra. Este es mi propósito y ansí lo cumpliré mientras que me
queden fuerzas para ello.
Las cosas, como
decía mi abuelo que en gloria esté, merecen siempre ser contadas
desde el principio. Llegué a estas Indias hace cuatro años, siendo
el hijo tercero de don Miguel de Barrientos, hidalgo a fuero de
Castilla y manco del brazo izquierdo por un ballestazo que le dieron
los moros en la toma de Illora, cuando lo de Granada. Y no teniendo
la familia ya muchas tierras y siendo el mayor de mis hermanos
alguacil de la dicha cibdad y el segundo, que se llama Martín, paje
de espuelas del marqués cuando me fui para Sevilla con pasaje para
las Indias, que en ello se dejó mi padre unos ciertos dineros de la
herencia de un tío mío que era canónigo en León y al que Dios se
llevara un año antes.
Llegué, en fin,
demasiado tarde para embarcar en la jornada de Grijalva a Tierra
Firme, a Santiago de Cuba, donde pasé unos meses malviviendo. E como
había sido de chico jugador viejo y en ocasiones preboste del
maestro López, que enseñaba esgrima en la plaza de la catedral,
junto al hospital de San Juan do estaba la palestra, di clases en
Santiago en su plaza frente a la Casa del Cordel, y luego con los
dineros que juntamos hice sociedad con un Bartolomé de Heredia, que
llamaban “el viejo” aunque no más que tenía cuarenta y cinco
años, y entrambos compramos unas cabezas de ganado y algunos
cerdicos que criábamos cerca de Santiago y los paseábamos por los
baldíos donde no hay encomiendas, pero si algunos indios fieros de
los que andaban levantados contra el gobernador, por lo que Heredia
siempre llevaba con si la escopeta, y yo no parecía pastor con la
rodela a la espalda y la barba sobre el hombro, más atento a la
linde del bosque que a donde estaban los animales, pues en dos o tres
ocasiones nos tiraron flechas y nos dieron ataque con sus grandes
palos que se llaman macanas, más Dios quiso tenernos a salvo y con
un par de tiros y dándoles muertos o heridos algunos a cuchilladas
los espantábamos con poco daño para nuestras personas.
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Las expediciones de Alonso de Ojeda (Augusto Ferrer-Dalmau) |
Fue de aquesta manera que yo me aficioné a este Heredia, del que algunos se reían por la edad, pero del que aprendí muchas cosas y oficios porque no siendo él hidalgo, había trabajado en Castilla de un poco de todo, y aún había tenido tiempo para estar en Granada como paje de Pérez del Pulgar en aquella famosa entrada que hicieron a la ciudad, dándole fuego a la alcaicería y colgando de la mezquita mayor el cartel con el Ave María, con lo que se vio recompensando y con esta merced pasó a las Indias con Ojeda y llevaba allí tantos años que ya añoraba las cosas de su tierra, que era la de Córdoba, de las que solía hablarme por lo menudo, y de como vio correr toros en la Corredera y de otras cosas de cuando él era joven.
Desta manera
hicimos esos meses algo de patrimonio y dineros, aunque por aquel
entonces había en Cuba ya muchos repartos de indios y las
encomiendas hechas y dadas a los capitanes y gente muy señera, que
no pocas veces ambicionaban robarnos los animales con sus lacayos y
otra gente que les servían, para engrosar sus cabañas y menguar las
nuestras. Pero Heredia tenía siempre el sueño ligero, que es de
estos que duerme con los ojos medio abiertos, y en viéndolos pegaba
una grita y mientras yo saltaba a defenderle con la rodela, él
encendía la mecha y le daba a los malandrines una ruciada buena con
la escopeta, que les hacía volver las espaldas y huir, pues no hay
más cobarde que el ladrón que es sorprendido en la fragancia de su
delito.
Estando en estas
se oyeron cajas de recluta en Santiago, para la armada tercera que a
Tierra Firme iba a partir, al lugar que llamaban de San Juan de Ulúa,
y como a los que entregaban dineros o animales se les daba merced
como soldados de ventaja y en el reparto de armas que hacían los
capitanes, decidimos sentar plaza en la hueste de Cortés, que bien
le vinieron nuestras vacas y los cerdicos, que matados y curada la
carne nos duró hasta la llegada a Cempoal. E ansí deste modo además
de la rodela que ya traía comprada de Castilla, y la espada que me
regalara antes de partir el maestro López, me dio el capitán
Montejo otras armas para mi defensa que fueron una celada de las de
visera a todo una pieza, un peto sin espaldar con su jubón de armar,
brazos de malla (que estos se los gané a un tal Bernal Díaz jugando
a los dados) y una lanza para llevar con la rodela. Heredia se quedó
de escopetero, que buena falta hacían, aunque era la suya de latón
de las antiguas, aunque le había puesto serpentín para mejor jugar
la mecha, y todavía tiraba bien. Le dio un capacete el capitán como
defensa, y un broquel para jugarlo con la espada, más no había más
armaduras ya que las que usan algunos indios y él no las quiso por
verlas poca cosa, aunque quedó corrido que dando tantas vacas no le
dieran nada, e al cabo de unos días vino generosamente don Hernando
Cortés con unas sonrisas y le regaló de lo suyo comprado un jubón
de armar muy bueno y para ponerle encima un manto de obispo de malla
buena remachada, con lo que quedó más contento.
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Cortés desembarca en el continente (Severino Baraldi) |
Desta manera
pasamos a finales de mil quinientos e dieciocho a la banda del sur de
la Isla Fernandina que a veces llaman Cuba, y allí Cortés mandó a
sus capitanes y a los que sabían destas cosas que entrenaran bien a
la tropa a formar en escuadrón, aunque tuvieran lanzas y rodelas y
no picas, y a arcabuceros y escopeteros que tiraran a terrero.
Asimismo, a los chapetones que nada sabían si no querer hacerse
ricos como el gran kan del Catay, blasfemar y a hacer lo menos, los
enseñé a jugar la espada con unas negras que se compraron antes de
salir de Santiago, y aún se hizo de alguno de ellos buen esgrimidor,
mientras que otros apenas aprendieron si no a tirar estocadas y hacer
algunos quites.
Y en febrero
pasamos ya a los barcos, antes de que Velázquez quitara a Cortés la
capitanía general de la expedición, cual era su intención y
avisado como estaba por las chanzas de Cervantes el Chocarrero, que
aún así se vino con nosotros en los barcos. No me extenderé sobre
lo demás hasta la llegada de Temixtitán pues a buen seguro vuestra
majestad quedará informado dello a través de los escritos de Cortés
y de lo que en épocas venideras contará la gente, pues vi a algunos
como a Bernal Díaz pedirme a veces papeles a mí o al padre Olmedo
para tomar algunos apuntes y meterlos en la talega bien doblados en
un canuto de hojalata muy vieja.
Como bien sabrá
vuestra majestad, pasamos a Cozumel en unos días do se hallaban en
paz los indios de la tierra, por cuya mediación se encontró al
padre Aguilar que tan bien nos vino, y a los pocos días a la Lebrela
de Términos, que Cortés cogió como su perrilla y a veces la dejaba
suelta para que cazara algo cuando veía que en la tierra no había
peligro ni indios de guerra.
E luego pasamos a
la banda de Tierra Firme, donde en Potonchán hobimos fiera refriega
con la gente del cacique Tabasco, que nos dio batalla dos días más
tarde en unos sembrados de maíz cerca de donde dicen Cintla, donde
se hubo muy gran victoria como vuestra majestad sabrá, a resultas de
lo cual se fundó la villa de Santa María de la Victoria, y ya en
San Juan de Ulúa la de Villa Rica de la Veracruz. Fue aquí donde
Cortés se deshizo de los que tenían en mucho las ordenes del
gobernador Velázquez, y nuestro capitán Montejo fue mandado con
Portocarrero de vuelta a Castilla con el oro que nos trajeron los
emisarios de Mésico y del Muctezuma, con lo que quedamos huérfanos
de nuestro valedor y pasamos a las ordenes de uno que era como cabo o
sargento, por ser pariente de Cortés, que se llamaba Pablo Pizarro y
era de joven como yo por aquel entonces.
Hicimos amigos en
Cempoala con los totonacas y el cacique gordo, con el ardid de los
embajadores, aunque dimos una carga a unos de Mésico que venían a
los vengar, cosa que a buen seguro no os habrá contado el capitán
general. Y después de esta amistad y ver cosas de mucha mención en
la tierra de los totonacas, que no sabía yo que a sus lindes habría
de regresar, marchamos después de que se barrenaran las naves,
traidores al gobernador pero con el oro y la fama en la cabeza, en
pos del Muctezuma y su gran ciudad, pasando antes por Texcala, donde
los indios nos recibieron con mucha fuerza y según sus costumbres
del pelear que luego contaré, pero que ahora no pongo por lo menudo
para ahorrar papel y tinta.
Vencimos mal que
bien, en Tampico y en otras dos batallas, una dellas de noche, y
Cortés mandó a los emisarios con las manos cortadas como castigo, y
al final Xicotenca “el viejo” convenció a los ancianos y sabios
que en Texcala se reúnen todos como si hicieran Cortes, de que era
mejor hacernos sus aliados contra el poder de Mésico, que bien
cercados y pobres les tenían desde hacía generaciones, y les daban
guerra a muerte en cuanto se les presentaba la oportunidad, usando
para ello a sus aliados e amigos de Cholula. Nos repusimos en
Texcala, pues no habían herido a muchos y estábamos cansados y
quebrados de las batallas que nos dieron, pues al final quiso Dios
que los totonacas no eran gente de guerra, ni nos hicieron gran
servicio en estas batallas, pues de hecho llegando a lo de Cholula
pidieron a Cortés licencia para volverse a su tierra, pero este no
se la quiso dar.
Vinieron con
nosotros para Cholula los de Texcala, que no lo sabíamos pero habían
de ser nuestros mejores y más firmes aliados. Eran gente de guerra,
frugal y serrana, hechos a las penurias, valientes y esforzados, y
todo esto lo pasaban como prueba sabiendo que su objetivo era la
ruina de la gente de culúa y los de Mésico que eran su señores,
pues eran los que les tenían cercados, sin sal ni algodón, y aún
se jactaban de tener en ellos un criadero de guerreros a los que
sacrificar en lo alto de sus torres, que en adelante diré templos
para referirme a ellas mejor, no como hace Cortés para quitarles
importancia, pues son grandes más que la Catedral de Toledo,
semejantes a unos grabados que mi tío me enseñó de pequeño de los
alarbes mamelucos y de las cosas muy antiguas de los sabios y
filósofos de Roma y los griegos, que había y hay en esas partes
unas torres muy grandes en forma de triángulo con punta arriba, que
se dicen pirámides. Más aquestos, como el de Cholula, aún tan
grandes como aquellos que me parecían, templos son por que están
hechos con terrazas y tienen unas escaleras grandes delante para
subir arriba do hay una capilla y delante della una pequeña
explanada donde tienen la piedra que usan para sacrificar, que en su
religión es costumbre hacerlo sobre todo del enemigo vencido, pero
también para celebrar a sus dioses y en su secta para honrar sus
ferias y días de guardar.
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La matanza de Cholula en una reproducción dieciochesca del Lienzo de Tlaxcala (dominio público en Wikimedia Commons) |
En Cholula nos
querían tender una celada y matarnos, pero doña Marina la lengua,
que era asaz astuta y artera, informó dello a Cortés y se entró en
la ciudad a sangre y fuego, también con la gente de Texcala que se
dio muy buena mano y de hecho mató e hizo más daño que nosotros,
pues tal era el odio que tenían a los cholultecas por lo que habían
hecho pasar, pero Cortés no quiso frenarlos hasta no prender y matar
a algunos de sus caciques, de modo que ya pidieron las paces con
mucha insistencia y cesó la carnicería, con las calles llenas de
sangre y los gritos de las mujeres que los de Texcala forzaban
mientras se reían del gozo que esto que les producía, haciendo
burla de los niños que lloraban y las mujeres que lamentaban la
muerte de sus maridos y hermanos.
Procedimos ya sin
más tardanza y por la ruta más corta pero dura, entre dos grandes
montes que como el Vesubio de Italia escupen humo y en ocasiones
fuego y azufre, donde cogimos grandes fríos que se nos murieron
algunos porteadores que aquí se llaman tamemes, por no ir abrigados
y según su costumbre solo con un taparrabos de algodón que le dicen
mastata. E pasando estos montes do Ordaz subio con tres a por azufre
para la pólvora y volvió solo, vimos ya el gran lago de Tezcuco y
el valle de Mésico, todo rodeado de ciudades grandes con calles y
casas de piedra e muchos templos de sus ídolos. Y en el centro como
se pone la guinda en el melindre, la gran ciudad de Temixtitán con
sus grandes calzadas, que son tres grandes y otras muchas más
chicas, que parecía cosa de encantamiento, con su gran explanada en
el centro con templos altos y muy bien labrados, aunque no tan altos
como el de Cholula donde habíamos dejado una capilla de la Vírgen
nuestra señora.
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Reconstrucción de Tenochtitlán (Tomas Filsinger) |
E como ya sabrá
vuestra majestad, entramos muy bien recibidos por el Muctezuma y los
caciques de las otras ciudades, por una de sus calzadas, do se nos
recibió con boato y se hablaron el Cortés y este rey de los
mésicas, que es como se llaman a si mesmos. Tras esto, tocamos
pífano y tambor, se tremolaron las banderas y la gente común de la
ciudad, que era mucha, salía a mirarnos desde sus casas y en barcas
por las canales que eran muchas y surcaban la ciudad, como si
nosotros mismos fuéramos cosa de encantamiento que lo mismo les
provocaba sorpresa que temor, aunque detrás de nosotros venía la
gente de Texcala, y a estos les miraron mal y alguno le escupieron,
que ellos se mantuvieron con disciplina sin vengar afrenta alguna,
aunque ganas tuvieran de derramarse por la capital de sus enemigos y
darles cruel muerte allí donde los hallaran.
Tras el desfile,
en el que nos guiaron nobles y gente muy principal de la ciudad,
llegamos al palacio de un agüelo de Muctezuma donde nos iban a
aposentar a todos, que tan grande era que cabíamos sin embarazo
todos los españoles, los texcaltecas y la gente de Cempoal
incluyendo a los tamemes y las mujeres que con nosotros venían
regaladas por los caciques nuestros amigos. Allá nos recibió el rey
Muctezuma e tuvo parlamento con Cortés, mientras a la tropa nos
trajeron bien de comer e beber, muchas gallinas de indias que se
llaman guajolotes, habichuelas de las suyas, una sopa que llaman
pozole, el tamal que es hoja donde enrollan carne asada y otras cosas
y aún carne de los perrillos escuincles que ellos suelen comer como
cosa de mucha delicia y propia de gente principal.
Desta manera
pasaron los días en que nos enseñaron la gran ciudad de Temixtitán
y su mercado en Tlatelulco, que es tan grande que no abarca la vista,
do se venden géneros de lo largo y ancho de la Tierra Firme que
traen los mercaderes que acá se llaman postecas. E como ya sabrá
vuestra majestad, después de enseñarnos el templo mayor y ver en su
capilla la horrenda carnicería de sangre, los ídolos, corazones y
las cortinas de piel humana, temiendo como estábamos terminar de
aquella misma suerte y por los yerros que en el pasado nos había
procurado Muctezuma desde nuestra llegada, es que Cortés resolvió
tomarlo preso. E después de aquello, todo cambió para nosotros que
parecíamos si no señores de la ciudad y de todos los predios que
controlaban los de Culúa, más no era oro todo lo que relucía y
desto ya escribiré largo.
Imagen de cabecera: Camino de Cortés (Augusto Ferrer-Dalmau)
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
Imagen de cabecera: Camino de Cortés (Augusto Ferrer-Dalmau)
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
Es maravilloso tu estilo de comentar este episodio de la presencia española en nuestra amada America pues nos trasladas a aquel momento y a aquellos hombres son dignos de ser considerados superhombres,titanes o semidioses quienes alcanzaron la gloria para España de sus gestas y su solidaridad con nuestros hermanos americanos como regocijo de Dios.La aventura americana fue una de las epopeyas mas dignas de la historia de la Humanidad que yo reflejo en moi libro:El Reencuentro:Hacia la Construcción de la Comundad Iberica de Pueblos"cuya dedicatoria es la siguienteA todos los hispanos y lusos parlantes de aqui y de allá de otros continentes del mundo y particularmente a todos los que con sus realidades, ideas y convicciones han contribuido y contribuirán en plasmar el destino universal escrito en sus corazones, de desarrollar este proyecto, de unión de Estados basado en los lazos de identidad nacional, de fraternidad y de universalidad espiritual de nuestra raza
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Julio Reyes Rubio
julio_reyesrubio@yahoo.es: