El controvertido caso de Sacco y Vanzetti
Here's to you, Nicola and Bart,
rest for ever here in our hearts.
The last and final moment is yours,
that agony is your triumph.
Ésta es la letra de la canción que, escrita por Joan Baez y con música de Ennio Morricone, cierra la película Sacco y Vanzetti, dirigida por Giuliano Montaldo en 1971. Tan emocionante -a la voz inicial de la famosa cantante se va sumando poco a poco un coro in crescendo- como simple -únicamente tiene esa estrofa, que repite una y otra vez-, se iba a convertir en todo un himno setentero para los militantes de los derechos humanos. ¿Por qué? Porque evoca el caso de dos anarquistas, emigrantes italianos en EEUU, detenidos, procesados y condenados a la silla eléctrica, después de ser considerados culpables de un robo a mano armada -que terminó con dos víctimas mortales- en un controvertido juicio lleno de irregularidades que desató un escándalo mundial.
Cartel de la película |
En realidad, ese mini-libreto musical no es original. Baez parafraseaba las declaraciones de uno de los personajes, Bartolomeo Vanzetti, en una entrevista concedida en la prisión al periodista Philip D. Strong tres meses antes de su ejecución. Era un piamontés nacido en 1888 en el seno de una familia de clase media que, tras quedar huérfano de madre a los veinte años, sufrió una crisis nerviosa y decidió dejar Italia para buscar una nueva vida en América, en EEUU.
Allí se encontró con el mismo amargo despertar del sueño que habían sufrido otros muchos como él: la tierra de promisión no lo era tanto -o no para todos- y tuvo que malvivir ejerciendo todo tipo de trabajos, lo que le puso en contacto con militantes anarquistas. Abrazó entonces esa ideología, liderando una huelga en 1916, y eso le cerró el paso al mundo laboral por parte de los empresarios, teniendo que reconvertirse en pescadero ambulante.
Bartolomeo Vanzetti (Wikimedia Commons) |
En 1917 recibió la ciudadanía estadounidense, pero al entrar el país en la Primera Guerra Mundial huyó a México con otros anarquistas para eludir el reclutamiento y fue allí donde conoció a Nicola Sacco, también militante y, como él, emigrante. Originario de Apulia y perteneciente a una familia de aceiteros, era cuatro años más joven pero había cruzado el Atlántico en la misma singladura que Vanzetti. En EEUU se casó con una compatriota, Rosina Zambelli, con la que tuvo dos hijos, mientras encontraba empleo en una fábrica de zapatos y se involucraba en el movimiento obrero, lo que le supuso ser detenido en 1916.
Nicola Sacco con su familia (Wikimedia Commons) |
Al acabar la contienda Sacco y Vanzetti se establecieron en Massachusets, ignorando que las autoridades les sometían a vigilancia debido a que en aquella época se vivía lo que se conoce como Primer Temor Rojo, unos años de persecución contra la izquierda por el pánico que habían desatado el antibelicismo, la Revolución Rusa y los atentados anarquistas. El pasado estado de guerra había dado dio pie a la promulgación de dos leyes en 1918, la de Espionaje y la de Sedición, que se revelaron útiles para controlar la subversión social, de ahí que se mantuvieran vigentes al acabar la contienda.
El Primer Temor Rojo alcanzó su apogeo entre 1919 y 1920. Comenzó con la huelga general de Seattle, que tuvo una enorme repercusión mediática pese a que duró menos de una semana y no registró incidentes especialmente graves. Pero es que dos meses más tarde un grupo terrorista liderado por el anarcocomunista Luigi Galleani (que también era emigrante italiano) inició una oleada de atentados con bomba por todo EEUU, uno de las cuales, dirigida contra el fiscal general, estalló antes de tiempo en manos de su autor matándole junto a una viandante.
Luigi Galleani (Wikimedia Commons) |
Galleani, partidario de atacar al Estado mediante el uso de la violencia (un compañero de ideología, Carlo Buda, dijo de él que "si le escuchabas hablar estabas dispuesto a dispararle al primer policía que vieras"), terminó deportado ese mismo año, algo que indignó a sus seguidores. Entre ellos figuraban Sacco y Vanzetti, que colaboraban en un períodico propagandístico en italiano que él había fundado, Cronaca Sovversiva, y, ante el rosario de detenciones que se desencadenó, escribieron cartas a otros militantes indicándoles que destruyeran cuanta documentación estuvera en su poder.
Para agravar la situación, la desmovilización militar trajo inesperadas consecuencias para los soldados, muchos de los cuales no podían incorporarse a la vida laboral por falta de empleos o veían cómo los empresarios contrataban a los veteranos negros, dispuestos a aceptar salarios menores o a ser esquiroles en las huelgas, lo que les llevó a ser agredidos por los inmigrantes, igualmente agraviados. Dado que los negros contestaron en el mismo tono, algunas ciudades como Chicago, Washington D.C. y Elaine, entre otras, se vieron envueltas en graves disturbios raciales, el llamado Verano Rojo de 1919, temiendo el gobierno que los grupos antirracistas se aliasen con los comunistas y anarquistas.
Caricaturas políticas alusivas al Primer Temor Rojo publicadas en la prensa estadounidense (Wikimedia Commons) |
Así de tensas estaban las cosas cuando, el 5 de mayo de 1920, Sacco y Vanzetti fueron detenidos por la policía de Nueva York, en el contexto de una gran operación para prevenir la previsible manifestación que organizaban para protestar contra un episodio ocurrido dos días antes: la muerte de un anarquista llamado Andrea Salsedo, que se cayó por una ventana de la comisaría (presumiblemente, un accidente cuando le interrogaban sosteniéndole en el exterior del décimo cuarto piso por los tobillos, aunque un compañero suyo dijo que se había suicidado, tras aguantar varias jornadas de golpes, para no delatar a sus compañeros).
Sin embargo, la acusación contra ellos fue más grave porque, además de los pasquines convocando la manifestación, se hallaron en su poder un revólver y una pistola semiautomática, que inmediatamente se relacionaron con dos robos realizados a mano armada en Massachusets. En el primero, el 24 de diciembre de 1919 en Bridgewater, cuatro personas atacaron infructuosamente con un revólver y una escopeta de dos cañones el camión que llevaba las nóminas de la fábrica de zapatos LQ -unos treinta y tres mil dólares-, algo típico de entonces en bandas anarquistas para financiar sus actividades con el botín.
Andrea Salsedo (Wikimedia Commons) |
El segundo caso tuvo lugar en South Bainstree (un suburbio de Boston) el 15 de abril de 1920 y resultó exitoso para los ladrones, pero trágico para sus oponentes: los atracadores se llevaron dos cajas de acero que contenían casi dieciséis mil dólares, correspondientes también a las nóminas, esta vez de la empresa zapatera Slater-Morril Show Company, pero durante el asalto mataron de dos disparos (uno por la espalda cuando trataba de huir) al pagador encargado de llevar el dinero y de cuatro a un vigilante de seguridad que intentó hacerles frente.
Los agentes llegaron hasta Sacco y Vanzetti al investigar a Ferrucio Coacci, el primer sospechoso por haber trabajado para las dos fábricas. Resultó que ya no vivía en su casa, pero que la compartía con Mario Buda, hermano del citado Carlo Buda; en su garaje había huellas de neumáticos de un automóvil cuyo dibujo coincidía con los de uno de los utilizados en el atraco, un Buick. En aquella época no había un parque móvil tan grande como ahora, así que no resultaba difícil rastrear un vehículo. Sacco y Venzetti cayeron al acudir en busca del coche y, aunque inicialmente lograron escabullirse, al final fueron atrapados en un tranvía.
Un revólver Harrington & Richardson de calibre 38 como el que llevaba el guardia asesinado (Wikimedia Commons) |
Al primero se le incautó una pistola Colt calibre 32 con munición que coincidía con los casquillos encontrados en la escena del crimen; al segundo, un revólver Harrington & Richardson calibre 38 que, posteriormente, la fiscalía aseguraría que se le había arrebatado al guardia fallecido, ya que el arma de éste nunca se encontró. Un camarada de ambos que les acompañó al garaje y también escapó, Riccardo Orciani, fue arrestado al día siguiente, si bien pudo demostrar que el día del robo estaba trabajando.
El proceso del primer caso fue presidido por el juez Webster Thayer, que tenía fama de xenófobo y ya había juzgado casos con anarquistas (dos meses antes había impugnado a un jurado que absolvió a uno, Sergie Zuboff). El prestigioso abogado de Vanzetti, John P. Vahey, presentó hasta dieciséis testigos que aseguraron que el reo no había podido cometer el crimen porque le estuvieron comprando pescado. Sin embargo, los testigos del fiscal, Frederick G. Katzmann, le identificaron como uno de los ladrones del primer robo, y además el intérprete designado no hablaba bien el dialecto italiano de los inmigrantes, lo que dio sensación de inseguridad.
El juez Webster Thayer (Gallica-Bibliothèque Nationale de France) |
Ello, junto con el temor a que soltase alguna perorata proanarquista, decidió a Vahey a evitar que Vanzetti declarase en su propia defensa, lo que, pese a sus buenas intenciones, fue interpretado como una evidencia de culpabilidad; el mismo encausado se mostraría enfadado luego, diciendo que su abogado le había "vendido por treinta monedas de oro, como Judas vendió a Jesucristo". Los más suspicaces suelen señalar que, unos años más tarde, Vahey sería contratado por el bufete del fiscal Katzmann.
Peor iba a ser que el juez declarase nula la demostración de que se habían manipulado los casquillos de escopeta, quizá para influir en el segundo proceso, el del asesinato de South Bainstree. El jurado deliberó cinco horas y dictó veredicto de culpabilidad de robo a mano armada, por lo que Vanzetti fue condenado el 16 de agosto de 1920 a una pena de entre doce y quince años de prisión que debería cumplir en la cárcel de Charlestown. Algunos juristas consideraron que este juicio se celebró primero porque tendría repercusión sobre el siguiente, para el que las pruebas eran menos consistentes, si bien oficialmente se debió a los diferentes horarios de cada juzgado.
El fiscal Frederick G. Katzmann (Wikimedia Commons) |
Llegó entonces el turno del segundo juicio, el del asalto con muerte, que además iba a ser ante el mismo juez, ya que él mismo solicitó la designación, y el mismo fiscal. Era el 31 de mayo de 1921 y para entonces el asunto empezaba a tener una dimensión mediática importante, pues los anarquistas desataron una campaña de protesta que culminó el 16 de septiembre con un brutal atentado en Wall Street que segó la vida de treunta y ocho personas e hirió a otras ciento treinta y cuatro. Temiéndose que intentaran algo contra el tribunal, se blindó el exterior de éste con placas de hierro antibomba, aparte de asignarse la vigilancia a un numeroso retén de policías.
La defensa de Vanzetti, esta vez a cargo de los hermanos Jeremiah y Thomas McAnraney, repitió la coartada de la venta de pescado mientras que los abogados de Sacco, Fred H. Moore y William J. Callaghan, justificaron su presencia en Boston porque iba a solicitar un nuevo pasaporte en el consulado italiano de esa ciudad. El problema estaba en el punto de partida, pues Moore era un abogado sindicalista cuyo comportamiento descuidado en la sala irritó al juez y pudo predisponerle en contra.
Fred H. Moore, abogado de Sacco (Wikimedia Commons) |
Las declaraciones de los testigos situaban a los acusados en el atraco, pues no sólo eran reconocidos anarquistas radicales sino que habían sido vistos en el vecindario el día de autos A Sacco se le reconoció como autor material de los disparos mortales al vigilante, atribuyéndosele la propiedad de una gorra que se encontró en el escenario y siendo identificado por algún testigo que dijo haber sido apuntado por su arma, mientras que su compañero era quien estaba al volante del Buick.
Dos expertos en armas presentados por la fiscalía, uno del ejército y otro de la policía, aseguraron que las estrías de las balas extraídas de los cadáveres correspondían con las armas incautadas a los acusados. En cambio, otros dos de la defensa consideraron que no había tal correspondencia y, en efecto, el polícía terminó admitiendo que eran balas de un calibre 32 pero podían haber sido disparadas por cualquier pistola de dicho calibre, no sólo la de Sacco. De hecho, las seis balas del asalto procedían de dos pistolas diferentes.
A la izquierda, una pistola Colt modelos 1903 de calibre 32 (Judson Guns en Wikimedia Commons) y, a la derecha, una Savage semiautomática modelo 1907 del mismo calibre (Askild Antonsen en Wikimedia Commons) |
En cuanto a Vanzetti, se le situaba dentro del coche y se consideró que el revólver que llevaba cuando fue detenido era el del guardia muerto, aunque no había forma de demostrarlo, ya que nadie le había visto quitárselo. Por su parte, manifestó no recordar en qué tienda había comprado el arma, mintiendo sobre el precio (dijo uno muy superior al de mercado) y sobre la procedencia de las municiones. Asimismo, el revólver tenía un percutor nuevo y se daba la circunstancia de que al del vigilante se lo acababan de cambiar en un taller recientemente.
Pero la cosa se enredó cuando Vanzetti terminó admitiendo que se lo había comprado a otro anarquista amigo suyo, Luigi Falzini -quien lo corroboró, aportando que, a su vez, se lo había adquirido a otro- y dos armeros examinaron el arma concluyendo que su percutor no era nuevo, lo que indicaría que no era la misma del guardia. Es decir, un lío de contradicciones que alcanzó cotas esperpénticas con otra prueba material presentada por la fiscalía, la presunta gorra de Sacco, hallada en el escenario del crimen.
La Norfolk County Courthouse de Massacgussets, sede del tribunal del segundo juicio (Wikimedia Commons) |
¿Por qué presunta? Porque, en una época en la que todavía no había laboratorios que analizasen cabellos o ADN, la única forma que encontró el fiscal para atribuir la propiedad de la citada gorra a Sacco fue hacer que se la probara en el tribunal. Resultó que le quedaba tan pequeña que apenas le entraba, hasta tal punto que al día siguiente se publicaron caricaturas en prensa que mostraban al acusado con la prenda flotando sobre su cabeza. Posteriormente se supieron detalles que sembraban todavía más desconfianza, como el hecho de que la gorra no se hubiera encontrado hasta treinta horas después del asalto y tras pisar aquel lugar miles de policías, periodistas y curiosos.
La prueba fue admitida por el juez, pese a todo. Igual que pasó con los testimonios de los testigos, que lógicamente eran confusos e imprecisos por la rapidez con que se habían desarrollado los hechos. Muchos no fueron capaces de identificar a Sacco y Vanzetti como miembros de la banda que había realizado el robo y el tiroteo; otros, sin embargo, sí lo hicieron pese a que apenas habían tenido unos segundos para verlos, iban en un coche a toda velocidad y estaban a mas de veinte metros de distancia, sin contar con que silbaban las balas a su alrededor. De nuevo la prensa hizo escarnio de tanta certeza.
Protestas callejeras en Londres (Wikimedia Commons) |
Pero los diarios no podían evitar la evidencia de que los acusados eran anarquistas radicales, simpatizantes de una facción violenta. Ellos mismos lo constataron cuando la defensa, en lo que se considera un error estatégico, los llamó a declarar al estrado y les preguntó sobre ello. Su intención era explicar por qué iban armados, pero la impresión que dejaron al hacer una arenga ideológica les perjudicó en vez de favorecerles, por la imagen de extremismo radical que dejaron. Tampoco ayudó que se develase su huida a México en 1917 para evitar ser reclutados.
De hecho, el abogado Fred Moore también era activista político y jugó la baza de dar propaganda al juicio para conseguir que hubiera una presión mediática sobre el caso. Incluso impulsó la creación de un Comité de Defensa que, a lo largo de los años siguientes, llegaría a recaudar trescientos mil dólares, con el objetivo de conseguir la apertura de un nuevo proceso que corrigiera las irregularidades cometidas con las pruebas. No obstante, como decía, ese enfoque politizador resultó contraproducente y Moore acabó despedido.
Alvan Tufts Fuller, gobernador de Massachussets (Wikimedia Commons) |
Los miembros del jurado deliberaron durante seis semanas, sin salir del edificio más que un día festivo, el 4 de julio, en que les ofrecieron una cena en otra ciudad. Para seleccionar a aquellas doce personas fueron entrevistadas más de seiscientas, muchas rechazadas por manifestarse contrarias a la pena capital. Tan difícil fue conseguir el número necesario que hubo que llamar a algunos que estaban en su propia boda o de luna de miel. El veredicto final fue de culpabilidad y la condena, a a la silla eléctrica. La citada comisión solicitó clemencia al gobernador del estado, que se negó a concederla.
En noviembre de 1925, Celestino Medeiros, un convicto que esperaba turno en el corredor de la muerte por haber asesinado a un empleado de banco durante un atraco, confesó ser el autor de los asesinatos de Baintree. La investigación consiguiente descubrió que también estaba implicado en robos a mano armada a fábricas, que su banda usaba un coche similar y que él mismo tenía un considerable parecido físico con Sacco. Fue inútil porque el juez consideró que Medeiros carecía de credibilidad, así que una negra sombra se cernía cada veza más amenazadoramente sobre los acusados, cuyas dos apelaciones sucesivas también fueron rechazadas.
Celestino Medeiros |
Todo ello, junto con la incansable labor de la comisión, hizo que el caso adquiriese dimensión mundial. Numerosos intelectuales se manifestaron a favor de un nuevo juicio o remitieron peticiones de clemencia. Algunos tenían un marcado perfil izquierdista, caso del novelista John Dos Passos, o de Dorothy Parker, nominada al Óscar por el guión de Ha nacido una estrella; otros simplemente lo hacían por convicción, como Albert Einstein, George Bernard Shaw, Miguel de Unamuno o H.G. Wells (que hizo una comparación con el caso Dreyfus). Incluso, desde el otro espectro ideológico, Mussolini se mostró dispuesto a pedir la conmutación de las sentencias.
Por supuesto, hubo huelgas y manifestaciones. El mismo Vanzetti, cuando no jugaba a la pelota con su hijo por encima del muro de la prisión, escribía una carta tras otra (fueron cientos) proclamando su inocencia. También publicó un artículo en Protesta Umana clamando venganza y reivindicando La salute é in voi, el panfleto anarquista -que incluía un manual de fabricación de bombas- de Luigi Galleani. Asimismo, al escuchar la sentencia, hizo una célebre alocución final en la que aseguraba que "si pudiera renacer otras dos veces, viviría de nuevo para hacer lo que ya he hecho". Él y su compañero fueron ejecutados la medianoche del 22 de agosto de 1927, después de rechazar la asistencia espiritual de un sacerdote.
Miles de personas siguieron a los coches fúnebres que trasladaba los cuerpos de Sacco y Vanzetti al crematorio (Wikimedia Commons) |
El primero en pasar por la silla eléctrica fue Celestino Medeiros, el reo que había intentado exculparlos inútilmente; luego Sacco, cuyas últimas lacónicas pero sentidas palabras, "¡Adiós, madre!", dieron paso a Vanzetti. Éste se despidió amablemente de los policías que le escoltaban, añadiendo a continuación que deseaba perdonar a los que le estaban haciendo aquello. Sus muertes originaron graves disturbios por todo el país, en parte causados cuando, al cabo de dos días, se puso fin a la exposición pública de los cadáveres para incinerarlos (las cenizas, por cierto, se enviaron a sus localidades natales, que les dedicaron sendas calles). Pero también hubo altercados en otros rincones del mundo; en alguno hasta se atentó contra la embajada estadounidense, como en Buenos Aires.
Es más, durante los meses siguientes se desató un rosario de atentados con bomba, dos de los cuales destruyeron las casas del juez Thayer (él estaba ausente, pero su esposa y una criada resultaron heridas) y del verdugo. Sobre este último, Robert Green Elliott, resulta curioso saber que era un electricista que perfeccionó el sistema de electrocución, que también se encargó de otros reos famosos (por ejemplo Bruno Hauptmann, considerado culpable del secuestro y asesinato del hijo de Charles Lindbergh, y el matrimonio Rosenberg, condenado por espionaje), que se enriqueció gracias a lo que le pagaban por cada ajusticiamiento (trescientos ochenta y siete ejecuciones en su haber, seis de ellas en un mismo día) y que, irónicamente, era contrario a la pena capital.
Robert Green Elliott (Find a Grave) |
El paso del tiempo no ha aclarado mucho las cosas, pero sí algo. Que el juicio se desarrolló de forma irregular y parcial era tan evidente que apenas unos meses después de que todo terminara se propuso una ley en el estado que obligaba a revisar cualquier proceso que hubiera terminado con sentencia a muerte, entrando finalmente en vigor en 1939. Ahora bien, una cosa son las críticas judiciales y otra la culpabilidad de los acusados. Testimonios posteriores parecen aclarar un poco las dudas, pero sin disiparlas del todo.
En 1972, el mafioso Frank Butsy Morelli le dijo a un colega, Vincent Teresa, que su banda era la responsable del robo y el crimen, y que "esos dos idiotas" habían cargado con la culpa; se daba la circunstancia de que Celestino Medeiros formaba parte de dicha banda. Sin embargo, nuevas pruebas balísticas hechas en 1951 demostraron que que el proyectil que causó la muerte del guardia se había disparado con la pistola de Sacco; algo que no se había podido aclarar en su momento porque se alteró escandalosamente la cadena de custodia del arma.
Mario Buda (Wikimedia Commons) y Carlo Tresca (Wikimedia Commons) |
En 1955 Mario Buda le confió al anarquista Charles Poggi que Sacco fue uno de los que realizaron el atraco y, en 1982, el líder anarquista Giovanni Gambera admitió antes de fallecer que en aquella época todos los de su círculo político sabían que Sacco era culpable. Vanzetti, en cambio, era inocente, aunque también participó en el atraco. Así se lo reveló el líder anarquista Carlo Tresca, que había sido presidente del reseñado Comité de Defensa de Sacco y Vanzetti, al escritor y activista político Max Eastman en 1941, durante una entrevista.
Sin embargo, en 2004 se encontró una carta del escritor socialista Uption Sinclair, asegurando que el abogado Moore le había confesado confidencialmente que sus defendidos eran culpables y que les había fabricado coartadas falsas (el anarcosindicalista Anthony Ramuglia aseguró en 1952 que los anarquistas bostonianos le pidieron algo en ese sentido, aunque lo rechazó porque el día de autos estaba en la cárcel). Por eso en Boston, la novela que Sinclair publicó en 1928 sobre el tema, se centraba sólo en la injusticia del proceso, sin abogar por la inocencia de los protagonistas.
El escritor Upton Sinclair (Wikimedia Commons) |
Terminemos igual que la película, con la traducción de la letra de Baez; suena mejor, todo hay que decirlo, acompañada de la música de Morricone.
Va por vosotros, Nicola y Bart,
descansad para siempre en nuestros corazones.
El último y final momento es vuestro,
esa agonía es vuestro triunfo.
Foto de cabecera: Sacco y Vanzetti esposados (Wikimedia Commons).
BIBLIOGRAFÍA:
-ORTNER, Helmut: Sacco & Vanzetti. El enemigo extranjero.
-JOUGHIN, Louis y MORGAN, Edmund M: The legacy of Sacco and Vanzetti.
-AVRICH, Paul: Sacco and Vanzetti. The anarchist background.
-BORTMAN, Eli C: Sacco & Vanzetti.
-WATSON, Bruce: Sacco & Vanzetti. The men, the murders, and the judgement of Mankind.
-FRANKFURTER, Felix: The case of Sacco and Vanzetti. A critical analysis for lawyers and laymen.
-COWLEY, Marcie K: Red Scare (en Free Speech Center).
-Wikipedia.
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