Crónica de Hernando de Barrientos (VI)
Capítulo VI –
De cómo llegó Pánfilo de Narváez a esta tierra, del regreso de
Pizarro y la llegada de Tobilla, de como aparejamos las picas y se
entrenó a la gente de Chinantla que me nombraron su capitán. De
cómo hube matrimonio y me fui a la guerra.
Llegaron nuevas
por mensajero, de que Pizarro regresaba para castigarnos por habernos
quedado regaladamente en la tierra a sembrar y hacer riquezas, de lo
cual temimos que regresara al frente de una tropa para prendernos y
llevarnos a Temixtitán. Pero quiso el Hacedor de todas las cosas
que antes de ponerse el Pizarro de vuelta en el camino, llegaron
nuevas a la tierra y no fueron de las buenas. Por los totonacos nos
enteramos que más españoles habían llegado y tomado la Villa Rica
de la Vera Cruz, y que eran muchos más que los de Cortés y con
muchos fierros y armas, al mando de Pánfilo de Narváez. Nosotros ya
conocíamos la fama de este capitán de cuando Cuba, e dicen que una
ocasión masacró a un pueblo de indios entero simplemente porque
creía que le mentían y estaban con alzados, que les hizo cosas
horribles y que era hombre muy adusto y firme, temido hasta por los
suyos, intratable y altanero como todos los que gustaba tener entre
sus filas el Velázquez.
Y dos días de
enterados de esto, vimos que se había desaparecido el Chocarrero
pagando a dos postecas con cacao del robado para que le llevaran a la
Villa Rica de Veracruz, a darse reencuentro con el lacayo de su amo y
señor que el gobernador de Cuba, de lo cual le maldecimos pero al
ser nosotros tan pocos y estando en medio los de Tustepeque y muchos
ríos que pasar, no le seguimos para darle muerte como hubiera
merecido por marrano y traidor.
Esperamos nuevas
de Cortés o la llegada de Pizarro, que efectivamente volvió a los
doce días de aquello, pero no con una tropa para prendernos si no
con los caciques de la Chinantla de vuelta con unos regalos de
nuestro capitán general y otro español que se llamaba Tobilla, que
según supimos era hombre que sabía de armería y que había estado
en Italia peleando con Ramón de Cardona antes de pasarse a las
Indias, y que allí había sido cabo de escuadra de los de verdad y
sargento hasta que perdió la plaza en un duelo con un oficial, razón
por la que se pasó a las Indias de polizón pero allí estaba, con
mandato de ser capitoste y enseñar a los de Chinantla como pelear en
escuadrón, así como para que se hicieran quinientas picas con el
cobre de lo que trabajaban los armeros. De hecho quedamos muy
holgados porque esta vez Pizarro no venía en calidad de nada más
que mensajero y soldado como nosotros, y el oficial iba a ser
Tobilla, lo que acogimos de buen grado porque era persona industriosa
y de mejor trato que el extremeño.
Nosotros hicimos
de muy buenos soldados y de paso aprendimos una o dos cosas deste
Tobilla y él de nosotros y de la gente de Chinantla, de lo que ambas
partes quedamos muy a nuestro agrado. Más el cacique viendo que este
Tobilla era hombre de trato ambicionaba secretamente darle la mano de
Cielo de Plata a él, lo cual al enterarme yo me quedé muy enojado y
me dieron ganas de darme de estocadas con él. Pero justo es decir
que Tobilla no tenía en su pensamiento aceptarlo, y así se lo hizo
saber al cacique, pues él era mandado de regresar a Temixtitán con
las picas que se empezaban a hacer y no quedarse allí, con lo que no
quería que la hija de un principal se viera arrastrada a los caminos
y metida en territorio de los enemigos de su nación.
Nos enteramos a
todo esto de las nuevas de Temixtitán y Cortés. Al parecer el
pueblo mésica se estaba enfadando de tener nosotros a su rey
prisionero, aunque no se habían alzado por respeto, pues Cortés
hacía y deshacía como quería en su capital y corte, disponiendo
las cosas de sus reinos como si él fuera el vocero mayor, que es lo
que significa el cargo de Muctezuma. Y por suerte buscando en el
palacio de Axayacata los españoles nuestros habían hallado una sala
tapiada llena de tesoros de oro, plata, plumas y otras pedrerías de
los indios que ellos tienen en mucho pues son bonitas y raras para
ellos como para nosotros lo es el perfume del almizcle o el ámbar
del lejano norte. Estaban todos pensando como sacar de allí tan gran
tesoro, pero ahora se lo estorbaba la llegada de Narváez, que había
mandado misiva a Cortés para que él y toda su gente se bajaran a
Cempoal a entregarse, pues había tomado la plaza al cacique gordo y
ahora los totonacos los tenía bajo su yugo y mandato. Dijimos esto
al cacique Izcoal para que echara de Tustepeque a los mercaderes
totonacos, más este no quiso porque decía que aquel era un asunto
entre nosotros caxtiltecas, y que él y Teutile se iban a limitar a
no hacer nada si no se lo ordenaba directamente el Muctezuma.
No obstante, no
perdimos el tiempo entretanto. Cortés nos iba mandando cartas e
instrucciones para nosotros, mientras nos subimos la chinantla alta
para hacer las picas, que Tobilla les tuvo que mostrar como hacer el
molde para las puntas y el remache, pero ellos lo entendieron muy
bien y se pusieron con gran industria a hacerlo porque lo mandaba su
cacique grande el Jaguar que en todo nos apoyaba. Desta suerte se
fueron haciendo las picas, que por las priesas de Cortés no fueron
tantas si no la mitad, unas trescientas, que habrían de ser
suficientes para oponerse a su caballería. Más estas picas eran
para los españoles y no para los de Chinantla, que ya tenían sus
lanzas y arreos de guerra. No obstante, Tobilla explicando y yo
mandando como su sargento, que ya algo chapurreaba de la parla
chinanteca con ayuda del Águila de Sangre, les íbamos dando órdenes
y mostrándoles como pelear en escuadrón, aunque sus armas eran más
alabardas que picas, lo que dificultaba las evoluciones. No obstante,
aprendieron un tanto de la disciplina castellana y entendieron cual
era su fundamento, pues peleando contra los mésicas habían visto
sus escuadrones y como en su orden habían ganado ventaja contra
ellos, así que se aplicaron como buenos alumnos, haciendo las mangas
con arqueros en vez de con picas, y les dije yo que hicieran de cobre
las puntas de las flechas que ya hacían algunas, para que les fueran
de más provecho, lo cual si hicieron una vez se marchó Tobilla con
los postecas y los tamemes cargados con las trescientas picas para
Cortés y para enseñar a los españoles a como jugarlas,
acostumbrados como estaban a las lanzas.
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Representación del palacio de Moctezuma en el Códice Mendocino |
Se quedó Pizarro
con nosotros pero como otros españoles que de los de Narváez venían
sueltos y desertores permanecía en los cuarteles de Tustepeque
confiando en la alianza con los mésicas y para recibir las cartas
que mandaba Cortés y hacernos saber qué nos mandaba. Entretanto se
fue pasando el tiempo de casi dos meses, que aprovechamos para hacer
más lanzas de cobre para armar mejor a los de Chinantla y hablar en
asamblea con sus caciques, pues había que juntar a mucha gente de
guerra para ir en auxilio de Cortés cuando lo solicitara. Los de
Texcala y yo mismo seguimos entrenando a los chinantecas en el mejor
pelear, y yo mandé hacer unas espadas muy sencillas como de antiguos
romanos de cobre con el mango de hueso o madera, que les dimos a los
capitanes de Chinantla como distinción lo que tuvieron muy a gala, y
se podía reñir muy bien con escudo grande y espada corta cuando la
ocasión lo requería.
En todo este
entrenamiento y disposiciones ponía yo mucho ánimo y así hice
amistad con los otros caciques y fama entre ellos, pues no solo veían
que les mandábamos trabajar en el campo como macehual si no que
íbamos a ir a la guerra juntos, que siendo gente belicosa y amante
destas cosas del pelear y la valentía de la persona, tomaban más
ánimo de ayudarnos, de suerte que conseguimos juntar para esta
expedición a dos mil e quinientos hombres de a pie, la mayoría de
sus picas y algunas de cobre, con no pocos arqueros y muchas flechas
de cobre que esperábamos que hicieran mucho daño a los de Narváez
como espesa lluvia que les caería encima.
Entretanto,
supimos que el Cortés negociaba por mediación del padre Olmedo, que
mandó a parlamentar varias veces con Narváez, para irse ganando con
el oro del palacio y en sobornos la lealtad de algunos de los suyos,
que era gente que venía casi toda muy chapetona de Cuba, con ganas
de oro, fama y gloria, y no gustaba de la severidad de su capitán,
pues en todo momento el Narváez se rodeaba de unos italianos que
tenía armados con partesanas y guardaba el oro que le había tomado
al cacique gordo en unos templos que el resto de españoles no lo
podían catar.
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Punta de una partesana del siglo XVII (dominio público en Wikimedia Commons) |
Ensayamos varias
veces lo de los caballos con un jinete que llevó Cortés con
nosotros un tiempo de mensajero, que se llamaba Pedro de Morón, que
no se asustaran de los caballos y supieran bien formar escuadrón, de
lo cual nos dimos cuenta que el Teutile mandaba espías de su banda
del río, gente desarmada, para ver qué preparábamos y por qué, y
luego iban presto a darle relación de todo ello.
Se llegaba mayo y
Cortés salió de Temixtitán con dos cientos cincuenta españoles,
que eran más que las picas que se hicieron para ellos, dejando en la
capital a Pedro de Alvarado como su lugarteniente, pasando por
Texcala para llevarse guerreros de allá y mandarnos con sus
mensajeros carta rápida de como nos habíamos de reunir donde
Narváez estaba, que eran unos templos chicos en un sitio no muy
lejos de la capital de Cempoal, donde habían hecho su real con
cañones y muchos tiros para ofendernos desde lo alto.
Antes de partir y
ante las tumbas de los antepasados ilustres que ya comenté, los
guerreros danzaron una danza suya en una ceremonia que se llama del
Toxo-Ho, que duraba varios días. Seguida la cual, y antes de ir a la
guerra cual es costumbre entre ellos para dejar descendencia, casaron
a las mancebas solteras con los guerreros que no habían mujer, para
lo cual se hacían grandes banquetes y ceremonias que hacían sus
chamanes y ancianos y que eran parecidas a las de los mésicas. Y en
estas ceremonias me enteré que yo también iba a casar, o algo así,
pues durante varios días me hicieron sahumerios y me hicieron
bañarme en el río de día y de noche que creía que iba a enfermar
pero no lo hice, pues en toda la Chinantla baja hay muchos mosquitos
en el río y los pantanos, sobre todo en Tustepeque, donde nos
acostumbramos tanto a que nos picaran que al cabo se nos daba un
ardite, aunque hubo algún español que se enfermó de extrañas
fiebres como las que en Cuba se dan y uno de ellos de esto se murió,
con lo que tomamos las mismas costumbres que los chinantecos
colocándonos ciertas yerbas en la ropa o en el cuerpo, que hacen
alejarse a los mosquitos, o untarse el cuerpo de barro cuando son
muchos por las noches.
El misterio se
resolvió cuando nos llevaron al templo de la villa de Chinantla y a
mí me quitaron las ropas castellanas para ponerme una de las suyas,
que me dio algo de fresco pero no dije nada, y debajo de la ropa
estaba muy blanco y me hacía contraste las manos y la cara donde me
daba más el sol. Y así anudaron la capilla que me pusieron de
algodón con el huipil de Cielo de Plata, y nos dijeron unas cosas que
eran sobre el matrimonio y como éste debía ser, que me parecieron
muy semejantes a los votos de nuestra religión cristiana. Y yo esto
lo hacía por el gran amor que le tenía a ella y por que me vieran
como a uno más de los suyos, que otros no quisieron ni consintieron
hacer tal cosa, contentándose con putas o barraganas, pero a mí me
daba un poco más igual por que había de ser su capitán en la
guerra. Con un pozole preparado y caliente, ella me dio primero a mi
de comer de la escudilla, y luego de la misma escudilla su padre a
ella, que nos tomamos una mano y se pronunciaron los últimos ritos,
dándonos como marido y mujer.
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Pintura de Jesús Helguera |
Más no podíamos
consumar aquella noche, pues decía la ley que habíamos de purificarnos antes varios días con más baños y hacer una segunda fiesta donde
ya se desfloraba a la novia. Y quiso Dios en su infinita sabiduría
que llegara en esos días el padre Olmedo con unos tamemes para
darnos aviso de que el real de Cortés estaba ya cerca de Narváez y
que nos mandaba reunirnos con él en tal día que iba a ser el del
ataque, para que fuéramos marchando al norte hacia Cempoal. Y yo
besándole las manos al mercedario le pedí por favor que habiéndome
casado por rito bárbaro para consentir en sus costumbres, me hiciera
la merced de bautizarla a ella y hacernos marido y mujer a la usanza
cristiana, de modo que no cometiera yo pecado a sabiendas. Y el padre
Olmedo que en esto lo sabía yo muy puntilloso desde que el de
Tabasco regalara a Cortés a doña Marina y otras mujeres en Cintla,
lo consintió de muy buen grado, dándole yo papel y tinta para que
dejara consignado todo ello como ella menester.
Y a ella la
bautizó que se les hizo muy extraño por tener que sostener una
vela, y tras pensárselo bien y decirle yo su nombre en chinanteco
resolvió llamarla Celeste, que en verdad era nombre parecido y no le
puso más nombre que ese al ser la única que había bautizado de
esta suerte, confiándole
luego la vela de su ánima cristiana y haciéndole recitar el padre
nuestro que lo tuvo que repetir tres veces por que a los chinantecas
el latín les sonaba como al idioma del Cipango, cosa rara y nunca oída. Acabada esa ceremonia, hizo las nupcias del modo más breve
que pudo que era abreviando a lo esencial del rito dando los
admoniciones y preguntando si había arras y dote. Y yo le dije que
por arras a ella yo le daba una cruz de plata que llevaba al cuello
que era de mis abuelos, pues no tenía más riquezas propias, y un
saquete del oro que me habían dado los de Tustepeque, y que ella
aportaba de dote tierras de su padre donde íbamos a tener la morada
y plantar los cacahuetes y árboles del cacao que yo tenía pensados,
lo cual dejó por escrito el padre Olmedo a la luz de una vela mal
despabilada y apoyado en la espalda de un esclavo que por allí
andaba. Hechas las arras y la dote como manda Dios y la Iglesia, nos
hizo las preguntas y tradujo el Águila de Sangre, que se había
quitado su gambesón e iba vestido como noble de Texcala, con el
pecho muy musculado que ahora se le podía ver y unas piernas que más
parecían jamones que de persona humana que tan fuerte era.
Y yo hice mis
votos y a ella le tradujeron los suyos, que parecieron agraderles, y
sobre todo cuando le citaron aquel salmo del amor que es paciente y
todo lo espera y lo puede, que se le saltaron las lágrimas y me
prometió en su lengua honrarme y respetarme como esposo hasta el día
de mi muerte, lo cual yo le prometí también emocionado y no poco,
sintiendo como si me cayera de la ladera de una montaña del vértigo.
Y bajo la luna de Chinantla y los fuegos que habíamos encendido, que
atraían a no pocos mosquitos que nos costó ignorar, nos proclamó
solemnemente marido e mujer. Y dio la casualidad que era el último
día del que según sus costumbres no podíamos yacer, y en diciendo
el padre Olmedo que podíamos ir en paz, le di a ella un beso que no
se lo esperaba, pero que le hizo reír mucho, quizá por que le
picaba mi bigote, y luego ella a mi otro bien dado, que quedamos
abrazados y nos quitó entretanto el sacerdote el yugo de las manos y
nos miró un momento, y luego al padre que era el cacique, que nos
miraba con una expresión extraña, emocionada pero también con algo
de temor.
Yo me levanté y viéndose de esa guisa, mientras Olmedo se iba a dormir porque al día siguiente partía de vuelta a donde estaba Cortés, le di al que ahora era mi suegro un abrazo y le dije gracias en su idioma, y otras cosas que me hubieron de traducir. Le dije que me regalaba y lo sabía, lo más preciado suyo y del mundo entero, y que había de cuidarla como él me dijo y honrarla a ella y que no estaría yaciendo con ninguna otra mujer, lo cual no entendió bien si no que le pareció dulce por mi parte, y mi dijo que en adelante yo era como otro de sus hijos que había ganado en aquella familia. Y su hijo, ahora mi hermano, Nohite, me miraba como quien da advertencia, a lo que fui a él y también la abracé y me dijo que la tuviera siempre como la dama que era, y no como una cualquiera, y yo le dije que en mi tierra era hidalgo, que era noble como en la suya, similar a su condición, a lo que él asintió complacido viendo que aquello no era matrimonio desigual, y me dio la mano como el primer día que lo conocí.
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Una boda mesoamericana |
Yo me levanté y viéndose de esa guisa, mientras Olmedo se iba a dormir porque al día siguiente partía de vuelta a donde estaba Cortés, le di al que ahora era mi suegro un abrazo y le dije gracias en su idioma, y otras cosas que me hubieron de traducir. Le dije que me regalaba y lo sabía, lo más preciado suyo y del mundo entero, y que había de cuidarla como él me dijo y honrarla a ella y que no estaría yaciendo con ninguna otra mujer, lo cual no entendió bien si no que le pareció dulce por mi parte, y mi dijo que en adelante yo era como otro de sus hijos que había ganado en aquella familia. Y su hijo, ahora mi hermano, Nohite, me miraba como quien da advertencia, a lo que fui a él y también la abracé y me dijo que la tuviera siempre como la dama que era, y no como una cualquiera, y yo le dije que en mi tierra era hidalgo, que era noble como en la suya, similar a su condición, a lo que él asintió complacido viendo que aquello no era matrimonio desigual, y me dio la mano como el primer día que lo conocí.
Luego nos fuimos a
una casa que nos habían preparado, y mientras la familia comía y
festejaba en casa del cacique en nuestro honor, nosotros nos
desnudamos para vernos como Dios no había hecho, y yo la vi muy
bella con unos pechos que hacían punta un poco hacía arriba, y
todas sus partes muy bien formadas y mujeriles, de mucho considerar y
admirar. Y ella me estuvo mirando como muy nerviosa sin saber que
esperar, a los ojos como si no pudiera apartar la mirada y con susto
pues no sabía como yo había de comportarme. Pero yo hice honor a mi
hidalguía y la traté como si fuera objeto del amor cortés de mis
abuelos, y le dije cosas bonitas que no entendió pero si el tono
dulce, y le di más besos y la acaricié, que su piel me pareció muy
suave, y ella también me acariciaba y me abrazaba, hasta que
terminamos a besos y cada vez más seguidos, que respirábamos ya
como toro de lidia, a lo que terminamos finalmente en el lecho e
hicimos lo que hombre a mujer, la primera vez con tiento porque la
tenía que desflorar, y diciéndole cosas para que no sufriera de los
dolores y el sangrar, y al cabo de un rato de estar tumbados y
besarnos nos vinimos de nuevo como esposo a esposa y esta vez ella si
gozó más, pues empleé yo ciertas artes que me enseñaron en
Sevilla unas mujeres de la mancebía, que era tocar en sus partes de
mujer cierto sitio que se asemeja a un haba o un berberecho, de lo
que las mujeres han gran placer como los hombres cuando nos
derramamos, que conseguí que chillara y temblara sin control que
esto me hizo reír y me gustó mucho, y a ella también. E luego nos
quedamos dormidos arropados en unas mantas de algodón bueno, que al
despertar y verla dormida me sentí el hombre más dichoso del mundo.
Todavía tuvimos dos días antes de partir para aderezar a la gente, y yo no quería descuidar a la milicia pero tampoco a mi Celeste, que yacimos cada noche como marido e mujer porque éramos jóvenes y nos amábamos con pasión. Y ella el último día me ayudó a ponerme mis armas y me dio la rodela como dan las mujeres mésicas el escudo a sus hombres, que se dice chimali, antes de partir a batallar, y me dijo que regresara a su lado sano y salvo, lo cual le prometí.
Todavía tuvimos dos días antes de partir para aderezar a la gente, y yo no quería descuidar a la milicia pero tampoco a mi Celeste, que yacimos cada noche como marido e mujer porque éramos jóvenes y nos amábamos con pasión. Y ella el último día me ayudó a ponerme mis armas y me dio la rodela como dan las mujeres mésicas el escudo a sus hombres, que se dice chimali, antes de partir a batallar, y me dijo que regresara a su lado sano y salvo, lo cual le prometí.
Y reunido con los
hombres en la plaza mayor que era el mercado o tianguis, los mandamos
marchar en columna de a dos, que a más no daba el camino, abriendo
la marcha los que se lo sabían. Tocaron tambores y caracolas y nos
despidieron los de Chinantla dándonos ramos de flores, que fuimos a
la guerra con orgullo y dicha, más apretando el paso para no
fallarle a Cortés en lo mandado. Nos acompañaron los de Texcala por
que no se perdían combate alguno, y el Pizarro venía también con
Escalona el Mozo, de modo que se quedaron solo para guardar la tierra
Heredia, que tenía fiebres de los mosquitos de las que quería
reponerse, y Joan Nicolás como mi hombre de confianza para que
guardara bien la alianza con el cacique y nos mantuviera al tanto.
Un bosque de
lanzas que atravesó caminos fragosos y espesas maniguas, que
caminaron con decisión y cantando algunas cosas de su tierra. Y de
vez en cuando practicábamos lo que les enseñé, que era decir:
“¡Viva el rey!, ¡Chinantla por el rey Carlos!”, que les gustó
este último como apellido para pelear. Y a pesar del cansancio y el
poco comer, teníamos ánimo y apretábamos el paso, que nos salimos
de la Chinantla en menos tiempo de lo que tardaban de común los
postecas. E yo les mandaba con órdenes sencillas pero se me entendía
bien, y desta suerte dejé de ser soldado y me convertí como otros
en capitán, y pensaba si mi padre estaría orgulloso de verme al
frente de esa tropa, o si no lo entendiera y le parecía poca cosa,
pero yo me sentía dichoso y fuerte como si fuera El Cid yéndose
contra Valencia para tomarla al moro.
Imagen de cabecera: Pánfilo de Narváez (Encyclopaedia Britannica)
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
Imagen de cabecera: Pánfilo de Narváez (Encyclopaedia Britannica)
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
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