Crónica de Hernando de Barrientos (V)
Capítulo V – De cómo con ayuda de los chinantecas prosperamos mucho y catamos sus minas y otras cosas, que en todo nos ayudaban, y como de ésto recelaban los de Tustepeque, y de cómo se volvió a Temixtitán el Pizarro quedando yo al cargo.
En los siguientes
días pareció que hállabamos el paraíso terrenal, porque aunque no
tan ricos como los de Tustepeque, nos dieron los de la Chinantla de
todo lo necesario y más. E aún vimos como amistosamente jugaron a
la pelota los de Texcala y los guerreros del Nohite con muchas risas
y camaradería, mientras secretamente el cacique nos dió mucho polvo
de oro y pepitas de las que habían cogido para el tributo del
Muctezuma, que mandamos a Pizarro en barca y de lo que él se holgó
mucho, pasando finalmente a nuestra banda del río.
Con él recorrimos
las diferentes villas y tierras que eran del atepel del Jaguar
Grande, en el valle y la montaña, alguna dellas desierta. Según
supimos ellos suelen labrar la tierra unos años haciendo roza y
quema, y luego plantando géneros de cosas para que descansara la
tierra, pero al cabo de unos años según su calendario y costumbres
abandonaban el lugar dejando que el bosque lo reclamara durante
largas décadas antes de volver a rozarlo y sembrarlo, de modo que
los pueblos cambiaban de sitio cada cierto tiempo y a veces las
familias y los pobladores se dividían en nuevos asentamientos,
algunos de los cuales ya tan alejados que se declaraban vasallos de
otro atepel, por ejemplo de los caciques de los zapotecas, que no
andaban lejos de aquellas sierras más allá de donde estaban ellos,
pero que con ellos tuviéramos cuidado porque eran gente de poca
palabra y traicionera, que se habían dado con más acato a obedecer
al Muctezuma y si éste les mandaba atacarles a veces lo hacían.
Y se hablaba en la
Chinantla muchas lenguas todas variantes de la misma, que según supe
ellos se llamaban a si mesmos “la gente de la parla antigua”, que
lo era mucho más que el nahual, por venir ellos según decían de
otras partes de la tierra firme y asentándose allí por ser la
sierra más propia para la defensa y no ser estorbados por los otros
pueblos que en tiempos de sus aguelos hacían guerras y se extendían,
que fueron los toltecas de tanta fama y luego otros como los
tepanecas, siendo finalmente la gente de Temixtitán y sus aliados de
Culúa, que así se iban sucediendo como en tierra de cristianos los
reyes, imperios y monarquías las unas ahora con primacía y luego
las otras peleándose entre ellas, pero de suerte que hacía tanto
tiempo que algunos de aquellos pueblos ya habían desaparecido o solo
eran la sombra de lo que una vez fueron.
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Las conquistas mexicas (Wikimedia Commons) |
Nos subimos luego
a la sierra a dos sitios que se llaman Malinaltepec y Yolos, donde
había muy buenas gentes aliadas del señorío del Jaguar Grande,
donde también tenían amistad los de Texcala. Y es de notar como
para subir los caminos son estrechos y peligrosos, y en algunos
sitios los chinantecas labran la tierra haciendo boquetes y cortados
muy altos como pared, que no se pueden escalar por la tierra suelta,
a las que llegan arriba con escalas de madera o de cuerda que luego
se pueden retirar para la defensa, como hicieron en el pasado cuando
les atacó el agüelo del Muctezuma. Y los caciques de aquellas dos
villas, que se llamaban Tucán Negro y Escudo Emplumado nos
recibieron muy bien por que íbamos acompañados del hijo y capitán
del cacique de la Chinantla grande.
En estas villas se
cultiva menos pero se caza más, por lo agreste del terreno, siendo
la mayor de las riquezas la que da las entrañas de la tierra. Y a
cortados nos llevaron en la montaña que habían hecho con sus
herramientas siguiendo las vetas que había de buen cobre y algo de
oro. E había en esos pueblos unos artesanos muy buenos con hornos de
cerámica a maravilla, donde hacían forja del oro, de la plata y del
cobre que sacaban para hacer cosas en molde como cabezas de hacha e
incluso figuras y esculturas a la cera perdida que eran muy bellas de
ver, pues cuando se moría de entre ellos un cacique señalado le
hacían una efigie del en piedra con unas señales a modo de
escritura que daban fe de quien fue y de lo que hizo, pues es gente
que honra a sus antepasados y de entre ellos a los grandes.
Quedamos muy
maravillados de como trabajaban el metal, y les enseñamos nuestras
armas y espadas que lo mismo hicieron que el cacique de la Chinantla
al mirarlas, y aún las probaron echándole unos jugos como quien
prueba para hacer grabados de pavón o con alquimias como se hacía
en Castilla con los grandes, o como algunos cambistas para comprobar
que el género del metal era bueno y no les daban alpaca por plata o
cosa semejante. Tras haber visto nuestras armas nos tomaron gran
respeto pues según nos dijo Nohite, al igual que su padre le había
dicho, ellos sabían que nosotros éramos gente de industria como
ellos, que sabíamos trabajar el metal y labrarlo bien para las
armas, que esto lo tenían como distinción con los bárbaros que no
lo hacían, entre ellos los mésicas, que no les hacía mucha falta
cortando como mil demonios sus piedras de obsidiana, que al partirse
se esparcen como cuchillas de barbero y toda carne ofenden.
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Reconstrucción de un macahuitl (Weapons and Warfare) |
Quedamos en volver
a visitar las minas, y en que fueran sacando más cobre por si
habíamos menester dello, mientras volvimos a bajarnos tras trabar
amistad con ellos a la Chinantla baja y el valle, donde se se estaba
preparando el regreso que debíamos hacer a Temixtitán según lo
mandado por Cortés en sus instrucciones. No obstante, se demoró un
poco por la codicia del Pizarro que quería llevarse mucho oro, pero
no le daban porteadores suficientes para llevárselo todo y además
los bastimentos y la escolta necesaria para la vuelta, que iban a ser
muchos brazos y no podía el señor de Tustepeque darnos tantos por
que se quedarían sin tamemes durante mucho tiempo y con esto se iba
a perder el comercio que por allí tanto pasaba.
Supimos asimismo
que la tierra era buena para plantar algodón, el cacahuete y el
cacao, que ambas son monedas en la tierra, lo que sumados al oro
podía hacernos más ricos que el gran sultán de Estambul, a lo cual
teníamos pocas ganas de volvernos a la tierra de Temixtitán como
era mandado, y en esto estuvo de acuerdo hasta el Chocarrero, que se
había aficionado mucho a las tusonas indias y las frecuentaba cuando
tenía ocasión. E así poco a poco, después de recoger el oro
mandado durante dos semanas, barruntamos quedarnos en la tierra y
prosperar, quitándonos de los peligros de estar en tierra enemiga
que era meterse en Temixtitán otra vez, y estarla en donde había
amigos que tan bien nos trataban y nos tenían por sus hermanos de
armas. De este modo se lo dijimos al Pizarro todos juntos en
Tustepeque, y este todavía sacó la espada por que me quería reñir,
pero yo le hice un agarre cuando la sacaba y abriéndole la muñeca
con un abrazo de los italianos le hice soltarla mientras se revolvía
llamándome traidor y yo le calmaba con buenas palabras, diciéndole
que debíamos quedar para no arruinar aquella alianza tan prometedora
y para sembrar y mandar a Cortés y la Villa Rica los frutos de tan
buena tierra que nos había de hacer ricos.
Terco como una
mula, casi se partió la muñeca forcejeando, hasta que Heredia le
dio con la culata de la escopeta en el vientre y cayó al suelo
tosiendo, que le apartamos la espada y no se la devolvimos hasta que
nos juró que se iba a ir solo y le iba a decir a Cortés las cosas
como eran. No muy convencido y si muy corrido, el caporal Pizarro nos
advirtió por última vez pero finalmente, pasados dos días sin
convencernos, se marchó solo con los porteadores y una escolta del
Teutile de vuelta a la capital del lago, e le acompañaron dos
caciques de la tierra de Chinantla, uno de la alta y otro de la baja,
para hablar con Cortés y decirle que eran sus vasallos e aliados.
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Transacciones comerciales usando semillas de cacao como moneda (Diego Rivera) |
Nosotros quedamos
muy inquietos, pues sabíamos que ahora éramos traidores a dos
bandas, de las órdenes de Cortés y de las de Velázquez, que a bien
seguro se habría de presentar en aquella tierra en busca de
nosotros. Pero resolvimos que traidores siendo de hombres tan rapaces
y con ansia de gloria y fama, encomendándonos a Dios nuestro señor
a falta de hombres de iglesia y al rey nuestro señor como buenos
vasallos pacificando y ganando la Chinantla para él en su nombre,
seguramente se nos habría de recompensar o al menos nos dejarían
estar.
Y se pasaron los
días con las parlas que hacíamos con el cacique de la Gran
Chinantla y familiarizándonos con toda su corte, gente y predios,
que casi no pisábamos Tustepeque, de lo cual Águila de Sangre y los
de Texcala habían gran placer y contento. Y yo en cada ocasión que
podía le hacía algún regalo, lisonja o sonrisa a mi Cielo de
Plata, en una ocasión cantándole a donde dormía de su casa por
fuera en la noche como si fuéramos sopistas de la tuna de Salamanca
rondando a una dama por encargo de otros, de lo que me lamenté que
no lleváramos ningún enstrumento para música tocar. Y esa noche
salió el Nohite muy corrido de que le rondáramos tan descaradamente
a la hermana, con la espada de obsidiana en la mano, que la de los
chinantecas es corta como hachuela y tiene solo filo por un lado,
diciendo que nos iba a dar de cuchilladas si no nos callábamos, a lo
cual nos volvimos a nuestro aposento entre risas como el que hace
travesura.
Y se pasaron los
días sin noticias, más no sin sucesos. Pues poco a poco iban
llegando de la Villa Rica algunos españoles que escucharon que por
allí había oro, para buscarlo, y era ésta gente de la que había
llegado con algunos barcos del capitán Garay desde la Jamaica y
otros que no se quisieron quedar en Villa Rica por que temían otra
celada de los mésicas y la poca ayuda que iban a rescibir de los
totonacas. Y así fue como conocí a un tal Joan Nicolás, de nación
catalana, que había venido con un barco de los de Garay y había
desertado no queriendo pasarse al río Pánuco que era su mandado. Y
este era hombre de mi edad, de mucha simpatía y sabiduría, serrano
como yo pero de la parte de donde estaba el Montserrate, y por armas
traía nada más un capacete con su visera pequeña, un escaupil de
los indios y una espada, no teniendo siquiera una rodela para
guarecerse, pues se la habían quitado en Villa Rica y solo había
podido sacar la espada y algunas cosas que tenían allí, porque a
ellos los querían meter presos y a algunos los metieron porque
Cortés recelaba que a través dellos se enterara Velázquez de donde
estaba la Villa Rica.
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Veracruz y San Juan de Ulúa en 1615 (dominio público en Wikimedia Commons) |
Quedaron
aposentados algunos españoles como dije en las estancias de
Tustepeque, no más de cinco, y se iban a los ríos cuando podían a
sacar oro ellos con los cedazos, o mandárselo a los indios si
podían, lo cual no se lo consentíamos ni queríamos compartir el
que nos dieron los chinantecas, que lo teníamos a buen recaudo con
la gente de Texcala. Y de estos que vinieron sueltos solo hube
amistad pronta y cierta con Nicolás, que se hizo mi compadre tras
algunas borracheras con el pulque y hablando de como plantar los
cacahuetales y árboles de cacao que teníamos en mente por ser hijo
de humildes y labriegos y saber de las cosas del campo, las plantas y
la siembra. Además, y no menos importante, traía con él una
guitarra que era su más preciada posesión, de modo que entrambos
hicimos pacto para cortejar a las hijas del cacique y esta vez les
cantamos bien con la música buena unos romances viejos una vez que
salieron al tiangis de Chinantla con sus sirvientas y dueñas para
hacer unas compras, que las íbamos siguiendo y cantando que había
gente que se reía de nosotros y nos miraba como si estuviéramos mal
del seso.
Se pasó el tiempo
sin noticias y nosotros ya sembrábamos en la tierra, cuando se vino
el mes de marzo y con él nuevas muy importantes que hicieron sacudir
toda la Chinantla y más allá, de las que ahora haré relación.
Imagen de cabecera: guerrero chinanteca (Daniel Parada)
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
Imagen de cabecera: guerrero chinanteca (Daniel Parada)
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
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