Crónica de Hernando de Barrientos (IV)
CAPÍTULO IV –
De cómo nos recibieron los de Tustepeque y del oro que se sacó del
río, así como de la primera vez que cruzamos a la Chinantla y lo
que allí acaesció.
Quedando
aposentados en el granero que nos habían apañado, el posteca y los
suyos se dedicaron entonces a descansar y preparar el género que
habían de cargar de vuelta para Temixtitán, que era su cometido,
dejándonos algunos porteadores para el regreso si así nos apetecía.
De cualquier modo, el señor Izcoal ya nos había prometido que
podíamos usar de su gente, que allí hay hartos mercaderes, por si
queríamos regresar, pues mientras fuera con nosotros el Cacama
mandado del emperador no habría diferencia de una cosa u otra.
Y dejé la
narración en cuando estábamos en el castillo delante del Teutile,
que tras hablar largo con el Cacama se vino a nosotros y nos hizo una
reverencia a la usanza de la tierra, comenzando a hablar en su parla
nahual con el Águila de Sangre a la lengua, que traducía tarde y
poco, pero de algunas cosas nos íbamos enterando y de lo demás con
gestos nos hicimos de entender. Nos dio la bienvenida a su tierra, y
nos preguntó que cosas mandaba su señor Moctezuma. De quiénes
éramos decía saber ya algo, pues aquella tierra no dista mucho de
la de los totonacas, y de aquellos escuchó el relato sobre los
“teules” que a veces nos llamaban o “los caxtiltecas” las más
veces, y que se habían aliado con aquella gente y vencido a los de
Texcala para hacerlos sus amigos, lo que tenía por muy gran proeza,
más nos advirtió que no nos fiáramos de la gente de esta nación,
lo que pareció amostazar al Águila y ambos se miraron un momento
largo sin hablar, que parecía que habían de sacar los puñales y
darse muerte allí mesmo. Pero siguió inquiriendo el caporal Pizarro
y la parla prosiguió.
Pizarro le dijo
que efectivamente habíamos sido recibidos por su señor Muctezuma en
Temixtitán y que este había quedado amigo y aliado de nuestro
capitán Cortés, y que en su nombre eramos mandados allí, así como
en el del rey Carlos, a saber qué se sacaba de aquella tierra para
tributo, que nos habían de dar una parte en señal de amistad. Y
trayendo un dije de oro de los que usan de naricero algunos
principales mésicas, se lo mostró preguntando por do se hallaba el
oro que era lo principal y más buscado por nosotros en aquellas
tierras. Parecía que ya andaba avisado el general de los mésicas
porque hizo una señal y le trajeron una canasta con un saco dentro,
no muy grande, y dentro de él pepitas de oro mezcladas con algo de
los guijarros del río. Nos dijo que de los ríos de la zona se
sacaba el oro con no poco esfuerzo, y que lo hacían una vez al año
los chinantecas como tributo por mandato suyo, pero que podía mandar
a más gente de entre los macehuales a trabajarlo ahora que no era
tiempo de coger el algodón ni el cacao, a lo que respondió Pizarro
que le quedaba muy obligado, pero que también deseaba pasar a la
parte de Chinantla para catar si había minas y a la gente de allí.
El Teutile se lo desaconsejó, diciendo que los chinantecas eran
gente grosera con una parla ruda y costumbres bárbaras, que eran
violentos para con la gente civilizada como ellos, y que seguramente
no haríamos buenas migas ni tratos con ellos, a lo que Pizarro de
momento no insistió.
Indios extrayendo oro de un río en una xilografía coloreada a mano |
Nos dejaron
descansar de tan largo viaje e al día siguiente nos trajeron
cocinados guajolotes y escuincles para tenernos contentos y fartos de
comer, así como algunas de las mujeres públicas que había en
Tustepeque para darse a los comerciantes, que se parecían a las que
habíamos visto pero estas no usaban las mariposas ni iban con tanto
afeite ni labrado, de lo que los hombres se holgaron pero yo me
abstuve, no por falta de ganas si no por que a Escalona el Mozo y a
mí nos dejaron de guardia en la puerta y los alrededores por que
siempre hay que poner una vela a Dios y otra el Demonio, como dicen
las curanderas viejas y los velados que curan imponiendo las manos.
En los siguientes
días no hubo mancebas más, pero si buen trato, y vimos como salían
al río mucha copia de indios maceguales mandados por el señor del
lugar, a mirar la márgen para mirar con los cedazos si hallaban más
oro para tenernos contentos y que nos pudiéramos regresar con él.
Más en esos días se vino a mí el Águila de Sangre en una noche en
la guardia nos tocaba y me dijo en su parla llana que el Pizarro no
le gustaba, ni tampoco estar allí con aquella gente enemiga, y que
nos debíamos pasar a la Chinantla para hacernos amigos dellos que
los de Texcala ya lo eran, que allí hallaríamos más oro, minas y
otras cosas de menester, por que no se fiaba del buen trato de los de
Tustepeque, que en verdad a veces nos miraban raro, pero yo lo
achacaba a que éramos extranjeros y por nuestra apariencia y parla
tan extraña. Así que resolvimos pedir venir al caporal y este dijo
que si queríamos pasarnos a la otra banda fuéramos a catar la
tierra con los de Texcala, pero que él se quedaría allí
supervisando lo del oro para luego mandárselo de vuelta a Cortés, y
que le dejáramos a uno o dos españoles con él, que fueron el
Chocarrero, que nadie le quería mucho, y el Mozo con él.
Desta manera
pasamos el río con unas barcas que los indios tienen estrechas
hechas de un solo tronco grande, Heredia el Viejo, Águila de Sangre
con los suyos y mi persona, a través del río que del invierno baja
bravo a la otra márgen cerca de donde se halla la capital de la
Chinantla en el valle, que es sitio grande como Tustepeque pero no
tan bien labrado, con un templo más chico y humilde dedicado al dios
de las lluvias y las buenas cosechas. Y nada más tocamos pie allí
vinieron para nosotros gran copia de indios alarmados por nuestra
presencia, provistos de largas lanzas como picas que tenían en la
punta muchas lascas de la piedra obsidiana, no del modo que tienen
los mexicas pero parecido, tanto de punta como a ambos lados. Y son
largas como picas, diría yo que más, y era cosa de ver como las
embrazaban en buen orden y con grita con unos escudos largos como
paveses hechos de algodón colgándoles del brazo con los que se
protegían más los cuerpos que con escaupiles como sus vecinos de la
otra orilla. Detrás dellos venían arqueros y no pocos, y otros que
parecían los que mandaban por que tenían banderas que eran de
plumas muy vistosas a la espalda, pero sin las formas tan intrincadas
de las de los mésicas.
Nos tiraron un par
de flechas y se quedaron a alguna distancia, lanzando insultos. En
estas los de las barcas, que eran de nación mésica, se excusaron
regresándose a tope prisa a Tustepeque, dejándonos más solos que
al toro que se lidia en la plaza, empuñando las armas y dispuestos a
dar lucha si hacía falta. Pero viendo que Heredia alzaba el arcabuz,
el Águila de Sangre le puso la mano encima para que la bajara y se
adelantó quitándose el casco con la cabeza de coyote para que se le
oyera mejor, y a grandes voces habló en otra parla muy diferente que
nos pareció más llana y simple, menos refinada que el nahual, con
palabras muy cortas, y repitió varias veces lo mismo hasta que uno
de los que mandaban a la tropa reclamó silencio de la gran grita de
los suyos y se nos acercó. Era un hombre alto y joven, que era de
ver que casi medía media vara más que nosotros, pues no sabíamos
que en esta tierra gente tan alta hubiera, y haciéndole un saludo o
agasajo al Águila de Sangre parlaron un momento como intercambiando
nuevas.
El capitán de los
chinantecas a veces nos miraba, otras atendía al de Texcala, hasta
que finalmente se nos acercó y se vino directo a mí porque debí
parecerle el de mejor porte y más principal de los dos. Y hubo un
momento en que no dijo nada y nada más me cataba la malla de la
manga o el peto del pecho. Viendo su curiosidad, yo me quité el
casco y se lo di, que él lo miró por fuera y el forro de por
dentro, que estaba ya bastante sudado y marrón, que aún lo olió
con disgusto, antes de tocarme el pelo con una mano, pues yo lo
llevaba a la moda de Castilla, largo de media melena, rubio más bien
pajizo como era mi madre, con los ojos verdes de mi padre y la barba
crecida del camino, que me cató y yo se lo consentí aunque en
Castilla sea cosa de afrenta mesar barbas, pero ellos desto no sabían
nada. Para hacerme de amistad, le sonreí mucho y repetí su gesto,
tocándole el pelo que llevaba recogido y el escaupil con plumas que
llevaba. Y luego como hacemos en Castilla le ofrecí la mano, y como
él no sabía que cosa significaba esta, mandé a Heredia que lo
hiciera conmigo y nos dijimos los nombres, de suerte que él
finalmente me tomó la mano y dijo que se llamaba Nohite, que en su
lengua quiere decir “el que se levanta”. Y en adelante traduciré
todo lo de su parla al castellano porque, a falta de algunos nombres
más fáciles, en realidad, me molesté en aprenderla y es harto
difícil de escribir y pronunciar, con lo que creo que se hallará
más entendimiento si traduzco sus nombres y otras cosas que
repetirlos aunque sea con el acento de Castilla, pues es más difícil
hacerlo con el chinanteco que con el nahual.
Con el Águila de
Sangre a la lengua el Nohite me dijo que era hijo del cacique
principal de aquella ciudad, que se llamaba Jaguar Grande, y que al
ver nuestras armas nos había confundido con la gente mésica, que
aunque les dan tributo tienen prohibido pasarse a su banda del río
so pena de que les den guerra y les maten, pues les habían hecho ya
no pocos agravios y siendo ellos tantos y los de Tustepeque tan pocos
no temían a la guarnición, si no a que el Muctezuma mandara
ejércitos o a sus aliados para someterlos como había hecho en el
pasado e intentado en vida de su padre otra vez.
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Figurilla de un lancero chinanteca con su arma característica (Slitherine) |
Sabiendo que
éramos amigos y aliados de los de Texcala, nos extendieron asimismo
su amistad, porque el Águila de Sangre le contó la verdad de como
en Temixtitán teníamos prisionero al Muctezuma, de lo que Nohite se
rió de muy buenas ganas y palmeó la espalda de Heredia como si
fuera un amigo, complacido por tan buena nueva. Después de esto, nos
escoltaron tocando caracolas y tambores como quien va a jubileo para
entrar en Chinantla en calidad de amigos de la tierra, lo que hizo
salir a la gente de sus casas donde se habían escondido y salir a
mirarnos, y de tantos que había y que nos tocaban temíamos que
alguno por curiosidad se hiciera con una espada o una daga y la
robaran, o en su inocencia se cortaran y se hicieran daño, lo que
les estorbábamos manteniendo las manos sobre las armas pero con
sonrisas en la cara para que no creyeran que nuestras intenciones
eran malas.
Salió a
recibirnos el cacique Jaguar Grande, que en verdad era grande porque
algo de panza tenía, bien redonda, siendo hombre viejo como de edad
mediana pero muy gastado por la vida, con arrugas todas en la cara y
por doquier, con un mirar muy curioso y profundo y vestido con sus
galas pero sin tanto boato ni refinamiento como usaban los mésicas.
No era muy alto, a diferencia de su hijo el capitán, siendo más
bajo que nosotros, lo que parecía hacerle más grueso que no lo era,
con las manos grandes de un menestral humilde, aunque sin callos y
con las uñas bien cuidadas. Se escuchó lo que le dijo el Águila de
Sangre, al que saludó con mucho afecto, a lo que luego supimos que
le reconoció de aquella pasada guerra de hacía algo más de diez
años en que Texcala mandó gente en su ayuda, y el cacique era más
joven y todavía gobernaba su padre que era muy viejo. Y de la
Chinantla él era el que más mandaba, aunque allí cada pueblo tiene
un señor que no tiene por que residir en la villa, pues hay gente
que vive en chicas o caseríos dispersos, pero le rinden vasallaje a
uno principal de su linaje que acá se dice atepel y no calpuli como
en los mésicas. Más de todas las villas de la Chinantla baja y la
alta era este cacique el principal y más respetado cuando mandaba
llamar a los otros en asamblea.
Por Águila de
Sangre supo quienes éramos y lo que habíamos hecho en el pasado,
así de por qué estábamos allí, a lo que yo solo asentía como
prudente y le daba muestras de respeto al cacique como si fuera conde
o marqués en las Españas, lo cual me agradecía con una sonrisa
franca y poniéndome una mano al hombre como hombre que era llano en
el trato, que en esto se parecen los chinantecas a la gente de mi
tierra de León, que es serrana, frugal, llana y de trato difícil al
principio, pero que en ganando un amigo leonés lo has hecho para
toda la vida llueva, truene o venga sobre tí el Gran Turco con todos
sus ejércitos a prenderte, como luego quedaría patente y
demostrado.
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Mapa de Chinantla |
Me preguntó el
nombre este cacique y yo se lo dije, que lo tradujo de forma extraña
como Barrento, lo que yo no le estorbé porque nosotros a veces les
poníamos a ellos motes o cambiabamos los nombres si no los sabíamos
bien pronunciar, y yo asentí satisfecho. Y con grandes gestos de un
edecán que a su lado estaba, que resultó ser un chamán y consejero
del cacique, hizo que la gente se dispersara mientras a nosotros nos
metía en la casa la mejor labrada de Chinantla que era la suya y
tenía como varias estancias separadas por paredes de carrizo y caña,
habiendo en una de ellas aposento con un fuego para cocinar y
calentarse a donde nos invitó a sentarnos en aquellos cojines bajos
que nos estorbaron harto las espadas, de modo que sacamos las vainas
de los talabartes.
Sentándose el
cacique mostró grande interés en las espadas, y yo le pasé la mía
más le advertí de que no se cortase, que lo tradujo el Águila de
Sangre y el Jaguar Grande asintió como hombre de seso que era y no
lerdo. La estuvo mirando un momento como si fuera armero, lo cual me
sorprendió mucho, por que no solo la toqueaba si no que doblaba la
hoja para ver como recuperaba, así como tomándole el punto de
equilibrio al arma que estaba cerca del recazo, catando el filo con
una tela vieja que al lado tenía cortándola, y la punta dándole
una estocada a un cojín que lo atravesó, a lo cual sonrió mucho y
me la devolvió haciendo un gesto de agradecimiento como si le
hubiera mostrado una de las cosas más maravillosas del mundo.
En esto llegaron
varios sirvientes con viandas para nosotros, alguno dellos era
esclavo que le vimos el collar, e asimismo mandó llamar a sus dos
hijas que se presentaron de rodillas sin mirarnos con humildad. Y en
verdad eran las dos muy bellas, una más chica como manceba y otra
más grande que sería un poco menos de mi edad. Y he de decir que el
cupido de los romanos me asaetó bien aquel día, pues aquella hija
del cacique era muy bella para mí, pues la belleza a veces es cosa
del que mira y no todos están de acuerdo, sobre todo de su rostro,
los pechos que no eran chicos y el culo que lo tenía un poco más
levantado que las indias que normalmente lo tienen algo plano, que
todo eso se le adivinaba en la ropa y en aquella postura, y yo
procuraba no mirarla tanto para no hacerle el desafuero al cacique,
pero siendo este su padre se dio cuenta enseguida y se rió de buena
gana, pues en verdad en los ojos se me debía ver fascinado por ella.
Y ella de vez en cuando mientras él hablaba me miraba a mí también,
aunque la otra no lo hiciera, con harta curiosidad de mis ojos y mi
cabello rubio, y yo le sonreí una o dos veces y ella huyó el rostro
como si aquello le fuera vedado o no me quisiera dar pie a pensar
nada deshonesto.
Y sus hijas se
llamaban la una Orquídea Rosada, que era la chica, y la grande Cielo
de Plata, que me pareció un nombre precioso para una mujer. Más
como otros asuntos debían tratarse nos preguntó el cacique por
nuestra presencia allí e intereses. Y a él le respondimos con
sinceridad que el Muctezuma era preso nuestro, y que dello nos
estábamos aprovechando harto, por que queríamos en fin derrocarle y
ser nosotros los señores de la tierra y no ellos, aunque dijéramos
que íbamos mandados por el Muctezuma, a lo cual Heredia me miraba
como nervioso por el exceso de sinceridad, ya que normalmente
mentíamos a los indios más que el mercader de telas al ama de
llaves, pero habiendo tan buena relación a través de los de Texcala
y sabiendo que el Águila de Sangre valoraba a los hombres sinceros,
lo hice de este modo y parecía que por momentos me iba ganando el
respeto de ambos.
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La matanza de Cholula (Félix Parra)/Imagen: Wikimedia Commons |
Nos preguntó el cacique que si habíamos venido por que sabíamos que eran enemigos del Muctezuma y para hacernos sus aliados como habían hecho con Texcala, a lo que dijimos que si. Pero que habíamos menester del otro y de otras cosas que ellos tenían en la tierra por que con ella podíamos pagar a nuestro rey y señor para que vinieran más castellanos y fuera la conquista asunto más fácil, que en esto no conté ni mentira ni verdad, si no lo que yo pensaba desde hacía tiempo, y para tener riquezas también nuestras personas y que se nos respetara como gente principal en aquella tierra y se nos temiera. Y él dijo, asombrado me quedé de lo bien enterado que estaba, que se nos temía ya de lo que habían hablado a ellos los totonacos y unos mercaderes de Cholula, que les hicieron relación de la gran matanza que allí hubo, de nuestras extrañas armas y de como peleábamos fieramente con los de Texcala, que tanto atrevimiento no se había visto ni del Muctezuma, que la última vez que atacó el señorío de Xicotenca se vio humillado y derrotado en el campo de batalla. Nos dijo que ellos eran también gente guerrera, y que llevaban desde el tiempo de sus aguelos sometidos a tributo porque el bisabuelo del Muctezuma que se llamaba igual los conquistó tras fuerte guerra y dejó en Tustepeque guarnición para que no se volvieran a alzar, pero que a ellos se les daba un ardite. Y como los antiguos zelotes pelearon con Roma y le seguían pagando tributo los judíos diciendo que al César lo que era del César, así hacían ellos pagando los muchos tributos a Temixtitán para tenerlos contentos mientras ellos se gobernaban a si mismos y no consentían que un solo mésica armado pasara la banda del río si no era viniendo el señor de la casa de los dardos en persona, que es gran general de Muctezuma, con un ejército que no cupiera de grande en la tierra.
Yo le dije que mi
palabra tenía que en nosotros habría un aliado firme contra el
Muctezuma, más me preguntó por los otros españoles que habían
quedado en Tustepeque y el Pizarro, y le dije que yo no podía hablar
por él pero que seguramente le diría lo mesmo, por que yo se lo
diría. Así que él me señaló y dijo algo como “en adelante
hablaré solo con vuestra persona”, pues parecía haberle caído en
gracia por haberle contado al presentarme que yo venía también de
tierra de gentes de valle y montaña y que ellos me causaban mucha
simpatía y semejanza. Finalmente, hizo un gesto a su hija Cielo de
Plata que se acercó a cumplir el mandado que él le hizo, que fue
servirme una escudilla de la bebida que llaman pulque y que es el
vino de aquestas tierras, que yo tomé pero que también le ofrecía
a ella y me negaba como inquieta, a lo que su padre reía y le decía
cosas y ella respondía con firmeza pero con cierto acato, a lo que
finalmente parece que pudo saciar su curiosidad y me tocó los
cabellos rubios y la piel más blanca como con susto, aunque dándose
cuenta de que era hombre y persona como ella mesma y no cosa de
ensueño ni encantamiento, a lo que yo la miré a los ojos como
hombre mira a mujer y vi en ellos el destello de la inteligencia, la
pasión y la prudencia a partes iguales, que quedó mi alma cautivada
della y su padre en silencio mirándonos como si aquello fuera cosa
muy buena.
David Nievas Muñoz es licenciado en Historia por la Universidad de Granada y máster en "La Monarquía Católica, el siglo de Oro Español y la Europa Barroca", además de asesor histórico de proyectos como la Recreación de la Paz de las Alpujarras, la obra pictórica del artista Augusto Ferrer-Dalmau y un cómic sobre la Batalla de Pavía de Cascaborra Ediciones. Asimismo, es creador del grupo de Facebook La Conquista de México y trabaja como guía turístico en Granada.
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