La increíble odisea de Thomas F. O'Neill, superviviente de la batalla de Little Bighorn
Revisando la historia bélica es fácil encontrar que, a menudo, se disputan pequeñas batallas dentro de otras mayores y que suelen obviarse en las narraciones en aras de la concisión, quedando reservadas para estudios más exhaustivos y específicos. Lo mismo pasa con algunos detalles eventuales, que escapan al interés general del relato pero resultan perfectos para contar desde el punto de vista anecdótico. Uno de ellos es la dramática peripecia vivida por Thomas F. O'Neill, un soldado del 7º de Caballería estadounidense que durante la batalla de Little Bighorn, quedó aislado del resto junto a tres compañeros y tuvo que mantenerse escondido interminables horas, a veces incluo peleando para sobrevivir.
No se sabe gran cosa de él antes de ese episodio, salvo que nació en Dublín (Irlanda) el 14 de enero de 1847, hijo de Francis y Mary Kelly O'Neill. Esa fecha hace probable que fuera la llamada An Gorta Mór, nombre gaélico de la gran hambruna provocada por la ruina de la cosecha de patatas a causa de una infección de tizón, la que llevara a la familia a emigrar a EEUU. En cualquier caso, como tantos otros recién llegados, el joven Thomas se alistó en el ejército, en la compañía M del 10º de Infantería de Nueva York, combatiendo durante la Guerra de Secesión. En 1865, terminada la contienda, decidió continuar en el oficio militar y pasó por diversos destinos como el 1º de Artillería y el 1º de Infantería, hasta que en 1872 fue destinado a un regimiento que se había creado seis años antes para controlar a los indios: el 7º de Caballería.
Thomas F. O'Neill (liitlebighorn.info) |
Su vida estuvo a punto de sufrir un giro radical en diciembre de ese mismo año, pues se durmió durante una guardia. El consiguiente consejo de guerra le condenó a trabajos forzados durante cuatro meses con pérdida de diez dólares mensuales de su salario. Quizá otro hubiera renunciado, pero él prefirió quedarse y de esa forma, sin pretenderlo ni imaginarlo siquiera, iba a tener ocasión de vivir la aventura más peligrosa que jamás hubiera imaginado, aunque también la que le reservaría un hueco en la Historia. Porque el 31 de enero de 1876 expiró el plazo que el gobierno había dado a las tribus de las llanuras septentrionales para que regresaran a sus reservas, de las que se habían ido disconformes con las tierras que les asignaba el Tratado de Laramie; al desoirlo, se organizó una fuerza expedicionaria con la misión de someterlas. Una vez más, era el turno de las armas.
El mando fue entregado al general George Crook, un veterano de la Guerra Civil y de las Guerras Indias que había luchado ya contra los sioux y que dirigía personalmente una de las tres columnas destinadas a esta campaña. De las otras dos, la segunda tenía al frente al coronel John Gibbon y la tercera al general Alfred Terry. A esta última fue asignado el 7º de Caballería, cuyo jefe era el teniente coronel George Armstrong Custer, un militar algo excéntrico, impulsivo y controvertido, incorporado a última hora gracias a su experiencia sobre el terreno, pese a que había caído en desgracia ante Ulysses S. Grant por haber declarado ante una comision del Congreso contra el secretario de Guerra y el hermano del presidente, acusados de corrupción.
George Armstrong Custer fotografiado por M. B. Brady (dominio público en Wikimedia Commons) |
La columna partió en primavera de Fort Lincoln, en Dakota, para confluir en el mismo punto con las otras dos, que salieron de los fuertes Fetterman y Ellis respectivamente. Una de las urgencias era localizar a los indios y eso fue lo que se le encargó a Custer, quien, pese a lo que se suele creer, tenía autorización implícita para enfrentarse a ellos allá donde los encontrase, en función de las circunstancias. Para eso contaba con seiscientos doce hombres, repartidos en una docena de escuadrones, más treinta o cuarenta exploradores crows, enemigos ancestrales de aquellos a los que perseguían: una confederación formada por las tribus cheyenne, hunkpapa, sans arc, pies negros, miniconjou, brulé y oglala, a las que se habían unido algunos arikaras sumando en total entre seis mil y nueve mil personas bajo el liderazgo de Toro Sentado y Caballo Loco.
La mayoría de los soldados eran inmigrantes, fundamentalmente irlandeses y alemanes aunque también los había de otras nacionalidades. Uno incluso era español, andaluz para más señas: se llamaba George Horn, probable americanización de Jorge Hornos, que tenía unos veintisete años en ese momento y tomaría parte en la batalla que se avecinaba, saliendo ileso y recibiendo una propuesta de condecoración. El más célebre, no obstante, fue Charles de Rudio, un aristócrata veneciano que recaló en EEUU tras fugarse de la prisión de la Isla del Diablo, donde había sido recluido por su implicación en un atentado anarquista contra Napoleón III; volveremos a hablar de él más tarde.
Mapa de la campaña de 1876 (Pitert en Wikimedia Commons) |
Custer rechazó la oferta de llevar ametralladoras Gatling porque ello le hubiera supuesto avanzar más despacio, favoreciendo las posibilidades de huida de los indios hacia Canadá en pequeños grupos (cosa que hacían a menudo en tales situaciones, permaneciendo a salvo al otro lado de la frontera hasta que la situación se enfriaba y podían volver sin miedo a represalias). También por eso renunció a otros refuerzos, aún cuando el número de adversarios era tan grande que en junio se habían permitido hacer un súbito ataque a la columna de Crook en la batalla del Rosebud, causándole numerosas bajas y obligándole a ralentizar su marcha mientras las otras dos columnas sí conseguían unirse.
Toro Sentado (Wikimedia Commons) y Caballo Loco, aunque esta segunda foto es discutida (Wikimedia Commons) |
"Como los indios salieron en gran número a oponerse a nosotros, y además desde este punto pudimos ver la extensión del pueblo y la inmensa cantidad de indios que contenía, y lo imposible que nos parecía que unos ciento treinta o ciento cuarenta hombres intentasen cargar a través de una fuerza tan superior, nuestros oficiales decidieron pasar a la defensiva y se dieron órdenes de desmontar y prepararse para luchar a pie".
La carga del mayor Reno (dominio público en Wikimedia Commons) |
Guerreros sioux enfrentándose a una línea de escaramuza, obra de Adam Hook |
La retirada de las tropas de Reno, obra de Brandon Bailey |
"¡Cuando salimos de la espesura, el grito de guerra brotó de mil gargantas! ¡Era una carrera por la vida! Los indios se apretujaron a cada lado de la columna, disparando contra los soldados, mientras éstos, a su vez, respondían a este fuego. Fue un combate cuerpo a cuerpo, tanto los indios como los soldados se esforzaban por derribarse unos a otros de sus caballos, después de vaciar sus armas, y ambos lo lograban; en muchos casos vi a seis o siete de nuestros hombres cayendo de sus caballos después de recibir un disparo (...) Me encontré en la situación más desesperada que jamás había enfrentado en mi vida. Nuestros hombres caían; los indios caían de sus ponis, muertos o heridos; ponis y caballos, sin jinete, corrían de aquí para allá; rifles, carabinas y revólveres rugían a mi alrededor, mientras los vítores de los soldados y los gritos de guerra de los indios convertían todo en un perfecto caos".
El mayor Marcus Reno (Wikimedia Commons) y el explorador Cuchillo Sangriento (Wikimedia Commons)
"El teniente me dijo entonces que habían quedado otros dos atrás, como nosotros, y que estaban a sólo unos metros. Resultó que los dos hombres eran Billy Jackson, uno de nuestros exploradores mestizos, y Fred Gerard, un intérprete. El teniente De Rudio nos reunió y nos dio algunas instrucciones apresuradas sobre qué hacer en caso de que los indios se abalanzaran sobre nosotros, lo cual esperábamos cada minuto, ya que no podíamos esperar escapar de la detección por mucho tiempo".
Charles de Rudio (dominio público en Wikimedia Commons) |
"A los cadáveres de nuestros hombres los desnudaron, los cortaron y los multilaron de todas las formas imaginables con los cuchillos que llevaban. Pudimos ver claramente algunas de sus acciones. Me desmayé y me sentí enfermo, sin saber cuándo podrían desfigurar mi propio cuerpo de una manera similar".
La retirada de Custer hacia su última posición, obra de Jim Carson |
La posición atrincherada adoptada por Reno y Benteen (dominio público en Wikimedia Commons) |
"Por supuesto, no habíamos comido ni bebido nada. Había sido un día intensamente caluroso y teníamos la garganta reseca. Tal vez yo tenía más sed que los demás, debido a que, mientras estaba con el mando en la línea de escaramuza, se me había enganchado el pie mientras maniobraba, tropezando y cayendo sobre mi nariz, lo que me hizo sangrar profusamente. Al no poder prestarle atención en ese momento, la sangre había bajado por mi garganta y casi me ahogaba".
"Habíamos avanzado no más de la mitad del camino hacia el río cuando nos encontramos -o nos habríamos encontrado, si no se hubieran desviado hacia nuestra derecha unos cien metros - un grupo de salvajes a caballo, en total ocho o diez. El teniente De Rudio y yo tratamos de escondernos en el lado opuesto de los ponis montados por Gerard y Jackson, pensando que podrían tomarnos por algunos de su propia gente. Evidentemente los indios sospechaban, ya que huyeron de nosotros en la dirección opuesta, de lo cual, huelga decirlo, estábamos devotamente agradecidos".
Frederick F. Gerard (dominio público en Wikimedia Commons) |
"En la parte trasera, y río abajo, podíamos ver y oír grandes círculos de indios celebrando una danza de guerra alrededor de montones de leña y maleza ardiendo. Las llamas iluminaban el lugar a su alrededor y las formas de los indios podían verse claramente, saltando y blandiendo armas. Nunca olvidaré la extraña apariencia de esos salvajes, mientras sus gritos y aullidos resonaban claramente en todo el valle. El único acompañamiento musical era una especie de '¡Ja, ja, ja!' Más tarde supimos que tenían las cabezas de tres de nuestros camaradas y que estos demonios rojos habían quemado en parte a estos hombres en las hogueras".
Danza de la victoria en Little Bighorn, obra de Z. S. Liang |
William Billy Jackson (Find a Grave) |
"Vi jinetes, pero en el gris incierto del amanecer que se acercaba no pude distinguir quiénes eran. Iban en gran número y estaban lo suficientemente cerca como para que sólo pudiéramos distinguir el sonido de las voces. Algunos de ellos habían ascendido al acantilado a través de un corte o desprendimiento en la orilla, que hasta entonces no habíamos observado. El teniente observó a un hombre vestido con un traje de ante, a quien tomó por el capitán Tom Custer, ya que había usado ese traje en esta expedición (...) De Rudio salió valientemente a la orilla del río y gritó: '¡Oye! ¡Tom Custer! ¡Tom Custer!' ".
Thomas Custer (dominio público en Wikimedia Commons) |
"Los jinetes se detuvieron y miraron en nuestra dirección, y luego, en un instante, sonó el grito de guerra y nos dispararon una andanada de al menos cincuenta tiros. ¡Cómo escapamos de ser alcanzados es un milagro, porque las balas cortaron la maleza a nuestro alrededor en todas direcciones! Los jinetes eran todos indios sioux vestidos con algunos de los uniformes que habían tomado (más tarde supimos) de los hombres de Custer en la batalla de la tarde anterior, y montaban caballos del Séptimo de Caballería que habían capturado".
"Teníamos la ventaja de estar en tierra y podíamos lanzar un fuego rápido y eficaz. Estábamos hombro con hombro. Ni siquiera me arrojé la carabina al hombro; los indios estaban muy cerca, pero simplemente apunté en su dirección y apreté el gatillo. Aunque no esperaba permanecer con vida cinco minutos más, sentí la mayor satisfacción de haber infligido tanto daño al enemigo en el corto espacio de tiempo que me había permitido. Muchas veces me he preguntado si aquellos indios que lograron salir vivos de nuestro alcance no nos considerarían dos demonios con los que se enfrentaron en la gris mañana de junio, para infligir tanto daño entre ellos en tan poco tiempo".
Indios saqueando a los caídos en Little Bighorn, obra de Steve Lang |
"Aquí nos dimos la mano y declaramos que no podíamos dar un paso más. Si tuviéramos que morir, como ciertamente parecía, moriríamos allí peleando. Me quité la cartuchera y descubrí que solo tenía veinte cartuchos. Quedaban cinco tiros para la carabina y doce para el revólver. Como el teniente disparaba mejor, le di mi pistola además de la suya, y las municiones para ellas, mientras yo conservaba la carabina".
Guerreros perro cheyennes, obra de Steve Lang |
"Eran como las nueve de la mañana del día 26, y nos preguntábamos cuánto tiempo iban a demorar los indios en venir a cazarnos. Conversamos en voz baja. El teniente dijo: 'O'Neill, creo que tienen miedo de venir a por nosotros; no saben exactamente dónde estamos y saben que perderán más de lo que pueden obtener. Esa lección que les enseñamos hace un rato puede ser nuestra salvación'.Entonces De Rudio añadió: 'O'Neill ¿estás casado?' 'No, señor', respondí. 'Bueno', fue la respuesta, 'no me importaría tanto si estuviera solo, pero ¿qué harán mi esposa y mis tres hijos pequeños si me matan? Eso es lo que me preocupa'.
Mujeres indias levantando el campamento (y se muestra un travois), obra de Don Oelze |
De pronto oyeron voces y paso de caballos. Eran las mujeres y los niños indios, que habían levantado el campamento y abandonaban el Little Bighorn en dirección a las montañas con sus travois (una especie de trineo para el transporte hecho con dos listones de madera cruzados sobre el lomo del caballo y arrastrados por él). Iban hablando, cantando y riendo alegremente, a buen seguro celebrando la victoria. Tantos eran que tardaron casi una hora en perderse de vista, mientras los guerreros continuaban hostigando a Reno hasta las tres de la tarde. A esa hora aproximadamente hicieron su última carga, la más feroz y desesperada pero igual de inútil que las anteriores porque debían hacerla subiendo las empinadas laderas y los pocos que lograban coronar la cima caían abatidos de inmediato. Finalmente, los soldados incluso tomaron posiciones en el borde y dasataron tal descarga de fusilería que pusieron en fuga a sus enemigos de una vez por todas.
Hacia las cinco, O'Neill salió a explorar. Todavía quedaban indios por allí, pero por lo visto, se habían olvidado de él y De Rudio o ignoraban que siguieran vivos. En su situación, ellos no lo veían tan claro y pensaban que estarían organizando una batida para localizarles. Sin embargo, no pasó nada y cambiaron de opinión, concluyendo que seguramente aquéllos seguían en la zona para cubrir la retirada. Eso y que empezaba a oscurecer les proporcionó nueva confianza en poder escapar. Irónicamente, como pasa a menudo cuando la salvación se muestra cercana, fue entonces cuando O'Neill se sintió peor: "Me puse tan nervioso que no pude contenerme y por primera vez en todo el día comencé a sentir miedo". La frialdad mostrada por De Rudio le ayudo a superar el trance:
"O'Neill, sé que saldremos bien de ésta si tienes paciencia un poco más. Por nuestra experiencia de anoche, estoy seguro de que los indios no dispararán de noche si nos topamos con ellos. Ahora sabemos cómo cruzar el río, y si no encontramos la columna seguiremos nuestro rastro de regreso al río Yellowstone, viajando de noche y escondiéndonos de día. Podemos recoger algunas sobras para comer en nuestros antiguos campamentos o quizá podamos cazar un ciervo o un antílope. Estoy seguro de que podremos llegar al Far West (nuestro vapor de suministros) en cinco días, pero tengo la esperanza de encontrar la columna al otro lado del río y entonces estaremos todos bien".
Llevaban casi cuarenta horas sin comer nada más que unos trozos de galleta y tampoco habían bebido desde que lo hicieran la noche anterior. Cuando por fin se ocultó el sol se arrastraron hasta la orilla al amparo de las altas hierbas, vadearon el río, secaron como pudieron sus ropas empapadas y caminaron con sumo cuidado hacia el lugar donde suponían que estaba Reno. Pero no encontraron a nadie, deduciendo que ya se habían ido. Decidieron continuar hacia el Rosebud siguiendo un arroyo seco durante un kilómetro, al término del cual ascendieron a una loma buscando avistar alguna hoguera; como no vieron ninguna reemprendieron la marcha, algo desanimados, y entonces oyeron lo que O'Neill describió sarcásticamente como "la música más dulce que creo haber escuchado jamás".
Se trataba del rebuzno de una de las mulas del regimiento, lo que podría significar que las tropas también estarían por allí, acampadas a oscuras y en silencio. Se pusieron a buscar con tanta emoción como precaución, no fuera un centinela a pegarles un tiro y morir después de haber superado tantas penalidades. Cuando escucharon voces de soldados hablando en inglés y reconocieron la del sargento McVey supieron que todo había acabado bien. Fueron recibidos calurosamente por sus camaradas, entre los que se encontraban Girard y Jackson, debiendo contar sus increíbles peripecias una y otra vez. Al día siguiente apareció la columna del general Terry y con ella la noticia de que el escuadrón de Custer había sido masacrado. O'Neill fue uno de los que ayudaron al cabo John E. Hammon a cavar su fosa para enterrarlo.
Tumbas de los caídos junto a Custer en Little Bighorn (1025wil en Wikimedia Commons) |
De Rudio se salvó por un capricho del destino, ya que, en principio, debería haber estado al mando de la compañía E, una de las que se llevó Custer, quien le otorgó dicho mando a su amigo Algernon Smith en su lugar. A pesar de lo que pensaba de él otro capitán, Thomas French, que le detestaba por la muerte de inocentes en el atentado contra Napoleón III y le consideraba un cobarde ("A los primeros tiros se escondió en la maleza y permaneció allí hasta que pasó todo el peligro. Luego salió a hurtadillas), la experiencia pasada no le echó para atrás y en las filas del 2º de Caballería, combatió a los nez percé al año siguiente. Se jubiló en 1896 con el grado de mayor y murió de una bronquitis en 1910. Antes había dicho:
"Sería injusto con mis sentimientos si omitiera mencionar la fidelidad y valentía del soldado O'Neill. Él me obedeció fielmente y estuvo a mi lado como un hermano. Nunca dejaré de recordarlo a él y a los servicios que me prestó durante nuestra peligrosa compañía. Este valiente soldado es muy apreciado por el comandante de su compañía y, por supuesto, siempre lo será por mí y por los míos".
O'Neill en su época de policía (astonisher.com) |
También Thomas F. O'Neill continuó en el ejército, ascendiendo a sargento primero en 1877. Siguió perteneciendo al 7º de Caballería muchos años, hasta que el reumatismo y una enfermedad cardíaca le obligaron a jubilarse en 1890, el mismo año en que el regimiento vengaba su humillación con la masacre de Wounded Knee. Entonces se estableció en Washington D.C., donde trabajó como sargento de la Policía del Parque. Murió en Riverdale a las 00:30 horas del 22 de marzo de 1914, con sesenta y siete años de edad, de endocarditis y gripe, dejando viuda a su esposa Martha C. Está enterrado en el Cementerio de Arlington. Nadie mejor que él para terminar este artículo:
"A menudo, cuando empiezo a pensar en todo lo que pasamos durante esas treinta y seis horas de tortura mental allí en el fondo del río, esquivando a los indios, me pregunto si es posible que todo eso haya sucedido realmente, o si fue alguna terrible pesadilla."
Tumba de Thomas F. O'Neill en el Cementerio de Arlington (Find a Grave)
BIBLIOGRAFÍA:
-HAMMER, Kenneth (ed.): Custer in '76: Walter Camp's Notes on the Custer Fight.
-GRAHAM, W. A: The Custer Myth: A Source Book of Custerania.
-PANZERI, Peter y HOOK, Richard: Little Big Horn 1876. Custer's Last Stand.
-CONNELL, Evan S: Custer. La masacre del 7º de Caballería.
-VOGT, Zachary: The extraordinary life of Charles de Rudio. Italics Magazine.https://italicsmag.com/2020/07/12/the-extraordinary-life-of-charles-derudio/
-HORN, George: Little Big Horn 1876. El Gran Capitán. Foros Historia militar. https://www.elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?t=28800
-BROWN, Bruce: Thomas F. O'Neill's story of the battle. A 7th Cavalry survivor's account of the Battle of Little Bighorn. 100 Voices Of The Little Bighorn. https://www.astonisher.com/archives/museum/thos_oneill_big_horn.html
-BROWN, Bruce: Thomas F. O'Neill's story of the battle 2. A 7th Cavalry survivor's account of the Battle of Little Bighorn. 100 Voices Of The Little Bighorn. https://www.astonisher.com/archives/museum/thos_oneill2_big_horn.html
-BROWN, Bruce: Charles de Rudio. A 7th Cavalry survivor's account of the Battle of Little Bighorn. 100 Voices Of The Little Bighorn. https://www.astonisher.com/archives/museum/chas_derudio_little_big_horn.html
Imagen de cabecera: Última resistencia de Custer, obra de Edgar Spier Cameron
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