La increíble odisea de Thomas F. O'Neill, superviviente de la batalla de Little Bighorn

 

Revisando la historia bélica es fácil encontrar que, a menudo, se disputan pequeñas batallas dentro de otras mayores y que suelen obviarse en las narraciones en aras de la concisión, quedando reservadas para estudios más exhaustivos y específicos. Lo mismo pasa con algunos detalles eventuales, que escapan al interés general del relato pero resultan perfectos para contar desde el punto de vista anecdótico. Uno de ellos es la dramática peripecia vivida por Thomas F. O'Neill, un soldado del 7º de Caballería estadounidense que durante la batalla de Little Bighorn, quedó aislado del resto junto a tres compañeros y tuvo que mantenerse escondido interminables horas, a veces incluo peleando para sobrevivir.

No se sabe gran cosa de él antes de ese episodio, salvo que nació en Dublín (Irlanda) el 14 de enero de 1847, hijo de Francis y Mary Kelly O'Neill. Esa fecha hace probable que fuera la llamada An Gorta Mór, nombre gaélico de la gran hambruna provocada por la ruina de la cosecha de patatas a causa de una infección de tizón, la que llevara a la familia a emigrar a EEUU. En cualquier caso, como tantos otros recién llegados, el joven Thomas se alistó en el ejército, en la compañía M del 10º de Infantería de Nueva York, combatiendo durante la Guerra de Secesión. En 1865, terminada la contienda, decidió continuar en el oficio militar y pasó por diversos destinos como el 1º de Artillería y el 1º de Infantería, hasta que en 1872 fue destinado a un regimiento que se había creado seis años antes para controlar a los indios: el 7º de Caballería.

Thomas F. O'Neill (liitlebighorn.info)
 

Su vida estuvo a punto de sufrir un giro radical en diciembre de ese mismo año, pues se durmió durante una guardia. El consiguiente consejo de guerra le condenó a trabajos forzados durante cuatro meses con pérdida de diez dólares mensuales de su salario. Quizá otro hubiera renunciado, pero él prefirió quedarse y de esa forma, sin pretenderlo ni imaginarlo siquiera, iba a tener ocasión de vivir la aventura más peligrosa que jamás hubiera imaginado, aunque también la que le reservaría un hueco en la Historia. Porque el 31 de enero de 1876 expiró el plazo que el gobierno había dado a las tribus de las llanuras septentrionales para que regresaran a sus reservas, de las que se habían ido disconformes con las tierras que les asignaba el Tratado de Laramie; al desoirlo, se organizó una fuerza expedicionaria con la misión de someterlas. Una vez más, era el turno de las armas.

El mando fue entregado al general George Crook, un veterano de la Guerra Civil y de las Guerras Indias que había luchado ya contra los sioux y que dirigía personalmente una de las tres columnas destinadas a esta campaña. De las otras dos, la segunda tenía al frente al coronel John Gibbon y la tercera al general Alfred Terry. A esta última fue asignado el 7º de Caballería, cuyo jefe era el teniente coronel George Armstrong Custer, un militar algo excéntrico, impulsivo y controvertido, incorporado a última hora gracias a su experiencia sobre el terreno, pese a que había caído en desgracia ante Ulysses S. Grant por haber declarado ante una comision del Congreso contra el secretario de Guerra y el hermano del presidente, acusados de corrupción.

George Armstrong Custer fotografiado por M. B. Brady (dominio público en Wikimedia Commons)
 

La columna partió en primavera de Fort Lincoln, en Dakota, para confluir en el mismo punto con las otras dos, que salieron de los fuertes Fetterman y Ellis respectivamente. Una de las urgencias era localizar a los indios y eso fue lo que se le encargó a Custer, quien, pese a lo que se suele creer, tenía autorización implícita para enfrentarse a ellos allá donde los encontrase, en función de las circunstancias. Para eso contaba con seiscientos doce hombres, repartidos en una docena de escuadrones, más treinta o cuarenta exploradores crows, enemigos ancestrales de aquellos a los que perseguían: una confederación formada por las tribus cheyenne, hunkpapa, sans arc, pies negros, miniconjou, brulé y oglala, a las que se habían unido algunos arikaras sumando en total entre seis mil y nueve mil personas bajo el liderazgo de Toro Sentado y Caballo Loco.

La mayoría de los soldados eran inmigrantes, fundamentalmente irlandeses y alemanes aunque también los había de otras nacionalidades. Uno incluso era español, andaluz para más señas: se llamaba George Horn, probable americanización de Jorge Hornos, que tenía unos veintisete años en ese momento y tomaría parte en la batalla que se avecinaba, saliendo ileso y recibiendo una propuesta de condecoración. El más célebre, no obstante, fue Charles de Rudio, un aristócrata veneciano que recaló en EEUU tras fugarse de la prisión de la Isla del Diablo, donde había sido recluido por su implicación en un atentado anarquista contra Napoleón III; volveremos a hablar de él más tarde. 

Mapa de la campaña de 1876 (Pitert en Wikimedia Commons)
 

Custer rechazó la oferta de llevar ametralladoras Gatling porque ello le hubiera supuesto avanzar más despacio, favoreciendo las posibilidades de huida de los indios hacia Canadá en pequeños grupos (cosa que hacían a menudo en tales situaciones, permaneciendo a salvo al otro lado de la frontera hasta que la situación se enfriaba y podían volver sin miedo a represalias). También por eso renunció a otros refuerzos, aún cuando el número de adversarios era tan grande que en junio se habían permitido hacer un súbito ataque a la columna de Crook en la batalla del Rosebud, causándole numerosas bajas y obligándole a ralentizar su marcha mientras las otras dos columnas sí conseguían unirse. 

El 7º llevó a cabo su misión con la implacable eficacia de un sabueso y, despues de tres jornadas devorando kilómetros tras las huellas que dejaba el enemigo, alcanzó el río Little Bighorn la madrugada del día 25, acampando. Al amanecer, los exploradores advirtieron a Custer de la presencia de un gran poblado indio en la ribera fluvial y él subió a una colina para observarlo con sus prismáticos. Estuvo allí cerca de una hora, durante la cual no pudo ver guerreros; de ello dedujo que estaban ausentes, seguramente buscando al ejército porque sabían de su presencia, por lo que era perentorio atacar cuanto antes para apresar a sus familias y obligarles así a rendirse. El plan no era nuevo, pues ya lo había puesto en práctica ocho años antes, en la batalla de Washita.
 
Toro Sentado (Wikimedia Commons) y Caballo Loco, aunque esta segunda foto es discutida (Wikimedia Commons)
 
Pese a las objeciones de algunos oficiales y de los crows, que le advirtieron sobre la enorme inferioridad numérica en la que estaban, el teniente coronel creyó factible el triunfo en un asalto sorpresivo que no se encontraría demasiada resistencia. Por tanto, dividió al regimiento en cuatro batallones. El mayor Marcus Reno mandaría el formado por las compañías A, G y M, que tendría que atacar al enemigo frontalmente; al capitán Frederick Benteen se le dieron las H, D y K para que buscase por los alrededores al grueso de indios ausentes; el capitán Thomas McDougall se quedaría con la B para custodiar el tren de provisiones; y las cinco compañías restantes, C, E, F I y L, las dirigiría Custer personalmente rodeando el poblado y cargando por la retaguardia.
 
El soldado Thomas F. O'Neill estaba a las órdenes de Reno y, consecuentemente, formó parte del batallón que inició la batalla al galope por el borde del Little Bighorn. Revólver en mano, ya que Custer había ordenado no llevar sables para que su tintineo no alertase al enemigo. La carga fue bien hasta encontrarse con los primeros disparos enemigos y contemplar, por primera vez el gigantesco campamento, que hasta entonces los árboles y el meandro del río habían ocultado a los soldados. Según O'Neill medía "más de dos millas de largo" por "setecientas u ochocientas yardas de ancho" (o sea, unos tres kilómetros de longitud y setecientos de anchura). La visión debió de sobrecoger a Reno, que ordenó parar. Así lo narra el propio O'Neill: 
"Como los indios salieron en gran número a oponerse a nosotros, y además desde este punto pudimos ver la extensión del pueblo y la inmensa cantidad de indios que contenía, y lo imposible que nos parecía que unos ciento treinta o ciento cuarenta hombres intentasen cargar a través de una fuerza tan superior, nuestros oficiales decidieron pasar a la defensiva y se dieron órdenes de desmontar y prepararse para luchar a pie".
 
La carga del mayor Reno (dominio público en Wikimedia Commons)

 
Formaron lo que se denominaba una línea de escaramuza, constituida por tres de cada cuatro soldados, quedando el cuarto para sujetar a los caballos cinco o seis metros por detrás. Los indios estaban a menos de un kilómetro, pero un grupo de ellos se aproximó por el flanco izquierdo hasta unos cuatrocientos metros y Reno, pensando erróneamente que había más de los que realmente eran (los sioux solían mover sus caballos para que levantaran polvo y ocultaran así su verdadero número), optó por retroceder hasta un lecho seco del río para parapetarse.
 
La acción fue controvertida y sigue siéndolo, ya que sus hombres apenas habían estado veinte minutos disparando en opinión de O'Neill, quien añadió que se mostraban confiados: "Estaban de buen humor, hablaban y reían, y no temían ser derrotados". Más aún, sólo habían registrado un muerto y un herido (bien es cierto que un par de caballos se desbocaron y llevaron a su desesperados jinetes al interior del poblado, sin que se les volviera a ver), de ahí que el teniente Varnum incitara a los suyos a mantener sus posiciones: "Por el amor de Dios, hombres, no nos salgamos de la línea. Aquí somos suficientes para azotar a toda la nación sioux".

Guerreros sioux enfrentándose a una línea de escaramuza, obra de Adam Hook
 
O'Neill no estaba entre los que retrocedieron porque fue asignado a un grupo especial de veinte efectivos que, al mando del teniente McIntosh, debían registrar el vecino y espeso sotobosque de álamos y enredaderas para asegurarse de que no se escondieran enemigos en él. Una vez comprobado, McIntosh corrió a informar, pero para entonces la lucha se había recrudecido, con los indios cargando en oleadas a lomos de sus ponis y disparando en el último momento para luego huir y reiniciar la operación. 
 
Lo verdaderamente grave fue que Reno hizo caso omiso del informe y, creyendo que los indios se estaban acercando precisamente por ese bosquecillo, ordenó retirada. Lo realizó, además, sin toque de corneta, simplemente montando y gritando "¡Todo el que quiera salvar la vida que me siga!". Como cabía esperar, eso desató los nervios de casi todos y el desorden cundió entre las filas en beneficio de los indios.
 
La retirada de las tropas de Reno, obra de Brandon Bailey
 
En su descargo se podría aducir que estaba algo trastornado porque un disparo le voló la cabeza al explorador arikara Cuchillo Sangriento, que se hallaba a su lado, salpicándole de sangre y restos de sesos. En cualquier caso, transmitió el pánico a los suyos y la retirada, en la que había que cruzar el río -con el agua a la altura del vientre de los caballos para después subir el empinado margen-, los exponía como blancos fáciles. Todo se convirtió en un agónico sálvese quien pueda, un pandemónium que, por supuesto, supuso un acicate para los indios, que rodeaban a los soldados que intentaban montar, los derribaban a tiros y los remataban en el suelo, siguiendo la misma técnica que aplicaban en la caza del búfalo.
"¡Cuando salimos de la espesura, el grito de guerra brotó de mil gargantas! ¡Era una carrera por la vida! Los indios se apretujaron a cada lado de la columna, disparando contra los soldados, mientras éstos, a su vez, respondían a este fuego. Fue un combate cuerpo a cuerpo, tanto los indios como los soldados se esforzaban por derribarse unos a otros de sus caballos, después de vaciar sus armas, y ambos lo lograban; en muchos casos vi a seis o siete de nuestros hombres cayendo de sus caballos después de recibir un disparo (...)  Me encontré en la situación más desesperada que jamás había enfrentado en mi vida. Nuestros hombres caían; los indios caían de sus ponis, muertos o heridos; ponis y caballos, sin jinete, corrían de aquí para allá; rifles, carabinas y revólveres rugían a mi alrededor, mientras los vítores de los soldados y los gritos de guerra de los indios convertían todo en un perfecto caos".

 

El mayor Marcus Reno (Wikimedia Commons) y el explorador Cuchillo Sangriento (Wikimedia Commons)
Una bala mató la montura de O'Neill, quien se quedó solo, aterrado, viendo cómo sus compañeros le dejaban atrás. Algunos indios pasaron galopando a su lado sin hacerle caso o apuntándole; los pocos que dispararon fallaron pero siguieron adelante, lo que le permitió correr hacia la espesura para esconderse. Allí se encontró con el mencionado italiano, el teniente De Rudio, que había pasado por una situación parecida. De hecho, no fueron los únicos, aunque no todos correrían la misma suerte que ellos.
"El teniente me dijo entonces que habían quedado otros dos atrás, como nosotros, y que estaban a sólo unos metros. Resultó que los dos hombres eran Billy Jackson, uno de nuestros exploradores mestizos, y Fred Gerard, un intérprete. El teniente De Rudio nos reunió y nos dio algunas instrucciones apresuradas sobre qué hacer en caso de que los indios se abalanzaran sobre nosotros, lo cual esperábamos cada minuto, ya que no podíamos esperar escapar de la detección por mucho tiempo". 
Desde la zanja en la arena en la que se acostaban para evitar ser detectados, probablemente un revolcadero de búfalos que ahora estaba envuelto en vegetación ocultándoles, pudieron contemplar cómo caían muchos de sus compañeros. Ellos esperaban su turno armas en mano, dispuestos a vender cara la piel si eran descubiertos, pero el teniente trataba de animarles: "Hombres, tenemos que morir alguna vez y moriremos como hombres valientes; pero tengo la esperanza de que no lo hagamos". Y no lo hicieron. Aunque algunas mujeres indias se acercaron mucho a su posición, no llegaron a verles porque estaban llorando a sus muertos o atendiendo a los heridos. A los heridos propios, se entiende, pues a los otros les esperaba un trato muy diferente: 
"A los cadáveres de nuestros hombres los desnudaron, los cortaron y los multilaron de todas las formas imaginables con los cuchillos que llevaban. Pudimos ver claramente algunas de sus acciones. Me desmayé y me sentí enfermo, sin saber cuándo podrían desfigurar mi propio cuerpo de una manera similar".
 
La retirada de Custer hacia su última posición, obra de Jim Carson
 
Pasaron varias horas en esa angustiosa situación, agravada por la evidencia de que el 7º de Caballería había resultado aniquilado. Porque Custer también cayó; tuvo que detener la carga, que había iniciado contra la parte trasera del poblado, al descubrir su verdadero tamaño y ser rechazado por cientos de guerreros que lideraban Caballo Loco y Gall, y que les cortaron la retirada. Como es sabido, con una hábil y rápida maniobra terminaron rodeándolo en Greasy Grass, muriendo junto a la mayoría de sus hombres. 
 
Sin embargo, Reno y los dos tercios que quedaban de su escuadrón habían conseguido alcanzar un promontorio al otro lado del Little Bighorn, cavando trincheras y recibiendo como inesperado refuerzo al escuadrón de Benteen, que regresó de su misión sin, lógicamente, haber encontrado ningún indio porque de hecho estaban en el campamento. Resistieron los embates enemigos, que cada vez fueron menos intensos al desistir los indios para centrar su atención en Custer, lo que llevó a O'Neill a deducir erróneamente que también el escuadrón de Reno había sido exterminado.
 
La posición atrincherada adoptada por Reno y Benteen (dominio público en Wikimedia Commons)
 
Los cuatro supervivientes seguían expuestos a que les vieran tarde o temprano, así que al caer la noche y hablando en voz baja, decidieron intentar una huida amparados en la oscuridad -la niebla tamizaba la luz de la luna- y en la creencia, manifestada por De Rudio, de que los indios no atacaban en horario nocturno. 
"Por supuesto, no habíamos comido ni bebido nada. Había sido un día intensamente caluroso y teníamos la garganta reseca. Tal vez yo tenía más sed que los demás, debido a que, mientras estaba con el mando en la línea de escaramuza, se me había enganchado el pie mientras maniobraba, tropezando y cayendo sobre mi nariz, lo que me hizo sangrar profusamente. Al no poder prestarle atención en ese momento, la sangre había bajado por mi garganta y casi me ahogaba".

 

Desarrollo completo de la batalla de Little Bighorn

Gerard y Jackson habían conseguido mantener consigo sus caballos, así que montaron mientras O'Neill y el teniente iban a pie agarrados a sus colas, siguiendo la espeluznante ruta que formaban los cuerpos desnudos y profanados de sus compañeros caídos; reconocieron entre ellos al teniente McIntosh. Pero encontraron motivos más graves para temblar: 
"Habíamos avanzado no más de la mitad del camino hacia el río cuando nos encontramos -o nos habríamos encontrado, si no se hubieran desviado hacia nuestra derecha unos cien metros - un grupo de salvajes a caballo, en total ocho o diez. El teniente De Rudio y yo tratamos de escondernos en el lado opuesto de los ponis montados por Gerard y Jackson, pensando que podrían tomarnos por algunos de su propia gente. Evidentemente los indios sospechaban, ya que huyeron de nosotros en la dirección opuesta, de lo cual, huelga decirlo, estábamos devotamente agradecidos". 
 
Consiguieron alcanzar el río y otearon el otro lado, pero no tenían forma de saber que en lo alto del escarpado acantilado que había al otro lado estaba atrincherado Reno. No obstante, era perentorio cruzar para alejarse del peligro. O'Neill se deslizó en el agua para determinar la profundidad, pero estuvo a punto de ser arrastrado por la corriente y al final tuvo que ayudarle el teniente; el deshielo primaveral había engordado el cauce y les cubría hasta el cuello, por lo que prefirieron buscar un sitio más seguro para vadearlo. Eso sí, no desaprovecharon la ocasión de saciar la sed que les atormentaba.
"En la parte trasera, y río abajo, podíamos ver y oír grandes círculos de indios celebrando una danza de guerra alrededor de montones de leña y maleza ardiendo. Las llamas iluminaban el lugar a su alrededor y las formas de los indios podían verse claramente,  saltando y blandiendo armas. Nunca olvidaré la extraña apariencia de esos salvajes, mientras sus gritos y aullidos resonaban claramente en todo el valle. El único acompañamiento musical era una especie de '¡Ja, ja, ja!' Más tarde supimos que tenían las cabezas de tres de nuestros camaradas y que estos demonios rojos habían quemado en parte a estos hombres en las hogueras".
 
Danza de la victoria en Little Bighorn, obra de Z. S. Liang

 
Aquella espantosa visión les convenció de que no quedaba nada del regimiento y que su salvación pasaba por alcanzar la orilla opuesta del Little Bighorn. Sin embargo, tras un buen rato caminando por la ribera se desanimaron; la corriente discurría cada vez más fuerte, así que dieron marcha atrás hasta el punto de partida, donde era más suave y cubría menos. Encontraron un sitio donde sólo les llegaba por las rodillas y pasaron, aunque no al otro lado sino a una especie de isla, de kilómetro y medio de largo por varios cientos de ancho, que les confundió, haciéndoles pensar que habían vuelto atrás. Estaba cubierta de densa vegetación -hierbas muy altas, árboles frondosos- y se llevaron un buen susto cuando una voz gutural, inconfundiblemente india, salió de ella.

Emprendieron la huida como locos. Gerard y Jackson azuzaron a sus caballos y se perdieron en las tinieblas a toda velocidad mientras un grupo de indios montaba y salía en su persecución; no volverían a ver a sus compañeros hasta la noche siguiente, ya a salvo en el campamento. De Rudio y O'Neill quedaron separados por un centenar de metros; les habían descubierto, si bien la oscuridad obraba a favor de los fugitivos. Hubo intercambio de disparos a ciegas, pero al final los indios se fueron. En opinión de O'Neill, "posiblemente estaban algo somnolientos después de su duro día de lucha y tal vez los sorprendimos durmiendo una siesta". Los dos soldados permanecieron en la isla, pero no pasó mucho tiempo antes de que volvieran los nervios.
 
William Billy Jackson (Find a Grave)
 
Estaba empezando a amanecer cuando oyeron ruido de caballos y voces a unos doscientos metros. La tenue luz permitió a De Rudio tranquilizar a su camarada: no eran indios. O'Neill se puso las botas, que antes se había quitado para escurrirles el agua y oteó entre la hierba.
"Vi jinetes, pero en el gris incierto del amanecer que se acercaba no pude distinguir quiénes eran. Iban en gran número y estaban lo suficientemente cerca como para que sólo pudiéramos distinguir el sonido de las voces. Algunos de ellos habían ascendido al acantilado a través de un corte o desprendimiento en la orilla, que hasta entonces no habíamos observado. El teniente observó a un hombre vestido con un traje de ante, a quien tomó por el capitán Tom Custer, ya que había usado ese traje en esta expedición (...) De Rudio salió valientemente a la orilla del río y gritó: '¡Oye! ¡Tom Custer! ¡Tom Custer!' ". 
 
Thomas Custer era el hermano menor del teniente coronel y su ayudante de campo. Sin embargo no se trataba de él, puesto que ambos habían muerto juntos en Greasy Grass (junto a un tercer hermano, Boston, y otros parientes) y además Tom fue brutalmente mutilado hasta tal punto que sólo se pudo reconocer su cuerpo gracias a que se había tatuado sus iniciales en el antebrazo. De hecho, aquel encuentro estuvo a punto de acabar fatalmente para los dos fugitivos, en una extraña combinación de tragedia y absurdo:
"Los jinetes se detuvieron y miraron en nuestra dirección, y luego, en un instante, sonó el grito de guerra y nos dispararon una andanada de al menos cincuenta tiros. ¡Cómo escapamos de ser alcanzados es un milagro, porque las balas cortaron la maleza a nuestro alrededor en todas direcciones! Los jinetes eran todos indios sioux vestidos con algunos de los uniformes que habían tomado (más tarde supimos) de los hombres de Custer en la batalla de la tarde anterior, y montaban caballos del Séptimo de Caballería que habían capturado". 
El final de la batalla de Litlle Bighorn, por Richard Lorenz
 
O'Neill da con la palabra exacta para explicar cómo salieron de aquélla: milagrosamente. Los otros no les persiguieron cuando él y De Rudio volvieron a ocultarse tras los arbustos, quizá porque les perdieron de vista. O eso creían, ya que fueron arrastrándose hasta tropezarse... ¡con otro grupo de indios! Eran media docena y también montados, aunque el súbito e inesperado encuentro provocó que los animales se encabritasen ante la sorpresa de sus jinetes, que increíblemente no parecían percatarse del motivo. Los del grupo anterior les alertaron a gritos desde lejos y entonces el teniente abrió fuego con su revólver, seguido por O'Neill con su carabina. Hirieron a más de uno y pusieron en involuntaria fuga a otros tres cuyos caballos salieron despavoridos e incontrolados.  
 
La escaramuza se produjo a tan corta distancia que los disparos fueron a quemarropa; eso y la sorpresa jugaron a favor de los dos soldados, que no daban crédito a lo que pasaba. Eso sí, O'Neill reconoció que había disfrutado del momento, convencido de que era lo último que haría antes de morir:
"Teníamos la ventaja de estar en tierra y podíamos lanzar un fuego rápido y eficaz. Estábamos hombro con hombro. Ni siquiera me arrojé la carabina al hombro; los indios estaban muy cerca, pero simplemente apunté en su dirección y apreté el gatillo. Aunque no esperaba permanecer con vida cinco minutos más, sentí la mayor satisfacción de haber infligido tanto daño al enemigo en el corto espacio de tiempo que me había permitido. Muchas veces me he preguntado si aquellos indios que lograron salir vivos de nuestro alcance no nos considerarían dos demonios con los que se enfrentaron en la gris mañana de junio, para infligir tanto daño entre ellos en tan poco tiempo". 
Indios saqueando a los caídos en Little Bighorn, obra de Steve Lang
 
Aprovechando el desconcierto, De Rudio se alzó y gritó a su compañero que corriera. Lo hicieron como poseídos, llegando a un extremo de la isla donde una serie de tocones y troncos caídos, resultado de una antigua inundación, les proporcionaba un magnífico parapeto natural: desde allí  se batían con facilidad los cien metros de espacio abierto que dejaban atrás y que obligaría a sus perseguidores a exponerse fatalmente si querían asaltar su posición. No obstante, ni ellos confiaban en sus posibilidades.
"Aquí nos dimos la mano y declaramos que no podíamos dar un paso más. Si tuviéramos que morir, como ciertamente parecía, moriríamos allí peleando. Me quité la cartuchera y descubrí que solo tenía veinte cartuchos. Quedaban cinco tiros para la carabina y doce para el revólver. Como el teniente disparaba mejor, le di mi pistola además de la suya, y las municiones para ellas, mientras yo conservaba la carabina". 
 
Guerreros perro cheyennes, obra de Steve Lang
 
Entonces comenzó un feroz tiroteo, pero no allí sino a un kilómetro de distancia, en lo alto del acantilado, donde la tropa del mayor Reno rechazaba un ataque. Eso llamó también la atención de los indios que les acosaban, quienes les dedicaron algunos disparos a los que no contestaron para racionar la munición. De Rudio y O'Neill sabían que podrían abatir a unos cuantos, pero no a todos; consideraban sellado su destino y descartaban la rendición porque eso significaba morir de todos modos, sólo que en medio de inimaginables torturas. Simplemente esperaban el momento con el dedo en el gatillo, aunque no acababa de producirse porque todos los esfuerzos parecían centrarse en el acantilado, donde se recrudecía la lucha.

"Eran como las nueve de la mañana del día 26, y nos preguntábamos cuánto tiempo iban a demorar los indios en venir a cazarnos. Conversamos en voz baja. El teniente dijo: 'O'Neill, creo que tienen miedo de venir a por nosotros; no saben exactamente dónde estamos y saben que perderán más de lo que pueden obtener. Esa lección que les enseñamos hace un rato puede ser nuestra salvación'.Entonces De Rudio añadió: 'O'Neill ¿estás casado?' 'No, señor', respondí. 'Bueno', fue la respuesta, 'no me importaría tanto si estuviera solo, pero ¿qué harán mi esposa y mis tres hijos pequeños si me matan? Eso es lo que me preocupa'. 

 

Mujeres indias levantando el campamento (y se muestra un travois), obra de Don Oelze
 

De pronto oyeron voces y paso de caballos. Eran las mujeres y los niños indios, que habían levantado el campamento y abandonaban el Little Bighorn en dirección a las montañas con sus travois (una especie de trineo para el transporte hecho con dos listones de madera cruzados sobre el lomo del caballo y arrastrados por él). Iban hablando, cantando y riendo alegremente, a buen seguro celebrando la victoria. Tantos eran que tardaron casi una hora en perderse de vista, mientras los guerreros continuaban hostigando a Reno hasta las tres de la tarde. A esa hora aproximadamente hicieron su última carga, la más feroz y desesperada pero igual de inútil que las anteriores porque debían hacerla subiendo las empinadas laderas y los pocos que lograban coronar la cima caían abatidos de inmediato. Finalmente, los soldados incluso tomaron posiciones en el borde y dasataron tal descarga de fusilería que pusieron en fuga a sus enemigos de una vez por todas.

Hacia las cinco, O'Neill salió a explorar. Todavía quedaban indios por allí, pero por lo visto, se habían olvidado de él y De Rudio o ignoraban que siguieran vivos. En su situación, ellos no lo veían tan claro y pensaban que estarían organizando una batida para localizarles. Sin embargo, no pasó nada y cambiaron de opinión, concluyendo que seguramente aquéllos seguían en la zona para cubrir la retirada. Eso y que empezaba a oscurecer les proporcionó nueva confianza en poder escapar. Irónicamente, como pasa a menudo cuando la salvación se muestra cercana, fue entonces cuando O'Neill se sintió peor: "Me puse tan nervioso que no pude contenerme y por primera vez en todo el día comencé a sentir miedo". La frialdad mostrada por De Rudio le ayudo a superar el trance:

"O'Neill, sé que saldremos bien de ésta si tienes paciencia un poco más. Por nuestra experiencia de anoche, estoy seguro de que los indios no dispararán de noche si nos topamos con ellos. Ahora sabemos cómo cruzar el río, y si no encontramos la columna seguiremos nuestro rastro de regreso al río Yellowstone, viajando de noche y escondiéndonos de día. Podemos recoger algunas sobras para comer en nuestros antiguos campamentos o quizá podamos cazar un ciervo o un antílope. Estoy seguro de que podremos llegar al Far West (nuestro vapor de suministros) en cinco días, pero tengo la esperanza de encontrar la columna al otro lado del río y entonces estaremos todos bien".
Mapa de 1876 del área de la batalla. Los intrincados meandros que formaba el río ocultaron a Custer el tamaño del campamento y confundieron a O'Neill y De Rudio en su huida (dominio público en Wikimedia Commons)

 

Llevaban casi cuarenta horas sin comer nada más que unos trozos de galleta y tampoco habían bebido desde que lo hicieran la noche anterior. Cuando por fin se ocultó el sol se arrastraron hasta la orilla al amparo de las altas hierbas, vadearon el río, secaron como pudieron sus ropas empapadas y caminaron con sumo cuidado hacia el lugar donde suponían que estaba Reno. Pero no encontraron a nadie, deduciendo que ya se habían ido. Decidieron continuar hacia el Rosebud siguiendo un arroyo seco durante un kilómetro, al término del cual ascendieron a una loma buscando avistar alguna hoguera; como no vieron ninguna reemprendieron la marcha, algo desanimados, y entonces oyeron lo que O'Neill describió sarcásticamente como "la música más dulce que creo haber escuchado jamás".

Se trataba del rebuzno de una de las mulas del regimiento, lo que podría significar que las tropas también estarían por allí, acampadas a oscuras y en silencio. Se pusieron a buscar con tanta emoción como precaución, no fuera un centinela a pegarles un tiro y morir después de haber superado tantas penalidades. Cuando escucharon voces de soldados hablando en inglés y reconocieron la del sargento McVey supieron que todo había acabado bien. Fueron recibidos calurosamente por sus camaradas, entre los que se encontraban Girard y Jackson, debiendo contar sus increíbles peripecias una y otra vez. Al día siguiente apareció la columna del general Terry y con ella la noticia de que el escuadrón de Custer había sido masacrado. O'Neill fue uno de los que ayudaron al cabo John E. Hammon a cavar su fosa para enterrarlo.

Tumbas de los caídos junto a Custer en Little Bighorn (1025wil en Wikimedia Commons)
 

De Rudio se salvó por un capricho del destino, ya que, en principio, debería haber estado al mando de la compañía E, una de las que se llevó Custer, quien le otorgó dicho mando a su amigo Algernon Smith en su lugar. A pesar de lo que pensaba de él otro capitán, Thomas French, que le detestaba por la muerte de inocentes en el  atentado contra Napoleón III y le consideraba un cobarde ("A los primeros tiros se escondió en la maleza y permaneció allí hasta que pasó todo el peligro. Luego salió a hurtadillas), la experiencia pasada no le echó para atrás y en las filas del 2º de Caballería, combatió a los nez percé al año siguiente. Se jubiló en 1896 con el grado de mayor y murió de una bronquitis en 1910. Antes había dicho:

"Sería injusto con mis sentimientos si omitiera mencionar la fidelidad y valentía del soldado O'Neill. Él me obedeció fielmente y estuvo a mi lado como un hermano. Nunca dejaré de recordarlo a él y a los servicios que me prestó durante nuestra peligrosa compañía. Este valiente soldado es muy apreciado por el comandante de su compañía y, por supuesto, siempre lo será por mí y por los míos".

O'Neill en su época de policía (astonisher.com)
 

También Thomas F. O'Neill continuó en el ejército, ascendiendo a sargento primero en 1877. Siguió perteneciendo al 7º de Caballería muchos años, hasta que el reumatismo y una enfermedad cardíaca le obligaron a jubilarse en 1890, el mismo año en que el regimiento vengaba su humillación con la masacre de Wounded Knee. Entonces se estableció en Washington D.C., donde trabajó como sargento de la Policía del Parque. Murió en Riverdale a las 00:30 horas del 22 de marzo de 1914, con sesenta y siete años de edad, de endocarditis y gripe, dejando viuda a su esposa Martha C. Está enterrado en el Cementerio de Arlington. Nadie mejor que él para terminar este artículo:

"A menudo, cuando empiezo a pensar en todo lo que pasamos durante esas treinta y seis horas de tortura mental allí en el fondo del río, esquivando a los indios, me pregunto si es posible que todo eso haya sucedido realmente, o si fue alguna terrible pesadilla."

 

Tumba de Thomas F. O'Neill en el Cementerio de Arlington (Find a Grave)
 
 

 BIBLIOGRAFÍA:

-HAMMER, Kenneth (ed.): Custer in '76: Walter Camp's Notes on the Custer Fight.

-GRAHAM, W. A: The Custer Myth: A Source Book of Custerania.

-PANZERI, Peter y HOOK, Richard: Little Big Horn 1876. Custer's Last Stand.

-CONNELL, Evan S: Custer. La masacre del 7º de Caballería.

-VOGT, Zachary: The extraordinary life of Charles de Rudio. Italics Magazine.https://italicsmag.com/2020/07/12/the-extraordinary-life-of-charles-derudio/

-HORN, George: Little Big Horn 1876. El Gran Capitán. Foros Historia militar. https://www.elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?t=28800

-BROWN, Bruce: Thomas F. O'Neill's story of the battle. A 7th Cavalry survivor's account of the Battle of Little Bighorn. 100 Voices Of The Little Bighorn. https://www.astonisher.com/archives/museum/thos_oneill_big_horn.html

-BROWN, Bruce: Thomas F. O'Neill's story of the battle 2. A 7th Cavalry survivor's account of the Battle of Little Bighorn. 100 Voices Of The Little Bighorn. https://www.astonisher.com/archives/museum/thos_oneill2_big_horn.html

-BROWN, Bruce: Charles de Rudio. A 7th Cavalry survivor's account of the Battle of Little Bighorn. 100 Voices Of The Little Bighorn. https://www.astonisher.com/archives/museum/chas_derudio_little_big_horn.html

 

Imagen de cabecera: Última resistencia de Custer, obra de Edgar Spier Cameron

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